Capítulo cuarenta y ocho

Al momento siguiente me encuentro sentada en mi cama, con la boca abierta en un grito silencioso que nunca tuvo oportunidad de salir y ser oído. Después de perder a mi familia por segunda vez en un año, lo único que me queda es el eco de las palabras de Riley:

«Tienes que encontrar a Damen… ¡antes de que sea demasiado tarde!».

Me levanto de la cama de un salto y corro hacia la sala de estar; voy directa hacia el minifrigorífico y descubro que el elixir y el antídoto han desaparecido. No sé si eso significa que soy la única que ha retrocedido en el tiempo mientras todos los demás se quedaban aquí o si he regresado al momento en que me marché… cuando Damen seguía en peligro y yo huí.

Bajo las escaleras a toda velocidad, tan deprisa que los escalones no son más que un borrón bajo mis pies. No tengo ni idea de en qué día estamos, pero sé que tengo que encontrar a Ava antes de que sea demasiado tarde.

Sin embargo, en cuanto llego al descansillo, Sabine grita:

—¿Ever? ¿Eres tú?

Me quedo paralizada al verla aparecer tras la esquina con un delantal lleno de manchas y una bandeja llena de brownies en la mano.

—Ah, genial. —Sonríe—. Acabo de prepararlos según la vieja receta de tu madre, ya sabes, esa que siempre solía hacer, y quiero que pruebes uno y me digas qué te parece.

Permanezco inmóvil, incapaz de hacer otra cosa que parpadear. Me obligo a reunir una paciencia que no tengo y le digo:

—Estoy segura de que te han salido genial. Oye, Sabine, yo… —Pero ella no me deja terminar.

Se limita a inclinar la cabeza hacia un lado y dice:

—Bueno, ¿no piensas probar uno al menos?

Sé que esto no es solo porque quiere verme comer; se trata también de conseguir cierta aprobación… «mi» aprobación. Se ha estado planteando si tiene o no capacidad para cuidar de mí, si es responsable en cierto modo de mis problemas de conducta; cree que si hubiera manejado mejor las cosas, nada de esto habría ocurrido. Mi brillante, exitosa e incansable tía, que jamás ha perdido un caso en un juicio, desea… mi aprobación.

—Solo uno —insiste—. ¡Te aseguro que no voy a envenenarte! —Y, cuando sus ojos se clavan en los míos, no puedo evitar darme cuenta de que su elección de palabras, en apariencia fortuita, esconde algún tipo de mensaje que me incita a apresurarme. Pero sé que primero debo terminar con esto—. Estoy segura de que no son ni de lejos tan buenos como los de tu madre, porque ella era sin duda la mejor, pero se trata de su receta… y por alguna razón me desperté esta mañana con la abrumadora necesidad de hacerlos. Así que pensé que…

A sabiendas de que Sabine es capaz de embarcarse en toda una sesión de argumentación con el fin de convencerme, estiro la mano hacia la pila de brownies. Cojo el más pequeño, con la idea de comérmelo y salir corriendo. Pero, cuando veo una inconfundible letra «E» justo en el medio… lo entiendo.

Es mi señal.

La que he estado esperando todo este tiempo.

Justo cuando ya había perdido la esperanza, Riley ha hecho lo que prometió.

Ha marcado el brownie más pequeño de la bandeja con mi inicial, lo mismo que solía hacer siempre.

Y, cuando busco el más grande y veo que tiene una «R» grabada, sé sin lugar a dudas que es cosa suya. El mensaje secreto, la señal que me prometió justo antes de marcharse para siempre.

No obstante, puesto que no quiero ser como esas personas chifladas que encuentran un significado oculto hasta en una bandeja de dulces recién horneados, echo una mirada a Sabine y le digo:

—¿Has hecho tú… ? —Señalo mi brownie, el que tiene mi inicial grabada en el medio—. ¿Has puesto tú esta letra?

Ella frunce el ceño, primero para mirarme a mí y luego al observar el pastel. Luego sacude la cabeza y señala:

—Oye, Ever, si no quieres probarlo, no tienes por qué hacerlo. Solo pensé que…

Antes de que termine la frase, cojo el brownie de la bandeja y me lo meto en la boca. Cierro los ojos mientras saboreo su esponjosa textura y me sumerjo de inmediato en esa típica sensación de «hogar». Ese lugar maravilloso que he tenido la suerte de poder visitar de nuevo, aunque por un corto espacio de tiempo. Y por fin me doy cuenta de que el hogar no se encuentra solo en un único lugar: está allí donde tú desees que esté.

Sabine me mira con expresión preocupada, a la espera de mi aprobación.

—Intenté hacerlos en otra ocasión, pero no me quedaron ni de cerca tan buenos como los de tu madre. —Se encoge de hombros y me mira con timidez, impaciente por obtener mi veredicto—. Ella solía bromear diciendo que utilizaba un ingrediente secreto, pero ahora me pregunto si hablaba en serio o no.

Trago saliva con fuerza antes de lamerme las migajas de los labios. Luego le digo con una sonrisa:

—Sí que había un ingrediente secreto. —Su expresión se viene abajo, como si eso significara que no están buenos—. El ingrediente secreto era el amor —le explico—. Y tú debes de haberlo utilizado en grandes cantidades, porque están increíbles.

—¿De verdad? —Sus ojos se iluminan.

—De verdad. —La abrazo con fuerza, pero me aparto después de un breve momento—. Hoy es viernes, ¿no?

Ella me mira con el entrecejo fruncido.

—Sí, es viernes. ¿Por qué? ¿No te encuentras bien?

Asiento con la cabeza y salgo corriendo hacia la puerta. Me queda menos tiempo del que pensaba.