Capítulo cuarenta y siete

—¿Estás lista, Ever? ¡Tenemos que salir pronto! ¡No quiero encontrarme con mucho tráfico!

—¡Ya voy! —grito, aunque no es cierto. Me quedo donde estoy, inmóvil en mitad de mi habitación, contemplando el trozo de papel arrugado que he encontrado en el bolsillo delantero de mis vaqueros. Y, aunque está claro que es mi letra, no tengo ni la menor idea de cómo ha llegado allí, y mucho menos de lo que significa.

Leo:

1. No vuelvas a por la sudadera!

2. ¡No confíes en Drina!

3. ¡No vuelvas a por la sudadera bajo ningún concepto!

4. Damen IMAGE

Y, aunque es la quinta vez que lo leo, me siento tan confusa como la primera. ¿Qué sudadera? ¿Y por qué se supone que no debo volver a por ella? Por no mencionar que ni siquiera sé si conozco a alguna Drina. ¿Quién narices es Damen y por qué hay un corazón junto a su nombre?

¿Cuándo demonios he escrito esto? ¿Cuándo puedo haber escrito esto? ¿Y qué puede significar?

Cuando mi padre vuelve a llamarme y oigo sus pasos escaleras arriba, arrojo el papel a un lado. Veo cómo golpea en la cómoda antes de caer al suelo, y pienso que ya resolveré este enigma a la vuelta.

Tal y como resultaron las cosas, lo pasé bien el fin de semana. Me vino bien alejarme del instituto, de mis amigos… y de mi novio. Me vino bien pasar tiempo con mi familia de una forma diferente y poco habitual. De hecho, ahora me siento mucho mejor, tanto que en cuanto volvamos a la civilización, a un lugar en el que mi móvil tenga cobertura, pienso enviarle un mensaje a Brandon. No quiero dejar las cosas así. Creo de verdad que fuera lo que fuese esa cosa rara que nos ha pasado, se ha terminado.

Cojo la mochila y me la coloco sobre el hombro, preparada para marcharme. Pero cuando miro por última vez el lugar donde hemos acampado, me da la sensación de que he dejado algo atrás. Aunque todas mis cosas están guardadas en la bolsa y todo parece despejado, me quedo inmóvil.

Mi madre me llama a voces una y otra vez, hasta que al final se rinde y envía a Riley.

—Oye… —dice mi hermana al tiempo que tira con fuerza de mi manga—. Venga, todos te estamos esperando.

—Espera un minuto —murmuro—. Solo tengo que…

—¿Solo tienes… qué? —Esboza una sonrisa burlona—. ¿Tienes que contemplar las brasas durante un par de horas más? En serio, Ever, ¿qué te pasa?

Me encojo de hombros mientras jugueteo con el broche de mi pulsera. No sé qué me pasa, pero no puedo deshacerme de la sensación de que ocurre algo malo. Bueno, puede que esa no sea el mejor modo de expresarlo. En realidad, no es que ocurra nada malo, sino que he perdido algo o me falta algo por hacer. Es como si tuviera que llevar a cabo algo que no he hecho. Y no logro averiguar lo que es.

—De verdad… Mamá quiere que te des prisa y papá está preocupado por el tráfico. Incluso Buttercup quiere que nos vayamos para poder sacar la cabeza por la ventana y dejar que sus orejas se sacudan con el viento. Ah, y a mí me gustaría bastante llegar a casa antes de que se acaben todas las series divertidas. Así que ¿qué te parece si nos vamos ya? —Sin embargo, al ver que no me muevo, que no hago nada, suspira y añade—: Has olvidado algo, ¿es eso? —Me recorre atentamente con la mirada antes de echar un vistazo a nuestros padres por encima del hombro.

—Tal vez. —Sacudo la cabeza—. No estoy segura.

—¿Tienes tu mochila?

Asiento con la cabeza.

—¿Tienes el teléfono móvil?

Le doy unos golpecitos a la mochila.

—¿Tienes cerebro?

Me echo a reír. Sé muy bien que me estoy comportando de un modo extraño y ridículo, pero después de los últimos días debería haberme acostumbrado.

—¿Tienes la sudadera azul celeste del campamento de animadoras de Pinecone Lake? —Sonríe.

—¡Eso es! —le digo. Mi corazón late a marchas forzadas—. ¡La dejé junto al lago! ¡Diles a mamá y a papá que volveré enseguida!

Pero, en cuanto me doy la vuelta, Riley me agarra de la manga y tira de mí.

—Tranquila… —dice con una sonrisa—. Papá la encontró y la puso en el asiento de atrás. En serio, ¿podemos irnos ya?

Contemplo el campamento por última vez y después sigo a Riley hasta el coche. Me acomodo en el asiento de atrás mientras mi padre sale a la carretera, y justo entonces oigo el timbre apagado de mi teléfono. Apenas he conseguido sacarlo de la mochila, apenas he tenido la oportunidad de leer el mensaje, pero Riley ya está mirando por encima de mi hombro para intentar ver algo. Eso me obliga a girarme de una forma tan brusca que Buttercup se da la vuelta y me mira para hacerme saber que no le ha hecho ninguna gracia. No obstante, a pesar de todo, Riley sigue tratando de ver algo. Así que pongo los ojos en blanco y hago lo de siempre:

—¡Mamá! —grito.

Ella pasa la página de su revista sin inmutarse y dice de forma automática:

—Estaos quietas…

—¡Ni siquiera has mirado! —le digo—. ¡Yo no he hecho nada! Riley no me deja en paz.

—Eso es porque te quiere —dice mi padre, que me mira a los ojos a través del espejo retrovisor central—. Te quiere tanto que quiere estar contigo todo el tiempo… ¡No se cansa de ti!

Unas palabras que envían a Riley al otro extremo del coche. Mi hermana acurruca su cuerpo contra la puerta mientras grita:

—¡Anda ya!

Encoge las piernas a un lado para alejarlas de mí lo más posible y molesta al pobre Buttercup otra vez. Luego se pone a temblar exageradamente, como si la mera idea de tocarme fuese demasiado desagradable como para soportarlo, y mi padre me mira antes de que ambos nos echemos a reír.

Abro mi teléfono móvil y leo el mensaje de Brandon, que dice: «Lo siento. Culpa mía. Llámame esta noche». Y yo respondo de inmediato con una carita sonriente, esperando que eso baste para calmar las cosas hasta que consiga emocionarme lo bastante como para enviarle algo más.

Acabo de apoyar la cabeza contra la ventana y estoy a punto de cerrar los ojos cuando Riley se vuelve hacia mí y me dice:

—No puedes volver atrás, Ever. No puedes cambiar el pasado. Lo hecho hecho está. —La miro con el ceño fruncido, porque no sé muy bien de qué está hablando. Sin embargo, cuando abro la boca para preguntárselo, sacude la cabeza y dice—: Este es nuestro destino. No el tuyo. ¿Te has parado a pensar que quizá tu destino fuera sobrevivir? ¿Que, tal vez, no fue solo Damen quien te salvó?

La miro con la boca abierta, intentando encontrar sentido a sus palabras. Y, cuando echo un vistazo al coche para ver si mis padres lo han escuchado también, descubro que todo está congelado. Las manos de mi padre están pegadas al volante y sus ojos, que no parpadean, están fijos al frente; la página que mi madre pretendía pasar se ha detenido a medio camino; y la cola de Buttercup se ha quedado paralizada a media asta. Miro a través de la ventanilla y veo que los pájaros están parados en pleno vuelo y que los demás automovilistas permanecen inmóviles a nuestro alrededor. Y, cuando miro a Riley de nuevo, veo que su penetrante mirada se clava en mí cuando se inclina hacia delante, y queda claro que nosotras somos las únicas que podemos movernos.

—Tienes que regresar —dice con voz firme y segura—. Tienes que encontrar a Damen… ¡antes de que sea demasiado tarde!

—¿Demasiado tarde para qué? —grito al tiempo que me acerco a ella, desesperada por entender algo—. ¿Y quién demonios es Damen? ¿Por qué has pronunciado ese nombre? ¿Qué significa…?

Sin embargo, antes de que pueda terminar, ella pone los ojos en blanco y me aleja de un empujón, como si nada hubiera ocurrido.

—Uf, eres un poco pesadita, ¿no? —Sacude la cabeza—. En serio, Ever, ¡no invadas mi espacio vital! Porque, a pesar de lo que él cree… —señala a nuestro padre—, no me importas lo más mínimo.

Pone cara de exasperación y se da la vuelta para cantar con voz ronca y desafinada una canción de Kelly Clarkson al compás de su iPod. Ajena a mi madre, que sonríe y le pellizca con suavidad la rodilla; ajena a mi padre, que me mira a través del espejo retrovisor y comparte conmigo una mirada y una sonrisa, una broma entre nosotros.

Todavía conserva esa sonrisa cuando un enorme camión aparece delante de nosotros, golpea el costado de nuestro coche y hace que el mundo se vuelva negro.