—Olvídalo, Ever. ¡Tú no tienes derecho a mandarme nada! —grita Riley, que se cruza de brazos, frunce el ceño y se niega a moverse.
¿Quién se habría imaginado que una niña de doce años y cuarenta kilos de peso tuviera tanto carácter? De cualquier forma, no pienso rendirme. Porque en el instante en que mis padres se marcharon y Riley terminó de ducharse y de cenar, envié un mensaje de texto a Brandon para decirle que viniera alrededor de las diez. Y ya es casi la hora, de modo que es imperativo que mi hermana se vaya a la cama.
Sacudo la cabeza y suelto un suspiro; desearía que Riley no fuera tan testaruda, pero estoy más que preparada para la batalla.
—Hum… detesto ser yo quien te lo diga —le aclaro—, pero te equivocas. Tengo todo el derecho a mandarte cosas. Estoy al mando aquí desde el momento en que se marcharon mamá y papá, y hasta el instante en que regresen puedo mandarte lo que quiera. Y tú puedes discutir todo lo que quieras, pero eso no cambiará nada.
—¡Eso no es justo! —Me fulmina con la mirada—. Te juro que en cuanto cumpla los trece, las cosas se van a igualar mucho por aquí.
Hago un gesto de indiferencia con los hombros, ya que tengo tantas ganas como ella de que llegue ese momento.
—Bien, entonces ya no tendré que quedarme a cuidar de ti y podré recuperar mi vida —le digo.
Ella pone los ojos en blanco y empieza a golpear la alfombra con la punta del pie.
—Por favor… ¿Te crees que soy idiota? ¿Crees que no sé que va a venir Brandon? —Niega con la cabeza—. Menuda cosa… ¿A quién le importa? Lo único que quiero es ver la tele… Eso es todo. Y la única razón por la que no me dejas hacerlo es que quieres acaparar la sala de estar para poder enrollarte con tu novio en el sofá. Pienso decirles a mamá y a papá que no me dejaste ver mi programa preferido solo por eso.
—Menuda cosa… ¿A quién le importa? —le digo, imitando su tono agudo a la perfección—. Mamá me dijo que podía invitar a mis amigos a venir aquí. —No obstante, en el instante en que pronuncio esas palabras me encojo por dentro y me pregunto quién de las dos es más niña. Sacudo la cabeza. Sé que no es más que otra amenaza vacía, pero no estoy dispuesta a correr riesgos, así que le digo—: Papá quiere salir temprano, y eso significa que debes dormir un poco para que no te despiertes de mal humor por la mañana. Y, para que lo sepas, Brandon no va a venir. —Esbozo una sonrisa desdeñosa con la esperanza de que eso disimule lo mal que miento.
—Ah, ¿no? —Riley sonríe y sus ojos se iluminan cuando se clavan en los míos—. En ese caso, ¿por qué está aparcado su Jeep junto a la entrada?
Me doy la vuelta para echar un vistazo por la ventana y luego la miro a ella. Suspiro por lo bajo antes de decirle:
—Está bien. Puedes ver la tele. Me importa un bledo. Pero si tienes pesadillas otra vez, no me vengas llorando.
—Venga, Ever, ¿de qué vas? —dice Brandon, cuya expresión ha cambiado, pasando de la curiosidad al enfado en cuestión de segundos—. He esperado una hora a que tu hermanita se fuera a la cama para poder estar solo contigo y ahora actúas de esta forma. ¿Qué te ocurre?
—Nada —susurro.
Me niego a sostenerle la mirada mientras me coloco la camiseta. Lo miro por el rabillo del ojo y veo que sacude la cabeza y se abrocha los botones de los vaqueros… unos vaqueros que, para empezar, nunca le he pedido que se desabroche.
—Esto es ridículo —murmura mientras se coloca el cinturón—. He venido en coche hasta aquí, tus padres están fuera, y tú actúas como…
—¿Como… qué? —le pregunto.
Quiero que lo diga. Quiero que lo resuma todo en unas cuantas palabras, que defina qué es lo que me pasa. Porque antes, cuando cambié de opinión y le envié el mensaje para pedirle que viniera, pensé que todo volvería a la normalidad. Pero en el momento que abrí la puerta, mi primer impulso fue volver a cerrarla. Y, por más que me esfuerzo, no logro entender por qué me siento de esta manera.
Cuando lo miro me doy cuenta de lo afortunada que soy. Es agradable, mono, juega al fútbol, tiene un coche chulo, es uno de los alumnos más populares…. Por no mencionar que estaba colada por él desde hace tanto tiempo que apenas pude creerlo cuando me entere de que yo también le gustaba. Sin embargo, ahora todo es diferente. Y no puedo obligarme a sentir cosas que no siento.
Respiro hondo, consciente de su mirada mientras jugueteo con la pulsera. Le doy vueltas una y otra vez, intentando recordar cómo ha llegado hasta mi muñeca. Hay algo inquieto en un lugar recóndito de mi mente, algo sobre…
—Olvídalo —responde al tiempo que se pone en pie para marcharse—. Pero te lo digo en serio, Ever: tienes que decidir lo que quieres pronto, porque esto…
Lo miro y me pregunto si terminará la frase… y por qué no me importa que lo haga o no.
Sin embargo, él se limita a mirarme y a negar con la cabeza. Luego coge sus llaves y dice:
—Da igual. Pásalo bien en el lago.
Observo cómo la puerta se cierra tras él y luego me siento en el sillón reclinable de mi padre, cojo la manta de lana que mi abuela tejió para nosotros poco antes de morir, acurruco los pies debajo y me arropo hasta la barbilla. Recuerdo que la semana pasada le dije a Rachel que estaba pensando seriamente en llegar hasta el final con Brandon, y ahora… ahora casi no puedo soportar que me toque.
—¿Ever?
Abro los ojos. Riley está delante de mí; le tiemblan los labios y sus ojos azules se clavan en los míos.
—¿Se ha ido? —Echa un vistazo a la estancia. Asiento con la cabeza.
—¿Te importa sentarte a mi lado mientras intento dormirme? —pregunta. Se muerde el labio inferior y pone esa cara de cachorrita desamparada que me resulta imposible resistir.
—Ya te dije que esa serie te iba a dar demasiado miedo —le digo. Le pongo la mano en el hombro mientras recorremos el pasillo la ayudo a meterse en la cama y la arropo bien antes de tumbarme a su lado. Le deseo dulces sueños y le aparro el cabello de la cara mientras susurro:
—No te preocupes y duérmete ya. Los fantasmas no existen.