Capítulo cuarenta y tres

Voy por el pasillo hasta la cocina. Siento un peso en el corazón, las piernas entumecidas… y a cada paso que me alejo de Damen la cosa se vuelve peor.

—¿Estás bien? —pregunta Ava, que está de pie junto al horno, preparando un poco de té.

Como si las últimas horas no hubieran pasado.

Sacudo la cabeza y me apoyo contra la pared sin saber muy bien qué responder, incapaz de hablar. Porque lo cierto es que si hay algo que no me siento es «bien». Vacía, hueca, desamparada, horrible, deprimida… eso sí. Pero ¿bien? No.

Lo cual se debe a que soy una canalla. Una traidora. La peor clase de persona que uno se puede encontrar. A pesar de todas las veces que he tratado de imaginarme esa escena, de imaginar cómo sería mi último momento con Damen, jamás creí que acabaría así.

Jamás creí que me acusaría. Aunque está claro que lo merezco.

—No tienes mucho tiempo. —Ava mira el reloj de la pared y luego a mí—. ¿Quieres tomar un poco de té antes de marcharte?

Sacudo la cabeza. Todavía tengo que decirle algunas cosas, y debo hacer unas cuantas paradas más antes de marcharme para siempre.

—¿Sabes lo que tienes que hacer? —le pregunto. Observo cómo asiente antes de llevarse la taza de té a los labios—. Porque te estoy confiando todo lo que me importa. Si esto no sale de la manera que pienso, si la única que vuelve al pasado soy yo, tú serás mi única esperanza. —Clavo la mirada en sus ojos. Necesito que entienda lo importante que es todo esto—. Tienes que cuidar de Damen, él… él no se merece nada de esto y… —Se me rompe la voz, así que aprieto los labios y aparto la mirada. Sé que tengo que continuar, que todavía hay muchas cosas que debo decirle, pero necesito un momento antes de hacerlo—. Y vigila a Roman. Parece guapo y encantador, pero eso no es más que una fachada. Por dentro es malvado. Intentó matar a Damen y es el responsable de que haya acabado así.

—No te preocupes. —Se acerca a mí—. No te preocupes por nada. He sacado las cosas del maletero; el antídoto está en la alacena, el líquido rojo está… fermentando, y añadiré la hierba el tercer día, como me dijiste. Aunque quizá ni siquiera lo necesitemos, ya que estoy segura de que todo saldrá según lo planeado.

Cuando la miro y veo la sinceridad de sus ojos, me alivia saber que puedo dejar las cosas en sus manos.

—Así que vuelve a Summerland y deja que yo me encargue del resto —me dice al tiempo que me rodea con los brazos para estrecharme con fuerza—. Además, ¿quién sabe? Quizá algún día regreses a Laguna Beach y volvamos a encontrarnos.

Se echa a reír después de decirlo. Me gustaría hacer lo mismo, pero no puedo. Lo extraño de las despedidas es que nunca resultan fáciles.

Me aparto y asiento en lugar de decir algo, porque sé que si pronuncio una palabra más me vendré abajo. Apenas consigo mascullar triste «Gracias» antes de dirigirme a la puerta.

—No tienes que agradecerme nada —replica Ava mientras me sigue los pasos—. Pero ¿estás segura de que no quieres ver a Damen una última vez?

Me doy la vuelta con la mano en el picaporte; lo pienso un momento antes de respirar hondo y sacudir la cabeza. Sé que no tiene sentido prolongar lo inevitable, y me da muchísimo miedo ver la acusación en su rostro.

—Ya nos hemos despedido —le digo antes de salir al porche para encaminarme hacia el coche—. Además, no tengo mucho tiempo. Aún necesito hacer una última parada.