Bajo volando las escaleras y entro a la carrera en la cocina.
—¡Coge la mochila que hay junto a la puerta y tráemela! —le grito a Ava.
Entretanto, me acerco a toda velocidad al frigorífico, impaciente por vaciarla de todo su contenido y reemplazarlo por el que traigo. Necesito acabar antes de que Damen regrese a casa y nos pille aquí.
Sin embargo, cuando abro la gigantesca nevera me pasa lo mismo que en la habitación de arriba: no encuentro en absoluto lo que me esperaba. Para empezar, está llena de comida.
Y me refiero a que hay mucha, muchísima comida, como si planeara celebrar una macrofiesta gigante… una que fuera a durar tres días por lo menos.
Hablo de costillas de ternera, buenos filetes, enormes cuñas de queso, medio pollo, dos pizzas de tamaño familiar, ketchup, mayonesa, varios paquetes de comida para llevar… ¡De todo! Por no mencionar los seis packs de cerveza que están alineados en el estante de abajo.
Y, aunque parezca algo bastante normal, la cosa es que…
Damen no es normal. No ha comido de verdad en seiscientos años.
Tampoco bebe cerveza.
El elixir de la inmortalidad, agua, una copa de champán de vez en cuando… eso sí.
Heineken y Corona… ni de coña.
—¿Qué pasa? —pregunta Ava, que deja caer la mochila al suelo y echa un vistazo por encima de mi hombro con la intención de averiguar qué es lo que me ha puesto tan nerviosa. Cuando abre el congelador, descubre que está lleno de vodka, pizzas congeladas y varios tarros de helado de Ben and Jerry's—. Vale… está claro que ha ido al supermercado hace poco… ¿Hay algo por lo que alarmarse que no llego a entender? ¿Es que vosotros hacíais aparecer la comida de la nada siempre que teníais hambre?
Hago un gesto negativo con la cabeza. Soy consciente de que no puedo decirle que Damen y yo nunca tenemos hambre. El hecho de que sepa que somos psíquicos con la capacidad de manifestar cosas tanto aquí como en Summerland no significa que deba conocer la otra parte de la historia, la parte de: «Ah, sí, olvidé mencionarte que ambos somos inmortales…».
Lo único que sabe es lo que le he contado: que tengo la fuerte sospecha de que Damen está siendo envenenado. Lo que no le he dicho es que lo están envenenando con algo que está eliminando sus habilidades psíquicas, su fuerza física superior, su enorme inteligencia, sus desarrollados talentos y habilidades e incluso sus recuerdos a largo plazo… Todo su ser se está borrando poco a poco mientras recupera su forma mortal.
Aunque quizá parezca un chico normal de instituto (vale, uno que está buenísimo, que tiene montones de dinero y una residencia propia que vale millones de dólares), es solo cuestión de tiempo que empiece a envejecer.
Y luego llegará el deterioro.
Y luego, al final, morirá, tal y como vi en la pantalla.
Y esa es precisamente la razón por la que necesito cambiar esas bebidas. Necesito que vuelva a tomar el elixir sin adulterar para que recupere las fuerzas y, con un poco de suerte, repare alguno de los daños que ya le han causado. Mientras tanto, yo intentaré descubrir un antídoto que pueda salvarlo y conseguir que vuelva a ser como antes.
Y si su casa desordenada, su habitación remodelada y su frigorífico lleno de provisiones son una indicación, Damen está progresando mucho más rápido de lo que yo creía.
—Ni siquiera veo esas botellas de las que me hablabas —dice Ava, que mira por encima de mi hombro y entorna los ojos para protegerse del resplandor de la luz de la nevera—. ¿Estás segura de que las guarda aquí?
—Confía en mí, están aquí. —Rebusco entre la colección de condimentos más grande del mundo y localizo el elixir. Deslizo los dedos alrededor del cuello de varias botellas y después se las entrego a Ava—. Tal y como pensaba. —Asiento al ver que por fin hacemos algún progreso.
Ava me mira con las cejas enarcadas mientras dice:
—¿No te parece un poco extraño que siga bebiéndolo? Porque, si de verdad está envenenado, ¿no crees que el sabor tendría que ser distinto?
Y no hace falta más para hacerme dudar.
¿Qué pasa si me equivoco?
¿Qué pasa si lo que ocurre no tiene nada que ver con el elixir?
¿Y si Damen se ha hartado de mí sin más, si todos se han hartado de mí, y Roman no es el responsable?
Me encojo de hombros y doy un sorbo con la esperanza de que tina cantidad tan pequeña no me haga ningún daño, porque supongo que es la única forma de saber con seguridad si está envenenado o no. En el momento en que lo pruebo, sé con certeza por qué Damen no ha notado ninguna diferencia: porque no hay ninguna, al menos, ninguna hasta que empieza a notarse el regustillo.
—¡Agua! —exclamo antes de salir corriendo hasta el fregadero y meter la cabeza bajo el grifo a fin de tragar toda el agua necesaria para eliminar ese horrible sabor.
—¿Tan mal sabe?
Asiento mientras me seco la boca con la manga.
—Peor. Aunque si alguna vez hubieras visto cómo se bebe esto Damen, sabrías por qué no ha notado la diferencia. Se traga esto como… —Iba a decir «como si se estuviera muriendo», pero se acerca demasiado a la verdad. Así que trago saliva y añado—: como si tuviese muchísima sed.
Le entrego a Ava las botellas que quedan en el frigorífico para que pueda colocar las contaminadas junto al borde del fregadero… después de apartar todos los platos sucios a un lado para dejar sitio, claro.
Formamos un equipo tan bien organizado y compenetrado que apenas he terminado de darle la última botella cuando ya me he indinado para coger las botellas «buenas» de mi mochila. Sé que no tienen peligro alguno, ya que Damen me las entregó hace unas cuantas semanas, mucho antes de que apareciera Roman. Voy a ponerlas justo donde estaban las otras, para que Damen nunca llegue a sospechar que he estado aquí.
—¿Y qué hacemos con estas? —pregunta Ava— ¿Nos deshacemos de ellas? ¿O las guardamos como prueba?
Y, justo cuando levanto la vista para contestar, Damen entra por la puerta lateral y dice:
—¿Qué demonios estáis haciendo en mi cocina?