Capítulo veintinueve

En esta ocasión, cuando llego a Summerland me salto el aterrizaje habitual en ese enorme y fragrante prado y decido caer sobre la que ahora me gusta considerar la calle principal. Luego me sacudo un poco el polvo y me quedo sorprendida al ver que todos los que me rodean continúan a lo suyo, como si ver a alguien caer en la calle desde lo alto fuera algo que ocurre todos los días. Aunque supongo que en este lugar sí que lo es…

Dejo atrás los bares de karaoke y los salones de peluquería, siguiendo el camino que Romy y Rayne me mostraron. Sé que lo más probable es que bastara con «desear» estar allí, pero la verdad es que tengo ganas de aprender a llegar por mí sola. Y, después de un trayecto rápido por el callejón y el giro súbito hacia la avenida, subo a la carrera los escalones de mármol y me detengo frente a las gigantescas puertas de entrada, que se abren ante mí.

Me adentro en el enorme vestíbulo de mármol y me doy cuenta de que está mucho más abarrotado que la última vez que estuve aquí. Repaso las preguntas en mi mente, sin tener muy claro si debo buscar registros akásicos o si puedo conseguir respuestas aquí mismo. Me pregunto si cuestiones del tipo: «¿Quién es Roman exactamente y qué es lo que le ha hecho a Damen?» o «¿Cómo puedo detenerlo y salvarle la vida a Damen?» son dignas de mí.

No obstante, puesto que necesito simplificar las cosas y resumirlo todo en una frase ordenada, cierro los párpados y pienso: «Básicamente, lo que deseo saber es esto: ¿cómo puedo hacer que todo sea como era antes?».

Y, tan pronto como el pensamiento está completado, una puerta se abre ante mí. Su luz cálida y resplandeciente parece llamarme mientras me adentro en una habitación de un color blanco puro, el mismo color blanco irisado de antes, aunque en esta ocasión, en lugar de un banco de mármol blanco, hay un sillón reclinable de cuero gastado.

Me acerco a él y me dejo caer en el asiento antes de extender la pieza para reposar las piernas y acomodarme bien. No me doy cuenta de que me encuentro en una réplica exacta del sillón favorito de mi padre hasta que veo las iniciales «R.B.» y «E.B.» arañadas en el brazo. Ahogo una exclamación al reconocerlas: son las marcas que hizo Riley con su navaja de campo de girl scout (aunque fui yo quien la instigué para que las hiciera). Las mismísimas marcas que no solo demostraban que nosotras éramos las culpables, sino que también nos granjearon una semana sin salir como castigo.

Aunque mi castigo se prolongó otros diez días cuando mis padres supieron que había sido yo quien la había persuadido para que lo hiciera… Un hecho que, a sus ojos, me convertía en el cerebro del delito, merecedora de un tiempo extra de penalización.

Deslizo los dedos sobre los surcos del cuero y hundo las uñas en el relleno allí donde mi hermana hizo la curva de la «R» demasiado profunda. Contengo un sollozo mientras recuerdo aquel dia. Todos aquellos días. Cada uno de esos maravillosos y espléndidos días que una vez di por seguros y que ahora añoro tanto que apenas puedo soportarlo.

Haría cualquier cosa por volver atrás. Cualquier cosa que me permitiera regresar y lograr que todo volviera a ser como antes…

Y, tan pronto como el pensamiento está completado, el espacio vacío empieza a transformarse. Se reestructura y deja de ser una habitación vacía con un solitario sillón reclinable para convertirse en el duplicado exacto de nuestra antigua sala de estar de Oregón.

El aire comienza a impregnarse con el aroma de los famosos brownies de mamá mientras las paredes pasan del blanco iridiscente al tono pardo que ella denominaba tono «madera perlado». Y, cuando la manta de punto en tres tonos de azul que tejió mi abuela cubre de repente mis rodillas, miro hacia la puerta y veo que la correa de Buttercup cuelga del picaporte y que las viejas bambas de Riley están colocadas junto a las de mi padre. No dejo de observar mientras todos los objetos vuelven a su lugar, hasta que cada foto, cada libro, cada adorno regresa a su sitio. Y no puedo evitar preguntarme si esto se debe a mi deseo… ¿Está ocurriendo porque he pedido que todo vuelva a ser como era antes?

Porque lo cierto es que me refería a las cosas entre Damen y yo.

¿Verdad?

¿Acaso es posible volver atrás en el tiempo?

¿O es esta réplica de la vida, este diorama de la familia feliz, lo más aproximado que voy a conseguir?

No obstante, mientras me cuestiono lo que me rodea y el verdadero significado de mis palabras, la tele se enciende y un destello de colores recorre la pantalla… una pantalla de cristal igual que la que vi el otro día.

Tiro de la manta con más fuerza y me arropo bien las rodillas mientras las palabras «L'heure bleue» llenan la pantalla. Y, justo en el momento en que me pregunto qué significan, aparece la definición, escrita con una preciosa caligrafía:

«L'heure bleue» o «La hora azul» es una expresión francesa que hace referencia a la hora que separa el día de la noche. Un momento venerado por la calidad de la luz y también porque el aroma de las flores alcanza su máxima intensidad.

Miro la pantalla con los ojos entornados mientras las palabras desaparecen para dar paso a una imagen de la luna, una espléndida luna llena que resplandece en el más hermoso tono de azul… un tono azul que casi iguala el del cielo.

Y entonces… entonces me veo a mí… en esa misma pantalla. Voy vestida con vaqueros y un suéter negro, y llevo el pelo suelto. Contemplo esa misma luna azul a través de una ventana y consulto el reloj de mi muñeca de vez en cuando, como si esperara algo… algo que ocurrirá de un momento a otro. A pesar de la confusión y la sensación de irrealidad que supone estar viendo a una «yo» que no soy realmente yo, puedo sentir lo que ella siente y escuchar lo que piensa. Se va a algún sitio, a un sitio que antes creía fuera de su alcance. Espera con impaciencia a que el cielo adquiera el mismo color de la luna, un maravilloso tono azul oscuro sin rastro de la luz del sol, porque sabe que es su única oportunidad para regresar a esta habitación, para volver a un lugar que consideraba perdido para siempre

Clavo la vista en la pantalla y ahogo una exclamación cuando la veo extender la mano contra el cristal y volver atrás en el tiempo.