Capítulo veintitrés

La sigo hasta que llegamos a un pasillo corto. Mis chanclas golpetean contra una alfombra roja trenzada mientras pienso: «Esto nunca funcionará».

Si no logré acceder al portal con Damen, ¿cómo voy a poder hacerlo con Ava? Porque, aunque parece una mujer con bastantes dotes psíquicas, la mayoría de sus habilidades solo sirven para las fiestas en las que se predice el futuro con cartas sobre una mesa plegable y se embellece con la esperanza de obtener una buena propina.

—Nunca funcionará si no crees en ello —me dice justo cuando se detiene frente a una puerta de color añil—. Tienes que tener fe en el proceso. Y, además, antes de entrar debes dejar libre tu mente de cualquier tipo de negatividad. Necesitas deshacerte de todos los pensamientos tristes, o de cualquier otra cosa que pueda deprimirte y llevarte a las palabras «No puedo».

Respiro hondo y contemplo la puerta mientras lucho contra el impulso de poner los ojos en blanco. No puedo evitar pensar: «Genial. Debería habérmelo imaginado». Este es el tipo de supercherías que te ves obligada a tolerar cuando tratas con Ava.

Pero lo único que digo es:

—No te preocupes por mí, estoy bien. —Asiento con la esperanza de parecer convincente, ya que quiero evitar su sistema de meditación en veinte pasos o cualquier otro rollo místico que pueda tener en mente.

No obstante, Ava permanece inmóvil, con las manos en las caderas y los ojos clavados en los míos. Se niega a dejarme entrar hasta que acceda a aligerar mi carga emocional.

Así pues, cuando me pide que cierre los ojos, lo hago.

Solo para acelerar los acontecimientos.

—Ahora, quiero que imagines que unas largas raíces emergen de las plantas de tus pies y se introducen profundamente en la tierra, que penetran en el suelo y se extienden sin cesar. Siente cómo profundizan más y más hondo, hasta que alcanzan el núcleo de la tierra y no pueden ir más allá. ¿Lo tienes?

Asiento mientras imagino lo que me cuenta, pero solo para que podamos ir al grano, no por que crea en ello.

—Ahora respira hondo; respira hondo unas cuantas veces y deja que tu cuerpo se relaje. Siente cómo se relajan tus músculos y la tensión se desvanece. Permite que cualquier emoción o pensamiento negativo desaparezca. Destiérralos de tu campo de energía y mándalos a paseo. ¿Puedes hacer eso?

Claro, lo que sea, pienso. Hago lo que me pide y me sorprendo bastante al descubrir que mis músculos empiezan a relajarse. Y, cuando digo que se relajan, me refiero a que se relajan de verdad. Como si descansara después de una larga batalla.

Supongo que no era consciente de lo tensa que estaba ni de cuánta negatividad arrastraba hasta que Ava me pidió que me liberara de ellas. Y, aunque estoy dispuesta a hacer cualquier cosa con tal de entrar en esa habitación y acercarme un poco más a Summerland, debo admitir que parte de este rollo abracadabra funciona de verdad.

—Ahora concentra toda tu atención en la parte superior de la cabeza, en la coronilla. Imagina que un rayo sólido de luz blanca y dorada penetra por ese lugar y baja por tu cuello, el torso y las piernas hasta llegar a los pies. Siente cómo esa luz cálida y maravillosa sana cada parte de ti, cómo baña cada una de tus células tanto por dentro como por fuera. Todo rastro de tristeza y rabia se transforma en una energía llena de amor gracias a esta poderosa fuerza sanadora. Siente cómo esa luz inunda tu interior como un rayo constante de luminosidad, amor y absolución, un rayo sin principio ni fin. Y, cuando empieces a notarte más ligera, cuando empieces a sentirte limpia y purificada, abre los ojos y mírame. Pero solo cuando estés lista.

Hago lo que me dice, sigo todo el ritual de la luz blanca, decidida a participar y a fingir al menos que me tomo todos los pasos con seriedad, ya que parece importante para Ava. Y, cuando imagino un rayo dorado que atraviesa mi cuerpo, baña mis células y todo ese rollo, intento también calcular durante cuánto tiempo debo mantener los ojos cerrados para que no parezca que finjo.

Sin embargo, sucede algo extraño. Me siento más ligera, más feliz, más fuerte y, a pesar del estado de desesperación en el que he llegado a su casa, satisfecha.

Y cuando abro los ojos, veo que ella me sonríe y que todo su cuerpo está rodeado del aura de color violeta más hermosa que he visto jamás.

Abre la puerta y la sigo al interior. No puedo evitar parpadear y entornar los ojos mientras me acostumbro a las paredes de color púrpura de esa pequeña estancia casi sin amueblar que, a juzgar por su aspecto, parece servir de santuario.

—¿Es aquí donde lees el futuro? —pregunto mientras contemplo la gran colección de cristales, velas y símbolos icónicos que cubren las paredes.

Ella niega con la cabeza y se sienta en un almohadón bordado que hay sobre el suelo antes de darle unos golpecitos al que hay justo a su lado para indicarme que me siente también.

—La mayoría de las personas que vienen a mi casa ocupan un espacio emocional oscuro, y no puedo arriesgarme a que entren aquí. Me he esforzado mucho por mantener la energía de esta estancia pura, limpia y libre de toda oscuridad, así que no permito que nadie, ni siquiera yo, entre a menos que su energía haya sido purificada. Porque, aunque sé que crees que es una estupidez, también sé que te has sorprendido al ver lo bien que te sientes.

Aprieto los labios y aparto la mirada. Sé que no hace falta que me lea la mente para saber lo que estoy pensando. Mi rostro me delata… es incapaz de mentir.

—He pillado todo ese rollo de la luz sanadora —le digo mientras contemplo la persiana de bambú que cubre la ventana y la estantería llena de estatuillas de deidades de todo el mundo—. Y debo admitir que ha hecho que me sienta mejor. Pero ¿de qué va todo eso de las raíces? Me ha parecido bastante raro.

—Se llama «conectar con la tierra». —Sonríe—. Cuando has llegado a mi puerta, tu energía parecía muy dispersa, y eso te ha ayudado a contenerla. Te sugiero que lleves a cabo este ejercicio a diario.

—Pero ¿no nos impedirá llegar a Summerland si ya hemos conectado con la tierra aquí… ?

Se echa a reír.

—No; en todo caso, te ayudará a permanecer concentrada en el lugar al que quieres ir realmente.

Contemplo la habitación y me fijo en que está tan abarrotada que resulta difícil ver lo que hay.

—Así que este es tu santuario personal, ¿no? —pregunto al final.

Ava sonríe mientras sus dedos juguetean con una hebra suelta de su almohadón.

—Es el lugar al que vengo a orar, meditar e intentar alcanzar las dimensiones del más allá. Y tengo el fuerte presentimiento de que esta vez conseguiré llegar hasta allí.

Flexiona las piernas para adoptar la posición del loto y me hace una señal para que yo haga lo mismo. Al principio no puedo evitar pensar que mis nuevas y larguiruchas piernas jamás se doblarán y se entrelazarán como las suyas; pero al cabo de un momento me quedo atónita al ver que se flexionan a la perfección y se colocan una encima de la otra de una manera cómoda y natural, sin el menor tipo de resistencia.

—¿Preparada? —me pregunta Ava al tiempo que clava sus ojos castaños en los míos.

Me encojo de hombros mientras me miro las plantas de los pies, asombrada de que estén tan visibles encima de mis rodillas. Me pregunto qué clase de ritual vamos a realizar a continuación.

—Estupendo. Porque ahora te toca a ti dirigir la sesión. —Suelta una risotada—. Yo nunca he estado allí antes, así que cuento con que tú nos muestres el camino.