Capítulo dieciocho

Lo seguí. No me avergüenza admitirlo. Tenía que hacerlo. No me había dejado otra opción. Lo cierto es que si Damen insiste en evitarme, no me queda más remedio que vigilarlo.

Así que lo sigo cuando se termina la clase de lengua, y lo espero después de la clase de segunda hora… y también después de las que hay a tercera y a cuarta. Me quedo al fondo y lo observo desde la distancia, deseando haber cambiado todas mis clases como él quería en un principio. No se lo permití porque me parecía demasiado dependiente, demasiado agobiante; y ahora me veo obligada a merodear cerca de su puerta, a escuchar a escondidas sus conversaciones y los pensamientos que rondan su cabeza… Pensamientos que, por más que me horrorice admitirlo, son vanos, narcisistas y superficiales.

Pero ese no es el verdadero Damen. De eso estoy segura. No es que piense que es una manifestación de Damen, porque solo duran unos minutos. Lo que quiero decir es que está claro que le ha ocurrido algo. Algo grave que hace que actúe y se comporte como…, como la mayoría de los chicos del instituto. Porque, aunque nunca tenido acceso a su mente hasta ahora, sé a ciencia cierta que antes no pensaba así. Ni tampoco actuaba así. No, este nuevo Damen es una criatura completamente distinta. Puede que exteriormente resulte igual… pero interiormente no se parece en nada.

Me dirijo a la mesa del comedor mientras me preparo para enfrentarme a cualquier cosa, pero no es hasta que abro la fiambrera y froto la manzana contra mi manga cuando me doy cuenta de que la verdadera razón por la que estoy sola no es que haya llegado temprano.

Se debe a que todos los demás me han abandonado también.

Levanto la vista al escuchar la risa familiar de Damen y lo encuentro rodeado por Stacia, Honor, Craig y el resto de la banda guay. Pero no me habría sorprendido tanto si no fuera porque Miles y Ha-ven también están allí. Y mientras recorro con la mirada la mesa, dejo caer la manzana al suelo y siento que se me seca la boca al ver que ahora todas las mesas están juntas.

Los lobos comen ahora con los corderos.

Lo que significa que la predicción de Roman se ha cumplido.

El sistema de castas de la hora del almuerzo en el instituto Bay View ha sido derrocado.

—Bueno, ¿qué piensas? —pregunta Roman, que se sienta en el banco que hay frente a mí con una sonrisa de oreja a oreja, mostrando su orgullo por llevar razón—. Siento haberme presentado aquí así, pero te he visto admirando mi trabajo y he creído que debía venir a charlar contigo. ¿Te encuentras bien? —pregunta al tiempo que se inclina hacia mí. La expresión preocupada de su rostro parece auténtica, pero, por suerte, no soy tan estúpida como para tragármela.

Le sostengo la mirada, decidida a no apartar la vista mientras pueda. Tengo la impresión de que él es el responsable del comportamiento de Damen, de la deserción de Miles y de Haven, y de que el instituto al completo viva en paz y armonía… pero carezco de pruebas para demostrarlo.

Bueno, este tío es un héroe para todo el mundo, un auténtico Che Guevara, un revolucionario del almuerzo.

Pero para mí es una amenaza.

—Deduzco que llegaste a casa sana y salva, ¿no? —pregunta antes de darle un trago a su refresco sin apartar la vista de mí.

Echo un vistazo a Miles, que le está diciendo algo a Craig que hace que los dos estallen en carcajadas; luego observo a Haven, que le susurra algo al oído a Honor.

Sin embargo, no miro a Damen.

Me niego a ver cómo mira a los ojos a Stacia con la mano puesta encima de su rodilla, cómo bromea con ella y le dedica la mejor de sus sonrisas mientras sus dedos trepan hacia arriba por el muslo…

Ya he visto demasiado en clase de lengua. Además, estoy bastante segura de que solo están jugueteando… un primer paso titubeante hacia las cosas horribles que he visto en la mente de Stacia. Esa visión que me asustó tanto que tiré una sección entera de sujetadores a causa del pánico. No obstante, para cuando logré ponerme en pie y calmarme de nuevo, tuve la certeza de que lo había hecho a propósito; jamás se me ocurrió pensar que fuese una especie de premonición. Y, aunque todavía creo que ella creó esa imagen por despecho y que el hecho de que estén juntos ahora no es más que una mera coincidencia, debo admitir que resulta un poco perturbador ver que Se ha cumplido.

Con todo, aunque me niego a mirar, intento prestar oídos a lo que dicen… con la esperanza de escuchar algo importante, algún intercambio de información vital. Pero justo cuando concentro mi atención e intento sintonizar con ellos, me encuentro con un enorme muro de sonidos: todas las voces y los pensamientos se mezclan, con lo cual me resulta imposible distinguir ninguno en particular.

—Me refiero al viernes por la noche, ya sabes… —continúa Roman, cuyos largos dedos golpean la lata. Al parecer, se niega a abandonar esa línea de interrogatorio a pesar de que yo no estoy dispuesta a participar— cuando te encontré sola. Debo decirte que me sentí fatal por dejarte así allí, Ever; pero después de todo, tú insististe.

Lo miro de reojo. No me interesa seguir su jueguecito, pero pienso que si respondo su pregunta tal vez me deje en paz.

—Llegué bien a casa. Gracias por preocuparte.

Esboza esa sonrisa suya que seguramente haya roto un millón de corazones… pero que a mí solo me provoca escalofríos. Se inclina hacia delante y dice:

—Vaya, mira por dónde… Eso ha sido un sarcasmo, ¿no?

Me encojo de hombros y bajo la vista hasta mi manzana antes del hacerla rodar adelante y atrás por encima de la mesa.

—Me gustaría que me dijeras qué he hecho para que me odies tanto. Estoy seguro de que tiene que haber una solución, una forma de remediar esto.

Aprieto los labios y clavo la mirada en la manzana; la hago rodar de lado, la aprieto con fuerza contra la mesa y noto cómo su piel suave comienza a resquebrajarse.

—Deja que te invite a cenar —dice con sus ojos azules fijos en los míos—. ¿Qué me dices? Una cita en toda regla. Solo nosotros dos. Llevaré a revisar el coche, compraré algo de ropa nueva, haré una reserva en algún lugar elegante… ¡La diversión está garantizada!

Por única respuesta, sacudo la cabeza y pongo los ojos en blanco.

Sin embargo, Roman no se desanima, se niega a rendirse.

—-Venga, Ever… Dame una oportunidad para hacerte cambiar de opinión. Podrás marcharte cuando quieras, te lo prometo. Pondremos incluso una palabra clave. Si en algún momento te parece que las cosas se han apartado demasiado de la zona donde te sientes cómoda, solo tienes que pronunciar la palabra clave y todo acabará; ninguno de nosotros volverá a hablar de ello de nuevo. —Aparta el refresco a un lado y extiende las manos hacia mí. Las puntas de sus dedos están tan cerca que aparto las manos de inmediato—. Vamos, cede un poco, ¿quieres? ¿Cómo puedes rechazar una oferta como esta?

Su voz es profunda y persuasiva; me mira directamente a los ojos, pero yo sigo haciendo rodar la manzana, contemplando cómo la pulpa empieza a librarse de la piel.

—Te prometo que no se parecerá en nada a las citas de mierda que tenías con el gilipollas de Damen. Para empezar, yo jamás dejaría a una chica tan preciosa como tú tirada en un aparcamiento. —Me mira y esboza una sonrisa antes de decir—: Bueno, lo cierto es que dejé a una chica preciosa como tú tirada en un aparcamiento, Pero solo porque me lo pediste. ¿Ves? Ya he demostrado que estoy a tu servicio, dispuesto a obedecer todas tus órdenes.

—¿Qué pasa contigo? —digo al final. Clavo la vista en esos ojos ^es sin acobardarme y sin apartar la mirada. Lo único que quiero e deje en paz y que vuelva a la otra mesa del comedor, en la que todo el mundo es bien recibido menos yo—. ¿Es que tienes que caerle bien a todo el mundo o qué? Y, si es así, ¿no te parece que eso refleja un poquito de inseguridad?

Suelta una carcajada. Y me refiero a una auténtica carcajada… vamos, que se está partiendo de risa. Y cuando por fin se calma, sacude la cabeza y dice:

—Bueno, no a todo el mundo. Aunque debo admitir que por lo general sí caigo bien a la gente. —Se inclina hacia mí y coloca su cara a escasos centímetros de la mía—. ¿Qué quieres que te diga? Soy un tipo simpático. La mayoría de la gente me encuentra encantador.

Hago un gesto negativo con la cabeza y aparto la mirada, cansada de que me tomen el pelo e impaciente por ponerle fin al juego.

—Bueno, pues siento tener que decírtelo, pero me temo que vas a tener que contarme entre las raras excepciones que no te consideran un encanto. Pero, te lo ruego, haznos un favor a los dos y no te tomes esto como un reto para hacerme cambiar de opinión. ¿Por qué no vuelves a tu mesa y me dejas en paz? ¿Para qué has juntado a todo el mundo si no querías formar parte de la diversión?

Me mira, sonríe y sacude la cabeza mientras se levanta del banco. Sus ojos se clavan en los míos cuando dice:

—Estás para comerte, Ever. En serio. Y, si no estuviera seguro de lo contrario, creería que intentas volverme loco a propósito.

Pongo cara de exasperación y miro hacia otro lado.

—Sin embargo, como no quiero estropear mi bienvenida y sé reconocer cuando alguien me manda a la mierda, creo que simplemente… —Apunta con el pulgar hacia la mesa donde está sentado todo el instituto—. Si cambias de opinión y quieres venir conmigo, estoy seguro de que podré convencerlos de que te dejen un sitio.

Niego con la cabeza y le hago una señal para que se largue. Noto 1 la garganta tan seca que no me salen las palabras; porque, a pesar j las apariencias, sé que no he ganado esta batalla. De hecho, ni siquiera he estado cerca de hacerlo.

—Ah, por cierto… Pensé que querrías recuperar esto —dice mientras deja mis zapatos sobre la mesa, como si esas sandalias de falsa piel de serpiente fueran algo así como una oferta de paz—. Pero no te preocupes, no hace falta que me lo agradezcas. —Se echa a reír y me mira por encima del hombro para decir—: Deberías tratar un poco mejor a esa manzana, le estás dando una verdadera paliza.

La aprieto con más fuerza mientras lo veo acercarse a Haven, deslizar un dedo por su nuca y presionar los labios contra su oreja. Al final, la manzana revienta en mi mano. Su zumo pegajoso ha empezado a deslizarse por mis dedos y por mi muñeca cuando Roman vuelve la mirada y estalla en carcajadas.