Como vamos a pasar la noche juntos, Damen no me acompaña a casa después del instituto. En lugar de eso, le doy un breve beso en el aparcamiento y después me subo al coche para ir al centro comercial.
Quiero comprarme algo especial para esta noche: algo bonito para la obra de Miles y mi gran cita (ambos somos las estrellas de nuestro propio debut particular). Sin embargo, cuando consulto el reloj y veo que no dispongo de tanto tiempo como creía, me pregunto si no debería haber aceptado la sugerencia de Damen de saltarnos las clases.
Atravieso el aparcamiento pensando si debería buscar a Haven o no. No hemos salido mucho juntas desde lo de Drina, y como después conoció a Josh… Bueno, aunque el chico no va a nuestro instituto, apenas se han separado desde entonces. Incluso ha conseguido que Haven abandone su adicción a los grupos de apoyo, ese ritual que llevaba a cabo después de clase y que consistía en investigar el sótano de una iglesia al azar y atiborrarse de ponche y galletitas mientras inventaba alguna historia sobre la adicción de ese día en particular.
Hasta ahora no me había importado demasiado no verla con tanta frecuencia como antes, ya que ella parece feliz. Da la impresión de haber encontrado por fin a alguien a quien no solo le gusta, sino que también es bueno para ella. Sin embargo, últimamente empiezo a echarla de menos, y creo que nos vendría muy bien pasar un rato juntas.
Localizo a Haven junto a Roman, apoyada contra su deportivo rojo clásico. Observo cómo lo agarra del brazo y se echa a reír por algo que él ha dicho. La sobriedad de su aspecto (vaqueros negros ceñidos, jersey negro arrugado, camiseta sin mangas a lo Fall Out Boy, cabello despeinado y teñido de negro con un sorprendente mechón rojo en el flequillo) queda suavizada por su aura rosada, cuyos extremos se expanden hasta rodearlos a ambos. No hay duda de que si Roman siente lo mismo, Josh no tardará en ser reemplazado. Y, aunque estoy decidida a evitar que eso ocurra antes de que sea demasiado tarde, no he hecho más que empezar a avanzar hacia ellos cuando Roman echa un vistazo por encima del hombro y clava en mí una mirada tan penetrante, tan íntima, tan cargada de intenciones desconocidas… que piso a fondo el pedal del acelerador y paso de largo a toda pastilla.
Porque, a pesar de que todos mis amigos lo consideran un tipo genial, a pesar de que la banda guay parece estar de acuerdo, a pesar de que a Damen no parece inquietarle lo más mínimo… a mí no me cae bien.
Puede que mis sentimientos no se basen en nada más sustancial que un intenso aguijonazo en las entrañas cada vez que él está cerca, pero lo cierto es que el chico nuevo me pone los pelos de punta.
Como hace calor, me dirijo al centro comercial de South Coast Plaza y no al Fashion Island, que es exterior, aunque estoy segura de que los lugareños harían justo lo contrario.
Pero yo no soy una lugareña. Soy de Oregón. Lo que significa que estoy acostumbrada a que el clima preprimaveral sea mucho más… preprimaveral. Ya sabes: grandes chaparrones, cielos nublados y mucho barro. Como la primavera de verdad. No este caluroso, extraño y antinatural híbrido de verano que intenta hacerse pasar por primavera. Y, por lo que he oído, se pondrá peor. Y eso me hace echar de menos aún más mi hogar.
Por lo general, hago lo posible por evitar lugares como este: un sitio plagado de luces, ruidos y energía generada por la gente que siempre consigue agotarme y ponerme de los nervios. Y sin Damen a mi lado como escudo psíquico, tengo que volver a recurrir al iPod.
Pero me niego a llevar puesta la capucha y las gafas de sol para bloquear los ruidos como solía hacer. Se acabó lo de parecer un bicho raro. En lugar de eso, concentro la mirada en lo que está justo delante de mí y bloqueo las visiones periféricas, tal y como Damen me ha enseñado.
Me coloco los auriculares en las orejas y subo el volumen para que la música me aísle de todo salvo de las espirales irisadas de las auras y de los pocos espíritus incorpóreos que flotan por el lugar (quienes, a pesar de que tengo la mirada clavada al frente, se colocan justo delante de mí). Y cuando entro en Victoria's Secret con el objetivo de acercarme a la sección de camisones atrevidos, estoy tan absorta, tan concentrada en mi misión, que no veo que Stacia y Honor están justo al lado.
—¡Ay, Dios mío! —canturrea Stacia, que se acerca a mí con tanta decisión que cualquiera pensaría que soy una mesa con un cartel que dice: «¡Gucci a mitad de precio!»—. No puede ser cierto. —Apunta con el dedo el salto de cama que llevo en la mano, y su dedo con manicura perfecta se agita para señalar la abertura que empieza por arriba y por abajo y se une en un círculo de brillantitos cerca de la parte central.
Y aunque en realidad solo lo estaba mirando y no había pensado siquiera en comprarlo, ver la expresión de su rostro y escuchar los pensamientos desdeñosos que cruzan por su cabeza hace que me sienta como una completa estúpida.
Lo dejo de nuevo en la percha y me llevo la mano a los auriculares, como si no hubiera escuchado ni una sola de sus palabras. Después me dirijo a la sección de conjuntos de algodón, que son mucho más de mi estilo.
Sin embargo, justo cuando empiezo a observar unos cuantos camisones con rayas rosas y naranjas, me doy cuenta de que probablemente no sean en absoluto del estilo de Damen. Seguro que él prefiere algo un poco más atrevido. Algo con más encaje y mucho menos algodón. Algo que pueda considerarse sexy de verdad. Y no me hace falta mirar hacia atrás para saber que Stacia y su fiel perrita faldera me han seguido.
—Ay, mira, Honor… La rarita no consigue decidirse entre comprar algo de buscona o algo de chica dulce. —Stacia sacude la cabeza mientras me mira con una sonrisa llena de desprecio—. Confía en mí, ante la duda elige siempre algo de buscona. Es mucho más fácil acertar. Además, si no recuerdo mal, a Damen no le va mucho el rollo dulce.
Me quedo paralizada; siento un irracional nudo en el estómago a causa de los celos y se me seca la garganta. Pero solo duran un momento, porque después me obligo a respirar de nuevo y a seguir mirando; me niego a dejarla pensar, ni siquiera por un segundo, que sus palabras me afectan.
Además, estoy al corriente de todo lo que ocurrió entre ellos, y me alegra poder decir que no fue ni dulce ni sucio. Porque no ocurrió nada en absoluto. Damen solo fingía que le gustaba para poder llegar hasta mí. Con todo, el mero hecho de pensar que lo fingía me pone nerviosa.
—Venga, vamonos ya. No puede oírte —dice Honor, que se rasca el brazo mientras nos mira a su amiga y a mí; después comprueba su teléfono por enésima vez para ver si Craig ha respondido a su mensaje de texto.
Sin embargo, Stacia no se mueve ni un centímetro; está disfrutando demasiado de la situación como para rendirse con tanta facilidad.
—Me oye muy bien —asegura con un asomo de sonrisa en la comisura de los labios—. No te dejes engañar por el iPod ni por los auriculares. En realidad escucha todo lo que decimos y todo lo que
Pensamos. Porque Ever no es solo un bicho raro, también es una bruja.
Me doy la vuelta para dirigirme al otro lado del establecimiento. Examino los sujetadores y los corsés push-up mientras me digo a mí misma: «Ignórala. Ignórala. Concéntrate en las compras y ya se largará».
Pero Stacia no se mueve de allí, me agarra del brazo y tira de mí para decirme:
—Venga, no seas tímida. Demuéstraselo. ¡Demuéstrale a Honor que eres un auténtico bicho raro!
Clava su mirada en la mía y me aprieta el brazo con tanta fuerza que sus dedos pulgar e índice están a punto de tocarse, con lo que un torrente de energía malévola y desagradable atraviesa mi cuerpo. Sé que trata de presionarme, intenta que muerda el anzuelo porque sabe muy bien de lo que soy capaz después de aquella vez en la que me hizo perder el control en el pasillo del instituto. Solo que en aquella ocasión no lo hizo a propósito; entonces no tenía ni idea de lo que yo podía hacer.
Honor comienza a ponerse nerviosa a su lado y dice con voz gimoteante:
—Vamos, Stacia. Déjalo ya. Esto es muy aburrido…
Pero Stacia pasa por alto sus palabras y me aprieta el brazo con más fuerza. Sus uñas se clavan en mi piel cuando susurra:
—Venga, díselo. ¡Dile lo que ves!
Cierro los ojos. Se me encoge el estómago cuando mi cabeza se llena de imágenes similares a las que vi una vez: Stacia luchando con uñas y dientes para abrirse camino hasta la cumbre de la popularidad, pisoteando más allá de lo necesario a todos aquellos que tiene por debajo, incluida Honor. Especialmente Honor, que tiene tanto miedo de ser impopular que no hace nada por impedirlo…
«Podría decirle a Honor que en realidad Stacia es una mala amiga, revelar lo horrible que es como persona… Podría apartar la mano de Stacia de mi brazo y empujarla hacia el otro lado de la sala con tanta fuerza que atravesaría el panel de vidrio antes de estrellarse contra la cabina de información del centro comercial…»
Pero no voy a hacerlo. La última vez que me dejé llevar en el instituto, cuando le dije a Stacia las cosas horribles que sabía sobre ella, cometí un grave error; y no puedo permitirme cometer otro de nuevo. Ahora tengo muchas más cosas que ocultar, secretos mucho mayores que están en juego; secretos que no solo me pertenecen a mí, sino también a Damen.
Stacia se echa a reír mientras lucho por mantener la calma y no reaccionar de forma exagerada. Me recuerdo a mí misma que está bien parecer vulnerable, pero que serlo de verdad está terminantemente prohibido. Es del todo imprescindible parecer normal, ignorante, permitir que crea que es mucho más fuerte que yo.
Honor mira su reloj y pone los ojos en blanco, impaciente por marcharse. Y, justo cuando estoy a punto de apartarme de Stacia (y quizá de asestarle un revés «accidental» en el mismo movimiento), veo algo tan horrible, tan repugnante, que tiro una fila entera de lencería al suelo en el intento por librarme de ella.
Sujetadores, tangas, perchas y fijaciones… todo se estrella contra el suelo antes de formar un enorme montón.
Y yo caigo encima.
—¡Ma-dre-mí-a! —chilla Stacia, que se agarra a Honor antes de que ambas empiecen a desternillarse de risa—. ¡Eres una patosa! -—dice al tiempo que busca el móvil para grabarlo todo en vídeo. Manipula el zoom para ampliar la imagen mientras yo intento librarme de un liguero de encaje rojo que se me ha enrollado alrededor del cuello—. ¡Será mejor que te levantes y ordenes todo este lío! —Entorna los ojos para ajustar el ángulo mientras yo me esfuerzo por levantarme—. Ya sabes lo que dicen: «Quien lo rompe, lo paga».
Me pongo en pie y observo cómo huyen Stacia y Honor cuando ven acercarse a una de las vendedoras. Aunque Stacia se detiene el tiempo suficiente para mirarme por encima del hombro y decir:
—Te estoy vigilando, Ever. Créeme, todavía no he acabado contigo.
Y, acto seguido, se marcha del lugar.