Capítulo siete

Damen conduce rápido. Como un loco, la verdad. En realidad, el hecho de que ambos dispongamos de un radar psíquico que resulta muy útil a la hora de localizar policías, tráfico en sentido contrario, peatones, animales descarriados y cualquier otra cosa que pueda interponerse en nuestro camino no significa que debamos abusar de él.

Sin embargo, Damen no piensa lo mismo. Y esa es la razón por la que ya me está esperando frente al porche delantero de mi casa cuando llego y empiezo a aparcar.

—Creí que no llegarías nunca. —Se echa a reír mientras me sigue hasta mi habitación, donde se deja caer sobre la cama, me tira encima de él y se inclina para darme un suave y agradable beso… Un beso que, si de mí dependiera, no terminaría nunca. Me haría muy feliz pasar el resto de la eternidad entre sus brazos. El mero hecho de Saber que tenemos un número infinito de días para estar juntos me hace más feliz de lo que puedo expresar con palabras.

No obstante, no siempre he sentido lo mismo. Me cabreé bastante cuando me enteré de la verdad. Me cabreé tanto que pasé algún tlempo lejos de él para poder ordenar mis pensamientos. Bueno, no todos los días oyes decir a alguien: «Ah, por cierto, soy inmortal, y ahora tú también lo eres».

Y aunque al principio me costaba bastante creer lo que me había dicho, cuando me lo demostró recordándome cómo morí en el accidente, cómo lo miré a los ojos en el instante en que me devolvió la vida y cómo reconocí sus ojos la primera vez que lo vi en el instituto… Bueno, no hubo forma de negar la evidencia.

Sin embargo, eso no significa que estuviera dispuesta a aceptarlo. Ya era de por sí malo tener que lidiar con el aluvión de habilidades psíquicas que me proporcionó la ECM («Experiencia Cercana a la Muerte»; insisten en llamarla «cercana», pero en realidad morí), y verme obligada a escuchar los pensamientos de la gente, a conocer la historia de sus vidas con solo tocarlos, a hablar con los muertos y muchas cosas más. Por no mencionar que ser inmortal, por más genial que parezca, también significa que jamás cruzaré el puente. Jamás podré ir al otro lado a ver a mi familia. Y, puestos a pensarlo, eso es pagar un precio muy alto.

Aparto los labios de mala gana y lo miro a los ojos: esos mismos ojos que he contemplado durante cuatrocientos años. Aunque, por mucho que me esfuerzo, no logro recordar nuestro pasado juntos. Tan solo Damen, que ha permanecido igual durante los últimos seiscientos años (sin morir ni reencarnarse), tiene esa suerte.

—¿En qué piensas? —me pregunta mientras sus dedos se deslizan por mi mejilla, dejando un rastro cálido a su paso.

Respiro hondo. Sé muy bien que está decidido a permanecer en el presente, pero necesito saber más sobre mi historia… sobre nuestra historia.

—Pensaba en la primera vez que nos vimos —le contesto mientras observo cómo se arquean sus cejas y cómo empieza a sacudir la cabeza.

—¿De veras? ¿Y qué recuerdas exactamente de esa primera vez?

—Nada. —Me encojo de hombros—. Nada en absoluto. Y por eso espero que tú me lo cuentes. No hace falta que me lo cuentes todo… ya sé lo mucho que odias recordar el pasado. Pero la verdad es que siento mucha curiosidad por saber cómo empezó todo, cómo nos conocimos.

Se aparta y se tumba de espaldas con el cuerpo inmóvil. Sus labios también permanecen inmóviles, y empiezo a temer que esa sea la única respuesta que obtenga.

—Por favor… —murmuro al tiempo que me acerco a él para acurrucarme contra su cuerpo—. No es justo que tú conozcas todos los detalles y yo no sepa nada. Dame algo a lo que aferrarme. ¿Dónde vivíamos? ¿Cómo nos conocimos? ¿Fue amor a primera vista?

Cambia un poco de posición para poder ponerse de lado y enterrar la mano en mi cabello.

—Fue en Francia, en 1608 —responde.

Trago saliva y doy una rápida bocanada de aire, impaciente por saber más.

—-En París, en realidad.

¡París! De inmediato imagino sofisticados vestidos, besos robados en el Pont Neuf, cotilleos con María Antonieta…

Asistí a una cena en casa de un amigo… —Hace una pausa y Su mirada se pierde a lo lejos, a varios siglos de distancia—. Y tú trabajabas allí como sirvienta.

¿Como sirvienta?

—Eras una de sus sirvientas. Eran personas muy ricas. Tenían muchas sirvientas.

Me quedo tumbada, atónita. No era eso lo que yo esperaba.

—No eras como las demás —asegura Damen, que ha convertido su voz casi en un susurro—. Eras hermosa. Increíblemente hermosa. Tu aspecto era muy parecido al que tienes ahora. —Esboza una sonrisa y respira hondo mientras juguetea con un mechón de mi cabello con los dedos—. Y, también al igual que ahora, eras huérfana. Habías perdido a toda tu familia en un incendio. Y, como no tenías un penique ni a nadie que te acogiera, mis amigos te dieron un empleo.

Trago saliva con fuerza. No sé muy bien lo que siento al respecto. ¿Qué sentido tiene reencarnarse si te ves obligada a sufrir el mismo dolor una y otra vez?

—Y sí, para que lo sepas, fue amor a primera vista. Quedé completa e irremisiblemente enamorado de ti. En el momento en que te vi, supe que mi vida jamás sería la misma.

Me mira. Tiene los dedos sobre mis sienes y su mirada me muestra ese instante en toda su intensidad, revelándome la escena como si yo estuviese allí.

Mi cabello rubio está oculto bajo un gorro; mis ojos azules parecen tímidos, con miedo a mirar a cualquiera; mis ropas son tan anodinas y mis dedos están tan encallecidos que mi belleza pasa desapercibida.

Pero Damen es capaz de apreciarla. En el instante en que entro en la estancia, sus ojos se encuentran con los míos. Su mirada atraviesa el andrajoso exterior y descubre el alma que se niega a esconderse. Es tan moreno, tan impactante, tan refinado, tan apuesto… que me doy la vuelta. Sé que solo los botones de su abrigo valen más de lo que yo ganaré en un año. Sé sin necesidad de volver a mirarlo que él está fuera de mi alcance…

—No obstante, tuve que moverme con cautela, porque…

—¡Porque ya estabas casado con Drina! —susurro mientras veo la escena en mi cabeza y oigo a uno de los invitados a la cena preguntar por ella.

Durante la cena, nuestras miradas se encuentran durante un instante mientras Damen responde:

—Drina está en Hungría. Hemos tomado caminos separados.

Sabe que eso ocasionará un escándalo, pero quiere que yo lo oiga, sin importar lo que piensen los demás…

—Ella y yo ya vivíamos separados, así que eso no era un problema. La razón por la que debía moverme con cautela es que confraternizar con los miembros de otras clases sociales era algo que estaba mal visto. Y, puesto que tú eras tan inocente y vulnerable en muchos sentidos, no quería ocasionarte ningún problema, sobre todo si tú no sentías lo mismo.

—¡Pero yo sentía lo mismo! —digo mientras veo que, a partir de esa noche, siempre que iba a la ciudad conseguía encontrarme con él.

—Me temo que tuve que recurrir a seguirte. —Me mira con expresión contrita—. Hasta que al final nos encontramos tantas veces «por casualidad» que empezaste a confiar en mí. Y entonces…

Y entonces comenzamos a reunimos en secreto: besos robados a la puerta de la entrada del servicio, un abrazo apasionado en un callejón oscuro o en el interior de su carruaje…

Pero ahora sé que nuestras reuniones no eran tan secretas como yo pensaba… —Suspira—. Drina no estaba en Hungría; estuvo todo el tiempo. Observando, planeando, decidida a recuperarme… a cualquier precio. —Respira hondo; el dolor de cuatro siglos atrás se ve dibujado en su rostro—. Yo quería cuidar de ti, Ever. Quería darte todo, cualquier cosa que tu corazón deseara. Quería tratarte como la princesa que habrías debido ser. Y cuando por fin conseguí convencerte para que huyeras conmigo, me sentí el hombre más feliz del mundo. íbamos a reunimos a medianoche…

—Pero jamás aparecí —le digo mientras lo «veo» pasearse de un lado a otro, preocupado, angustiado, convencido de que había cambiado de opinión…

—No fue hasta el día siguiente cuando descubrí que habías muerto en un accidente, que un carruaje te había atropellado cuando acudías a nuestra cita. —Y, cuando me mira, me revela su dolor… un dolor insoportable y destructivo que le destroza el alma—. En aquel entonces, jamás se me ocurrió pensar que Drina pudiera ser la responsable. No lo supe hasta que te lo confesó a ti. Parecía un accidente, un horrible y desafortunado accidente. Y supongo que estaba demasiado cegado por el dolor como para sospechar de nadie…

—¿Cuántos años tenía yo? —le pregunto casi sin aliento. Sé que era joven, pero quiero todos los detalles.

Damen me estrecha con más fuerza mientras recorre con los dedos las facciones de mi rostro.

—Tenías dieciséis años —contesta—, y te llamabas Evaline. —Sus labios juguetean junto a mi oreja.

—Evaline —susurro. Siento una conexión instantánea con mi desdichada reencarnación anterior, quien quedó huérfana muy joven, fue amada por Damen y murió a los dieciséis… al igual que mi actual reencarnación.

—No volví a verte hasta muchos años después, en Nueva Inglaterra. Te habías reencarnado en la hija de un puritano… y fue entonces cuando creí de nuevo en la felicidad.

—¿En la hija de un puritano? —Lo miro a los ojos mientras él me muestra a una chica de pelo oscuro y piel clara ataviada con un sobrio vestido azul—. ¿Todas mis vidas han sido tan aburridas? —Hago un gesto negativo con la cabeza—. ¿Y qué clase de horrible accidente me sucedió entonces?

—Te ahogaste —me dice con un suspiro; y en el mismo instante en que pronuncia esas palabras, me siento abrumada de nuevo por su dolor—. Estaba tan destrozado que volví en barco a Londres, donde viví de manera intermitente durante muchos años. Y estaba a punto de dirigirme a Túnez cuando volviste a aparecer como la hermosa, acaudalada y consentida hija de un terrateniente londinense.

—¡Muéstramelo! —Lo acaricio con la nariz, impaciente por ver una vida más glamurosa. Sus dedos me acarician la frente mientras una bonita morena con un despampanante vestido verde, un elaborado tocado y un montón de joyas aparece en mi mente.

Una joven caprichosa, rica y consentida (cuya vida consiste en una sucesión de fiestas y de viajes para hacer compras) que tiene la mirada puesta en otra persona… hasta que conoce a Damen.

—¿Y qué pasó esa vez? —pregunto. Me entristece verla rnarchar, pero necesito saber cómo murió.

—Una caída terrible. —Damen cierra los ojos—. A esas alturas, estaba convencido de que me estaban castigando: disponía de una vida eterna sin amor.

Rodea mi rostro con sus manos y sus dedos desprenden tanta ternura, tanta adoración, un hormigueo tan cálido y delicioso… que cierro los ojos y me acurruco aún más contra él. Me concentro en la sensación que me provoca su piel mientras nuestros cuerpos se aprietan con fuerza y todo lo que nos rodea desaparece: no existe el pasado ni el futuro, no existe nada salvo este instante en el tiempo.

Estoy con él, él está conmigo, y se supone que será así para siempre. Y, aunque todas esas vidas anteriores fueran interesantes, su único propósito era conducirnos hasta este momento. Ahora que Drina ha desaparecido, no hay nada que pueda interponerse en nuestro camino, nada que nos impida seguir adelante… salvo yo. Y aunque quiero saber todo lo que ocurrió con anterioridad, eso puede esperar. Ha llegado el momento de dejar atrás mis celos e inseguridades, de dejar de buscar excusas y de dar por fin, después de tantos años, ese gran salto hacia delante.

Sin embargo, cuando estoy a punto de decírselo, Damen se aparta súbitamente un segundo antes de que pueda acercarme a él.

—¿Qué pasa? —pregunto a voz en grito al ver que se aprieta las sienes con los dedos mientras se esfuerza por respirar. Y, cuando se vuelve hacia mí, no me reconoce y me atraviesa con la mirada.

No obstante, el momento desaparece tan rápido como aparece. Su mirada vuelve a llenarse de la calidez y el amor a los que he llegado a acostumbrarme mientras él se frota los ojos y sacude la cabeza.

Me mira antes de decir:

—No había sentido esto desde antes de… —Se queda callado y su mirada se pierde en la distancia—. Bueno, tal vez nunca. —Pero cuando ve la preocupación en mi rostro, añade—: Estoy bien, de verdad. —Y como ve que me niego a dejar de agarrarlo con fuerza sonríe y dice—: Oye, ¿te apetece dar un paseíto por Summerland?

—¿En serio? —pregunto con una mirada ilusionada.

La primera vez que visitamos ese maravilloso lugar, esa mágica dimensión entre dimensiones, yo estaba muerta. Y me quedé tan fascinada por su belleza que no quería marcharme. La segunda vez la visité con Damen. Y después de conocer todas sus magníficas posibilidades, siempre he querido regresar. Pero, puesto que solo los «espiritualmente avanzados» (o los que ya están muertos) pueden acceder a Summerland, no puedo ir allí sola.

—¿Por qué no? —replica al tiempo que se encoge de hombros.

—Bueno, ¿y qué pasa con mis lecciones? —le pregunto, intentando parecer interesada en los estudios y en aprender nuevos trucos cuando lo cierto es que prefiero con mucho ir a Summerland, donde todo puede hacerse sin esfuerzo y al instante—. Por no mencionar que no te sientes muy bien. —Le aprieto el brazo de nuevo y descubro que todavía no ha recuperado del todo la calidez habitual.

—También hay lecciones que deben aprenderse en Summerland. —Sonríe—. Y si me pasas la bebida, me sentiré lo bastante bien como para crear un portal.

Sin embargo, aunque le paso la botella y da unos cuantos tragos largos, no logra hacer aparecer el portal.

—¿Crees que podría ayudarte? —pregunto al ver el sudor que le cubre la frente.

—No… Casi… casi lo tenía. Dame un momento más —murmura con la mandíbula apretada, decidido a llegar hasta allí.

Yo también lo estoy. De hecho, dejo que los segundos se transformen en minutos, pero sigue sin ocurrir nada.

—No lo entiendo… —Entorna los ojos—. No me había ocurrido esto desde… desde que descubrí por primera vez cómo hacerlo.

—Tal vez se deba a que no te encuentras bien. —Lo observo mientras toma otro trago de bebida, y luego otro más… y otro. Y, cuando cierra los ojos y lo intenta de nuevo, obtiene los mismos resultados que antes—. ¿Puedo intentarlo?

—Olvídalo. No sabes cómo hacerlo —replica. Su voz tiene un tono cortante que intento no tomarme de manera personal, ya que sé que su frustración tiene que ver más consigo mismo que conmigo.

—Ya sé que no sé cómo hacerlo, pero creí que podrías enseñarme y así…

Sin embargo, antes de que pueda terminar la frase, Damen se levanta de la cama y comienza a pasearse por delante de mí.

—Se trata de un proceso, Ever. Me costó varios años aprender a llegar allí. No puedes leerte el final de un libro sin saber lo que viene antes. —Sacude la cabeza y se apoya contra mi escritorio. Su cuerpo está rígido y tenso, y su mirada se niega a sostener la mía.

—¿Y cuándo fue la última vez que te «leíste» un libro sin saber de antemano el planteamiento, el nudo y el desenlace? —pregunto con una sonrisa.

Él me mira unos instantes con expresión seria en su rostro de facciones duras antes de suspirar y acercarse a mí. Toma mi mano entre las suyas y me dice:

—¿Quieres intentarlo?

Asiento con la cabeza.

Me mira de arriba abajo. Está claro que piensa que no va a funcionar, pero desea complacerme más que ninguna otra cosa.

—Está bien. Ponte cómoda, pero no cruces así las piernas. Eso bloquea el Chi.

—¿El Chi?

—No es más que una forma rimbombante de decir «energía». —Sonríe—. A menos, claro, que quieras sentarte en la postura del loto; en ese caso estaría bien.

Me quito las chanclas y presiono las plantas de los pies contra la moqueta del suelo para estar tan cómoda y relajada como me lo permita el nerviosismo que me invade.

—Por lo general se requiere una larga serie de períodos de meditación, pero para tardar menos y puesto que tú ya tienes bastante experiencia, vamos a ir directamente al grano, ¿de acuerdo?

Asiento una vez más, impaciente por empezar.

—Bueno, quiero que cierres los ojos y que te imagines un velo resplandeciente de suave luz dorada que flota por encima de ti —dice al tiempo que entrelaza sus dedos con los míos.

Hago lo que me pide e imagino una réplica exacta del portal que me llevó antes allí, el que Damen colocó delante de mí para salvarme de Drina. Y es tan hermoso, tan brillante y tan luminoso que mi corazón se llena de alegría cuando levanto la mano hacia él, impaciente por sumergirla en ese radiante manantial de luz brillante, ansiosa por regresar a ese lugar mágico. Y justo cuando mis dedos entran contacto y están a punto de hundirse en él, el resplandor desap; ^e mi vista y regreso a mi habitación.

—¡No puedo creerlo! ¡Estaba tan cerca…! —Me giro hacia Damen—. ¡Estaba justo delante de mí! ¿Lo has visto?

Es increíble lo cerca que has estado —me dice. Y, aunque su rada es tierna, su sonrisa parece forzada.

—¿Puedo intentarlo de nuevo? ¿Y si lo intentamos juntos esta vez? —pregunto, pero mis esperanzas se vienen abajo en el momento en que él niega con la cabeza y se da la vuelta.

—Lo estamos haciendo juntos, Ever —murmura al tiempo que se enjuga la frente y aparta la mirada—. Me temo que no soy muy buen profesor.

—¡Eso es ridículo! Eres un profesor genial, lo que pasa es que hoy no tienes un buen día, eso es todo. —Sin embargo, cuando lo miro veo que no lo he convencido. Así que cambio de táctica y decido culpabilizarme—: Ha sido culpa mía. Soy una perezosa y una chapucera que se pasa la mayor parte del tiempo intentando distraerte de las lecciones para poder enrollarme contigo. —Le doy un apretón en la mano—. Pero eso se ha acabado. A partir de ahora voy a ponerme a trabajar muy en serio. Dame otra oportunidad y te lo demostraré.

Me mira. Es obvio que alberga serias dudas de que funcione, pero como no quiere desilusionarme, me da la mano para intentarlo de nuevo. Ambos cerramos los ojos para visualizar ese espléndido portal de luz. Y, justo cuando empieza a tomar forma, Sabine abre la puerta principal y comienza a subir las escaleras, lo cual nos desconcierta tanto que, como una exhalación, nos colocamos cada uno en un extremo de la habitación.

—Hola, Damen; he supuesto que era tu coche el que está aparcado en la entrada. —Mi tía se quita la chaqueta y recorre con unos cuantos pasos la distancia que la separa de mi escritorio. Todavía esta cargada de la energía de su oficina cuando estrecha la mano de Damen y se fija en la botella que tiene apoyada sobre la rodilla—. De modo que eres tú quien ha enganchado a Ever.

Pasea la mirada entre nosotros con los ojos entornados y los labios fruncidos, como si hubiese conseguido todas las pruebas que necesitaba.

Presa del pánico, miro a Damen de reojo con un nudo en la garganta y me pregunto cómo va a explicárselo.

Sin embargo, Damen opta por desdeñar el comentario con una risotada antes de decir:

—¡Soy culpable! A la mayoría de la gente no le hace gracia, pero, sea por la razón que sea, a Ever parece gustarle. —Esboza una sonrisa que pretende ser persuasiva y encantadora y que, en mi opinión, es ambas cosas a la vez.

Sin embargo, Sabine sigue mirándolo, impasible. —Al parecer, eso es lo único que le interesa ya. He comprado kilos y kilos de alimentos, pero se niega a comer.

—¡Eso no es cierto! —exclamo, enfadada al ver que empieza con eso una vez más, y encima delante de Damen. Pero cuando veo la mancha de batido en su blusa, mi enfado se transforma en indignación—. ¿De dónde ha salido esa mancha? —pregunto mientras la señalo con el dedo como si se tratara de la letra escarlata, de una señal de deshonra. Sé que debo hacer cualquier cosa para convencerla de que no vuelva allí.

Se mira la blusa y se la frota con los dedos mientras lo piensa; luego hace un gesto negativo con la cabeza, se encoge de hombros y dice:

—Me he chocado con alguien. —Y por la manera en que lo dice, tan casual, tan indiferente, tan despreocupada, resulta obvio que ella no está ni de cerca tan impresionada por ese encuentro como parece estarlo Muñoz—. Bueno, ¿sigue en pie lo de la cena del sábado? Pegunta.

Trago saliva con fuerza mientras insto telepáticamente a Damen a que asienta, sonría y responda que sí, aunque en realidad no tiene ni la más remota idea de lo que está hablando mi tía, ya que he olvidado mencionárselo.

—He reservado mesa a las ocho —agrega Sabine.

Contengo la respiración mientras observo cómo Damen asiente y sonríe, tal y como le he pedido que haga. Incluso da un paso más allá y añade:

—No me lo perdería por nada de] mundo.

Estrecha la mano de Sabine y se dirige hacia la puerta sin soltarme. Sus dedos están entrelazados con los míos y me provocan un maravilloso y cálido hormigueo en todo el cuerpo.

—Siento todo este asunto de la cena —le digo al tiempo que alzo la vista para mirarlo a los ojos—. Supongo que esperaba que estuviera demasiado ocupada con el trabaja como para acordarse.

Aprieta con fuerza los labios contra mi mejilla antes de meterse en el coche.

—Se preocupa por ti. Quiere asegurarse de que soy lo bastante bueno para ti, de que soy sincero y de que no voy a hacerte daño. Créeme, ya he pasado por esto antes. Y, aunque puede que haya estado cerca una o dos veces, no recuerdo ninguna ocasión en la que no haya superado una inspección. —Sonríe.

—Ah, sí, el estricto padre puritano… —le digo mientras me imagino a la encarnación perfecta de un padre despótico.

—Te sorprenderías… —dice Damen con una sonrisa—. La verdad es que el terrateniente rico imponía mucho más. Y, aun así, conseguí metérmelo en el bolsillo.

—Quizá algún día estés dispuesto a mostrarme «tu» pasado —le digo—. Ya sabes, cómo era tu vida antes de conocerme. Tu hogar, tus padres, cómo te convertiste en lo que eres… —Mi voz se apaga al ver el dolor que relampaguea en sus ojos. Sé que todavía no está preparado para hablar de eso. Siempre se cierra en banda, se niega a compartirlo conmigo, y lo único que consigue es que sienta aún más curiosidad.

—Nada de eso tiene importancia —replica al tiempo que me suelta la mano y juguetea con los espejos retrovisores para no tener que mirarme—. Lo único que importa es el presente.

—Ya, claro… Pero, Damen… —empiezo a decir, deseando explicarle que no se trata de satisfacer mi curiosidad, sino de establecer un vínculo íntimo. Quiero que me confíe esos secretos que ha guardado tanto tiempo. Sin embargo, cuando lo miro de nuevo, sé que es mejor no presionarlo. Además, puede que haya llegado la hora de que yo también confíe un poco más en él—. He estado pensando… —le digo mientras enredo los dedos en el dobladillo de mi camiseta. El me mira con la mano en la palanca de cambios, listo para meter la marcha atrás—. ¿Por qué no haces esa reserva? —Asiento con la cabeza y aprieto los labios mientras lo miro a los ojos—. Ya sabes, en el Montage o en el Ritz —añado.

Contengo el aliento cuando sus hermosos ojos recorren mi rostro de arriba abajo.

—¿Estás segura?

Hago un gesto afirmativo con la cabeza. Sé que lo estoy. Hemos esperado este momento durante cientos de años, así que ¿por qué demorarlo más?

—Más que segura —le digo sin apartar la mirada de la suya

Damen sonríe y su rostro se ilumina por primera vez en todo el día. Me siento muy aliviada al ver que parece normal de nuevo después de su extraño comportamiento previo (su distanciamiento en el instituto, su incapacidad para hacer aparecer el portal, su malestar), impropio del Damen que conozco. Siempre es tan fuerte, tan sexy, tan guapo, tan invencible… tan inmune a los momentos de debilidad y a los días malos, que verlo tan vulnerable me ha dejado mucho más preocupada de lo que estoy dispuesta a admitir.

—Considéralo hecho —replica al tiempo que llena mis brazos con docenas de tulipanes rojos antes de marcharse a toda velocidad.