Capítulo cuatro

Cuando por fin suena el timbre que indica el final de la cuarta hora, me aparto de mi mesa para acercarme al señor Muñoz.

—¿Estás segura de que has terminado? —me pregunta al tiempo que levanta la vista del montón de papeles—. Si necesitas un minuto más, no hay problema.

Le echo un vistazo a la hoja de mi examen y hago un gesto negativo.

Me pregunto cómo reaccionaría si supiera que lo he terminado cuarenta y cinco segundos después de que me lo diera, y que después me he pasado los cincuenta minutos siguientes fingiendo esforzarme.

—Así está bien —replico con seguridad. Una de las ventajas de tener poderes psíquicos es que no tengo que estudiar, ya que de algún modo «sé» todas las respuestas. Y, aunque a veces siento la tentación de fanfarronear y bordar mis exámenes con una larga hilera de dieces, por lo general intento contenerme y contestar mal algunas preguntas, puesto que es importante no pasarse de la raya.

Al menos eso es lo que dice Damen. Siempre me recuerda lo importante que es pasar desapercibido, o al menos parecer normal…, aunque nosotros somos cualquier cosa menos normales. Con todo, la primera vez que lo dijo no pude evitar recordarle que cuando nos conocimos los tulipanes aparecían de la nada por decenas. No obstante, él se limitó a decirme que tuvo que hacer algunas concesiones para cortejarme, y que eso le llevó más tiempo de lo necesario porque yo no me molesté en averiguar que significaban «amor eterno» hasta que casi fue demasiado tarde.

Le entrego la hoja al señor Muñoz y doy un respingo cuando nuestros dedos entran en contacto. Aunque no ha sido más que un roce de la piel, es suficiente para mostrarme mucho más de lo que necesito saber: obtengo una visión bastante clara de cómo ha sido su mañana hasta ese momento. Lo veo todo: veo el lío increíble que tiene en su apartamento, con la mesa de la cocina plagada de recipientes de comida a domicilio y múltiples versiones del manuscrito en el que lleva trabajando los últimos siete años; lo veo a él cantando «Born to Run» a todo pulmón mientras trata de encontrar una camisa limpia antes de dirigirse a Starbucks, donde tropieza con una rubita que le derrama todo su batido por la pechera… dejando una molesta mancha húmeda y fría que la hermosa sonrisa femenina parece borrar. Una sonrisa gloriosa que el señor Muñoz no parece poder olvidar… Una sonrisa gloriosa que es… ¡la de mi tía!

—¿Quieres esperar mientras lo corrijo?

Asiento, al borde de la hiperventilación, mientras me concentro en su bolígrafo rojo. Reproduzco la escena que acabo de ver en mi cabeza y siempre llego a la misma y horrible conclusión: ¡a mi profesor de historia le pone Sabine!

No puedo permitir que mi tía vuelva a las andadas. Quiero decir que por el simple hecho de que ambos sean inteligentes, monos y solteros no significa que tengan que salir juntos.

Me quedo allí de pie, paralizada, incapaz de respirar. Me esfuerzo por bloquear los pensamientos que inundan la cabeza del profesor concentrándome en la punta de su bolígrafo. Observo la hilera de puntitos rojos que se convierten en marcas en las preguntas diecisiete y veinticinco… tal y como había calculado.

—Solo tienes dos mal. ¡Muy bien! —Sonríe y se pasa los dedos por la mancha de su camisa mientras se pregunta si volverá a verla de nuevo—. ¿Te gustaría saber cuáles son las respuestas correctas?

«La verdad es que no», pienso, impaciente por marcharme lo antes posible, y no solo para ir a comer y ver a Damen, sino porque temo que sus fantasías tomen un cariz que me obligue a salir corriendo.

No obstante, sé que lo normal sería parecer al menos un poco interesada, así que respiro hondo, sonrío y asiento, como si no deseara otra cosa en el mundo. Y cuando me pasa la plantilla de las respuestas, la coloco sobre el examen y le digo:

—Vaya, mire eso, puse mal la fecha. —Y también—: ¿Cómo es posible que no supiera eso? ¡No lo puedo creer!

El se limita a asentir, sobre todo porque sus pensamientos han vuelto a la rubia… también conocida como «¡la única mujer del universo con la que tiene absolutamente prohibido quedar!», mientras se pregunta si estará al día siguiente en el mismo sitio y en el mismo lugar.

Y, aunque pensar que los profesores también sienten lujuria me parece asqueroso en líneas generales, el hecho de que este profesor en particular sienta deseo sexual por alguien que en la práctica es como una madre para mí… es algo por lo que no paso.

Sin embargo, en ese momento recuerdo que unos meses atrás tuve una visión de Sabine quedando con un tipo muy mono de su edificio. Y, puesto que Muñoz trabaja aquí y Sabine trabaja allí, supongo que en realidad no existe una amenaza seria de que mis dos mundos entren en conflicto. Pero, por si acaso, sonrío y me obligo a decir:

—Bueno, ha sido casualidad.

Él me mira con el gesto torcido, intentando encontrar el sentido a mis palabras.

Y, aunque sé que he ido demasiado lejos, que estoy a punto de decir algo que dista muchísimo de la normalidad, lo cierto es que me da la impresión de que no tengo más remedio. No puedo permitir que mi profesor de historia salga con mi tía. No puedo tolerarlo. Simplemente, no puedo.

Así pues, señalo la mancha de su camisa y añado:

—Esa mujer, la del batido, ¿la recuerda?… —Asiento al ver la expresión alarmada de su rostro—. Dudo mucho que vuelva. En realidad, no va allí muy a menudo.

Y, antes de decir algo más que no solo haga trizas sus sueños sino que también confirme que soy un bicho raro, me cuelgo la mochila del hombro, corro hacia la puerta y me libero de la energía del señor Muñoz mientras me dirijo hacia el comedor, donde me espera Damen sentado a una mesa. Estoy impaciente por verlo después de pasar tres largas horas separados.

Sin embargo, cuando llego a donde está, la escena no resulta tan acogedora como yo esperaba. Hay un chico nuevo sentado a su lado, en mi sitio, que es el centro de atención y Damen apenas nota mi presencia.

Me apoyo contra el borde de la mesa y observo cómo todos se echan a reír por algo que ha dicho el chico nuevo. Como no quiero interrumpirlos ni quedar como una grosera, me siento frente a Damen en lugar de a su lado, como de costumbre.

—¡Dios, eres tan gracioso! —dice Haven, que se inclina hacia delante y acaricia un instante la mano del chico nuevo. Sonríe de una forma que deja claro que su nuevo novio, Josh, su supuesta alma gemela, ha pasado al olvido por el momento—. Es una pena que te lo hayas perdido, Ever; este tío es tan desternillante ¡que Miles se ha olvidado incluso de su grano!

—Gracias por recordármelo. —Miles frunce el ceño y busca con el dedo la zona de su barbilla donde está el grano… pero ha desaparecido.

Abre los ojos de par en par y nos mira a todos en busca de una confirmación de que la espinilla tamaño mamut, la pesadilla de esta mañana, ha desaparecido realmente. No puedo evitar preguntarme si esa súbita desaparición está relacionada conmigo, con la forma en que lo he tocado en el aparcamiento, porque eso significaría que tengo poderes mágicos de sanación.

Sin embargo, la idea apenas cruza mi mente cuando el chico nuevo aclara:

—Te dije que funcionaría. Es alucinante. Quédate el resto por si vuelve a salir.

Entorno los ojos y me pregunto cómo ha tenido tiempo suficiente para ocuparse del rostro de Miles cuando acabo de conocerlo.

—Le he dado una pomada —me dice el tipo al tiempo que se gira hacia mí—. Miles y yo coincidimos a primera hora. Por cierto, me llamo Roman.

Lo miro mientras me fijo en el color amarillo brillante del aura que lo rodea, cuyos límites se extienden de forma cariñosa, como si pretendiera darnos a todos un caluroso abrazo. Luego contemplo sus ojos azul oscuro, su piel bronceada, su pelo rubio y despeinado, su ropa informal con el toque justo de sofisticación… y, a pesar de lo guapo que es, mi primer impulso es salir corriendo. Me ofrece una de esas sonrisas lánguidas y relajadas que te dan un vuelco en el corazón, pero tengo los nervios tan a flor de piel que me resulta imposible devolvérsela.

—Tú debes de ser Ever —dice al tiempo que retira la mano, que ni siquiera había visto extendida y que esperaba ser estrechada antes de apartarse.

Miro de reojo a Haven, que se siente visiblemente horrorizada por mi falta de modales, y después a Miles, que está demasiado ocupado mirándose en el espejo como para notar mi metedura de pata. Sin embargo, cuando Damen estira el brazo por debajo de la mesa y me da un apretón en la rodilla, me aclaro la garganta, miro a Roman y le digo:

—Ah, sí, soy Ever. —Aunque me obsequia con una nueva sonrisa, su método sigue sin funcionar. Lo único que consigue es que se me encoja el estómago y me entren náuseas.

—Al parecer tenemos muchas cosas en común —dice, a pesar de que no logro imaginarme qué pueden ser esas cosas—. Me siento dos filas por detrás de ti en historia. Y al ver cómo te esforzabas no he podido evitar pensar que había al menos otra persona que detestaba la historia casi tanto como yo.

—Yo no detesto la historia —replico inmediatamente, demasiado a la defensiva. Mi voz tiene un matiz cortante que provoca la mirada de reproche de todos los presentes. Así que miro a Damen en busca de confirmación, segura de que es el único que puede sentir el inquietante torrente de energía que fluye desde Roman hasta mí.

No obstante, él se encoge de hombros y le da un sorbo a la bebida roja, como si todo fuera de lo más normal y no hubiera notado nada. Así que me giro de nuevo hacia Roman y exploro su mente, aunque lo único que escucho es un montón de pensamientos inofensivos que, aunque bastante infantiles, son básicamente agradables. Y eso significa que el problema es mío.

—¿De verdad? —Roman arquea las cejas y se inclina hacia mí—. Investigar el pasado, explorar todos esos lugares y fechas de antaño, examinar la vida de personas que vivieron hace muchos siglos y que ahora no tienen ninguna relevancia… ¿No te molesta? ¿No te aburre soberanamente?

«¡Solo cuando esa gente, esos lugares y esas fechas están relacionadas con mi novio y sus seiscientos años de juerga!»

Pero solo lo pienso. No lo digo. En lugar de eso, me encojo de hombros y replico:

—Se me da bien. De hecho, ha sido bastante fácil. He aprobado.

El chico asiente y me recorre con la mirada de arriba abajo sin perderse un solo detalle.

—Es bueno saberlo. —Esboza una sonrisa—. Muñoz me ha dado de plazo el fin de semana para ponerme al día, tal vez tú puedas ayudarme.

Echo un vistazo a Haven: sus ojos se han vuelto oscuros y su aura ha adquirido un horrible tono verdoso a causa de los celos; a continuación miro a Miles, que ya ha dejado su grano y está escribiéndole un mensaje de texto a Holt; y por último a Damen, que parece ajeno a lo que está ocurriendo y tiene la mirada perdida, concentrada en algo que no puedo ver. Y, aunque sé que me estoy comportando de manera ridícula, que el claval parece caerles bien a todos los demás y que debería hacer lo posible por ayudarle, hago un gesto indiferente con los hombros y le digo:

—Me consta que no hace falta.

Me resulta imposible pasar por alto el hormigueo de mi piel y el nudo en el estómago que siento cuando sus ojos se enfrentan a los míos. Roman muestra sus dientes blancos y perfectos en una sonrisa antes de decir:

—Es muy amable por tu parte concederme el beneficio de la duda, Ever, aunque no estoy seguro de que hayas hecho lo correcto.