Capítulo tres

Pese a haberme quedado dormida, consigo salir por la puerta y llegar a casa de Miles a tiempo. Ahora que Riley no está aquí para distraerme, la verdad es que tardo mucho menos que antes en prepararme. Y aunque me fastidiaba un montón que se encaramara a mi cómoda ataviada con uno de sus estúpidos disfraces de Halloween mientras me acribillaba a preguntas sobre novios y se burlaba de mi ropa, desde que la convencí para que siguiera adelante, para que cruzara el puente y se reuniera con nuestros padres y con Buttercup, que la estaban esperando, no he sido capaz de volver a verla.

Y eso significa que ella tenía razón. Solo puedo ver las almas que se han quedado atrás, no las que ya han cruzado.

Y, como siempre que pienso en Riley, se me hace un nudo en la giganta y empiezan a escocerme los ojos, y no puedo evitar preguntarme si algún día asimilaré el hecho de que se ha ido. Que se ha ido unitiva e irreversiblemente. Si bien a estas alturas debería saber lo bastante sobre pérdidas como para darme cuenta de que jamás dejas de echar de menos a alguien: como mucho aprendes a vivir con el enorme Vacío que deja su ausencia.

Me enjugo las lágrimas a la entrada de la casa de Miles. Recuerdo que Riley me prometió que me enviaría una señal, algo que me demostrara que ella estaba bien. No obstante, aunque me he aferrado a esa promesa y he permanecido alerta y vigilante ante cualquier señal que indique su presencia, hasta ahora no he visto nada.

Miles abre la puerta y, antes de que tenga tiempo de decirle «Hola», él levanta la mano y dice:

—No hables. Solo mírame la cara y dime lo que ves. ¿Qué es lo primero en lo que te has fijado? Y no se te ocurra mentir.

—En tus preciosos ojos castaños —le digo al escuchar los pensamientos que le rondan por la cabeza. No es la primera vez que me entran ganas de enseñarles a mis amigos cómo ocultar sus pensamientos y mantener sus asuntos privados… precisamente en privado. Pero para eso tendría que revelar que soy capaz de leer la mente, de ver las auras y de percibir psíquicamente los secretos… Y eso es algo que no estoy dispuesta a hacer.

Miles sacude la cabeza y sube al coche antes de bajar el espejo del parasol para inspeccionarse la barbilla.

—Eres una mentirosa… Mira, ¡está justo aquí! Es como un farolillo rojo imposible de pasar por alto, así que no te atrevas a fingir que no lo has visto.

Le echo un vistazo mientras retrocedo por el camino de entrada y veo el grano que se ha atrevido a aparecer en su rostro, aunque lo que más me llama la atención es su laca de uñas rosa.

—Bonitas uñas —le digo antes de echarme a reír.

—Son para la obra. —Esboza una sonrisa desdeñosa sin dejar de mirarse el grano—. ¡No puedo creerlo! Es como si todo se hubiera echado a perder justo cuando las cosas estaban saliendo a la perfección. Los ensayos han ido genial, me sé todas mis frases tan bien como los demás… Creí que estaba total y completamente preparado… ¡Y ahora esto! —Se señala la cara con el dedo.

—Son los nervios —le digo, y le echo un vistazo justo antes de que el semáforo se ponga en verde.

—¡Exacto! —Asiente con la cabeza—. Y eso demuestra que no soy más que un aficionado. Porque los profesionales, los profesionales de verdad, no se ponen nerviosos. Se limitan a sumergirse en su área creativa y… crean. Quizá no esté hecho para esto. —Me mira con la cara tensa por la preocupación—. Quizá conseguí el papel protagonista de pura chiripa.

Lo miro de reojo mientras recuerdo que Drina aseguró haber manipulado la mente del director a fin de aumentar su interés por Miles. Pero aunque fuera cierto, eso no significa que Miles no pueda apañárselas, que no sea el mejor para el papel.

—Eso es ridículo. —Niego con la cabeza—. Hay muchísimos actores que se ponen nerviosos, que sienten pánico escénico o como se llame. De verdad. Ni te imaginas las historias que Riley solía contarm… —Me quedo en silencio con los ojos como platos y la boca abierta de par en par, sabiendo que nunca podré terminar esa frase. Que jamás podré divulgar las historias que recabó mi difunta hermanita, a quien le encantaba espiar a la élite de Hollywood—. De todas formas, ¿no te vas a poner algo así como un kilo de base de maquillaje?

Miles me mira de soslayo.

—Sí. Claro. ¿Adonde quieres ir a parar? La representación es el virnes y, por si no lo sabías, mañana resulta que es viernes. Esto no habrá desaparecido para entonces.

—Supongo que no. —Me encojo de hombros—. Pero me refería a que puedes cubrirlo con maquillaje, ¿no?

Miles pone los ojos en blanco y tuerce el gesto.

—Vaya, así que puedo lucir un enorme farolillo de color carne, ¿eso es lo que pretendes decir? Pero ¿tú lo has visto? No hay forma de disimularlo. ¡Tiene su propio ADN! ¡Hasta proyecta sombra!

Entro en el aparcamiento del instituto y ocupo mi sitio de siempre, el que está justo al lado del brillante BMW negro de Damen. Y cuando miro a Miles una vez más, por alguna razón inexplicable siento el impulso de tocarle la cara. Como si mi dedo índice se viera atraído sin remedio hacia el grano de su barbilla.

—¿Qué estás haciendo? —pregunta mi amigo, que se aparta dando un respingo.

—Solo… quédate quieto —susurro, sin tener ni idea de lo que hago ni de por qué lo hago. Lo único que sé es que mi dedo tiene un objetivo muy claro en mente.

—Bueno, ¡ni se te ocurra tocarlo! —grita en el preciso instante en que entro en contacto con su piel—. Genial, esto es genial. Ahora seguro que se hace el doble de grande. —Sacude la cabeza y sale del coche.

No puedo evitar sentirme decepcionada al ver que la espinilla sigue ahí. Supongo que tenía la esperanza de haber desarrollado algún tipo de habilidad sanadora. Desde que Damen me dijo, justo después de que decidiera aceptar mi destino y empezar a beber el líquido inmortal, que podía experimentar algunos cambios, como una mejora en las habilidades psíquicas (que yo no deseo), superhabilidades físicas (con las que podría sin duda mejorar mis notas en educación física), entre otras habilidades (como la capacidad para curar a los demás, algo que me habría encantado poder hacer), he estado atenta a la aparición de cualquier cosa extraordinaria. Sin embargo, hasta el momento, lo único que he conseguido ha sido un par de centímetros más de piernas, lo cual me obliga a comprarme otros vaqueros. Y eso es algo que probablemente hubiera ocurrido de todas formas con el paso del tiempo.

Cojo la mochila y salgo del coche; mis labios se encuentran con los de Damen en el mismo instante en que él se sitúa a mi lado.

—Vale, en serio. ¿Cuánto va a durar esto?

Ambos nos separamos para mirar a Miles.

—Sí, estoy hablando con vosotros. —Nos apunta con el dedo—. Me refiero a los besos, a los abrazos y a lo de darnos el tostón con vuestras constantes ñoñerías. —Sacude la cabeza y entorna los ojos—. Hablo en serio. Esperaba que a estas alturas ya hubierais acabado con todo ese rollo. No me malinterpretéis, a todos nos alegra mucho que Damen haya vuelto al instituto, que salgáis juntos de nuevo y que penséis vivir felices y comer perdices. Pero ¿no creéis que ha llegado el momento de moderar las cosas un poco? Porque algunos de nosotros no somos tan felices como vosotros. Algunos de nosotros andamos algo necesitados de amor.

—¿Andas necesitado de amor? —le pregunto con una carcajada. No me ofende lo más mínimo nada de lo que ha dicho, ya que sé que tlene mucho más que ver con los nervios de la representación que con Damen y conmigo—. ¿Qué ha pasado con Holt?

—¿Holt? —repite con un gruñido—. ¡Ni se te ocurra mencionar a Holt ¡No sigas por ahí, Ever! —Sacude la cabeza y se da la vuelta para dirigirse a la puerta de entrada.

—¿Qué es lo que pasa? —pregunta Damen, que me da la mano y enlaza sus dedos con los míos. Sus ojos revelan que aún me quiere, a pesar de lo que ocurrió ayer.

—Mañana es el estreno. —Me encojo de hombros—. Está tan asustado que le ha salido un grano en la barbilla y, claro, ha decidido que nosotros somos los culpables —le explico mientras observo cómo Miles entrelaza su brazo con el de Haven para guiarla hasta la clase.

—No volveremos a hablaros —dice mi amigo al tiempo que nos mira por encima del hombro con el ceño fruncido—. Nos pondremos en huelga hasta que dejéis de actuar como tortolitos enamorados, o hasta que este grano desaparezca, lo que ocurra primero —dice medio en serio.

Haven se echa a reír y sigue caminando a su lado mientras Damen y yo entramos en clase de lengua. Pasamos junto a Stacia Miller, que sonríe con dulzura a Damen antes de intentar ponerme la zancadilla.

Sin embargo, justo cuando deja caer su pequeño bolso en mi camino con la esperanza de provocar una sonora y humillante caída de bruces, «visualizo» cómo se eleva el bolso y «percibo» cómo se estampa contra su rodilla. Y aunque también puedo sentir el dolor, no puedo dejar de alegrarme.

—¡Ayyy! —gime al tiempo que se frota la rodilla y me fulmina con la mirada, a sabiendas de que no tiene ninguna prueba tangible de que lo ocurrido sea culpa mía.

Yo me limito a pasar de ella y a sentarme en mi sitio. Ya se me da mejor ignorarla. Desde que logró que me expulsaran por beber en el instituto he hecho todo lo posible por no cruzarme en su camin0, Pero a veces… a veces no puedo evitarlo.

—No deberías haber hecho eso —susurra Damen, que intenta componer una mirada de reproche mientras se inclina hacia mí.

—Por favor… Eres tú quien quiere que practique la manifestación —digo antes de encogerme de hombros—. Parece que las lecciones por fin empiezan a dar sus frutos.

Me mira y sacude la cabeza.

—¿Sabes? La cosa está incluso peor de lo que pensaba —me dice—, porque, para tu información, lo que acabas de hacer era telequinesia, no manifestación. ¿Ves lo mucho que te queda por aprender?

—¿Tele… qué? —Entorno los párpados. El término no me resulta familiar, aunque la acción ha sido bastante divertida.

Me da la mano. Una sonrisa juguetea en la comisura de su boca cuando me susurra:

—He estado pensando…

Echo un vistazo al reloj, compruebo que pasan ya cinco minutos de las nueve y me doy cuenta de que el señor Robins acaba de salir de la sala de profesores.

—El viernes por la noche. ¿Te apetece que vayamos a algún lugar… especial? —pregunta con una sonrisa.

—¿A Summerland, por ejemplo? —Mis ojos se abren de par en par y mi pulso se acelera. Me muero por regresar a ese lugar mágico y místico. Una dimensión entre dimensiones donde puedo hacer aparecer océanos y elefantes, donde puedo mover cosas mucho más grandes que bolsos-proyectil de Prada… Necesito que Damen me lleve allí.

Sin embargo, él se ríe y niega con la cabeza.

—No, a Summerland no. Aunque volveremos allí, te lo prometo. Estaba pensando en ir a… no sé… tal vez al Montage o al Ritz, ¿qué te parece? —pregunta arqueando las cejas.

—Pero la obra de Miles es el viernes y le prometí que estaríamos allí —le explico, consciente de que había olvidado convenientemente el estreno de la representación de Hairspray de Miles cuando pensaba que iba a ir a Summerland y que, ahora que sé que Damen quiere ir a uno de los hoteles más lujosos de la zona…, mi memoria se ha recuperado de repente.

—Vale, entonces iremos después del estreno, ¿te parece? —sugiere. Sin embargo, cuando me mira, cuando ve lo mucho que vacilo y cómo aprieto los labios en busca de una buena excusa para rechazar su proposición, asiente—. Está bien, no lo haremos. Solo era una idea.

Lo observo con la certeza de que debería aceptar, con la certeza de que quiero aceptar. Escucho una voz en mi cabeza que grita: «¡Di que sí! ¡Di que sí! Te prometiste a ti misma que darías un paso hacia delante sin mirar atrás, y ahora tienes la oportunidad de hacerlo, así que… ¡lánzate de una vez y hazlo! ¡Solo… di… sí!».

Con todo, aunque estoy convencida de que ya es hora de avanzar, aunque quiero a Damen con todo mi corazón y estoy decidida a olvidar su pasado para dar el siguiente paso, las palabras que salen de mi boca son muy distintas.

—Ya veremos —le digo. Aparto la mirada y la clavo en la puerta justo en el momento en que entra el señor Robins.