Capítulo dos

Aunque Damen puede percibir el momento exacto en el que mi tía Sabine dobla por nuestra calle y se acerca al camino de entrada, no es esa la razón por la que se marcha.

Se marcha por mí.

Por el simple hecho de que me ha perseguido durante cientos de años, me ha buscado en todas mis encarnaciones solo para que podamos estar juntos.

Pero nunca hemos estado «juntos».

Lo que significa que «eso» jamás ha ocurrido.

Al parecer, cada vez que estábamos a punto de dar el siguiente paso y consumar nuestro amor, su ex mujer, Drina, aparecía y me mataba.

Sin embargo, ahora que la he matado (acabé con ella con un certero aunque débil golpe en su maltrecho chacra del corazón) no hay nada ni nadie que se interponga en nuestro camino.

Salvo yo.

Porque aunque quiero a Damen con todo mi ser, y desde luego que deseo dar el siguiente paso, no puedo dejar de pensar en los últimos seiscientos años.

Y en cómo decidió vivirlos Damen. (De una forma poco habitual, según él.)

Y en con quién decidió vivirlos. (Además de a su ex mujer, Drina, ha mencionado a muchas otras.)

Y, bueno, por mucho que deteste admitirlo, saber eso hace que me sienta un poco insegura.

Vale, puede que muy insegura. Está claro que la patética y corta lista de chicos a los que he besado no puede compararse con sus seis siglos de meritorias conquistas.

Y, aunque sé que es ridículo, aunque sé que Damen me ha querido durante siglos, el hecho es que el corazón atiende a razones que la razón no entiende.

Y, en mi caso, nunca mejor dicho.

No obstante, cada vez que Damen viene a darme una de sus lecciones, consigo convertir el momento en una prolongada sesión de besos y empiezo a pensar: «¡Ya está! ¡Esta vez sí que va a pasar!».

Pero luego lo ahuyento de mí como si fuera el peor de los tormentos.

Y la verdad es que él no habría podido expresarlo mejor. No puede cambiar su pasado. Las cosas son como son. Y lo hecho hecho está. No se puede rebobinar. No hay vuelta atrás.

Lo único que la gente puede hacer es seguir adelante.

Y eso es justo lo que debo hacer.

Dar ese enorme salto sin hacerme preguntas, sin mirar atrás. Olvidar el pasado y labrarme un futuro.

Ojalá fuera tan fácil…

—¿Ever? Sabine sube por las escaleras mientras yo recorro la habitación en un frenético intento por ordenarla, me siento frente al escritorio y trato de fingir que estoy ocupada—. ¿Todavía estás levantada? —pregunta al tiempo que asoma la cabeza por la puerta. Aunque tiene el traje arrugado y los ojos cansados y enrojecidos, el aura que flota a su alrededor muestra un bonito tono verde.

—Estaba terminando algunos deberes —respondo antes de apartar el ordenador portátil, como si lo hubiera estado utilizando.

—¿Has comido? —Se apoya contra el marco de la puerta con los ojos entornados en una expresión suspicaz. Su aura se aproxima a mí: es un detector de mentiras que, sin saberlo, mi tía lleva consigo a todas partes.

—Por supuesto —replico. Asiento y sonrío en un esfuerzo por parecer sincera, aunque lo cierto es que siento la mentira grabada en mi rostro.

Odio tener que mentir a la gente. Sobre todo, a ella. Y más después de lo que ha hecho por mí, después de acogerme tras el accidente en el que murió toda mi familia. Lo cierto es que no tenía por qué hacerlo. Que sea mi único pariente vivo no significa que no pudiera haberse negado. Y seguro que se pasa la mayor parte del tiempo deseando haberlo hecho. Su vida era mucho menos complicada antes de mi llegada.

—Me refiero a si has tomado algo que no sea esa bebida roja.

Señala con la cabeza la botella que hay sobre mi escritorio, el líquido rojo opalescente de extraño sabor amargo que ya apenas me repugna como antes. Lo cual es positivo, ya que, según Damen, tendré que beberlo durante el resto de la eternidad. No es que no pueda tomar comida de verdad, es solo que ya no me apetece. Mi brebaje inmortal me proporciona todos los nutrientes que necesito. Y no importa si bebo mucho o poco, siempre me siento saciada.

Sin embargo, sé lo que mi tía está pensando. Y no solo porque puedo leer todos sus pensamientos, sino porque yo solía pensar lo mismo de Damen. Me molestaba muchísimo ver cómo apartaba la comida y «fingía» comer. Hasta que descubrí su secreto, claro está.

—Yo… bueno, he picado algo antes —digo al fin, intentando no apretar los labios, apartar la mirada ni encogerme: mis habituales signos delatores—. Con Miles y con Haven —añado con la esperanza de que eso explique la falta de platos sucios, aunque sé que proporcionar muchos detalles dispara la alerta: «¡Mentiroso a la vista!». Además, Sabine es una de las mejores abogadas de su prestigioso bufete, con lo cual se le da increíblemente bien detectar a un farsante. No obstante, reserva ese particular don suyo para su vida profesional, mientras que en su vida privada, prefiere creer a pies juntillas.

Salvo hoy. Hoy no está dispuesta a tragarse nada de lo que le digo. En lugar de eso, me mira y dice:

—Estoy preocupada por ti.

Me giro para mirarla a la cara con la esperanza de parecer sincera, dispuesta a escuchar sus preocupaciones, a pesar de que me ha dejado atónita.

—Estoy bien —le digo, y sonrío para que se lo crea—. De verdad. Estoy sacando buenas notas, me llevo bien con mis amigos, y Damen y yo estamos… —Me quedo callada al darme cuenta de que jamás le he hablado sobre mi relación, jamás la he definido con exactitud, reservándome la información para mí. Y lo cierto es que ahora que he empezado la frase no sé muy bien cómo terminarla.

Bueno, decir que somos novios sonaría demasiado frívolo e inadecuado si se tiene en cuenta nuestro pasado, nuestro presente y nuestro futuro, porque es evidente que la historia que hemos compartido nos convierte en mucho más que eso. Con todo, tampoco pienso proclamar en voz alta que somos almas gemelas y compañeros eternos: sonaría demasiado cursi. Y para ser sincera, prefiero no calificar la relación que nos une. Ya me confunde bastante tal como está. Además, ¿qué podría decirle a mi tía? ¿Que nos hemos querido durante siglos pero que todavía no hemos conseguido dar el siguiente paso?

—Bueno, a Damen y a mí… nos va muy bien —digo por fin. Trago saliva al darme cuenta de que he dicho «bien» y no «genial», lo que debe de ser la primera verdad que ha salido de mi boca en todo el día.

—Así que ha estado aquí. —Deja el maletín de piel marrón en el suelo y me mira. Ambas somos muy conscientes de con cuánta facilidad he caído en su trampa de abogada.

Asiento mientras me reprendo mentalmente por insistir en que nos quedáramos en mi casa en lugar de ir a la suya, como había propuesto Damen en un principio.

—Me ha parecido ver pasar su coche a toda velocidad. —Su mirada se posa en la cama desordenada, en el caótico montón de almohadones y en el edredón arrugado. Cuando vuelve a mirarme no puedo evitar encogerme, sobre todo porque sé lo que viene a continuación—. Ever —dice con un suspiro—, siento mucho no estar aquí todo lo que debería y que no podamos pasar más tiempo juntas. Y, aunque todavía estamos buscando la manera de llegar la una a la otra, quiero que sepas que puedes contar conmigo para lo que necesites. Si alguna vez quieres hablar con alguien, aquí estoy yo para escucharte.

Aprieto los labios y asiento. Sé que aún no ha terminado, pero espero que quedándome callada y mostrándome complaciente sirva para que termine cuanto antes.

—Porque, aunque lo más probable es que creas que soy demasiado vieja para entender por lo que estás pasando, te aseguro que recuerdo muy bien lo que se siente a tu edad. Lo abrumadora que puede resultar la presión de los medios, que te instan a compararte con actrices, modelos y otros personajes de la televisión.

Trago saliva con fuerza y aparto la mirada, obligándome a no reaccionar, a no gritar para defenderme: prefiero que ella crea eso a que empiece a sospechar la verdad.

Desde que me expulsaron del instituto, Sabine ha estado observándome con más atención que nunca, y desde que empezó a llenar sus estanterías con libros de autoayuda de todo tipo (desde Cómo educar a un adolescente cuerdo en los tiempos locos que corren hasta Tu adolescente y los medios de comunicación: lo que tú puedes hacer al respecto), las cosas están muchísimo peor. Estudia y subraya los comportamientos adolescentes más inquietantes y luego me observa en busca de algún posible síntoma.

—Lo único que sé es que eres una chica guapa, mucho más guapa de lo que yo lo era a tu edad, y matarte de hambre para competir Con esas famosas esqueléticas que se pasan media vida entrando y saliendo de clínicas de rehabilitación no solo es un objetivo absurdo e inalcanzable, sino que acabará por hacerte enfermar. —Me mira con seriedad, desesperada por llegar hasta mí, por lograr que sus paladas calen en mí—. Quiero que sepas que eres perfecta tal y como estas, y que me apena verte pasar por esto. Y si es por Damen…, bueno, entonces lo único que debo decirte es que…

—No soy anoréxica.

Me mira fijamente.

—No soy bulímica, no soy ninguna chiflada de las dietas, no me estoy matando de hambre, no quiero tener una talla treinta y dos, y no quiero parecerme a las gemelas Olsen. En serio, Sabine, ¿te parece que me estoy consumiendo? —Me pongo de pie para permitir que vea mis ajustados vaqueros en todo su esplendor; porque, en todo caso, me siento todo lo contrario a consumida. Me da la impresión de que me estoy «rellenando» a buen paso.

Ella me recorre con la mirada. Y me refiero a que me observa de arriba abajo. Empieza por la cabeza y baja hasta la punta de los pies, y sus ojos se detienen en mis pálidos tobillos (descubrí que mis vaqueros favoritos me quedaban cortos y no tuve más remedio que remangármelos para disimularlo).

—Solo pensaba que… —Se encoge de hombros sin saber muy bien cómo continuar ahora que le he expuesto motivos más que razonables para un veredicto de no culpabilidad—. Es que no te he vuelto a ver comer… y siempre estás bebiendo esa cosa roja…

—Así que has pensado que había pasado de ser una adolescente borracha a una adolescente anoréxica que se niega a comer, ¿no? —Me echo a reír para que sepa que no estoy enfadada… Quizá lo esté un poco, pero más conmigo misma que con ella. Debería haber disimulado mejor. Debería al menos haber fingido que comía—. No tienes nada por lo que preocuparte —le aseguro con una sonrisa—. De verdad. Quiero que quede claro: no tengo intención de consumir drogas ni de traficar con ellas, no voy a experimentar con ningún tipo de modificación corporal (ni cortes, ni marcas a fuego, ni escarificaciones, ni piercings) ni con ninguna otra cosa que aparezca esta semana en el Top Ten de los comportamientos extraños que debes buscar en tu adolescente. Y, para que conste, que beba esa cosa roja no significa que trate de parecerme a ninguna celebridad esquelética ni que quiera complacer a Damen. La bebo porque me gusta, eso es todo. Además, sé a ciencia cierta que Damen me quiere y me acepta tal como soy… —Me quedo callada, ya que acabo de empezar a hablar de otro tema en el que no quiero profundizar. Y, antes de que mi tía pueda pronunciar las palabras que se están formando en su cabeza, levanto la mano y digo—: Y no, no me refería a eso. Damen y yo estamos… —«Enamorados, saliendo en plan novios. Somos una especie de amigos con derecho a roce que están vinculados para toda la eternidad»—. Bueno, estamos saliendo. Ya sabes, juntos, como pareja. Pero no nos hemos acostado.

«Todavía.»

Mi tía me mira con una expresión tan incómoda como yo me siento por dentro. Ninguna de las dos desea profundizar en el tema, pero, a diferencia de mí, ella siente que es su deber.

—Ever, no pretendía insinuar que… —empieza a decir. Luego me mira encogiéndose de hombros y yo la miro. Al parecer, ha decidido tirar la toalla, ya que ambas sabemos sin ninguna duda que sí pretendía insinuarlo.

Me siento tan aliviada al ver que la conversación ha terminado y que he salido relativamente airosa que me pilla completamente desprevenida cuando dice:

—Bueno, puesto que parece que ese joven te importa mucho, creo que debería conocerlo. Así que vamos a quedar un día para ir a cenar los tres. ¿Qué te parece este fin de semana?

¿Este fin de semana?

Trago saliva y la observo. Sé muy bien que con esa cena pretende matar dos pájaros de un tiro. Ha encontrado la excusa perfecta para verme engullir un plato entero de comida y para subir a Damen al estrado a fin de poder acribillarlo a preguntas.

—Bueno, suena genial, pero es que la obra de Miles es el viernes. —Me esfuerzo por mantener un tono de voz firme y sincero—. Y se supone que después habrá una fiesta… y es probable que lleguemos bastante tarde… así que… —Ella asiente sin apartar la vista de mí. Su mirada es tan enigmática y perspicaz que me hace sudar—. Así que es probable que no pueda ser —concluyo. Aunque sé que tarde o temprano tendré que pasar por el aro, prefiero que sea más tarde que temprano. Bueno, quiero a Sabine y también a Damen, pero no estoy segura de si los querré a los dos juntos, sobre todo cuando empiece el interrogatorio.

Mi tía me observa unos instantes antes de asentir y darse la vuelta. Y justo cuando estoy a punto de soltar un suspiro de alivio, me echa un vistazo por encima del hombro y dice:

—Bueno, es evidente que el viernes no podrá ser, pero aún nos queda el sábado. ¿Por qué no le dices a Damen que esté aquí a las ocho?