Domus Sancta Marthae
Piazza Santa Marta, 1
Jueves, 7 de abril de 2005. 16:31
Ganarse su confianza para entrar en la habitación había sido fácil. Ahora el cardenal tenía tiempo para lamentar ese error, y su lamento se escribía con letras de dolor. Karoski le realizó un nuevo corte con la navaja en el pecho desnudo.
—Tranquilo, Eminencia. Ya falta menos.
La víctima se debatía con movimientos cada vez más débiles. La sangre que empapaba la colcha y que goteaba pastosa sobre la alfombra persa se llevaba sus fuerzas. Pero en ningún momento perdió la consciencia. Sintió todos los golpes y todos los cortes.
Karoski terminó su obra en el pecho. Con orgullo de artesano contempló lo que había escrito. Sujetó la cámara con pulso firme y capturó el momento. Era imprescindible tener un recuerdo. Por desgracia allí no podía usar la videocámara digital, pero aquella cámara desechable, de funcionamiento puramente mecánico, cumplía estupendamente. Mientras pasaba el rollo con el pulgar para realizar otra foto, se burló del cardenal Cardoso.
—Salude, Eminencia. Ah, claro, no puede usted. Le quitaré la mordaza, ya que necesito de su «don de lenguas».
Karoski se rió él solo de su macabro chiste. Dejó la cámara y le mostró al cardenal el cuchillo mientras sacaba su propia lengua en gesto burlón. Y cometió su primer error. Comenzó a desatar la mordaza. El purpurado estaba aterrorizado, pero no tan exánime como las otras víctimas. Reunió las pocas fuerzas que le quedaban y exhaló un alarido terrible que resonó por los pasillos de la Domus Sancta Marthae.