Iglesia de Santa María in Traspontina

Via della Conciliazione, 14

Miércoles, 6 de abril de 2005. 15:21

Por segunda vez aquella semana cruzaron los técnicos de Análisis de la Escena del Crimen las puertas de Santa María in Traspontina. Lo hicieron discretamente, vestidos con ropa de calle, para no alertar a los peregrinos. Dentro, la ispettora vociferaba órdenes por el móvil y el walkie, a partes iguales. El padre Fowler abordó a uno de los técnicos de la UACV.

—¿Han terminado ya en el escenario?

—Si, padre. Vamos a retirar el cadáver y a examinar la sacristía.

Fowler interrogó con la mirada a Dicanti.

—Bajaré con usted.

—¿Está segura?

—No quiero que se me pase nada por alto. ¿Qué es eso?

El sacerdote llevaba en la mano derecha un estuche pequeño y negro.

—Contiene los Sántos Óleos. Es para darle la Extremaunción.

—¿Cree que eso servirá para algo ahora?

—No a nuestra investigación. Pero si a él. Era un católico devoto, ¿verdad?

—Lo era. Y tampoco le sirvió de mucho.

—Bueno, dottora, con todos mis respetos… eso usted no lo sabe.

Ambos bajaron las escaleras con precaución para no pisar la inscripción que había a la entrada de la cripta. Recorrieron el corto pasillo hasta la cámara. Los técnicos de la UACV habían instalado dos potentes grupos electrógenos que ahora iluminaban el lugar.

Pontiero colgaba inerte entre las dos columnas que se alzaban, truncadas, en el centro de la estancia. Estaba desnudo de cintura para arriba. Karoski le había fijado los brazos a la piedra con cinta aislante, aparentemente del mismo rollo que había usado con Robayra. El cadáver no tenía ojos ni lengua. La cara estaba horriblemente desfigurada, y jirones de piel ensangrentada le colgaban del tórax como macabras condecoraciones.

Paola inclinó la cabeza mientras el padre le administraba el último sacramento. Los zapatos del sacerdote, negros e inmaculados, pisaban un charco de sangre pastosa. La inspectora tragó saliva y cerró los ojos.

—Dicanti.

Los abrió de nuevo. Dante estaba junto a ellos. Fowler ya había terminado y se disponía a marcharse, educadamente.

—¿Dónde va, padre?

—Afuera. No quiero ser un estorbo.

—No lo es, padre. Si la mitad de lo que dicen de usted es cierto, es una persona muy inteligente. Le han enviado para ayudar, ¿verdad? Pues ayúdenos.

—Con sumo gusto, ispettora.

Paola tragó saliva y comenzó a hablar.

—Al parecer, Pontiero entró por la puerta de atrás. Seguramente llamó a la puerta y el falso fraile le abrió con normalidad. Habló con Karoski y éste le atacó.

—Pero ¿dónde?

—Tuvo que ser aquí abajo. De lo contrario arriba habría sangre.

—¿Porqué lo hizo? ¿Tal vez Pontiero se olió algo?

—Lo dudo —dijo Fowler—. Creo más bien que Karoski vio la oportunidad y la aprovechó. Me inclino a pensar que le mostró el camino a la cripta y que Pontiero bajó solo, dejando al otro a su espalda.

—Eso tiene sentido. Probablemente descartó inmediatamente al hermano Francesco. No sólo por parecer un anciano impedido…

—… sino porque era un fraile. Pontiero no desconfiaba de los frailes, ¿verdad? Pobre iluso —se lamentó Dante.

—Haga el favor, superintendente.

Fowler le llamó la atención con gesto acusador. Dante desvió la mirada.

—Lo siento. Continúe, Dicanti.

—Una vez aquí, Karoski le golpeó con un objeto contundente. Creemos que fue un candelabro de bronce. Los chicos de la UACV ya se lo han llevado para procesarlo. Estaba tirado junto al cadáver. Después le ató y le hizo… esto. Tuvo que sufrir horriblemente.

Se le quebró la voz. Los otros dos hicieron caso omiso de la momentánea debilidad de la criminalista. Ésta tosió para disimular y recuperar el tono antes de volver a hablar.

—Un lugar oscuro, muy oscuro. ¿Está repitiendo el trauma de su infancia? ¿El tiempo que pasó encerrado en el armario?

—Podría ser. ¿Han hallado alguna pista intencionada?

—Creemos que no ha habido más mensaje que el de fuera. «Vexilla regis prodeunt inferni».

—Avanzan los estandartes del rey de los infiernos —tradujo de nuevo el sacerdote.

—¿Qué significa, Fowler? —preguntó Dante.

—Usted debería saberlo.

—Si pretende dejarme en ridículo no lo va a conseguir, padre.

Fowler sonrió con tristeza.

—Nada más lejos de mi intención. Se trata de una cita de un antepasado suyo, Dante Alighieri.

—No es mi antepasado. Lo mío es apellido y lo suyo nombre. No tenemos nada que ver.

—Ah, discúlpeme. Como todos los italianos afirman descender de Dante o de Julio Cesar…

—Al menos sabemos de quién descendemos.

Los dos se quedaron mirándose de hito en hito. Paola les interrumpió.

—Si han acabado ya los comentarios xenófobos, podemos seguir.

Fowler carraspeó antes de continuar.

—Como les decía, «Vexilla regis prodeunt inferni» es una cita de La divina Comedia. De cuando Dante y Virgilio van a entrar en el infierno. Se trata de una paráfrasis de una oración litúrgica cristiana, solo que dedicada al demonio en vez de a Dios. Muchos quisieron ver herejía en ésta frase, pero en realidad lo único que hacía Dante era pretender asustar a sus lectores.

—¿Eso quiere? ¿Asustarnos?

—Nos avisa de que el infierno está cerca. No creo que la interpretación de Karoski vaya más allá. No es un hombre tan culto, aunque le guste aparentarlo. ¿No había más mensajes?

—No en el cuerpo —respondió Paola—. Supo que veníamos y se asustó. Y lo supo por mi culpa, porque yo llamé insistentemente al móvil de Pontiero.

—¿Hemos podido localizar el móvil? —preguntó Dante.

—Han llamado a la compañía telefónica. El sistema de localización por celdas indica que el teléfono está apagado o fuera de cobertura. El último poste al que enganchó la cobertura está encima del Hotel Atlante, a menos de trescientos metros de aquí —respondió Dicanti.

—Es justo donde yo me hospedo —indicó Fowler.

—Vaya, yo le imaginaba en una pensión para sacerdotes. Ya sabe, algo más humilde.

Fowler no se dio por aludido.

—Amigo Dante, a mi edad se aprende a disfrutar de las cosas de la vida. Sobre todo cuando las paga el Tío Sam. Ya he estado en suficientes lugares de mala muerte.

—Me consta, padre. Me consta.

—¿Se puede saber qué está insinuando?

—No insinúo nada. Simplemente estoy convencido de que usted ha dormido en peores sitios por causa de su… ministerio.

Dante estaba mucho más hostil que de costumbre, y parecía que el motivo de su hostilidad era el padre Fowler. La criminalista no comprendía el motivo, pero se dio cuenta de que era algo que ellos dos tendrían que resolver solos, cara a cara.

—Basta ya. Salgamos para que nos dé a todos el aire.

Ambos siguieron a Dicanti de vuelta a la Iglesia. La ispettora indicó a los enfermeros que ya podían retirar el cuerpo de Pontiero. Uno de los técnicos de la UACV se acercó hasta ella y le comentó algunos de los hallazgos que habían realizado. Paola asintió con la cabeza. Y se volvió hacia Fowler.

—¿Podemos centrarnos un poco, padre?

—Por supuesto, dottora.

—¿Dante?

—Faltaría más.

—De acuerdo, entonces esto es lo que hemos averiguado: En la rectoría había un equipo de maquillaje profesional y unas cenizas sobre una mesa, que creemos correspondían a un pasaporte. Lo quemó con una buena cantidad de alcohol, así que no ha quedado gran cosa. Los de la UACV se han llevado las cenizas, a ver si sacan algo en claro. Las únicas huellas que han encontrado en la rectoría no son de Karoski, así que habrá que buscar a su dueño. Dante, usted tiene trabajo para ésta tarde. Averigüe quién era el padre Francesco y desde cuando lleva aquí. Busque entre los feligreses habituales de la iglesia.

—De acuerdo, ispettora. Haré una inmersión en la tercera edad.

—Déjese de bromas. Karoski nos la ha jugado, pero estará nervioso. Ha corrido a esconderse, y durante un cierto tiempo no sabremos nada de él. Si en las próximas horas conseguimos averiguar dónde ha estado, tal vez consigamos averiguar dónde estará.

Paola cruzaba los dedos en secreto en el bolsillo de la chaqueta, intentando creerse ella misma lo que estaba diciendo. Los demás pusieron cara de palo, y también fingieron que aquella posibilidad era algo más que un sueño remoto.

Dante volvió al cabo de dos horas. Les acompañaba una señora de mediana edad, quien le repitió a Dicanti su historia. Cuando murió el párroco anterior, el hermano Darío, apareció el hermano Francesco. Fue hace unos tres años. Desde aquel día la señora había estado ayudando a limpiar la iglesia y la rectoría. Según la señora el hermano Toma era un ejemplo de humildad y fe cristiana. Había llevado la parroquia con firmeza, y nadie tenía nada que objetar acerca de él.

En conjunto fue una declaración bastante frustrante, pero por lo menos tenían un dato claro. El hermano Basano había fallecido en noviembre de 2001, lo cual situaba al menos la entrada en el país de Karoski.

—Dante, hágame un favor. Averigüe qué saben los Carmelitas de Francesco Toma —pidió Dicanti.

—Haré unas llamadas. Pero sospecho que obtendremos bien poco.

Dante salió por la puerta principal, en dirección a su despacho en la Vigilanza Vaticana. Fowler se despidió de la inspectora.

—Iré al hotel a cambiarme y la veré después.

—Estaré en la morgue.

—No tiene porqué hacerlo, ispettora.

—Si que tengo.

Hubo un incómodo silencio entre ambos, subrayado por una canción religiosa que algún peregrino comenzó a cantar y que corearon varios cientos. El sol se ocultaba tras las colinas y Roma se iba sumiendo en la oscuridad, aunque en sus calles el movimiento era incesante.

—Seguramente uno de estos cánticos fue lo último que escuchó el subinspector.

Paola siguió callada. Fowler había visto demasiadas veces el proceso que la criminalista estaba atravesando en ése momento, el proceso posterior a la muerte de un compañero. Al principio, euforia y deseo de venganza. Poco a poco se deslizaría en el agotamiento y la tristeza a medida que asumía lo ocurrido y el shock pasaba factura a su cuerpo. Y finalmente quedaría un sordo sentimiento, mezcla de ira, culpa y rencor, que solo finalizaría cuando Karoski estuviera entre rejas o muerto. Y tal vez ni siquiera entonces.

El sacerdote fue a poner una mano en el hombro de Dicanti, pero se contuvo en el último instante. A pesar de que la inspectora no lo vio, ya que estaba de espaldas, algo debió intuir. Se giró y miró a Fowler con preocupación.

—Tenga mucho cuidado, padre. Ahora él sabe que usted está aquí, y eso podría cambiarlo todo. Además, aún no estamos muy seguros de qué aspecto tiene. Ha probado ser muy hábil a la hora de camuflarse.

—¿Tanto habrá cambiado en cinco años?

—Padre, yo he visto la foto que usted me mostró de Karoski y he visto al hermano Francesco. No tenían absolutamente nada que ver.

—La iglesia estaba muy oscura y usted no prestó mucha atención a un viejo carmelita.

—Padre, créame. Soy una buena fisonomista. Puede que llevara postizos y una barba que le tapaba la mitad de la cara, pero parecía un auténtico anciano. Sabe esconderse muy bien, y ahora podría ser otra persona.

—Bueno, yo le he mirado a los ojos, dottora. Si se cruza en mi camino sabré quién es. Y no le valdrán sus subterfugios.

—No solo cuenta con subterfugios, padre. Ahora también tiene una 9 mm y treinta balas. Faltaban el arma de Pontiero y su cargador de recambio.