De las Actas de la Inquisición del padre dominicano Gian Petro Baribi.

Archivo de la biblioteca Universitaria de Padua.

(Descifrado, traducido y adaptado por el doctor M. Giordano)

25 de Junio de 1542, sigo investigando en el convento S. El caso de la Joven Elisabetta, que, según su propio padre, lleva en su seno el hijo de un demonio. En mi informe al superior de la congregación no he ocultado mis dudas sobre la valides de esta afirmación, ya que sospecho que M. —Por expresarlo benévolamente— posé cierta propensión a las transfiguraciones religiosas y asentirse llamado por Dios Nuestro Señor a erradicar el mal de este Mundo, y al parecer prefiere culpar a su hija de brujería antes que aceptar que su conducta no responde con sus expectativas. Pero ya he mencionado en otro lugar sus buenas relaciones con R. M., y si influencia en esta región en considerable, por lo que aún no podemos dar el caso por cerrado. La toma de declaración de los testigos fue un auténtico escarnio. Dos jóvenes compañeras de escuela de Elisabetta confirmaron la declaración del conde sobre la aparición de un demonio en el jardín del convento. La pequeña Sofía —que no pudo explicar de una forma realmente creíble por que se encontraba por casualidad a medianoche oculta en un matorral en el jardín— describió a un gigante con cuernos, ojos como brasas y pies equinos, que curiosamente toco una serenata para Elisabetta con un violín antes de deshonrarla. La otra testigo, una amiga íntima de Elisabetta, me produjo, en cambio, la impresión de ser una persona mucho más razonable. Hablo de un joven bien vestido y de elevada estatura, que sedujo a Elisabetta con hermosas palabras. Según dijo, este personaje surgió de la nada y luego de disolverse de nuevo en el aire, algo que, sin embargo, ella ya no llego a ver. Elisabetta por su parte, me confió que el joven que supero con tanta facilidad los obstáculo que representaban los muros del convento no tenía cuernos ni pies equinos, sino que procedía de una familia respetable, y que incluso sabía su nombre. Ya estaba celebrando la oportunidad que se me presentaba de poner término a este asunto y llegar a una conclusión cuando añadió que, por desgracia, no podía establecer contacto con el por qué había llegado a ella volando desde el futuro, para ser exactos desde el años del Señor de 1723. Confió en que se comprenda mi desesperación ante el estado mental de las personas que me rodean, y solo espero que el superior de la Congregación reclame lo más pronto posible mi vuelta a Florencia, donde me aguardan casos auténticos.