Beth se sentó en su cama del laboratorio y se quedó mirando con fijeza el mensaje que Norman le había dado:
—¡Oh, Dios mío! —exclamó; se apartó el espeso cabello oscuro que le caía sobre la cara—. ¿Cómo es posible?
—Todo encaja a la perfección —repuso Norman—. Piensa sólo en esto: ¿Cuándo empezaron los mensajes? Después de que Harry salió de la esfera. ¿Cuándo aparecieron, por vez primera, los calamares y los demás animales? Después de que Harry salió de la esfera.
—Sí, pero…
—Al principio hubo pocos calamares; pero después, cuando los íbamos a comer, de repente aparecieron también camarones, justo a tiempo para la cena. ¿Por qué? Porque a Harry no le gustan los calamares.
Beth no decía nada, se limitaba a escuchar.
—¿Y quién fue el que, cuando era pequeño, se aterrorizó con el calamar gigante de Veinte mil leguas de viaje submarino?
—Harry —contestó Beth—. Recuerdo que él lo dijo.
Norman prosiguió de un tirón:
—¿Y cuándo aparece Jerry en la pantalla? Cuando Harry está presente. No en otro momento. ¿Y cuándo nos contesta Jerry si le hablamos? Tan sólo en los momentos en que Harry se encuentra en la sala y puede oír lo que estamos diciendo. ¿Y por qué Jerry no nos lee la mente? Porque Harry no puede hacerlo. ¿Y recuerdas cómo Barnes insistía en preguntar el nombre, y Harry no se lo preguntaba? ¿Por qué? Porque tenía miedo de que la pantalla dijera «Harry», no «Jerry».
—Y el tripulante…
—Exacto. El tripulante negro aparece justo en el momento en que Harry está soñando que lo rescatan. Un tripulante negro aparece para rescatarnos.
Beth fruncía el entrecejo, pensativa.
—¿Y con respecto al calamar gigante?
—Bueno, pues a la mitad del ataque del calamar, Harry se golpeó la cabeza y quedó inconsciente. De inmediato, el calamar desapareció. Y no regresó hasta que Harry despertó de su siesta y te dijo que se haría cargo de la consola.
—¡Dios mío! —exclamó Beth.
—Sí —dijo Norman—. Eso explica muchas cosas.
Beth permaneció en silencio durante un rato, mirando con fijeza el mensaje.
—Pero ¿cómo lo está haciendo? —preguntó al fin.
—Dudo de que lo esté haciendo. De forma consciente, por lo menos. —Norman había estado meditando respecto a ello—. Supongamos que algo le ocurrió a Harry cuando entró en la esfera, que adquirió alguna especie de poder mientras estaba allí dentro.
—¿Qué clase de poder?
—El poder de hacer que las cosas ocurran nada más que con pensar en ellas. El poder de hacer que sus pensamientos se vuelvan reales.
Beth frunció el entrecejo y repitió:
—Hacer que sus pensamientos se hagan realidad…
—No es tan extraño —continuó Norman—. Piensa en esto: si fueras escultora, primero tendrías una idea y luego la reproducirías en piedra o en madera, para que se convirtiera en real. La idea viene primero, después sigue la ejecución, añadiendo un esfuerzo para crear una realidad que refleje tus pensamientos previos. Ese es para nosotros el proceso por el que hacemos el mundo: imaginamos algo y después tratamos de que ese algo ocurra. En algunas ocasiones, el modo de hacer que una cosa tenga lugar es inconsciente, como en el caso en que un tipo, por pura casualidad, llega inesperadamente a su casa a la hora del almuerzo y sorprende a su esposa en la cama con otro hombre. El marido no lo planeó. Eso es algo que, simplemente, ocurre porque sí.
—O la esposa que sorprende al marido en la cama, con otra mujer —apuntó Beth.
—Sí, por supuesto. El punto importante es que nos las arreglamos para hacer que las cosas sucedan continuamente, sin que pensemos demasiado en ellas. Cuando te hablo, no pienso en todas y cada una de las palabras que pronuncio: tan sólo pretendo decir algo, y me sale bien expresado.
—Sí…
—De esa manera podemos generar creaciones complicadas, como oraciones gramaticales, sin esfuerzo. Pero no podemos generar otras creaciones complicadas, como la escultura, sin esfuerzo. Aceptamos que tenemos que hacer algo, además de tener ideas.
—Y lo hacemos —dijo Beth.
—Pues Harry no lo hace. Harry ha ido un paso más allá. Ya no necesita tallar la estatua: se limita a tener la idea, y las cosas ocurren por sí mismas. Harry manifiesta cosas.
—¿Harry imagina un aterrador calamar y, de repente, tenemos un aterrador calamar al otro lado de nuestra ventana?
—Exactamente. Y cuando Harry pierde su estado consciente el calamar desaparece.
—¿Y obtuvo su poder de la esfera?
—Sí.
Beth frunció el entrecejo y preguntó:
—¿Por qué está haciendo esto? ¿Está tratando de matarnos?
Norman hizo un gesto negativo con la cabeza.
—No. Creo que las circunstancias lo superaron.
—¿Qué quieres decir con eso?
—Pues hemos tomado en cuenta numerosas ideas, relativas a que esa esfera podría ser de otra civilización. Ted imaginaba que era un trofeo o un mensaje; lo vio como un obsequio. Harry pensaba que tenía algo en su interior; la vio como un recipiente. Pero yo me pregunto si no podría ser una mina.
—¿Quieres decir un artefacto explosivo?
—No exactamente… Pero sí una defensa, o un test. Una civilización de otro planeta podría sembrar estas cosas por toda la galaxia, y cualquier ser inteligente que las recogiera llegaría a experimentar el poder de la esfera, que consiste en que cualquier cosa que pienses se vuelve realidad. Si tienes pensamientos positivos, obtienes deliciosos camarones para la cena. Si tienes pensamientos negativos, te encuentras con monstruos que intentan matarte. El proceso es el mismo; se trata únicamente de una cuestión de tema.
—¿Así, del mismo modo en que una mina terrestre vuela si la pisas, esta esfera destruye a la gente si tiene pensamientos negativos?
—O si, simplemente, esa gente no controla su fase consciente. Porque si dominas tu fase consciente, la esfera no produce ningún efecto en particular; pero si no la dominas, se deshace de ti.
—¿Cómo es posible controlar un pensamiento negativo? —preguntó Beth, que de repente se mostró muy excitada—. ¿Cómo le puedes decir a alguien: «no pienses en un calamar gigante»? En el preciso momento en que se lo dices, esa persona, en el propio proceso de no pensar en el calamar, automáticamente piensa en él.
—Es posible controlar los pensamientos —afirmó Norman.
—Quizá lo sea para un yogui, o alguien por el estilo.
—Para cualquier persona. Es posible desviar la atención de los pensamientos indeseables. ¿Cómo hace la gente para dejar de fumar? ¿Cómo hace, cualquiera de nosotros, para cambiar de opinión sobre algo, en cualquier momento? Mediante el control de nuestros pensamientos.
—Sigo sin entender por qué Harry está haciendo esto.
—¿Recuerdas tu idea de que la esfera nos podría dar un golpe bajo? ¿La manera en que el virus del sida golpea nuestro sistema inmunológico? El virus del sida nos ataca en un terreno en el que no estamos preparados para defendernos. Así, en cierto sentido, procede la esfera, porque damos por sentado que podemos pensar lo que queramos sin padecer las consecuencias. «Palos y rocas pueden romper mi boca, pero las palabras que se digan nunca me tocan». Tenemos dichos como ése, que hacen hincapié en este hecho esencial. Pero ahora, de repente, una palabra es tan real como un palo, y nos puede herir de la misma manera. Nuestros pensamientos se manifiestan, lo cual es algo maravilloso; pero todos nuestros pensamientos se manifiestan, tanto los buenos como los malos. Y sencillamente no estamos preparados para controlarlos, porque nunca hasta ahora tuvimos necesidad de hacerlo.
—Cuando era niña —dijo Beth— estuve enojada con mi madre, y cuando ella enfermó de cáncer yo me sentía terriblemente culpable…
—Sí. Los chicos tienen tendencia a pensar de esa manera. Todos los chicos creen que sus pensamientos tienen poder. Pero, con paciencia, les enseñamos que eso es erróneo, aunque siempre existió otra tradición, la de creer en los pensamientos. La Biblia dice: «No desearás la mujer de tu prójimo», lo que interpretamos como una prohibición del acto del adulterio. Pero eso no es lo que, en realidad, dice la Biblia; lo que nos está diciendo es que el pensamiento del adulterio está tan prohibido como el acto en sí.
—¿Y Harry?
—¿Sabes algo sobre psicología jungiana?
—Nunca tuve la impresión de que eso viniera al caso.
—Pues viene al caso ahora —dijo Norman—. Jung se distanció de Freud a comienzos de siglo, y desarrolló su propia psicología. Jung sospechaba que en la psique humana existía una estructura subyacente que se reflejaba en una analogía, también subyacente, con nuestros mitos y arquetipos. Una de las ideas de Jung era que todos nosotros tenemos un lado oscuro en nuestra personalidad, al que llamaba las «sombras». Las sombras contienen todos los aspectos que rechazamos en nuestra personalidad: las partes odiosas, las partes sádicas, todo eso. Jung opinaba que la gente tenía la obligación de familiarizarse con su «lado sombra». Pero muy pocas personas lo hacen: todos preferimos pensar que somos buenos tipos, y que nunca experimentamos el deseo de matar, mutilar, violar o saquear.
—Sí…
—Según Jung, si no admites la existencia de tu «lado sombra», ese lado te dominará.
—¿Y lo que estamos viendo es el «lado sombra» de Harry?
—En cierto sentido, sí. Harry necesita presentarse como el Señor Negro Arrogante Sabelotodo —dijo Norman.
—Y por cierto que lo hace.
—Por eso, si tiene miedo de estar aquí abajo, encerrado (¿y quién no lo tiene?), él no puede admitir sus miedos. Aunque los experimenta de todos modos, lo admita o no. Y, de esa manera, su lado de sombra justifica esos miedos… creando cosas que prueban que los miedos de Harry son explicables.
—¿El calamar existe para justificar sus miedos?
—Algo así.
—No sé.
Beth se tendió hacia atrás en su asiento y alzó la cabeza: la luz le iluminó de lleno en los altos pómulos. Casi parecía una modelo, elegante, atractiva y fuerte.
—Soy zoóloga, Norman —dijo—. Quiero tocar las cosas y tenerlas en la mano, y ver que son reales. Todas estas teorías sobre manifestaciones son nada más que…, son sólo… psicológicas.
—El mundo de la mente es tan real, y obedece a reglas tan rigurosas, como el mundo de la realidad externa —defendió Norman.
—Sí, estoy segura de que tienes razón, pero… —se encogió de hombros— no me satisface mucho.
—Conoces todo lo que ha ocurrido desde que llegamos aquí abajo. Dame otra explicación de ello.
—No puedo —admitió Beth—. Lo estuve intentando durante todo el tiempo que estuviste hablando. No puedo. —Dobló el papel que tenía en las manos y meditó un momento—. ¿Sabes, Norman? Creo que hiciste una brillante serie de deducciones. Brillantísima. Ahora te veo desde una perspectiva diferente.
Norman sonrió con placer, ya que durante la mayor parte del tiempo que había estado en el habitáculo se había sentido como la quinta rueda del carro, como una persona innecesaria para el grupo. Ahora, alguien le estaba reconociendo su contribución, y él se sentía complacido.
—Gracias, Beth.
Ella lo miró con sus grandes ojos límpidos y dulces, y le dijo:
—Eres un hombre muy atractivo, Norman. No me había dado cuenta hasta ahora.
Con aire distraído Beth se tocó el pecho, cubierto por el ajustado mono. Sus manos apretaron la tela, que contorneó los duros pezones.
De repente se puso de pie y abrazó con fuerza a Norman; sus cuerpos quedaron muy Juntos.
—Tenemos que mantenernos unidos en este asunto —murmuró—. Tenemos que mantenernos juntos, tú y yo.
—Sí, lo estamos.
—Porque si lo que estás diciendo es cierto, entonces Harry es un hombre muy peligroso.
—Sí.
—El mero hecho de que vaya andando por ahí, totalmente consciente, lo hace peligroso.
—Sí.
—¿Qué haremos respecto a él?
—Eh, vosotros —dijo Harry, que estaba subiendo la escalera y se acercaba a ellos—. ¿Es una fiesta privada, o se puede unir el que quiera?
—Por supuesto que puedes unirte. Sube, Harry —invitó Norman, y se alejó de Beth.
—¿Os he interrumpido? —preguntó Harry.
—No, no.
—No quiero interferirme en la vida sexual de nadie.
—¡Oh, Harry! —exclamó Beth.
Se alejó de Norman y se sentó ante la mesa del laboratorio.
—Bueno, pues la verdad es que parece que estáis alterados por alguna causa.
—¿De veras? —inquirió Norman.
—Sí, en especial Beth. Creo que se vuelve más hermosa cada día que pasa aquí abajo.
—Yo también me he fijado en eso —reconoció Norman, sonriendo.
—No me cabe duda de que te has fijado. Una mujer enamorada… Eres un tipo de suerte. —Harry se volvió hacia Beth—. ¿Por qué me estás mirando así, tan fija?
—No te estoy mirando fija —replicó Beth.
—Y tú también lo estás haciendo.
—Harry, tampoco yo te estoy mirando con fijeza.
—Me doy cuenta de cuándo alguien me mira fijamente, ¡por amor de Dios!
—Harry… —dijo Norman.
—Sólo quiero saber por qué me miráis de esa manera. Como si fuera un delincuente, o algo por el estilo.
—No te vuelvas paranoico, Harry.
—Acurrucados aquí arriba, secreteando…
—No estábamos secreteando.
—Sí lo estabais. —Harry recorrió la habitación con la mirada—. Así que ahora se trata de dos personas blancas y una negra ¿no es así?
—¡Oh, Harry…!
—No soy estúpido, ¿sabéis? Algo pasa entre vosotros dos. Me doy cuenta.
—Harry —dijo Norman—, no está pasando nada…
Y en ese momento oyeron un zumbido intermitente, en tono bajo, insistente, que prevenía de la consola de comunicaciones que estaba en el piso de abajo. Los tres científicos intercambiaron una mirada y bajaron para ver qué ocurría.
Con lentitud, en la pantalla de la consola estaban apareciendo grupos de letras.
CQX VDX MOP LEI VRW TGK PIU YQA
—¿Es Jerry? —preguntó Norman.
—No lo creo —respondió Harry—. No creo que vuelva a la comunicación en código.
—¿Eso es un código?
—Yo diría que sí, sin lugar a duda.
—¿Por qué es tan lento? —inquirió Beth.
Cada nueva letra aparecía con un intervalo de varios segundos.
—No sé —repuso el matemático.
—¿De dónde viene?
Harry frunció el entrecejo:
—No sé, pero la velocidad de transmisión es la característica más interesante. La lentitud. Interesante.
Norman y Beth aguardaron a que Harry lo resolviera. Norman pensó: «¿Cómo podríamos lograr algo sin Harry? Lo necesitamos. Es, al mismo tiempo, la inteligencia más importante con que contamos aquí abajo. También la más peligrosa. Pero lo necesitamos».
CQX VDX MOP LKI XX VRW TGR PIU YQA
—Interesante —comentó Harry—. Las letras están llegando cada cinco segundos, más o menos. Por eso opino que, con cierta seguridad, podemos saber de dónde viene este código: de Wisconsin.
Norman quedó atónito.
—¿Wisconsin?
—Sí. Ésta es una transmisión de la Armada. Puede estar dirigida a nosotros, o no, pero viene de Wisconsin.
—¿Cómo lo sabes?
—Porque es el único sitio del mundo desde el que podría venir. ¿Conoces algo del ELF? ¿No? Bueno, es más o menos así: se pueden enviar ondas de radio por el aire, las cuales, como tú sabes, se desplazan muy bien. Pero a través del agua no se pueden enviar esas ondas muy lejos, porque el agua es un medio malo, por lo que, incluso para recorrer una distancia corta, se necesita una señal poderosísima.
—Sí…
—Pero la capacidad de penetración es función de la longitud de onda. Una onda normal de radio es corta, radio de onda corta, todo eso que ya sabes. La longitud de las ondas es diminuta, miles o millones de pequeñas zonas; pero también se pueden hacer ELF[27], ondas de frecuencia extremadamente baja, que son largas; cada onda puede tener, a lo mejor, seis metros de largo. Y una vez generadas, esas ondas recorren una gran distancia, miles de kilómetros, a través del agua, sin problemas. El único inconveniente es que, puesto que esas ondas son largas, también son lentas. Ésa es la causa de que nos llegue un carácter cada cinco segundos. La Armada necesitaba una manera de comunicarse con los submarinos que tenía sumergidos, por lo que construyeron una gran antena ELF en Wisconsin para que envíe estas ondas largas. Y eso es lo que estamos recibiendo.
—¿Y el código?
—Tiene que ser un código de compresión: agrupamientos de tres letras, representativos de una sección larga de mensaje predefinido. De ese modo, mandar un mensaje no requiere tanto tiempo. Porque si se enviara expresado en texto normal, necesitaría horas para llegar.
CQX VDX MOP LKI XXC VRW TGK YQA IYT EEQ FVC; ZNB TMK EXE MMN OPW GEW
Dejaron de aparecer letras.
—Parece que eso es todo —comentó Harry.
—¿Cómo lo desciframos? —preguntó Beth.
—Si suponemos que es una transmisión de la Armada —dijo Harry—, no lo descifraremos.
—Quizá haya por aquí, en alguna parte, un manual de claves —sugirió Beth.
—Limítate a esperar —le aconsejó Harry.
La pantalla se desplazó y fue transcribiendo los grupos de uno en uno.
2340 HORAS 7-07 JEFE CINCCOMPAC A BARNES HAB-8 PROF.
—Es un mensaje para Barnes —dijo Harry. Los tres científicos miraban mientras iba apareciendo la traducción de los demás grupos de letras.
NAVES SUPERFICIE DE APOYO ZARPARON NANDI Y VIPATI HACIA SU SITIO TEA 1600 7-08 RETIRADA PROFUNDIDAD PUESTA AUTOMÁTICA A CERO CONFIRME BUENA SUERTE SPAULDING FIN.
—¿Significa eso lo que yo creo? —preguntó Beth.
—Sí —respondió Harry—. Ya viene la caballería.
—¡Vamos, adelante! —exclamó la bióloga, y aplaudió.
—La tormenta tiene que estar amainando. Han enviado las naves de superficie y estarán aquí en poco más de dieciséis horas.
—¿Y «puesta automática a cero»?
Enseguida tuvieron la respuesta. Todas las pantallas del habitáculo parpadearon, y en la esquina superior derecha de cada una de ellas apareció un pequeño recuadro con números: 16:20:00. Los dígitos corrían hacia atrás.
—Están contando por nosotros.
—¿Hay alguna clase de proceso regresivo que se espera que sigamos para abandonar el habitáculo? —preguntó la mujer.
Norman observaba los números: estaban corriendo hacia atrás exactamente igual a como lo habían hecho en el submarino. Entonces, el psicólogo planteó:
—¿Qué pasará con el submarino?
—¿Y a quién le importa el submarino? —replicó Harry.
—Creo que debemos conservarlo —opinó, y miró su reloj—. Nos quedan otras cuatro horas, antes de tener que volver a ponerlo a cero.
—Hay tiempo de sobra.
—Sí.
En su fuero interno, Norman estaba tratando de determinar si podrían sobrevivir dieciséis horas más.
—¡Bueno, ésta es una gran noticia! ¿Por qué estáis tan alicaídos vosotros dos? —les reprochó Harry.
—Me preguntaba, nada más, si lo lograríamos —dijo Norman.
—¿Y por qué no habríamos de lograrlo? —preguntó Harry.
—Antes, Jerry podría hacer algo —comentó Beth.
Norman sintió un súbito acceso de indignación contra Beth. ¿No se daba cuenta de que, al decir eso, estaba poniendo la idea en la mente de Harry?
—No podremos sobrevivir a otro ataque al habitáculo —prosiguió Beth.
«¡Cállate, Beth! ¡Estás haciendo sugerencias!», pensó Norman.
—¿Un ataque al habitáculo? —dijo el matemático.
—Harry, creo que tú y yo deberíamos volver a conversar con Jerry —terció Norman con presteza.
—¿En serio? ¿Por qué?
—Quiero ver si puedo razonar con él.
—No sé si podrás razonar con él —dijo Harry.
—Intentémoslo, de todos modos —propuso Norman, y hubo un rápido intercambio de miradas entre él y Beth—. Vale la pena probar.
Norman sabía que, en realidad, no le estaría hablando a Jerry: le estaría hablando a una parte de Harry. A una parte subconsciente, una parte en sombras. ¿Cómo debería desarrollar el diálogo? ¿Qué palabras tendría que emplear?
Se sentó frente a la pantalla del monitor y pensó que era muy poco lo que conocía de Harry. Sabía que había crecido en Filadelfia, como un muchacho delgado, introvertido, dolorosamente tímido; que fue un prodigio para las matemáticas, y que sus dones fueron denigrados por su familia y sus amigos. En una ocasión, Harry había dicho que, cuando él se interesaba por las matemáticas, sus conocidos solamente se interesaban por jugar al baloncesto. Aun ahora, Harry odiaba todos los juegos, todos los deportes. Cuando joven fue humillado y despreciado, y a pesar de haber tenido al fin el merecido reconocimiento a su capacidad, Norman sospechaba que ese reconocimiento había llegado demasiado tarde: el daño estaba ya hecho. No llegó a tiempo de evitar que se forjara una personalidad arrogante y jactanciosa.
ESTOY AQUÍ. NO TENGAS MIEDO.
—Jerry.
SÍ, NORMAN.
—Tengo que pedirte una cosa.
PUEDES HACERLO.
—Jerry, muchas de nuestras entidades se han ido y nuestro habitáculo está debilitado.
SÉ ESO. HAZ TU PETICIÓN.
—Por favor, ¿podrías dejar de producir manifestaciones?
NO.
—¿Por qué no?
NO ES MI DESEO DETENERME.
«Bueno —pensó Norman—, por lo menos fuimos directamente al grano. No hubo pérdida de tiempo».
—Jerry, sé que estuviste aislado largo tiempo, durante muchos siglos, y que durante todo ese tiempo te sentiste solo, que sufrías porque a nadie le importabas. Te faltaba alguien que quisiera jugar contigo y compartir lo que te interesaba.
SÍ, ESO ES VERDAD.
—Y ahora, por fin, puedes manifestar, y disfrutas con ello. Te gusta demostrarnos lo que eres capaz de hacer, para impresionarnos.
ESO ES VERDAD.
—Pretendes que te prestemos atención.
SÍ, ME GUSTA.
—Y da resultado: te prestamos atención.
SÍ, LO SÉ.
—Pero estas manifestaciones nos hacen daño, Jerry.
NO ME IMPORTA.
—Y nos sorprenden, también.
ME ALEGRA.
—Nos sorprenden, Jerry, porque tú sólo estás practicando un juego con nosotros.
NO ME GUSTAN LOS JUEGOS. NO PRACTICO JUEGOS.
—Sí. Esto es un juego para ti, Jerry. Es un deporte.
NO, NO LO ES.
—Sí, lo es —insistió Norman—. Es un deporte estúpido.
Harry, que estaba detrás de Norman, dijo:
—¿Por qué lo contradices de esa manera? Podría enfurecerse. No creo que a Jerry le guste que le contradigan.
«Estoy seguro de que no te gusta», pensó Norman, pero continuó:
—Bueno, tengo que decirle a Jerry la verdad sobre su propia conducta, pues no está haciendo nada que resulte interesante.
¿OH? ¿NO RESULTA INTERESANTE?
—No. Eres malcriado y petulante, Jerry.
¿TE ATREVES A HABLARME DE ESA MANERA?
—Sí. Porque estás actuando de un modo estúpido.
—¡Caramba! —dijo Harry—. Abstente de enojarlo.
ME SERÁ MUY FÁCIL HACER QUE LAMENTES TUS PALABRAS.
Norman se daba cuenta de que el vocabulario y la sintaxis de Jerry eran ahora impecables: había abandonado todo el fingimiento de ingenuidad, de dificultad expresiva propia de un ser humano. A medida que se desarrollaba la conversación, Norman se sentía más fuerte, más confiado. Ya sabía a quién le hablaba. No se hallaba conversando con ningún extra-terrestre; no había nada desconocido: le estaba hablando a la parte infantil de otro ser humano.
TENGO MÁS PODER DEL QUE PUEDES IMAGINAR.
—Sé que tienes poder, Jerry —admitió Norman—, pero eso carece de importancia.
De pronto, Harry se excitó:
—¡Norman, por el amor de Dios, vas a conseguir que nos mate a todos!
ESCUCHA A HARRY. ÉL ES INTELIGENTE.
—No, Jerry —dijo Norman—. Harry no es inteligente. Sólo está asustado.
HARRY NO ESTÁ ASUSTADO. NO LO ESTÁ EN ABSOLUTO.
Norman decidió dejar pasar esa respuesta de Jerry.
—Te estoy hablando a ti, Jerry. Nada más que a ti. Tú eres quien está realizando juegos.
LOS JUEGOS SON ESTÚPIDOS.
—Sí, lo son, Jerry. No son dignos de ti.
LOS JUEGOS NO REVISTEN INTERÉS PARA NINGUNA PERSONA INTELIGENTE.
—Entonces, detente, Jerry. Detén las manifestaciones.
PUEDO DETENERME CUANDO YO LO QUIERA.
—No estoy seguro de que puedas.
SÍ. YO PUEDO.
—Entonces, demuéstramelo. Detén este deporte de las manifestaciones.
Se produjo una larga pausa. Aguardaron la reacción.
NORMAN, TUS ARTIMAÑAS DE MANIPULACIÓN SON PUERILES Y OBVIAS HASTA EL GRADO DEL TEDIO. NO ESTOY INTERESADO EN HABLAR MÁS CONTIGO. HARÉ LO QUE ME PLAZCA Y MANIFESTARÉ CUANTO DESEE.
—Nuestro habitáculo no puede soportar más manifestaciones.
NO ME INTERESA.
—Si vuelves a dañar nuestro habitáculo, Harry morirá.
—Yo y todos los demás, ¡por el amor de Dios! —replicó Harry.
NO ME IMPORTA, NORMAN.
—¿Por qué quieres matarnos, Jerry?
VOSOTROS NO DEBERÍAIS ESTAR AQUÍ, EN PRIMER LUGAR. VOSOTROS NO PERTENECÉIS A ESTE SITIO. SOIS SERES ARROGANTES QUE OS ENTROMETÉIS EN CUALQUIER PARTE DEL MUNDO. HABÉIS ASUMIDO UN GRAN RIESGO ESTÚPIDO Y AHORA TENÉIS QUE PAGAR EL PRECIO. SOIS UNA ESPECIE SIN SENTIMIENTOS, INDIFERENTE ANTE EL SUFRIMIENTO AJENO, NO SENTÍS AMOR POR VUESTROS SEMEJANTES.
—Eso no es cierto, Jerry.
NO ME VUELVAS A CONTRADECIR, NORMAN.
—Lo siento, pero el ser sin sentimiento e indiferente ante el sufrimiento ajeno eres tú, Jerry. No te importa hacernos daño. No te importa la situación en que estamos. Tú eres el indiferente ante el sufrimiento ajeno, Jerry. No nosotros. Tú.
SUFICIENTE.
—No te va a hablar más —advirtió Harry—. Está furiosísimo.
Y en ese momento, en la pantalla leyeron:
OS VOY A MATAR A TODOS VOSOTROS.
Norman estaba sudando; se secó la frente, se dio vuelta y se alejó de las palabras escritas en la pantalla.
—No creo que puedas hablar con este tipo —dijo Beth—. No me parece que puedas razonar con él.
—No debiste hacer que se enfadase —le recriminó Harry con tono suplicante—. ¿Por qué lo has irritado de ese modo?
—Tuve que decirle la verdad.
—Pero fuiste muy duro con él, y ahora se halla enojadísimo.
—No importa, Harry, ya nos atacó antes, y no estaba enojado —dijo Beth.
—Quieres decir Jerry —le corrigió Norman—. Jerry nos atacó.
—Sí, es cierto, Jerry.
—Cometiste un terrible error, Beth —dijo Harry.
—Tienes razón, Harry. Lo siento.
El matemático la estaba mirando de manera extraña. Norman pensó: «Harry no deja pasar una, y no va a permitir que se escape ésta».
—No sé cómo has podido confundirte así —comentó Harry.
—Lo sé. Fue un lapsus. Una estupidez.
—Lo siento —se disculpó Beth—. De verdad lo siento.
—No te preocupes —la tranquilizó Harry—. No tiene importancia.
Hubo una repentina lasitud en el modo de actuar de Harry, una total indiferencia en el tono de su voz.
«Bueno, bueno», pensó Norman. Harry bostezó y se desperezó.
—De pronto me siento muy cansado. Creo que dormiré una siesta —dijo, y se dirigió a la cabina de las literas.