ANÁLISIS ULTERIOR

Norman subió al laboratorio para ver a Beth, pero la zoóloga estaba durmiendo en su camastro, acurrucada en posición fetal. Así dormida, parecía muy hermosa. Resultaba extraño que, después de todo el tiempo transcurrido allí abajo, Beth estuviera tan resplandeciente. Era como si la rudeza de sus rasgos hubiera desaparecido: la nariz ya no parecía ser tan afilada, y la línea de la boca era más suave y más llena. Norman le miró los brazos, antes musculosos y con venas hinchadas; ahora se veían más delicados, más femeninos.

«¿Quién sabe? Después de tantas horas aquí abajo, uno ya no puede juzgar absolutamente nada», pensó Norman. Volvió a descender por la escalerilla y se dirigió a su litera. Harry ya estaba en la suya, dando fuertes ronquidos.

Norman decidió darse una ducha. Y cuando se metió bajo la lluvia, vio con asombro que las heridas y las magulladuras de su cuerpo habían desaparecido. «Bueno, no por completo», pensó, mientras se contemplaba las manchas amarillas y moradas que aún quedaban. Las heridas habían cicatrizado en cuestión de horas. A modo de experimentación, movió los miembros y se dio cuenta de que tampoco sentía dolor. ¿Por qué? ¿Qué había pasado? Durante un instante pensó que todo era un sueño, una pesadilla pero, tras reflexionar un momento, llegó a la conclusión de que se debía a la atmósfera. Los cortes y magulladuras se curan con mayor rapidez en un ambiente sometido a presión elevada. No era ningún misterio: nada más que un efecto atmosférico.

Se secó lo mejor que pudo con la toalla empapada, y después volvió a su litera. Harry seguía roncando, con más intensidad que nunca.

Norman se tendió de espaldas y miró fijamente las rojas espiras del calefactor del techo, que producían un zumbido sordo. Tuvo una idea y se levantó. Quitó el laringófono de Harry de la base de su cuello y se lo corrió hacia un lado. De inmediato los ronquidos se convirtieron en un suave siseo de tono agudo.

«Mucho mejor», pensó Norman. Volvió a acostarse y apoyó la cabeza sobre la almohada húmeda; casi de inmediato se quedó dormido. Despertó sin tener noción del tiempo transcurrido. Tal vez sólo habían pasado unos pocos segundos, pero se sentía despejado. Se desperezó y bostezó. Luego salió de la cama.

Harry todavía dormía. Norman le volvió a acomodar el laringófono y los ronquidos se reanudaron.

Entró en el Cilindro D y fue a la consola. En la pantalla se hallaban aún las palabras:

VAMOS HOMBRE, DEJA DE DARME LA LATA.

—¿Jerry? —dijo Norman—. ¿Estás ahí, Jerry?

La pantalla no respondió. Jerry no estaba. Norman miró la pila de hojas impresas por el ordenador que había a un lado. «Tendría que revisar estos papeles», pensó. Había algo relacionado con Jerry que preocupaba a Norman; no podía determinar con precisión qué era. Aunque se imaginara al extra-terrestre como un rey niño malcriado, su conducta carecía de lógica. No tenía sentido. Y eso incluía el último mensaje.

VAMOS HOMBRE, DEJA DE DARME LA LATA.

¿Lenguaje callejero? ¿O sólo estaba imitando a Harry? Fuera como fuese, no era el modo normal de comunicarse que tenía Jerry. Por lo común, este ser no seguía las reglas gramaticales y tenía tendencia a dejar espacios dentro de una misma palabra, cuando hablaba sobre entidades y percepción de las cosas. Pero, de tanto en tanto, de repente empezaba a hablar con lenguaje informal. Norman miró las hojas.

VOLVEREMOS INMEDIATAMENTE DESPUÉS DE UN BREVE CORTE PARA QUE ESCUCHEN ESTOS MENSAJES DE NUESTRO PATROCINADOR.

Ése era un ejemplo. ¿De dónde había salido aquello? Parecía dicho por un locutor de la televisión. Entonces, ¿por qué Jerry no hablaba siempre como un locutor? ¿Qué era lo que producía el cambio?

Y también estaba el problema del calamar: si a Jerry le gustaba asustarlos, si gozaba golpeándoles la jaula y viéndolos saltar, ¿por qué usar un calamar? ¿Cuál era el origen de la idea? ¿Y por qué el calamar, exclusivamente? Jerry parecía disfrutar manifestando diferentes cosas. ¿Entonces, por qué no había generado el calamar gigante en una ocasión, grandes tiburones blancos en otra, y así sucesivamente? ¿Acaso eso no representaría un desafío mas importante para las facultades de Jerry?

Asimismo estaba el problema de Ted. En el momento en que murió, Ted estaba jugando con Jerry. Si a éste le gustaba tanto jugar, ¿por qué lo eliminó? No tenía ningún sentido.

¿O sí lo tenía?

Norman suspiró. El problema radicaba en que todo eran suposiciones: estaba suponiendo que el extra-terrestre seguía procesos lógicos similares a los que seguía él mismo. Pero eso podría no ser así. En principio, Jerry podría funcionar con un índice mucho más rápido de metabolismo y, en consecuencia, tener una noción diferente del tiempo. Los niños jugaban con un juguete hasta que se cansaban de él; después, lo cambiaban por otro. Las horas que le parecían tan dolo-rosamente largas a Norman podrían constituir nada más que unos segundos en la percepción de Jerry; podría ser que simplemente hubiera estado jugando con el calamar unos segundos, hasta que lo abandonó por otro juguete.

Los chicos también tenían una idea vaga sobre la rotura de los objetos, y si Jerry no sabía lo que era la muerte, entonces no le importó matar a Ted, porque pensó que la muerte no representaba más que un suceso temporal, una manifestación «humorística» hecha por Ted. Jerry podría no darse cuenta de que, en realidad, estaba rompiendo sus juguetes.

Y ahora que lo pensaba, también era cierto que Jerry sí había manifestado cosas diferentes… si se admitía que las medusas, los camarones, las gorgonias y ahora las serpientes marinas eran manifestaciones suyas. ¿Lo eran? ¿O solamente eran componentes normales del ambiente? ¿Había alguna manera de darse cuenta?

De repente, Norman recordó al marinero de la Armada. No debía olvidarse del marinero. ¿De dónde había salido? ¿Ese marinero era otra de las manifestaciones de Jerry? ¿Podría Jerry manifestar sus compañeros de juego a voluntad? En ese caso, realmente no le importaría matarlos a todos ellos.

«Creo que está claro —pensó Norman— que a Jerry no le importa matarnos. No quiere más que jugar, y no conoce su propia fuerza».

Sin embargo, había algo más. Norman recorrió las hojas de texto impreso por el ordenador. Su instinto le decía que en todo aquello había un ordenamiento subyacente. Algo que él no llegaba a percibir con claridad, una cierta conexión que no alcanzaba a establecer.

Mientras pensaba acerca de eso, seguía volviendo a una pregunta en particular:

—¿Por qué un calamar? ¿Por qué un calamar?

De pronto recordó que, durante la conversación que mantuvieron en la cena, habían estado hablando de los calamares. Seguramente Jerry logró oírlos y consideró que un calamar sería un objeto provocativo para manifestar…, y desde luego acertó.

Norman hojeó los papeles y se topó con el primer mensaje que Harry había descifrado.

HOLA. ¿CÓMO ESTÁ USTED? YO ESTOY BIEN. ¿CUÁL ES SU NOMBRE? MI NOMBRE ES JERRY.

Ése era un lugar tan bueno como el mejor para empezar. Norman pensó que descifrarlo había sido una hazaña de Harry, pues si el matemático no hubiese tenido éxito con eso, ni siquiera habrían logrado empezar a conversar con Jerry.

Norman se sentó frente a la consola y contempló el teclado. Harry había dicho que el teclado era una espiral: la letra G correspondía al número uno, B al número dos, y así sucesivamente. Fue muy sagaz al resolver eso; a Norman nunca se le habría ocurrido, ni en un millón de años.

Empezó a tratar de encontrar las letras de la primera secuencia:

Harry había dicho que 00 señalaba el comienzo del mensaje, y 03, era H. Ydespués 21, era E; 25 era L, y 25 otra L y, justo por encima de eso, 26 era 0…[26]

HOLA.

Sí, todo encajaba. Siguió traduciendo: 032629 era cómo.

¿CÓMO ESTÁ USTED?

Todo iba bien hasta ahora. Norman experimentaba un gran placer, casi como si lo estuviera descifrando por primera vez. Luego venía 18: eso era yo…

YO ESTOY BIEN.

Se movía con más presteza, y anotaba las letras.

¿CUÁL ES SU NOMBRE?

Ahora, 1604 era mi… mi nombre es… Pero, en ese momento, encontró un error en una de las letras. ¿Sería posible? Norman continuó y halló un segundo error, después escribió el mensaje y se quedó mirándolo fijamente, presa de una creciente emoción.

MI NOMBRE ES HARRY.

—¡Dios Santo! —exclamó.

Volvió a revisar el mensaje, pero no había errores. Ninguno cometido por él, al menos. El mensaje era clarísimo:

HOLA. ¿CÓMO ESTÁ USTED? YO ESTOY BIEN. ¿CUÁL ES SU NOMBRE? MI NOMBRE ES HARRY.