—Norman —dijo Barnes—, me parece recordar que usted trató esto en su informe, ¿no? Me refiero a la posibilidad de que un ser de otro planeta nos pudiera leer la mente.
—Sí, lo mencioné.
—¿Y cuáles fueron sus recomendaciones?
—No di recomendaciones. Fue algo que el Departamento de Estado me pidió que incluyera como posibilidad. Tan sólo lo hice por eso.
—¿En su informe no agregó ninguna recomendación?
—No —dijo Norman—. A decir verdad, en aquel momento pensé que la idea era una broma.
—No lo es —declaró Barnes, y se sentó pesadamente, con la mirada fija en la pantalla—. ¿Qué diablos vamos a hacer ahora?
NO TENGAN MIEDO.
—Para él no es problema decirlo, ya que escucha todo lo que decimos. —Barnes miró la pantalla—. ¿Nos está escuchando ahora, Jerry?
SÍ, HAL.
—¡Qué complicación! —exclamó Barnes.
—Creo que es un acontecimiento emocionante —dijo Ted.
—Jerry, ¿nos puede leer la mente? —preguntó Harry.
SÍ, NORMAN.
—¡Madre mía! —se alarmó Barnes—. Puede leernos la mente. «Quizá no —se dijo Norman. Frunció el entrecejo, se concentró y pensó—: Jerry, ¿puedes oírme?».
La pantalla permaneció en blanco.
«Jerry, dígame su nombre».
La pantalla no varió.
«A lo mejor, con una imagen visual —pensó Norman—. Quizá Jerry pueda recibir una imagen visual. —Norman recorrió su mente, buscando algo para visualizar: optó por una playa tropical; después, una palmera. La imagen de la palmera era clara, pero tal vez Jerry no supiera lo que era una palmera; no tendría significado alguno para él. Norman pensó que debería elegir algo que pudiera estar dentro de la experiencia de Jerry, así que decidió imaginar un planeta con anillos, como Saturno. Frunció el entrecejo y pensó—: Jerry, le voy a enviar una imagen. Dígame lo que ve».
Concentró la mente en la imagen de Saturno, esa esfera de color amarillo brillante, rodeada por un sistema de anillos inclinados y suspendida en la negrura del espacio. Mantuvo la imagen durante diez segundos y después miró el monitor.
La pantalla no cambió. «¿Está ahí, Jerry?».
La pantalla seguía invariable.
—¿Está ahí, Jerry? —preguntó Norman, en voz alta.
SÍ, NORMAN. ESTOY AQUÍ.
—No creo que debamos hablar en esta habitación —dijo Barnes—. Quizá si vamos a otro cilindro y hacemos correr el agua…
—¿Como en las películas de espías?
—Vale la pena intentarlo.
—Creo que somos injustos con Jerry, pues si sentimos que se está entrometiendo en nuestra intimidad, ¿por qué no se lo decimos directamente? ¿Por qué no le pedimos que no se entrometa? —propuso Ted.
NO ES MI DESEO ENTROMETERME.
—Admitámoslo —dijo Barnes—. Este tipo sabe mucho más sobre nosotros, que nosotros acerca de él.
SÍ. SÉ MUCHAS COSAS SOBRE SUS ENTIDADES.
—Jerry —dijo Ted.
SÍ, TED. ESTOY AQUÍ.
—Por favor, déjanos a solas.
NO ES MI DESEO HACERLO. ESTOY FELIZ DE HABLAR CON USTEDES. DISFRUTO HABLAR CON USTEDES. HABLEMOS AHORA. ES MI DESEO.
—Es evidente que no va a atenerse a razones —dijo Barnes.
—Jerry —intervino Ted—, usted nos tiene que dejar a solas un rato.
NO. ESO NO ES POSIBLE. NO ESTOY DE ACUERDO. ¡NO!
—Ahora está asomando la oreja el bastardo —murmuró Barnes.
«El rey niño», pensó Norman y dijo: —Déjenme probar.
—Te cedo el lugar.
—Jerry —dijo Norman.
SÍ, NORMAN. ESTOY AQUÍ.
—Jerry, para nosotros es muy emocionante hablar contigo.
GRACIAS. YO TAMBIÉN ESTOY EMOCIONADO.
—Jerry, consideramos que eres una entidad fascinante y maravillosa.
Barnes puso los ojos en blanco y meneó la cabeza.
GRACIAS, NORMAN.
—Y deseamos hablar contigo durante muchas, muchas horas, Jerry.
BIEN.
—Y sabemos que posees un gran poder y una gran comprensión de las cosas.
ASÍ ES, NORMAN. SÍ.
—Jerry, sin duda tu gran comprensión te permite saber que nosotros somos entidades que necesitan sostener conversaciones entre ellas, sin que tú nos oigas. La experiencia de conocerte nos exige mucha concentración y tenemos mucho para hablar entre nosotros.
Barnes estaba agitando la cabeza.
YO TAMBIÉN TENGO MUCHO PARA HABLAR. DISFRUTO MUCHO LA CONVERSACIÓN CON TUS ENTIDADES, NORMAN.
—Sí, lo sé, Jerry. Pero, en tu sabiduría, también comprendes que necesitamos hablar a solas.
NO TENGÁIS MIEDO.
—No tenemos miedo, Jerry: nos sentimos incómodos.
NO OS SINTÁIS INCÓMODOS.
—No lo podemos evitar, Jerry… Somos así.
DISFRUTO MUCHO LA CONVERSACIÓN CON TUS ENTIDADES, NORMAN. ESTOY FELIZ. ¿ESTÁS FELIZ TÚ TAMBIÉN?
—Sí, muy feliz, Jerry. Pero, verás, necesitamos…
BIEN. ESTOY CONTENTO.
—… necesitamos hablar a solas. Por favor, no nos escuches por un rato.
¿YO TE OFENDIDO TÚ?
—No, eres muy amistoso y encantador. Pero necesitamos conversar a solas, sin que nos escuches, durante un rato.
YO ENTIENDO QUE TÚ NECESITAS ESO. DESEO QUE TENGAS COMODIDAD CONMIGO, NORMAN. TE CONCEDERÉ LO QUE DESEAS.
—Gracias, Jerry.
—Bueno —dijo entonces Barnes—. ¿Cree que realmente lo va a hacer?
VOLVEREMOS INMEDIATAMENTE DESPUÉS DE UN BREVE CORTE PARA QUE ESCUCHEN ESTOS MENSAJES DE NUESTRO PATROCINADOR.
Y la pantalla quedó en blanco.
Norman no pudo evitar reírse.
—Fascinante —dijo Ted—. Al parecer estuvo captando señales de televisión.
—No se puede hacer eso desde abajo del agua.
—Nosotros no, pero parece que él sí puede.
—Sé que sigue escuchando. Sé que lo está haciendo. Jerry, ¿estás ahí? —preguntó Barnes.
La pantalla estaba en blanco.
—¿Jerry?
Nada ocurrió. La pantalla continuaba vacía.
—Se fue.
—Bueno —dijo Norman—. Acaban de ver el poder de la psicología en acción.
No pudo evitar decirlo: seguía estando muy molesto con Ted.
—Lo siento… —empezó a disculparse Ted.
—Está bien.
—Sin embargo, no creo que para una inteligencia superior las emociones sean verdaderamente importantes.
—No empecemos otra vez con eso —rogó Beth.
—La cuestión es —dijo Norman— que las emociones y el intelecto son completamente independientes. Son como compartimientos del cerebro, separados, o como dos cerebros separados, incluso, y no se comunican entre sí. Ése es el motivo de que la comprensión intelectual sea tan inútil.
—¿Dices que la comprensión intelectual es inútil? —exclamó Ted.
Por el tono de voz se le notaba horrorizado.
—En muchos casos, sí —declaró Norman—. Si lees un manual sobre cómo andar en bicicleta, ¿sabes cómo hacerlo? No, no lo sabes. Puedes leer todo lo que quieras, pero todavía te será necesario salir y aprender a andar. La parte de tu cerebro que aprende a andar en bicicleta es diferente de la parte del cerebro que lee al respecto.
—¿Qué tiene que ver esto con Jerry? —preguntó Barnes.
—Sabemos que, en el aspecto emocional —prosiguió Norman—, una persona inteligente es tan susceptible de trastornarse como una persona común. Si Jerry es un ser con emociones auténticas, y no un ser que sólo simule tenerlas, entonces necesitamos tratar con su faz emocional, tanto como con su faz intelectual.
—Mejor para ti —replicó Ted.
—En realidad, no —repuso Norman—. Con franqueza, yo me sentiría mucho más tranquilo si Jerry no fuese más que un intelecto frío y desprovisto de emociones.
—¿Porqué?
—Porque si Jerry es poderoso, y también es emocional, eso plantea un serio interrogante: ¿qué pasará si Jerry enloquece?