Tenían que haber pensado que estaba loco, al verlo correr a través de la esclusa hacia el Cilindro D, subir a trompicones las estrechas escaleras, y llegar al nivel superior gritando:
—¡Está abierta! ¡Está abierta!
Llegó a la consola de comunicaciones en el preciso momento en que Beth se quitaba de los labios las últimas migajas de coco. La mujer soltó el tenedor.
—¿Qué es lo que está abierto?
—¡La esfera!
Beth giró sobre la silla y Tina corrió desde el grupo de VCR. Ambas miraron el monitor que se encontraba a la espalda de Beth.
Se produjo un silencio embarazoso.
—Me da la impresión de que está cerrada, Norman.
—Estaba abierta. La vi. —Les explicó lo que había observado en el monitor de la cocina—. Fue hace unos pocos minutos, nada más, y estoy seguro de que la esfera se abrió. Se tiene que haber vuelto a cerrar mientras yo venía hacia aquí.
—¿Estás seguro?
—El monitor de la cocina es muy pequeño…
—Lo he visto —insistió Norman—. Repitan la grabación, si no me creen.
—Buena idea —reconoció Tina, y fue hacia las grabadoras para volver a pasar la cinta.
Norman estaba respirando pesadamente, tratando de recuperar el aliento. Era la primera vez que hacía un esfuerzo en esa densa atmósfera, y sentía mucho los efectos. «El DH-8 no es un buen lugar para excitarse», pensó.
Beth lo estaba observando:
—¿Te encuentras bien, Norman?
—Sí, muy bien. Te digo que lo vi. Se abrió. ¿Tina?
—Tardaré un segundo.
Entró Harry bostezando.
—Las camas de este lugar son grandiosas, ¿no? Es como dormir en una bolsa de arroz húmedo, una especie de combinación de cama y ducha fría —suspiró—. Irme de aquí me va a destrozar el corazón.
—Norman cree que la esfera se abrió —dijo Beth.
—¿Cuándo? —preguntó Harry, y volvió a bostezar.
—Hace pocos segundos.
Harry asintió reflexivo.
—Interesante, interesante. Veo que ahora está cerrada.
—Estamos rebobinando las cintas para volver a verlas.
—Ajá. ¿Queda algo de esa tarta?
«Harry parece muy sereno —pensó Norman—. Éste es un hecho importantísimo, y él no se muestra excitado ni lo más mínimo». ¿Por qué? ¿Tampoco Harry le creía? ¿Era que aún estaba soñoliento, no del todo despierto… o había algo más?
—Aquí es —dijo Tina.
El monitor mostró líneas distorsionadas y, después, la imagen adquirió nitidez. En la pantalla volvieron a aparecer Tina y Beth, y se oyó el diálogo que habían sostenido:
—… horas. Las cintas se transfieren al submarino.
Beth:
—¿Para qué?
Tina:
—De ese modo, si algo ocurriera aquí abajo, el submarino ascendería a la superficie de forma automática.
Beth:
—Ah, grandioso. Pero no quiero pensar demasiado en eso. ¿Dónde está el doctor Fielding ahora?
Tina:
—Desistió de abrir la esfera y fue a la cubierta principal de vuelo. Está con Jane Edmunds.
En la pantalla, Tina salía del campo visual, y Beth se quedaba sola en la silla, comiendo tarta, con la espalda vuelta hacia el monitor. Se oyó la voz de Tina, preguntaba:
—¿Cree que alguna vez lograrán abrir la esfera?
Y Beth, sin dejar de comer, respondía:
—Quizá. No lo sé.
Se produjo una breve pausa y entonces, en el monitor que estaba detrás de Beth, se vio que la puerta de la esfera se abría deslizándose hacia un lado.
—¡Eh! ¡Sí, se abrió!
—¡Sigan adelante con la grabación!
En pantalla, Beth no miraba el monitor. Tina, todavía en algún sitio fuera de la pantalla, decía:
—Esto me asusta.
Beth:
—No creo que haya motivos para tener miedo.
Tina:
—Es lo desconocido.
—Por supuesto —decía Beth—, pero no es probable que algo desconocido sea peligroso y aterrador. Lo más probable es que sea inexplicable, nada más.
—No sé cómo puede decir eso.
—¿Le tiene miedo a las serpientes? —preguntaba Beth en pantalla.
Durante todo el transcurso de esta conversación la esfera permaneció abierta.
Mientras observaba, Harry dijo:
—¡Qué lástima que no podamos ver su interior!
—A lo mejor puedo ayudar en ese aspecto —dijo Tina—. Por mediación del ordenador haré que la imagen se intensifique un poco.
—Casi parece como si hubiera lucecitas —dijo Harry—. Lucecitas móviles dentro de la esfera…
En la pantalla, Tina volvió a entrar en el campo visual:
—Las serpientes no me molestan.
—Bueno, pues yo no las puedo soportar. Son viscosas, frías, repugnantes.
—Ah, Beth —dijo Harry, observando el monitor—. ¿Tienes envidia de la serpiente?
En la pantalla, Beth seguía diciendo:
—Si yo fuese un marciano que llega a la Tierra y me tropezara con una serpiente, una forma de vida extraña y fría, que repta y tiene forma de tubo, no sabría qué pensar de ella. Pero la probabilidad de que tropiece con una víbora venenosa es muy pequeña, pues menos del uno por ciento de las serpientes son venenosas. Así que, en mi calidad de marciano, no me encontraría en peligro como consecuencia de mi descubrimiento de las serpientes: estaría perplejo. Y eso es lo más probable que nos ocurriera con nosotros: estaríamos perplejos. De todos modos no creo que alguna vez lleguemos a conseguir que la esfera se abra, no lo creo.
—Confío en que no —decía Tina.
Detrás de ella, en el monitor, la esfera se cerró.
—¡Uh! —exclamó Harry—. En total, ¿cuánto tiempo estuvo abierta?
—Treinta y tres segundos coma cuatro —respondió Tina.
Detuvo la cinta y preguntó:
—¿Alguien la quiere ver de nuevo?
Se la veía pálida.
—En este preciso momento, no —dijo Harry. Tamborileó con los dedos sobre el apoyabrazos de su asiento, con la mirada fija, pensativo.
Nadie pronunció una palabra. Todos aguardaban pacientemente a que Harry hablara. Norman percibió de qué modo el grupo se subordinaba al matemático. «Harry es la persona que nos resuelve siempre las cosas —pensó—. Lo necesitamos, dependemos de él».
—Muy bien —dijo Harry por fin—. Aún no es posible sacar conclusiones. Carecemos de datos suficientes. La cuestión es si la esfera estaba respondiendo a algo de su ambiente inmediato, o si simplemente se abrió obedeciendo a razones propias. ¿Dónde está Ted?
—Ted abandonó la esfera y fue a la cubierta de vuelo.
—Ya estoy de regreso —dijo el aludido, con una amplia sonrisa—. Y tengo algunas novedades sensacionales.
—También nosotros —le comunicó Beth.
—Eso puede esperar —arguyó Ted.
—Pero…
—Sé adónde fue esta nave —dijo Ted, excitado—. Estuve en cubierta, analizando los resúmenes de los datos de vuelo, y observando los campos siderales, y sé dónde está situado el agujero negro.
—Ted —le atajó Beth—, la esfera se abrió.
—¿Se abrió? ¿Cuándo?
—Hace unos minutos. Después, se volvió a cerrar.
—¿Qué indicaron los monitores?
—No hay peligro biológico. Parece ser segura.
Ted miró la pantalla.
—¿Y qué demonios estamos haciendo aquí?
En ese momento entró Barnes.
El período de descanso de dos horas terminó. ¿Todo el mundo listo para retornar a la nave y echar un último vistazo?
—Decir solamente que estamos listos para exponer las cosas con suma delicadeza —dijo Harry.
Llegaron hasta donde estaba la esfera, bruñida, silenciosa, cerrada. Los investigadores la rodearon y contemplaron sus distorsionadas imágenes reflejadas en el metal. Nadie hablaba. Se limitaron a caminar alrededor de la esfera.
Al final, Ted dijo:
—Tengo la impresión de que éste es un test para medir el coeficiente intelectual, y que no lo estoy aprobando.
—¿Quieres decir algo así como el Mensaje Davies? —preguntó Harry.
—Ah, eso —corroboró Ted.
Norman sabía a qué se referían. El Mensaje Davies era uno de los episodios que los promotores del SETI deseaban olvidar. En 1979 había tenido lugar en Roma una importante reunión de los científicos que integraban el SETI (Búsqueda de Inteligencia Extra-terrestre)[15]. Básicamente, dicho organismo solicitaba que se efectuara una investigación radioastronómica del cosmos. Durante la reunión los científicos trataron de decidir qué clase de mensaje se debía usar.
Emerson Davies, un físico de Cambridge, Gran Bretaña, ideó un mensaje basado en constantes físicas fijas, como la longitud de onda que emite el hidrógeno y que cabía suponer que eran las mismas en todo el Universo. Davies dispuso estas constantes en forma de ilustración binaria.
Como Davies pensó que ésta sería exactamente la clase de mensaje que podría enviar una inteligencia de otro planeta, supuso que sería fácil de resolver para la gente que tomaba parte en el SETI. De modo que entregó una copia de esa gráfica a cada uno de los asistentes al congreso.
Nadie pudo interpretarla.
Cuando Davies la explicó, todos estuvieron de acuerdo en que era una idea ingeniosa y un mensaje perfecto para ser enviado por seres de otro planeta. Pero quedó de manifiesto el hecho de que ninguno de los científicos había sido capaz de captar ese mensaje perfecto.
Una de las personas que había tratado de resolverlo, sin éxito, había sido Ted.
—Bueno, no nos esforzamos demasiado —argumentó—. En el congreso había muchos asuntos por tratar. Y no te teníamos allí, Harry.
—Lo único que querías era un viaje gratis a Roma —dijo éste.
—¿Es mi imaginación, o las marcas de la puerta se han modificado? —preguntó Beth.
Norman observó: a primera vista, las profundas estrías parecían ser las mismas, pero quizá el diseño fuese diferente. De ser así, el cambio era casi imperceptible.
—Podemos compararlo con las antiguas grabaciones de vídeo —dijo Barnes.
—A mí me parece igual —declaró Ted—. De todos modos es metal; dudo de que pueda cambiar.
—Lo que llamamos «metal» no es más que líquido que fluye con lentitud a temperatura ambiente —puntualizó Harry—. Es posible que este metal esté cambiando.
—Lo dudo —manifestó Ted.
—Se supone que los expertos son ustedes. Sabemos que esta cosa se puede abrir; ya estuvo abierta. ¿Cómo lograremos que lo haga de nuevo? —dijo Barnes.
—Lo estamos intentando, Hal.
—No da la impresión de que hagan ninguna cosa.
De tanto en tanto le echaban un vistazo a Harry, pero el matemático se limitaba a contemplar la esfera; tenía una mano en la barbilla y, con aire reflexivo, se golpeaba suavemente el labio inferior con un dedo.
—¿Harry?
No respondió.
Ted se acercó a la esfera y la golpeó con la palma de la mano; el objeto emitió un sonido apagado, pero nada ocurrió. Ted la aporreó con el puño, después de lo cual dio un respingo de dolor y se frotó la mano.
—No creo que podamos forzar el acceso a la esfera. Me parece que es ella la que nos tiene que permitir el ingreso —dijo Norman.
Por un momento nadie pronunció una palabra.
—Mi equipo campeón, cuidadosamente seleccionado —les dijo Barnes, punzante—. Y todo lo que pueden hacer es quedarse inmóviles y contemplar la esfera.
—¿Qué quiere que hagamos, Hal? ¿Tirarle una bomba atómica?
—Si no consiguen abrirla, habrá gente que lo intentará. —Barnes miró su reloj—. Mientras tanto, ¿tienen alguna otra idea brillante?
Nadie la tenía.
—Muy bien —decidió—. Nuestro tiempo ha terminado. Volvamos al habitáculo y preparémonos para ser transportados a la superficie.