Los ríos son nuestros hermanos, sacian nuestra sed. Los ríos cargan nuestras

canoas y alimentan a nuestros niños. Si les vendemos nuestras tierras,

ustedes deben recordar y enseñar a sus hijos que los ríos son nuestros

hermanos, y los suyos también. Por lo tanto, ustedes deberán dar a los ríos la

bondad que le dedicarían a cualquier hermano.

 

Sabemos que el hombre blanco no comprende nuestras costumbres. Para él

una porción de tierra tiene el mismo significado que cualquier otra, pues es un

forastero que llega en la noche y extrae de la tierra aquello que necesita. La

tierra no es su hermana sino su enemiga, y cuando ya la conquistó, prosigue

su camino. Deja atrás las tumbas de sus antepasados y no se preocupa. Roba

de la tierra aquello que sería de sus hijos y no le importa.

 

La sepultura de su padre y los derechos de sus hijos son olvidados. Trata a su

madre, a la tierra, a su hermano y al cielo como cosas que puedan ser

compradas, saqueadas, vendidas como carneros o adornos coloridos. Su

apetito devorará la tierra, dejando atrás solamente un desierto.