Cada pedazo de esta tierra es sagrado para mi pueblo. Cada rama brillante de

un pino, cada puñado de arena de las playas, la penumbra de la densa selva,

cada rayo de luz y el zumbar de los insectos son sagrados en la memoria y

vida de mi pueblo. La savia que recorre el cuerpo de los árboles lleva consigo

la historia del piel roja.

 

Los muertos del hombre blanco olvidan su tierra de origen cuando van a

caminar entre las estrellas. Nuestros muertos jamás se olvidan de esta bella

tierra, pues ella es la madre del hombre piel roja. Somos parte de la tierra y

ella es parte de nosotros. Las flores perfumadas son nuestras hermanas; el

ciervo, el caballo, el gran águila, son nuestros hermanos. Los picos rocosos,

los surcos húmedos de las campiñas, el calor del cuerpo del potro y el hombre,

todos pertenecen a la misma familia.

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