La madre salió de nuevo y volvió a sentarse en un mortero de arroz y, como
por encantamiento, el niño dejó de llorar y volvió a dormirse. La madre, que
quería volver junto a su marido, se levantó y se dirigió hacia casa.
Nuevamente, en cuanto la mujer cruzó el umbral de la puerta el niño se
despertó y comenzó a llorar violentamente. Por tres veces hizo la madre lo
mismo, y tres veces el niño, se dormía en cuanto ella se sentaba en el mortero
de arroz, y se despertaba cuando ella intentaba entrar en casa. La cuarta vez,
decidió pasarse la noche bajo el tamarindo.