Cuando Eragon se despertó tenía las mantas arrebujadas bajo el cuerpo, pero aun así sentía calor. Saphira estaba dormida en su colchón y respiraba de forma regular.
Por primera vez desde la llegada a Farthen Dûr, Eragon se sentía seguro y esperanzado. Estaba abrigado, bien alimentado y había conseguido dormir tanto como quería. La tensión disminuía en su interior; una tensión que se había ido acumulando desde la muerte de Brom, o incluso antes, desde su partida del valle de Palancar.
Ya no he de tener miedo. Pero ¿qué le sucederá a Murtagh?
Por mucha hospitalidad que le ofrecieran los vardenos, Eragon no podía aceptarla sabiendo que, con o sin mala intención, había provocado el encarcelamiento de Murtagh. Tenía que resolver esa situación de algún modo.
Recorrió con la mirada el basto techo de la cueva a la vez que pensaba en Arya. Se burló de sí mismo por soñar despierto y ladeó la cabeza para asomarse a la dragonera. Había un gato sentado en la entrada de la cueva, lamiéndose una pata. El gato lo miró, y Eragon vio el brillo de unos rasgados ojos rojos.
¿Solembum? —preguntó, incrédulo.
Por supuesto. —El hombre gato agitó su gruesa melena, soltó un lánguido bostezo y mostró los largos colmillos. Se estiró y, abandonando la cueva de un salto, aterrizó con un ruido sordo en Isidar Mithrim, unos seis metros más abajo—. ¿Vienes?
Eragon miró a Saphira, que ya se había despertado y observaba al muchacho sin moverse.
Ve. Yo estoy bien —murmuró.
Solembum lo esperaba bajo el arco que llevaba al resto de Tronjheim.
En cuanto los pies de Eragon se posaron sobre Isidar Mithrim, el hombre gato se dio la vuelta, produciendo un ruidito con las garras, y desapareció por el arco. Eragon echó a correr tras él frotándose la cara para sacudirse el sueño. Pasó bajo el arco y se encontró ante el inicio de Vol Turin, la Escalera Infinita. Como desde allí no se podía ir a ningún otro sitio, bajó al nivel inferior.
Eragon se paró ante una arcada que se curvaba suavemente a la derecha y rodeaba la cámara central de Tronjheim. Entre las esbeltas columnas que sostenían los arcos, Eragon vio los destellos de Isidar Mithrim por encima de su cabeza, así como la lejana base de la ciudad–montaña. La circunferencia de la cámara central aumentaba de tamaño en cada nivel sucesivo de arriba abajo. La escalera se abría camino por el suelo de la arcada hacia un nivel inferior, idéntico a aquél, y descendía a través de montones de otras arcadas hasta que desaparecía en la distancia. El tobogán de descenso iba paralelo al borde exterior de la escalera, y en la parte superior de Vol Turin había una serie de cuadrados de piel para deslizarse sobre ellos. A la derecha de Eragon, un pasillo polvoriento llevaba a las salas y a los apartamentos de aquel nivel. Solembum descendió por el pasillo sin hacer ruido, agitando la cola.
Espera —dijo Eragon.
Intentó atrapar a Solembum, pero sólo logró verlo fugazmente entre los pasillos abandonados. Poco después, al doblar una esquina, vio que el hombre gato se detenía ante una puerta y maullaba. Como si tuviera voluntad propia, la puerta se abrió hacia dentro. Solembum entró, y se cerró la puerta. Eragon se plantó perplejo ante ella y levantó una mano para llamar, pero la puerta se abrió de nuevo sin darle tiempo a hacerlo, y por la abertura se esparció una cálida luz. Tras un instante de indecisión, entró.
Se encontraba en una suite de dos habitaciones, de color terroso, lujosamente decorada con esculturas de madera y plantas trepadoras. El ambiente era agradable, fresco y húmedo. Había luminosas antorchas colgadas de las paredes y del techo, pero una serie de misteriosos objetos se amontonaban en el suelo y oscurecían los rincones. En la habitación más lejana había una gran cama con dosel, del que aún pendían más plantas.
En el centro de la habitación principal, sentada en un lujoso sillón de piel, estaba Angela, la bruja y adivina, que ostentaba una sonrisa resplandeciente.
—¿Qué haces aquí? —exclamó Eragon.
Angela entrelazó las manos sobre el regazo.
—Bueno, ¿qué tal si te sientas en el suelo, y te lo cuento? Te ofrecería una silla, si no fuera porque estoy sentada en la única que hay.
Entre tanto se acomodaba entre dos frascos de burbujeantes pociones verdes de olor acre, a Eragon le bullían las preguntas en la mente.
—¡Bien, bien! —exclamó Angela inclinándose hacia él—. Entonces eres un Jinete. Ya me lo parecía a mí, pero no lo di por cierto hasta ayer. Estoy segura de que Solembum lo sabía, aunque nunca me lo había dicho. Tendría que habérmelo imaginado en cuanto mencionaste a Brom. Saphira… Me gusta el nombre. Es apropiado para una dragona.
—Brom está muerto —explicó bruscamente Eragon—. Lo mataron los Ra’zac.
Angela quedó desconcertada y se retorció un mechón de su espesa cabellera rizada.
—Lo siento. De verdad —dijo suavemente.
—Pero no te sorprende, ¿verdad? —repuso Eragon sonriendo con amargura—. Al fin y al cabo habías adivinado su muerte.
—Yo no sabía quién iba a morir —aclaró ella—. Pero no… no me sorprende. Coincidí una o dos veces con Brom. No le hacía gracia mi actitud «frívola» con respecto a la magia, más bien le irritaba.
—En Teirm te reíste de su destino y dijiste que era como una broma. ¿Por qué?
El rostro de Angela se tensó momentáneamente.
—Visto desde el presente, fue de bastante mal gusto, pero yo entonces no sabía lo que le iba a pasar. ¿Cómo te lo explicaría…? Brom estaba maldito, en cierto sentido: en su wyrda constaba que fracasaría en todos sus empeños, menos en uno, aunque no fuera por culpa suya. Fue escogido como Jinete, pero mataron a su dragón, y amó a una mujer, pero su amor le trajo la desgracia. Y doy por hecho que fue elegido para cuidarte y formarte, pero al final también fracasó en eso. Su único triunfo fue matar a Morzan, y no podría haber hecho un bien más importante que ése.
—Brom nunca me habló de ninguna mujer —respondió Eragon.
Angela se encogió de hombros como si no le importara.
—Se lo oí contar a alguien que no podía mentir. Bien, ¡dejemos de hablar de eso! La vida sigue y no deberíamos inquietar a los muertos con nuestras preocupaciones.
Recogió unos juncos del suelo y empezó a trenzarlos hábilmente dando por terminado el asunto. Eragon titubeó, pero terminó por ceder.
—De acuerdo. Bueno, ¿cómo es que estás en Tronjheim y no en Teirm?
—¡Ah, por fin una pregunta interesante! —exclamó Angela—. Después de oír de nuevo el nombre de Brom durante tu visita, percibí que el pasado retornaba a Alagaësia. Como la gente murmuraba que el Imperio perseguía a un Jinete, me imaginé que el huevo de dragón de los vardenos debía de haber prendido, así que cerré el negocio y me dispuse a averiguar algo más.
—¿Conocías la existencia del huevo?
—Por supuesto. No soy idiota. Llevo por aquí mucho más tiempo del que tú crees, y pasan muy pocas cosas sin que yo me entere. —Hizo una pausa y se concentró en lo que estaba tejiendo—. En cualquier caso, sabía que yo tenía que llegar hasta los vardenos lo antes posible. Ya casi llevo un mes aquí, aunque este sitio no me gusta mucho. Es demasiado húmedo para mi gusto, y además, en Farthen Dûr todo el mundo es demasiado serio y aristócrata. Total, todos están condenados probablemente a una muerte trágica. —Soltó un largo suspiro, con expresión burlona—. Y los enanos sólo son una panda de bobos supersticiosos, encantados de pasarse la vida excavando las rocas. El único aspecto redentor de este lugar son todos los hongos y las setas que crecen dentro de Farthen Dûr.
—Entonces, ¿por qué te quedas? —preguntó Eragon sonriendo.
—Porque me gusta estar allí donde suceda algo importante —contestó Angela alzando altiva la cabeza—. Además, si me hubiera quedado en Teirm, Solembum se hubiera ido sin mí, y me lo paso bien con él. Pero cuéntame, ¿qué aventuras te han ocurrido desde la última vez que hablamos?
Durante una hora Eragon resumió sus experiencias de los últimos dos meses y medio. Angela lo escuchaba en silencio, pero cuando mencionó a Murtagh saltó, indignada:
—¡Murtagh!
—Me ha contado quién es —añadió Eragon asintiendo—. Pero déjame terminar la historia antes de emitir ningún juicio.
El muchacho siguió con el relato. Cuando hubo terminado, Angela se recostó pensativa en la silla y abandonó los juncos. Sin previo aviso, Solembum saltó de su escondite y cayó en el regazo de Angela, donde se acurrucó y se quedó mirando a Eragon con altanería.
Angela acarició al hombre gato.
—Es fascinante: Galbatorix aliado con los úrgalos y Murtagh por fin al descubierto… Te advertiría que tengas cuidado con ese chico, pero parece obvio que eres consciente del peligro.
—Murtagh ha sido un amigo inquebrantable y un permanente aliado —dijo Eragon con firmeza.
—Ten cuidado de todos modos. —Angela hizo una pausa, y luego añadió con desdén—: Y después está el asunto de Sombra, o sea, Durza. Creo que en estos momentos es la mayor amenaza para los vardenos, aparte de Galbatorix. Odio a los Sombra porque practican la magia más impura después de la nigromancia. Me encantaría arrancarle el corazón con una simple horquilla y dárselo de comer a los cerdos.
Su repentina vehemencia impresionó a Eragon.
—No lo entiendo. Brom me dijo que los Sombra eran brujos que, para conseguir lo que deseaban, se servían de los espíritus. ¿Qué hay de malvado en eso?
—Nada. Los brujos normales sólo son eso, normales. Ni mejores ni peores que los demás, pero usan su fuerza mágica para controlar a los espíritus y el poder de éstos. Los Sombra, en cambio, renuncian a ese control en busca de un poder mayor y permiten que sean los espíritus quienes controlen sus cuerpos. Por desgracia, los únicos que ambicionan poseer a los humanos son los espíritus más perversos, quienes, después de haber penetrado en ellos, jamás los abandonan. Esa posesión puede darse por accidente si un brujo invoca a un espíritu más fuerte que él. El problema es que, una vez que ha sido creado un Sombra, es terriblemente difícil matarlo. Doy por hecho que sabes que sólo dos personas, el elfo Laetri y el Jinete Irnstad, han sobrevivido a ese desafío.
—He oído algunas historias. —Entonces Eragon señaló la habitación—. Pero dime, ¿por qué vives tan arriba en Tronjheim? ¿No te resulta incómodo estar tan aislada? ¿Y cómo subiste aquí todo esto?
Angela echó la cabeza hacia atrás y soltó una risa irónica.
—¿Quieres que te diga la verdad? Me estoy escondiendo. Cuando llegué a Tronjheim, tuve unos pocos días de paz hasta que los guardianes que me habían dejado entrar en Farthen Dûr empezaron a contar quién era. A partir de entonces, todos los magos que hay por aquí, pese a que apenas merecen tal apelativo, empezaron a agobiarme para que me uniera a sus grupos secretos, y especialmente los gemelos drajl que lo controlan todo. Al final amenacé con convertirlos en sapos, perdón, en ranas, pero como eso no los detenía me escabullí en plena noche. No es tan difícil como te imaginas, sobre todo para alguien con mis habilidades.
—¿Tuviste que abrir tu mente a los gemelos para que te permitieran entrar en Farthen Dûr? —preguntó Eragon—. A mí me obligaron a dejarles revisar mis recuerdos.
Un gélido destello asomó en la mirada de Angela.
—Los gemelos no se atreverían a hurgar en mí por miedo a lo que podría hacerles. Es evidente que les encantaría, pero saben que terminarían destrozados por el esfuerzo farfullando tonterías. Llevo mucho tiempo viniendo aquí, antes incluso de que los vardenos empezaran a examinar la mente de los demás… y no van a empezar conmigo a estas alturas. —Echó un vistazo a la otra habitación y dijo—: Bueno, ha sido una charla muy esclarecedora, pero ahora me temo que debo irme. Mi pócima de raíz de mandrágora y lengua de tritón está a punto de hervir y reclama mi atención. Vuelve cuando tengas tiempo. Y por favor, no le digas a nadie que estoy aquí porque no me gustaría nada tener que mudarme otra vez. Me… irritaría mucho. Y tú no quieres verme irritada, ¿verdad?
—Te guardaré el secreto —le aseguró Eragon al tiempo que se levantaba.
Solembum saltó del regazo de Angela cuando ésta se ponía en pie.
—¡Bien dicho! —exclamó la bruja.
Eragon se despidió y abandonó la habitación. Solembum lo guió de vuelta a la dragonera y luego se despidió con un coletazo para seguir merodeando a su aire.