Eragon se acurrucó debajo de las mantas, sin ganas de abrir los ojos, y se adormiló, pero un pensamiento difuso entró en su mente… ¿Cómo he llegado aquí? Confundido, tiró más fuerte de las mantas y sintió algo duro en el brazo derecho. Trató de mover la muñeca, pero sintió una dolorosa punzada. ¡Los úrgalos! Y se incorporó de golpe.
Yacía en un pequeño claro en el que sólo había un fuego de campaña sobre el que se cocía un estofado en una cacerola, mientras una ardilla tableteaba sobre una rama. Al lado de las mantas estaban su arco y el carcaj. El muchacho hizo una mueca de dolor al intentar levantarse, pues tenía los músculos débiles y doloridos y el brazo derecho con un pesado entablillado.
¿Dónde están todos?, se preguntó con sensación de abandono. Intentó llamar a Saphira, aunque no la percibía, y eso lo alarmó. Un hambre voraz se apoderó de él, de modo que se puso a comer el estofado, y como seguía con hambre, se imaginó que quizá en las alforjas habría un trozo de pan, pero no había ni rastro de las alforjas ni de los caballos en el claro. Estoy seguro de que esto tiene una explicación, pensó tratando de reprimir su ansiedad.
Dio una vuelta por el claro, pero volvió a donde estaban las mantas y se envolvió con ellas. Sin nada mejor que hacer, se apoyó contra un árbol y observó las nubes del cielo. Pasaron las horas, pero no aparecieron ni Brom ni Saphira.
Espero que todo vaya bien.
A medida que avanzaba la tarde, Eragon, cada vez más aburrido, empezó a explorar el bosque de alrededor. Cuando se cansó, descansó debajo de un abeto, que se inclinaba sobre una roca que tenía un hueco lleno de agua clara de rocío.
Eragon miró el agua y recordó las instrucciones que Brom le había dado sobre la criptovisión.
A lo mejor puedo ver dónde está Saphira. Brom dijo que la criptovisión requería mucha energía, pero soy más fuerte que él…
Respiró hondo, cerró los ojos y formó en la mente la imagen de Saphira creándola de la forma más verosímil posible. Era más difícil de lo que esperaba.
—¡Draumr kópa! —dijo, y miró el agua.
La superficie se aplanó por completo, como congelada por una fuerza invisible, los reflejos desaparecieron y el agua se tornó absolutamente diáfana. En ella brilló la imagen de Saphira: estaba en medio de una mancha de color de un blanco purísimo, pero Eragon vio que volaba. Brom iba montado sobre ella, con la barba al viento y la espada sobre las rodillas.
Cansado, dejó que la imagen se desvaneciera.
Por lo menos están bien. Se tomó unos minutos para recuperarse y se inclinó de nuevo sobre el agua. Roran, ¿cómo estás?
Vio mentalmente a su primo con toda claridad. Dejándose llevar por un impulso, recurrió otra vez a la magia y pronunció las palabras.
El agua se aquietó, y una imagen se formó sobre la superficie: apareció Roran, sentado sobre una silla invisible; estaba rodeado de color blanco, igual que Saphira, y tenía nuevas arrugas en el rostro, lo que hacía que se pareciera más que nunca a Garrow. Eragon retuvo la imagen en su sitio todo lo que pudo.
¿Está Roran en Therinsford? Sin duda se halla en un lugar que no conozco.
La tensión que exigía el uso de la magia le había llenado la frente de gotas de sudor. Suspiró y, durante un buen rato, se contentó solamente con permanecer sentado. De pronto, una absurda idea le cruzó por la mente:
¿Y si sólo he criptovisto algo creado por mi imaginación o algo que he contemplado en un sueño? Sonrió. Quizá sólo veo el reflejo de mi conciencia.
Era una idea demasiado tentadora para pasarla por alto, de modo que se arrodilló una vez más junto al agua.
¿Qué debo buscar?
Pensó algunas cosas, pero las desechó todas hasta que recordó el sueño de la mujer en la celda.
Tras fijar la escena en la mente, pronunció las palabras consabidas y observó el agua con intensidad. Esperó, pero no sucedió nada. Desilusionado, estaba a punto de abandonar la magia cuando un remolino de una profunda negrura cruzó el agua y cubrió la superficie. La imagen de una vela osciló en la oscuridad e iluminó una celda de piedra: la mujer del sueño de Eragon estaba acurrucada en un catre en un rincón. Ella levantó la cabeza —una cabellera negra le caía sobre la espalda— y miró directamente a Eragon, que se quedó paralizado, pues la fuerza de esa mirada lo dejó inmóvil. Un escalofrío le recorrió la columna cuando sus ojos se encontraron. En aquel momento la mujer tuvo un estremecimiento y cayó inerte.
El agua volvió a aclararse, y Eragon retrocedió jadeando.
—No es posible.
No puede ser real. ¡Sólo soñé con ella! ¿Cómo sabía que la miraba? ¿Y cómo es posible que yo haya criptovisto una mazmorra que nunca he contemplado?
Eragon se preguntó si alguno de sus otros sueños también habían sido visiones.
El rítmico batir de las alas de Saphira interrumpió los pensamientos del muchacho, que se apresuró a volver al claro, adonde llegó justo cuando ella tocaba tierra. Brom iba encima, tal como Eragon había visto, pero tenía la espada llena de sangre y el rostro crispado. El borde de la barba también estaba salpicado de sangre.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Eragon, temeroso de que estuviera herido.
—¿Que qué ha pasado? —rugió el anciano—. ¡He ido a arreglar el lío que has montado! —Dio un mandoble con la espada que salpicó sangre en la trayectoria—. ¿Sabes lo que has hecho con ese truquillo? ¿Lo sabes?
—Impedí que los úrgalos te cogiesen —respondió Eragon, que sintió que se le hacía un nudo en el estómago.
—Sí —bramó Brom—, pero ese truco mágico casi te mata. Has estado durmiendo durante dos días. Había doce úrgalos. ¡Doce! Pero eso no te detuvo y aun así intentaste mandarlos hasta Teirm, ¿no? ¿En qué estabas pensando? Habría sido más inteligente tirarles una piedra a cada uno en la cabeza, pero no, tenías que dejarlos inconscientes para que pudieran huir poco después. Me he pasado los últimos dos días tratando de encontrarlos. Incluso con la ayuda de Saphira, ¡se han escapado tres!
—No quería matarlos —dijo Eragon, que se sentía como si se hubiera encogido.
—Pues en Yazuac no te importó.
—Allí no tuve opción y no sabía controlar la magia. Esta vez me pareció… muy exagerado.
—¡Exagerado! —exclamó Brom—. No es exagerado; ellos no habrían tenido la misma misericordia contigo. ¿Y por qué, ay, por qué, te plantaste ante ellos?
—Dijiste que habían encontrado las huellas de Saphira, así que ya no importaba que me viesen —contestó Eragon a la defensiva.
Brom clavó la espada en tierra.
—Dije que «probablemente» habrían encontrado las huellas —soltó Brom—. No que las habían visto con certeza. Podrían haber creído que perseguían a unos viajeros extraviados, pero ¿por qué van a pensar eso ahora? Después de todo, ¡fuiste tú el que aterrizó justo delante de ellos! Y como los has dejado escapar con vida, ¡van de un lado a otro del país con cuentos fantásticos! ¡A lo mejor ya han llegado a oídos del Imperio! —Levantó las manos al cielo—. ¡Después de esto, muchacho, ni mereces llamarte Jinete! —Brom arrancó la espada clavada en el suelo y se dirigió hasta el fuego pisando muy fuerte. Rasgó un trozo de tela del forro de su túnica y empezó a limpiar la hoja, muy enfadado.
Eragon estaba perplejo. Trató de pedirle consejo a Saphira, pero lo único que ella le dijo fue:
Habla con Brom.
Titubeante, se acercó al fuego.
—¿Serviría de algo si te dijera que lo siento? —preguntó.
Brom suspiró y envainó la espada.
—No, no serviría. Tus sentimientos no pueden cambiar lo sucedido. —Clavó el índice en el pecho de Eragon—. Has tomado algunas decisiones muy equivocadas que podrían tener peligrosas repercusiones. Y una de ellas, y no poco importante, es que casi te mueres. ¡Podrías estar muerto, Eragon! De ahora en adelante tendrás que pensar. Para eso hemos nacido con cerebro, y no con piedras, en la cabeza.
Eragon asintió, avergonzado.
—Pero no es tan grave como piensas. Los úrgalos ya sabían quién era: ¡tenían órdenes de capturarme!
El asombro le hizo abrir a Brom los ojos de par en par. Luego se metió la pipa apagada en la boca.
—No, no es tan grave como pienso, es aún peor. Saphira me contó que habías hablado con los úrgalos, pero no me mencionó eso.
Eragon describió alborotadamente el enfrentamiento.
—Así que ahora tienen una especie de jefe, ¿eh? —preguntó Brom. Eragon asintió—. ¿Y tú has desobedecido sus deseos, lo has insultado y has atacado a sus tropas? —Brom hizo un gesto de desesperación—. No se me ocurre nada peor. Si hubieras matado a los úrgalos, tu grosería habría pasado desapercibida, pero ahora es imposible ignorarla. Felicidades, acabas de ganarte uno de los más poderosos enemigos de Alagaësia.
—Muy bien, he cometido un error —replicó Eragon, resentido.
—Sí, así es —coincidió Brom con mirada acusadora—. Aunque lo que me preocupa es quién será el jefe de los úrgalos.
—¿Y qué pasará ahora? —preguntó Eragon en voz baja sintiendo un escalofrío.
Hubo un silencio incómodo.
—Como tardarás por lo menos un par de semanas en curarte el brazo, usaremos ese tiempo para enseñarte a ser mínimamente sensato. Supongo que, en parte, es culpa mía porque te he enseñado cómo hacer las cosas, pero no si debes hacerlas o no. Es necesaria la discreción, algo de lo que, evidentemente, careces. Ni toda la magia de Alagaësia te ayudará si no sabes cuándo hacer uso de ella.
—Pero seguimos yendo a Dras–Leona, ¿no?
—Sí, seguiremos buscando a los Ra’zac, pero aunque los encontremos, no servirá de nada hasta que te hayas curado. —Brom miró a uno y otro lado y empezó a desensillar a Saphira—. ¿Estás bien para montar?
—Creo que sí.
—Bueno, entonces hoy todavía podremos avanzar unos cuantos kilómetros.
—¿Dónde están Cadoc y Nieve de Fuego?
Brom señaló hacia un lado del claro.
—Por ahí. Los llevé a un lugar en el que había hierba.
Eragon se preparó para marchar y siguió a Brom hasta los caballos.
Si me hubieras explicado lo que pensabas hacer —le dijo Saphira con mordacidad—, nada de esto habría sucedido, pues te habría dicho que era mala idea no matar a los úrgalos. ¡Accedí a hacer lo que me pedías porque, en cierto modo, supuse que era razonable!
No quiero hablar de ello.
Como quieras —replicó la dragona con desdén.
Mientras cabalgaban, cada sacudida o irregularidad en el sendero hacía que Eragon apretara los dientes, incómodo. Si hubiera estado solo, se habría detenido, pero yendo con Brom, ni se atrevió a quejarse. Además, el anciano empezó a pincharlo con diferentes escenas en las que intervenían úrgalos, magia y Saphira. Las peleas imaginarias eran muchas y variadas, en las que a veces incluso participaban un Sombra u otros dragones. Por lo tanto, Eragon descubrió que era posible que le torturaran el cuerpo y la mente al mismo tiempo. Asimismo, respondía mal a la mayoría de las preguntas y se sentía cada vez más frustrado.
Cuando al fin se detuvieron para pasar la noche, Brom refunfuñó con sequedad:
—Bueno, al menos es un comienzo. —Y Eragon supo que el anciano se sentía decepcionado.