El padre capitán De Soya se sorprende cuando al fin le responden por la banda común. No creía que ese comlog arcaico pudiera transmitir por haz angosto. Hay incluso una proyección visual, la borrosa imagen holográfica de dos rostros ahumados y hollinosos.
El cabo Kee mira a De Soya.
—Que me cuelguen, padre.
—Lo mismo digo —responde De Soya, y se dirige a esos dos rostros—. Soy el padre capitán De Soya, a bordo de la nave Rafael de Pax…
—Lo recuerdo —dice la niña.
De Soya comprende que la nave está emitiendo holoimágenes y que ellos pueden verlo, sin duda un rostro fantasmal en miniatura sobre un cuello romano, todo flotando sobre el comlog que el joven lleva en la muñeca.
—Yo también te recuerdo —dice De Soya. Ha sido una larga búsqueda. Mira los ojos oscuros, la piel pálida bajo el hollín y las quemaduras superficiales. Tan cerca.
—¿Quién es? —pregunta la imagen de Raul Endymion—. ¿Qué era esa cosa?
—No lo sé —dice el padre capitán De Soya—. Su nombre era Rhadamanth Nemes. Nos la asignaron hace unos días. Dijo que formaba parte de una nueva legión que están entrenando. —Se interrumpe. Todo esto es clasificado. Está hablando con el enemigo. Mira al cabo Kee. En la leve sonrisa del cabo ve reflejada la situación de ambos. De todos modos son hombres condenados—. Decía formar parte de una nueva legión de guerreros de Pax, pero no creo que fuera cierto. No creo que fuera humana.
—Amén —dice Raul Endymion. Aparta los ojos del comlog—. Nuestro amigo se está muriendo, padre capitán De Soya. ¿Puede hacer algo para ayudarle?
El sacerdote niega con la cabeza.
—No podemos bajar. Esa criatura se adueñó de nuestra nave de descenso y anuló el piloto automático remoto. Ni siquiera logramos que la radio responda. Pero si logran llegar a ella, tiene un autocirujano.
—¿Dónde está? —pregunta la niña.
El cabo Kee aparece en el campo de la imagen.
—Nuestro radar indica que está un kilómetro y medio al sureste de ustedes. En los cerros. Tiene camuflaje, pero podrán encontrarla. Los guiaremos hasta allá.
—La voz del comlog era usted —dice Raul Endymion—. Diciéndonos que fuéramos hacia las rocas.
—Sí —dice Kee—. Habíamos desviado toda la energía de la nave hacia el sistema de control de fuego táctico, y podíamos lanzar ochenta gigavatios a través de la atmósfera. Pero el agua del suelo se habría convertido en vapor y los habría matado a todos. Las rocas parecían lo más seguro.
—Ella se nos adelantó —dice Raul con una sonrisa pícara.
—Esa era la idea —responde el cabo Kee.
—Gracias —dice Aenea.
Kee asiente con embarazo, y se aleja con rapidez del campo de la imagen.
—Como dijo el buen cabo —continúa el padre capitán De Soya—, los ayudaremos a llegar a la nave.
—¿Por qué? —dice la borrosa imagen de Raul—. ¿Y por qué mataron a su propia criatura?
—No era mi criatura —responde De Soya.
—De la Iglesia, entonces —insiste Raul—. ¿Por qué?
—Espero que no fuera la criatura de la Iglesia —murmura De Soya—. Si lo era, mi Iglesia se ha convertido en el monstruo.
Hay un silencio sólo interrumpido por el siseo del haz angosto.
—Será mejor que emprendan la marcha —dice De Soya—. Está oscureciendo.
Las dos caras de la holoimagen miran en torno cómicamente, como si hubieran olvidado dónde están.
—Sí —dice Raul— y ese rayo de energía derritió mi lámpara de mano.
—Podría alumbrarle el camino —dice De Soya sin sonreír—, pero tendría que reactivar el sistema de armas.
—No importa. Nos las apañaremos. Apagaré la imagen, pero mantendré abierto el canal de audio hasta que lleguemos a la nave de descenso.