El padre capitán De Soya despierta en el cálido nicho del Rafael. Después de los primeros instantes de desorientación, se levanta del diván y flota desnudo.
Todo está como es debido: en órbita de Sol Draconi Septem, una esfera blanca y cegadora en las ventanas, velocidad de frenado, los otros tres nichos a punto de despertar su valiosa carga humana, el campo interno en cero gravedad hasta que todos recobren las fuerzas, temperatura interna y atmósfera óptimas para el despertar, la nave en órbita geosincrónica. El sacerdote capitán imparte la primera orden de su nueva vida: café para todos en el cubículo de la sala. Al resucitar piensa siempre en su bulbo de café, guardado en la mesa de la sala, llenándose con la caliente bebida negra.
El ordenador de la nave parpadea anunciando un mensaje prioritario. No había llegado ningún mensaje mientras él estaba consciente en el sistema de Pacem, y es improbable que alguien los ha encontrado en este remoto sistema.
No hay presencia de Pax en Sol Draconi —a lo sumo, las naves-antorcha en tránsito usan las tres gigantes gaseosas del sistema para reaprovisionarse de combustible— y unas breves preguntas al ordenador confirman que no hubo contacto con otra nave durante los tres días de frenado e inserción en órbita. También confirman que no hay misión de la Iglesia en el planeta, pues el último contacto con un misionero se perdió hace más de cincuenta años estándar.
De Soya reproduce el mensaje. Autoridad papal, vía flota de Pax. Según los códigos, el mensaje llegó centésimas de segundo antes de que el Rafael efectuara el salto cuántico desde el espacio de Pacem. Es un mensaje breve, texto solamente: SU SANTIDAD ANULA MISIÓN SOL DRACONI SEPTEM. NUEVO OBJETIVO BOSQUECILLO DE DIOS. IR DE INMEDIATO. AUTORIZACIÓN LOURDUSAMY Y MARUSYN. FIN MENSAJE.
De Soya suspira. Este viaje, estas muertes y resurrecciones, han sido en vano. Por un instante el sacerdote capitán permanece sentado y desnudo en el diván de mando, examinando la curva blanca y resplandeciente del planeta de hielo. Suspira y va a ducharse, deteniéndose en el cubículo para probar el café. Extiende la mano hacia el bulbo mientras teclea órdenes en la consola de la ducha: chorros finos y calientes. Recuerda que debe encontrar batas de baño. Ya no hay sólo varones en la tripulación.
De Soya se detiene irritado. Su mano no encuentra el asa del bulbo de café. Alguien lo ha movido.
La nueva recluta, la cabo Rhadamanth Nemes, es la última en salir del nicho. Los tres hombres desvían los ojos mientras ella se levanta del nicho y se dirige al cubículo de la ducha, pero en la atestada burbuja de mando del Rafael hay suficientes superficies reflectantes para que todos entrevean el cuerpo firme de esa mujer menuda, su tez clara, el lívido cruciforme entre sus pechos pequeños.
La cabo Nemes toma la comunión con ellos y parece desorientada y vulnerable mientras beben el café y suben los campos internos a un sexto de gravedad.
—¿Su primera resurrección? —pregunta afablemente De Soya.
La cabo asiente. Tiene pelo negro y corto, bucles sobre la frente pálida.
—Me gustaría decir que uno se acostumbra —dice el padre capitán—, pero lo cierto es que cada despertar es como el primero… difícil y emocionante.
Nemes bebe café. Parece vacilar en la microgravedad. Su uniforme carmesí y negro acentúa la palidez del cutis.
—¿No deberíamos partir de inmediato hacia Bosquecillo de Dios? —pregunta.
—Pronto —responde el padre capitán De Soya—. He ordenado al Rafael que salga de esta órbita dentro de quince minutos. Aceleraremos hasta el punto de traslación más próximo a dos gravedades, así podremos recobrarnos unas horas antes de regresar a los nichos.
La cabo Nemes parece tiritar al pensar en otra resurrección. Como ansiando cambiar de tema, mira la curva cegadora del planeta que se ve en las ventanas y la pantalla.
—¿Cómo se puede atravesar un río en todo ese hielo?
—Por debajo, supongo —dice el sargento Gregorius. El robusto soldado observa atentamente a Nemes—. Lo que se congeló después de la Caída es la atmósfera. El Tetis debe de circular debajo de ella.
La cabo Nemes demuestra sorpresa.
—¿Y cómo es Bosquecillo de Dios?
—¿No lo sabe? —pregunta Gregorius—. Creí que en Pax todos habían oído hablar de Bosquecillo de Dios.
Nemes sacude la cabeza.
—Yo me crié en Esperance. Es un mundo de labranza y pesca. La gente no tiene mucho interés en otros sitios. Ni en otros mundos de Pax ni en viejas historias de la Red. La mayoría estamos ocupados sobreviviendo con los frutos de la tierra o del mar.
—Bosquecillo de Dios es el viejo mundo de los templarios —dice el padre capitán De Soya, dejando su bulbo de café en su nicho de la mesa—. Fue arrasado por las llamas durante la invasión éxter previa a la Caída. Era hermoso en su época.
—Sí —conviene el sargento Gregorius—. La Hermandad Templaria del Muir era una especie de culto de la naturaleza. Transformaron Bosquecillo de Dios en un mundo boscoso, con árboles más altos y más bellos que los pinos rojos y las secuoyas de Vieja Tierra. Veinte millones de templarios vivían en ciudades y plataformas en esos encantadores árboles. Pero en la guerra se equivocaron de bando.
La cabo Nemes deja de beber café.
—¿Eran aliados de los éxters? —La idea parece escandalizarla.
—En efecto, muchacha —dice Gregorius—. Tal vez porque tenían árboles espaciales en esos días.
Nemes ríe. Es un sonido breve y quebradizo.
—Él habla en serio —interviene el cabo Kee—. Los templarios usaban ergs, dominadores de energía de Aldebarán, para encerrar los árboles en un campo de contención clase nueve y obtener impulso de reacción para viajes interplanetarios. Incluso usaban motores Hawking para vuelos interestelares.
—Árboles volantes —dice la cabo Nemes, y ríe ásperamente una vez más.
—Algunos huyeron en esos árboles cuando los éxters retribuyeron su lealtad con un ataque contra Bosquecillo de Dios —continúa Gregorius—, pero la mayoría ardió, al igual que casi todo el planeta. Dicen que durante un siglo la mayor parte de ese mundo fue cenizas. Las nubes de humo crearon un efecto de invierno nuclear.
—¿Invierno nuclear? —pregunta Nemes.
De Soya observa a la joven, preguntándose por qué una persona tan ingenua fue escogida para usar el disco papal en ciertas circunstancias.
¿La ingenuidad era parte de su fuerza para matar, si se presentaba la necesidad?
—Cabo —dice, hablándole a la mujer—, usted dice que se crió en Esperance. ¿Se alistó en la Guardia Interna de ese mundo?
Ella niega con la cabeza.
—Entré directamente en el ejército de Pax, padre capitán. Había hambruna por falta de patatas… los oficiales de reclutamiento ofrecían viajes a otros mundos y… bien…
—¿Dónde prestó servicio? —pregunta Gregorius.
—Sólo adiestramiento en Freeholm.
Gregorius se apoya sobre los codos. La gravedad de un sexto de g facilita esa postura.
—¿Qué brigada?
—Vigesimotercera —responde la mujer—. Sexto Regimiento.
—Las Águilas Aullantes —dice el cabo Kee—. Tuve una compañera a quien transfirieron allí. ¿El comandante era Coleman?
Nemes vuelve a negar con la cabeza.
—El comandante Deering estaba al mando cuando yo estuve allí. Sólo pasé diez meses locales… ocho y medio estándar, creo. Fui entrenada como especialista general en combate. Luego pidieron voluntarios para la Primera Legión… —Se interrumpe, como si esta información fuera confidencial.
Gregorius se rasca la barbilla.
—Es raro que yo no oyera hablar de esta organización en el edificio. En las fuerzas armadas nada permanece en secreto mucho tiempo. ¿Cuánto tiempo se entrenó en esta legión?
Nemes clava los ojos en el sargento.
—Dos años estándar, sargento. Y ha sido secreta… hasta ahora. Nos entrenamos en Lee Tres y los territorios del Anillo de Lambert.
—Lambert —repite el sargento—. Así que ha tenido bastante entrenamiento en baja gravedad y gravedad cero.
—Más que bastante —conviene la cabo Rhadamanth Nemes con una sonrisa socarrona—. En Anillo de Lambert nos entrenamos cinco meses en el Cúmulo de las Troyanas Peregrinas.
El padre capitán De Soya nota que la conversación se está convirtiendo en interrogatorio. No quiere que la nueva camarada se sienta agredida, pero siente tanta curiosidad como Kee y Gregorius. Además intuye que algo no está bien.
—¿De modo que las legiones tendrán una función similar a la infantería de marina? —pregunta—. ¿Combates nave a nave?
Nemes niega con la cabeza.
—No, capitán. No sólo táctica de combate en cero gravedades de nave a nave. Las legiones tendrán la misión de llevar la guerra al enemigo.
—¿Qué significa eso, cabo? —murmura De Soya—. En todos los años que pasé en la flota, el noventa por ciento de nuestras batallas se libró en territorio éxter.
—Sí —dice Nemes, sonriendo de nuevo—, pero la flota atacaba y huía. Las legiones ocuparán.
—Pero la mayoría de los baluartes éxters están en el vacío —señala Kee—. Asteroides, bosques orbitales, el espacio profundo…
—Exacto —dice Nemes, sin dejar de sonreír—. Las legiones los combatirán en su propio terreno… o su propio vacío, si usted quiere.
Gregorius nota que De Soya lo silencia con la mirada, pero el sargento sacude la cabeza e insiste.
—Bien, no sé qué aprenden estas dichosas legiones que los guardias suizos no hayan hecho, y muy bien, durante dieciséis siglos.
De Soya se levanta.
—Aceleración dentro de dos minutos. Vayamos a nuestros nichos. Ya hablaremos de Bosquecillo de Dios y de nuestra misión durante nuestro viaje al punto de traslación.
El Rafael necesitó once horas de desaceleración a doscientas gravedades para salir de velocidad cuasi lumínica al entrar en el sistema, pero el ordenador ha localizado un buen punto de traslación para Bosquecillo de Dios a sólo treinta y cinco millones de kilómetros de Sol Draconi Septem. La nave podría acelerar a una gravedad y llegar a ese punto en veinticinco horas, pero De Soya le ha ordenado que se eleve desde el pozo de gravedad del planeta a una constante de dos gravedades durante seis horas antes de usar más energía para activar los campos internos durante el impulso de cien gravedades de la última hora.
Cuando se activan los campos, el equipo realiza el chequeo final para Bosquecillo de Dios: tres días para la resurrección, descenso inmediato con el sargento Gregorius al mando del grupo de tierra, inspección del tramo de cincuenta y ocho kilómetros del río Tetis y preparativos finales para la captura de Aenea y su grupo.
—Después de todo esto, ¿por qué Su Santidad empieza a guiarnos en la búsqueda? —pregunta el cabo Kee mientras se dirigen a sus nichos.
—Revelación —dice el padre capitán De Soya—. De acuerdo, todos a acostarse. Yo vigilaré los tableros.
Durante los últimos minutos previos a la traslación, tienen por costumbre cerrar los nichos. Sólo el capitán permanece en guardia.
En los pocos minutos que está solo ante el tablero de mando, De Soya examina los registros de su entrada abortada en el sistema de Hebrón. Los había mirado antes de salir del sistema de Pacem, pero ahora revisa de nuevo los datos y registros visuales. Todo parece correcto: las tomas desde la órbita de Hebrón mientras él y sus dos hombres aún estaban en el nicho, las ciudades ardientes, el paisaje de cráteres, las destrozadas y humeantes aldeas de Hebrón, Nueva Jerusalén en ruinas radiactivas, la localización de tres cruceros éxters por radar. El Rafael abortó los ciclos de resurrección y escapó, elevándose a las doscientas ochenta gravedades que le permitía su motor de fusión mejorado. Los éxters, por otra parte, tenían que desviar la energía hacia sus campos internos o morir —los paganos no tenían resurrección— y no podían sumar más de ochenta gravedades durante la persecución.
Ahí estaban las imágenes: las largas colas verdes de los motores de fusión éxters, sus intentos de bombardear el Rafael a una UA, los escudos de defensa rechazando sin problemas los rayos de energía a esa distancia, la traslación al sistema de Mare Infinitus, punto de salto más próximo…
Todo tiene sentido. Las imágenes son elocuentes. De Soya no las cree.
El padre capitán no sabe por qué es tan escéptico. Los registros visuales no significan nada; durante más de mil años, desde el comienzo de la Era Digital, un niño con un ordenador personal ha podido fraguar imágenes visuales falsas pero convincentes. Pero los registros de una nave requerirían un esfuerzo gigantesco, una conspiración técnica. ¿Por qué no confía en la memoria del Rafael?
A pocos minutos de la traslación, De Soya pide los registros del salto a Sol Draconi Septem. Echa un vistazo desde el diván de mando. Los tres nichos están sellados y silenciosos, sus indicadores en verde. Gregorius, Kee y Nemes todavía están despiertos, aguardando la traslación y la muerte. De Soya sabe que el sargento reza en esos últimos minutos. Kee habitualmente lee un libro por el monitor del nicho. De Soya ignora qué hace la mujer dentro de su cómodo ataúd.
Sabe que su conducta es paranoica. «El bulbo de café no estaba en su sitio. El asa estaba movida». Durante sus horas de vigilia De Soya ha intentado recordar si alguien pudo estar en el cubículo y mover el bulbo en el sistema de Pacem. No. No usaron el cubículo al salir del pozo de gravedad de Pacem. La mujer, Nemes, había estado a bordo antes que los demás, pero De Soya había usado el bulbo y lo había puesto en su sitio cuando ella se metió en su nicho. De Soya está seguro. Fue el último en acostarse, como de costumbre. La aceleración y la desaceleración pueden destruir bulbos no diseñados para muchas gravedades, pero el vector de desaceleración del Rafael coincide con la línea de viaje de la nave correo y no habría movido las cosas lateralmente. El nicho del bulbo está diseñado para mantener las cosas en su sitio.
El padre capitán De Soya forma parte de un milenario linaje de navegantes del mar y del espacio que se vuelven fanáticos acerca del lugar de cada cosa. Es un hombre del espacio. Después de dos décadas de prestar servicio en fragatas, destructores y naves-antorcha, sabe que cualquier cosa que deje fuera de lugar se le irá encima cuando la nave llegue a gravedad cero. Más aún, tiene la tradicional necesidad del navegante de poder encontrar todo sin mirar, en medio de la oscuridad o la tormenta.
Claro que el alineamiento del asa del bulbo no es importante… pero sí lo es. Cada hombre ha aprendido a usar un nicho de la mesa que usan para los mapas y para comer en el hacinado módulo de mando. Cuando usan la mesa para trazar derrotas o mirar mapas planetarios, cada uno de ellos —incluido Rettig cuando vivía— ocupa el sitio habitual. Está en la naturaleza humana. Los hábitos pulcros y predecibles son una segunda naturaleza en los navegantes.
Alguien movió el bulbo de café, tal vez al doblar la rodilla para sostenerse en gravedad cero. Paranoia. Definitivamente.
Para colmo, está esa turbadora noticia que el sargento Gregorius le susurró poco antes que la cabo Nemes despertara.
—Tengo un amigo en la Guardia Suiza del Vaticano, capitán. Bebí un trago con él la noche anterior a la partida. Él nos conocía a todos, y juró haber visto que trasladaban al lancero Rettig inconsciente, en camilla, a una ambulancia, desde la enfermería del Vaticano.
—Imposible —dijo De Soya—. El lancero Rettig murió por complicaciones en su resurrección y fue sepultado en el espacio de Mare Infinitus.
—Sí —gruñó Gregorius—, pero mi amigo afirmaba que el de la ambulancia era Rettig. Inconsciente, con paks de soporte vital, máscara de oxígeno y demás, pero Rettig.
—No tiene sentido —respondió De Soya. Siempre ha desconfiado de las teorías conspiratorias, sabiendo por experiencia personal que los secretos compartidos por más de dos personas rara vez son secretos por mucho tiempo—. ¿Por qué Pax y la Iglesia nos mentirían sobre Rettig? ¿Y dónde está si estaba vivo en Pacem?
Gregorius se encogió de hombros.
—Tal vez no fuera él, capitán. Eso me he dicho a mí mismo. Pero la ambulancia…
—¿Qué pasa con ella? —preguntó bruscamente De Soya.
—Se dirigía al Castel Sant'Angelo, señor —dijo Gregorius—. Cuartel general del Santo Oficio. Paranoia.
Los registros de las once horas de desaceleración son normales: frenado en alta gravedad, ciclo de resurrección de tres días para garantizar una buena recuperación. De Soya mira las cifras de inserción orbital y reproduce el vídeo de la lenta rotación de Sol Draconi Septem. Siempre le intrigan esos días perdidos en que el Rafael realiza sus sencillas tareas mientras él y los demás reviven. Le intriga el ominoso silencio que debe de llenar la nave.
—Tres minutos para traslación —dice la tosca voz sintética de Rafael—. Todo el personal debería estar en su nicho.
De Soya ignora la advertencia y pide datos sobre los dos días y medio que la nave pasó en la órbita de Sol Draconi Septem. No sabe qué busca. No hay datos sobre uso de la nave de descenso, ni indicios de activación prematura del soporte vital; todos los monitores indican un ciclo regular, con señas vitales iniciales en las últimas horas del tercer día, todos los registros orbitales normales. ¡Espera!
—Dos minutos para traslación —dice la nave.
En el primer día, poco después de alcanzar la órbita geosincrónica, y de nuevo cuatro horas después. Todo normal excepto los secos detalles de la activación de cuatro pequeños reactores. Para alcanzar y mantener una órbita geosincrónica perfecta, una nave como el Rafael dispara decenas de chorros. Pero la mayoría de esos ajustes recurren a los grandes propulsores de popa, cerca del motor de fusión, y del botalón del módulo de mando, en la proa de la torpe nave correo. Estos chorros son similares: primero dos disparos para estabilizar la nave, para que el módulo de mando no mire hacia el planeta y difunda el calor solar en forma uniforme sin usar congelante de campo. Pero sólo minutos aquí, y aquí. Y después del giro, esos chorros de reacción en pares. Dos y dos. Luego otros pares, que podrían acompañar los chorros más prolongados que harían girar la nave de vuelta, con las cámaras del módulo de mando apuntadas hacia el planeta. Luego, cuatro horas y ocho minutos después, se repite la secuencia. Hay treinta y ocho secuencias de disparo para mantener la posición, y ningún chorro que signifique un giro de toda la nave, pero esos interludios gemelos de cuatro chorros llaman la atención del ojo entrenado de De Soya.
—Un minuto para traslación —advierte el Rafael.
Los generadores de campo gimen, preparándose para activar el sistema Hawking modificado que matará a De Soya dentro de cincuenta y seis segundos. No les presta atención. Su diván de mando llevará el cadáver al nicho después de la traslación si él no se mueve ahora. Así está diseñada la nave. Descuidado, pero necesario.
El padre capitán Federico de Soya ha sido capitán de nave-antorcha durante muchos años. Ha realizado más de una docena de saltos en el correo Arcángel. Conoce esa secuencia —doble chorro, giro, doble chorro— en el registro de un propulsor. Aunque el giro esté borrado de los registros, las huellas de la maniobra resaltan. Ese giro es para orientar la nave de descenso, que está amarrada en el lado opuesto al módulo de mando, hacia la atmósfera del planeta. El segundo es para contrarrestar las descargas de combustible que separan la nave de descenso del centro del Rafael. El doble disparo final estabiliza la nave cuando vuelve a su posición normal, apuntando nuevamente las cámaras del módulo hacia el planeta.
Nada de ello es tan obvio como parece, pues toda la estructura gira continuamente, y hay chorros ocasionales para alinearla para mejor calentamiento o enfriado. Pero para De Soya es inequívoco. Teclea instrucciones para examinar de nuevo los demás registros. Uso de la nave de descenso: negativo. Giro para envío de nave de descenso: negativo. Inmovilidad de la nave de descenso: positiva. Activación de soporte vital antes de la resurrección de todos unas horas antes: negativo. Registros de vídeo con imágenes de nave de descenso moviéndose hacia la atmósfera: negativo. Imágenes constantes de la nave de descenso amarrada y vacía.
La única anomalía consiste en dos secuencias de disparo de ocho minutos con cuatro horas de diferencia. Ocho minutos de giro permitirían que la nave de descenso entrara en la atmósfera sin registro visual de la cámara principal. O que reapareciera y se conectara. Las cámaras y el radar del botalón habrían registrado el suceso a menos que les ordenaran ignorarlo antes de la separación. Eso habría requerido menos distorsiones en el registro. Si alguien hubiera ordenado que el ordenador de la nave borrara todos los registros de uso de la nave de descenso, la limitada IA del Rafael habría alterado los datos precisamente de esta manera, sin advertir que los disparos de los propulsores dejan huellas. Y alguien menos experimentado que un veterano capitán de nave-antorcha no lo habría notado. Si De Soya tuviera una hora para revisar todos los datos de combustible de hidrógeno, cotejar las necesidades de reaprovisionamiento de la nave de descenso y los requerimientos para ingreso en el sistema, luego cotejar con el colector de hidrógeno Bussard durante la desaceleración, sabría si hubo maniobras de giro y descenso. Si tuviera una hora.
—Treinta segundos para traslación.
De Soya no tiene tiempo para llegar al nicho. Sí tiene tiempo para invocar una secuencia especial de operaciones, teclear su código de anulación, confirmarlo, cambiar parámetros de monitoreo y hacerlo dos veces más. Acaba de oír la tercera confirmación cuando la nave efectúa el salto cuántico.
La traslación despedaza a De Soya en su diván. Muere sonriendo fieramente.