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Rhadamanth Nemes tarda menos de un minuto en realizar el sondeo neural del cerebro del padre Glaucus. En una combinación de imágenes visuales, lenguaje y datos químicos sinápticos, Nemes obtiene una imagen cabal de la visita de Aenea a la ciudad congelada. Extrae el microfilamento y se concede unos segundos para evaluar los datos.

Aenea, su compañero humano Raul y el androide partieron hace tres días y medio estándar, pero al menos uno de esos días se habrá perdido en el desmantelamiento de la balsa. El segundo teleyector está unos treinta kilómetros al norte, y los chitchatuk los guiarán por la superficie, un viaje lento y peligroso. Es probable que Aenea no haya sobrevivido al viaje por la superficie. Nemes ha visto en la mente del sacerdote los toscos medios con que el Pueblo Indivisible enfrenta la intemperie.

Rhadamanth Nemes sonríe.

No dejará las cosas libradas al azar.

El padre Glaucus gime débilmente.

Nemes se detiene, la rodilla en el pecho del viejo sacerdote. La sonda neural ha causado pocos daños: un kit médico sofisticado podría cerrar el orificio que el filamento abrió entre el ojo y el cerebro del viejo. Y él ya estaba ciego cuando ella llegó.

Nemes reflexiona. Encontrarse con un sacerdote de Pax en este mundo no formaba parte de la ecuación. Cuando el padre Glaucus se mueve, llevándose las huesudas manos al rostro, Nemes sopesa la situación. Dejar al sacerdote con vida implica muy poco riesgo; es un misionero olvidado en el exilio, destinado a morir en este sitio. Por otra parte, dejarlo sin vida implica cero riesgo. Es una ecuación simple.

—¿Quién eres? —gime el sacerdote cuando Nemes lo levanta y lo lleva de la cocina al comedor, del comedor a la biblioteca, de la biblioteca al pasillo y al centro del edificio.

Aun aquí hay faroles encendidos para ahuyentar a los espectros.

—¿Quién eres? —repite el sacerdote ciego, forcejeando como un bebé en manos de un adulto fuerte—. ¿Por qué haces esto? —pregunta el viejo mientras Nemes abre las puertas del ascensor de un puntapié y lo sostiene un instante.

Una ráfaga de aire helado baja de la superficie a las honduras del glaciar. Es un ruido estridente, como si el planeta congelado aullara. En el último momento el padre Glaucus comprende lo que sucede.

—Ah, querido Jesús, Señor —susurra, con un temblor en los labios—. Ah, san Teilhard, querido Jesús…

Nemes suelta al viejo en el pozo del ascensor y se aleja, apenas sorprendida de no oír un alarido a sus espaldas. Sube a la superficie por la escalera escarchada, saltando cinco escalones por vez en la opresiva gravedad. Una vez arriba, astilla a puñetazos una cascada de atmósfera congelada que cubre cinco o seis tramos de escalera. De pie en el techo del edificio, bajo un cielo negro y una ventisca que le azota el rostro con cristales de hielo, activa el campo de fases y corre hacia la nave.

Tres espectros inmaduros están inspeccionando la nave. En un segundo Nemes estudia a las criaturas: no mamíferos, con una «piel» blanca que en realidad consiste en escamas tubulares capaces de retener la atmósfera gaseosa, lo cual conserva el calor del cuerpo, ojos que operan en infrarrojo, capacidad pulmonar redundante, lo cual les permite andar más de doce horas sin oxígeno, más de cinco metros de longitud, patas delanteras vigorosas, patas traseras diseñadas para cavar y destripar, bestias muy rápidas.

La miran y ella se aproxima. Vistos contra el fondo negro, los espectros parecen inmensas comadrejas o iguanas blancas. Sus cuerpos alargados se mueven con celeridad.

Nemes piensa en sortearlos, pero si atacan la nave podría tener complicaciones durante el despegue. Pasa a tiempo rápido. Los espectros se petrifican en su movimiento. Los arremolinados cristales de hielo cuelgan suspendidos contra el cielo negro.

Usando la mano derecha y el filo diamantino de su antebrazo, descuartiza a los tres animales. Durante la faena, dos cosas la sorprenden levemente: cada espectro tiene dos enormes corazones de cinco cámaras, y las bestias parecen capaces de seguir luchando con uno solo intacto; usan un collar de cráneos humanos. Una vez que termina y vuelve a tiempo lento, con los tres espectros caídos en el hielo como costales de tripas, Nemes inspecciona los collares. Cráneos humanos. Quizá niños humanos. Interesante.

Nemes activa la nave y vuela al norte valiéndose de los propulsores de reacción, pues las rechonchas alas no encuentran sostén en este vacío. Sondea el hielo con radar hasta encontrar el río. Encima del río hay cientos de kilómetros de túneles. Los espectros han estado muy activos en esta zona.

En la pantalla de radar, el arco de metal del portal teleyector destaca como una luz brillante en niebla oscura. El instrumento, sin embargo, es menos preciso para localizar criaturas vivientes. Varios ecos muestran huellas de espectros adultos que abren túneles en el glaciar atmosférico, pero estos sonidos están varios kilómetros al norte y al este.

Nemes desciende sobre el portal teleyector y estudia la superficie buscando la entrada de una caverna. Encuentra una, entra en el glaciar, abandona el escudo biomórfico cuando la presión sube por encima de tres psi y la temperatura llega a treinta grados bajo cero.

El laberinto de túneles es desconcertante, pero ella se orienta usando como referencia el portal y al cabo de una hora se aproxima al nivel del río. La oscuridad casi absoluta le impide usar amplificación por luz infrarroja y no ha traído linterna, pero abre la boca y un brillante haz de luz amarilla alumbra el túnel y la niebla.

Oye que se acercan mucho antes que los faroles estén a la vista en el largo corredor descendente. Apagando la luz, Rhadamanth Nemes aguarda en el túnel. Cuando rodean el recodo, parecen más una manada de espectros diminutos que una banda de seres humanos, pero Rhadamanth Nemes los reconoce por los recuerdos del padre Glaucus: los chitchatuk de Cuchiat. Se detienen sorprendidos al ver en el túnel a una mujer solitaria sin túnica ni aislamiento.

Cuchiat se adelanta y habla deprisa.

—El Pueblo Indivisible saluda a la guerrera/cazadora/exploradora que viaja en el fulgor de la casi perfecta indivisibilidad. Si necesitas calor, comida, armas o amigos, habla, pues nuestra banda ama a quienes caminan en dos pies y respetan la senda del primo.

En el idioma chitchatuk que ha aprendido del viejo sacerdote, Rhadamanth Nemes responde:

—Busco a mis amigos, Aenea, Raul y el hombre azul. ¿Ya han pasado por el arco de metal?

Los veintitrés chitchatuk parlotean entre sí, asombrados de que la forastera domine su idioma. Razonan que debe de ser una amiga o pariente del glauco, pues esta persona utiliza el mismo dialecto que el ciego vestido de negro que comparte su calor con los visitantes. Aun así, Cuchiat habla con suspicacia.

—Han pasado bajo el hielo y se perdieron de vista al cruzar el arco. Nos desearon buena suerte y nos entregaron regalos. Nosotros te deseamos buena suerte y te ofrecemos regalos. ¿Desea tu casi perfecta indivisibilidad viajar por el río mágico con tus amigos?

—Dentro de un momento —dice Rhadamanth Nemes, sonriendo. Este encuentro supone la misma ecuación que el dilema del viejo sacerdote. Avanza un paso. Los veintitrés chitchatuk exclaman con deleite infantil mientras ella cambia de fase y se convierte en mercurio líquido. Ella sabe que la luz de las ascuas que se refleja en el hielo ahora debe de reproducirse en su superficie. Pasando a tiempo rápido, mata a los veintitrés hombres y mujeres sin desperdiciar movimientos ni esfuerzos.

Saliendo de tiempo rápido, escoge el cadáver más próximo e inserta una sonda neural por el rabillo del ojo. La red neural del cerebro se está desmoronando por falta de sangre y oxígeno, creando ese torrente de alucinaciones y creatividad desenfrenada común a la muerte de esas redes, humanas o IA, pero en medio de la reproducción sináptica de imágenes de nacimiento —un largo túnel, una luz cálida y brillante— detecta las imágenes evanescentes de la niña, el hombre alto y el androide empujando la balsa reconstruida, agachando la cabeza mientras pasan bajo el arco.

—Maldición —jadea Nemes.

Dejando los cuerpos apilados en el túnel, corre hasta el nivel del río.

Hay pocas aguas abiertas aquí, y el portal teleyector es apenas una curva de metal en el hielo escabroso. Aureolas de niebla la rodean en la explanada de hielo donde las huellas térmicas muestran el sitio donde los chitchatuk se reunieron para despedirse de sus amigos.

Nemes desea interrogar al teleyector, pero para llegar al arco tiene que taladrar muchos metros de hielo o trepar por el techo hasta el sector expuesto, a treinta metros de altura. Cambia de fase sólo las manos y los pies. Trepa, cavando agarraderas en el hielo.

Colgada cabeza abajo desde el arco, apoya la mano en un panel y espera a que el metal escarchado se pliegue sobre sí mismo como la piel de una herida. Extendiendo microfilamentos y una sonda de fibra óptica, establece contacto con el módulo de interfaz que la comunica con el teleyector. Un susurro que circula por encima de su nervio auditivo le indica que los Tres Sectores de Confluencia están monitoreando y deliberando.

Durante los siglos de la Hegemonía del Hombre, todos pensaban que había millones de portales teleyectores creados por el TecnoNúcleo, desde las puertas pequeñas hasta los grandes arcos del río Tetis y los enormes portales espaciales.

Todos estaban equivocados. Hay un solo portal teleyector, pero está en todas partes.

Usando el módulo de interfaz, Rhadamanth Nemes interroga al único teleyector verdadero, viviente y palpitante dentro de su camuflaje de metal, sus dispositivos electrónicos y su escudo de fusión. Durante siglos, los humanos que recorrían la Red por teleyector —en su cúspide, un analista humano sugirió que había más de mil millones de saltos por segundo— sirvieron a los Máximos, esos elementos del TecnoNúcleo que existían para crear una IA más avanzada, la Inteligencia Máxima, cuya conciencia absorbería la galaxia, quizás el universo. Cada vez que un humano tenía acceso a las esferas de datos conectadas por ultralínea o se teleyectaba, sus sinapsis y ADN se sumaban a la potencia de la red neural construida por el Núcleo. Al Núcleo no le importaba el impulso visceral de la humanidad de desplazarse, de viajar sin gasto de energía ni brecha temporal, pero la Red de teleyectores era el anzuelo perfecto para urdir una estructura útil a partir de esos cientos de miles de millones de cerebros primitivos y orgánicos. Cuando Meina Gladstone y sus malditos peregrinos de Hyperion lo dejaron encerrado en los intersticios del espacio-tiempo, cuando fue atacado por la vara de muerte que el Núcleo había ayudado a la humanidad a construir, cuando poderes que estaban más allá del círculo conocido de la megaesfera desbarataron sus conexiones de ultralínea, todas las facetas del omnipresente portal teleyector quedaron muertas e inutilizadas.

Salvo ésta. Acaban de usarla. El módulo de interfaz le comunica lo que ella y todos los Sectores ya saben. La faceta ha sido activada por Otra Cosa. Desde Otra Parte.

El portal aún guarda sus puntos de conexión en el espacio-tiempo real en su memoria de neutrinos modulados. Nemes obtiene acceso a esta memoria.

Aenea y los demás se han teleyectado a Qom-Riyadh. Nemes debe descifrar otro acertijo. Puede volar en su nave hasta el Rafael y estar en Qom-Riyadh en pocos minutos. Pero tendrá que interrumpir la resurrección de De Soya y los demás, y ofrecer una explicación plausible para el cambio. Además, Qom-Riyadh es un sistema que Pax ha puesto en cuarentena: la lista oficial lo muestra como arrasado por los éxters, pero es uno de los primeros proyectos de justicia y Paz. Al igual que con Hebrón, ni Pax ni sus asesores pueden permitir que De Soya y sus hombres vean la verdad que el planeta representa. Por último, Nemes sabe que el río Tetis tiene pocos kilómetros, atravesando un desierto de roca roja del hemisferio meridional y pasando frente a la gran mezquita de Mashhad. Si permite que el ciclo de resurrección del Rafael se complete, De Soya y los demás no estarán activos durante tres días estándar, lo cual permitirá que Aenea y sus secuaces recorran ese tramo del Tetis. Una vez más la ecuación exige que Nemes liquide a De Soya y los demás y continúe sola. Pero sus instrucciones le dictan que evite esa posibilidad a menos que sea absolutamente necesario. La participación de De Soya en la captura de La Que Enseña, la amenaza Aenea, se ha registrado en demasiadas simulaciones, se ha grabado en muchos análisis prospectivos de los Sectores como para ser ignorada sin riesgos. La trama del espacio-tiempo se parece a uno de esos complejos tapices del Vaticano, piensa Nemes, y si alguien empieza a tirar de las hebras sueltas corre el riesgo de deshilachar todo el tapiz.

Nemes reflexiona. Al fin inserta un filamento de red neural en las sinapsis del módulo de interfaz. Allí está toda la ruta de activación del teleyector, pasada y presente. El recuerdo de Aenea y sus cómplices es una burbuja fugaz, pero Nemes puede ver las aberturas del pasado reciente y del futuro. Sólo hay otras dos posibilidades, río abajo, en el futuro previsible. Después de Qom-Riyadh, la Otra Cosa ha estructurado los portales para que conduzcan sólo a Bosquecillo de Dios, y luego…

Nemes jadea y extrae el microfilamento antes de que el peso de la última activación la incinere. Ésta es obviamente la meta de Aenea, o mejor dicho la meta de la Otra Cosa que le abre el paso. Y es inaccesible para Pax y los Tres Sectores.

Pero la sincronización pronto será correcta. Nemes puede mantener a De Soya y sus hombres con vida mientras salta al sistema de Bosquecillo de Dios. Ya ha pensado en una explicación creíble. Suponiendo dos días de tránsito para Qom-Riyadh y otro día para Bosquecillo de Dios, aún podrá interceptar la balsa y cumplir su cometido antes de la resurrección de De Soya. Incluso tendrá un par de horas para ordenar las cosas, de modo que cuando llegue a Bosquecillo de Dios con el padre capitán y los guardias suizos no habrá nada a la vista salvo signos de que la niña y sus amigos han pasado por allí y se han vuelto a teleyectar.

Nemes extrae la sonda, corre a la superficie, sube en su nave al Rafael, borra del ordenador todo registro de que ha despertado o usado la nave de descenso, introduce un mensaje falso en el ordenador y se acuesta en el nicho de resurrección. Mientras estaba en el sistema de Pacem, había aislado el nicho del sistema de resurrección y presentado las lecturas para que simularan actividad. Se tiende en el zumbante ataúd y cierra los ojos. Los saltos a tiempo rápido y el uso excesivo de la piel de movimiento de fases la fatigan. Necesita ese descanso antes que De Soya y los demás regresen de la muerte.

Recordando ese detalle con una sonrisa, Rhadamanth Nemes activa un guante de cambio de fase y se lo apoya entre los senos, enrojeciendo y reordenando la piel para simular un cruciforme. Ella no lleva el parásito, pero los hombres de la nave pueden verla desnuda, y no piensa revelar nada por una estúpida falta de atención a los detalles.

El Rafael sigue girando alrededor del resplandeciente mundo helado de Sol Draconi Septem mientras tres tripulantes yacen en sus ataúdes y las luces de monitoreo registran su lento ascenso desde la muerte. La otra pasajera duerme. No sueña.