Mientras explica el verdadero motivo de la misión de De Soya, el cardenal Lourdusamy se reclina en su trono y señala el distante techo con su mano regordeta.
—¿Qué piensas de esta habitación, Federico?
El padre capitán De Soya, dispuesto a oír algo de importancia vital, pestañea y yergue el rostro. Esta gran sala tiene ornamentos tan profusos como las otras del apartamento Borgia, o más. Los colores son más vivos, más vibrantes, y el padre capitán repara en la diferencia: estos tapices y frescos son más actuales. Uno presenta al papa Julio VI recibiendo el cruciforme de un ángel del Señor, y otro muestra a Dios estirando el brazo —en un eco del techo de Miguel Ángel en la Capilla Sixtina— para entregar a Julio el Sacramento de la Resurrección. Un Arcángel expulsa al malvado antipapa, Teilhard I, con su espada flamígera. Otras imágenes del techo y tapices de la pared proclaman la gloria del primer siglo de la resurrección de la Iglesia y la expansión de Pax.
—El techo original se desmoronó en el 1500 —explica el cardenal Lourdusamy—, y por poco mató al papa Alejandro. Casi todo el decorado original fue destruido. León X lo hizo reemplazar después de la muerte de Julio II, pero la obra era inferior a la original. Su Santidad encomendó la nueva obra hace ciento treinta años estándar. Fíjate en el fresco central, obra de Halaman Ghena de Vector Renacimiento. El Tapiz de Pax Ascendiente, por allá, es obra de Shiroku. La restauración arquitectónica fue obra de la crema de los artesanos de Pacem, entre ellos Peter Baines Cort-Bilgruth.
De Soya asiente cortésmente, sin saber cómo se relaciona esto con el tema que trataban. Quizás el cardenal, como ocurre con muchos poderosos, se haya habituado a divagar porque sus subalternos nunca le reprochan sus digresiones.
Como leyendo la mente del padre capitán, Lourdusamy ríe entre dientes y apoya su blanda mano en la superficie de cuero de la mesa.
—Menciono esto por una razón, Federico. ¿Convendrías en que la Iglesia y Pax han traído una era de paz y prosperidad sin precedentes para la humanidad?
De Soya titubea. Ha leído historia, pero no está seguro de que esta era no tenga precedentes. Y en cuanto a la «paz»… El recuerdo de bosques orbitales incinerados y mundos arrasados aún puebla sus sueños.
—La Iglesia y sus aliados de Pax sin duda han mejorado la situación de la mayoría de los ex mundos de la Red que he visitado, excelencia, y nadie puede negar que el don de la resurrección no tiene precedentes.
—¡Válgame! ¡Un diplomático! —estalla Lourdusamy, frotándose el fino labio superior con aire divertido—. Sí, sí, tienes toda la razón, Federico. Toda época tiene sus desventajas, y la nuestra incluye una constante lucha contra los éxters y una lucha aún más urgente para establecer el reinado de Nuestro Señor y Salvador en el corazón de todos los hombres y mujeres. Pero, como ves —señala una vez más los frescos y tapices—, estamos en medio de un Renacimiento tan real como el que imbuyó el espíritu del primer Renacimiento, que nos dio la capilla de Nicolás V y otras maravillas que viste al entrar. Y este Renacimiento es en verdad del espíritu, Federico.
De Soya aguarda.
—Esta abominación destruirá todo eso —dice gravemente Lourdusamy—. Como te dije hace un año, lo que buscamos no es una niña, sino un virus. Y sabemos de dónde viene ese virus.
De Soya escucha.
—Su Santidad ha tenido una de sus visiones —continúa el cardenal con una voz que es apenas más que un susurro—. ¿Sabes, Federico, que el Santo Padre a menudo tiene sueños enviados por Dios?
—He oído rumores, excelencia.
Este aspecto mágico de la Iglesia nunca ha atraído a De Soya. Espera, y Lourdusamy agita la mano como si desechara los rumores más tontos.
—Claro que Su Santidad ha recibido revelaciones vitales después de mucho orar, mucho ayunar, y demostrar una suprema humildad. Esa revelación fue la fuente de nuestro conocimiento acerca de cuándo y dónde la niña aparecería en Hyperion. Su Santidad tuvo razón en el momento, ¿verdad?
De Soya inclina la cabeza.
—Y una de estas revelaciones sagradas instó al Santo Padre a pedir tus servicios, Federico. El vio que tu destino y la salvación de nuestra Iglesia y nuestra sociedad estaban inextricablemente entrelazados.
El padre capitán De Soya no pestañea.
—Y ahora, la amenaza para el futuro de la humanidad se ha revelado en mayor detalle.
El cardenal se pone de pie, pero cuando De Soya y monseñor Oddi se apresuran a levantarse, él les indica que se sienten. De Soya se sienta y mira la gigantesca masa roja y blanca moviéndose entre los estanques de luz de la oscura habitación, las relucientes mejillas del cardenal, sus ojillos perdidos en las sombras.
—Éste es, en verdad, el gran intento de destrucción del TecnoNúcleo, Federico. El mismo mal mecánico que destruyó Vieja Tierra, que explotó las mentes y almas de la humanidad con sus parasitarios teleyectores, y que provocó el ataque éxter que precedió a la Caída… ese mismo mal vuelve a hostigarnos. La hija del cíbrido, Aenea, es su instrumento. Por eso los teleyectores funcionan para ella cuando no admiten a nadie más. Por eso el demonio Alcaudón ha matado a miles de los nuestros y quizá pronto mate millones o miles de millones. A menos que lo detengan, este súcubo logrará devolvernos al dominio de la máquina.
De Soya mira la silueta roja del cardenal. Nada de esto es nuevo.
Lourdusamy se detiene.
—Pero Su Santidad ahora sabe que la hija del cíbrido no es sólo la agente del Núcleo, Federico. Es el instrumento del Dios Máquina.
De Soya entiende. Cuando la Inquisición lo interrogó acerca de los Cantos, sintió que las entrañas se le hacían gelatina por temor al castigo por haber leído el poema prohibido. Pero aun este libro que figura en el Index admite que ciertos elementos del Núcleo IA han trabajado durante siglos para producir una Inteligencia Máxima, una deidad cibernética que propagaría su poder hacia atrás en el tiempo para dominar el universo. Tanto los Cantos como la historia oficial de la Iglesia reconocen la batalla en el tiempo entre este falso dios y Nuestro Señor. El cíbrido Keats —los cíbridos, en verdad, pues hubo un reemplazo cuando una secta del Núcleo destruyó al primero en la megaesfera— fue falsamente representado como mesías de la IM —ese blasfemo concepto teilhardiano de un dios evolucionado a partir de los humanos— en los prohibidos Cantos. El poema decía que la empatía era la clave de la evolución espiritual humana. La Iglesia había corregido eso, señalando que obedecer la Voluntad de Dios era la fuente de la revelación y la salvación.
—A través de la revelación —dice Lourdusamy—. Su Santidad sabe dónde están la hija del cíbrido y sus cómplices en este preciso momento.
De Soya se inclina hacia delante.
—¿Dónde, excelencia?
—En el mundo helado de Sol Draconi Septem. Su Santidad es muy claro en cuanto a eso. Y es muy claro en cuanto a las consecuencias que habrá si esa niña no es detenida. —Lourdusamy rodea el largo escritorio y se planta frente al sacerdote capitán. De Soya mira el resplandor rojo y blanco, los ojillos que lo escudriñan—. Ahora ella busca aliados —afirma fervientemente el cardenal—. Aliados que la ayuden en la destrucción de Pax y la desecración de la Iglesia. Hasta este momento ha sido como un virus mortal en una región desierta, un peligro potencial, pero contenible. Pronto, si se nos escapa, alcanzará la madurez y el pleno poder… el pleno poder del Maligno.
Por encima del reluciente hombro del cardenal, De Soya ve las figuras que se arquean en el fresco del techo.
—Todos los portales teleyectores se abrirán simultáneamente —continúa el cardenal—. El demonio Alcaudón, en un millón de iteraciones, saldrá para exterminar a los cristianos. Los éxters contarán con armas del TecnoNúcleo y espeluznantes tecnologías IA. Ya han usado máquinas subcelulares para convertirse en algo más que humanos. Ya han vendido sus almas inmortales por máquinas para adaptarse al espacio, para devorar la luz del sol, para existir como… como plantas en la oscuridad. Su capacidad guerrera aumentará mil veces merced a las máquinas secretas del Núcleo. Esa fuerza maligna no será detenida, ni siquiera por la Iglesia. Miles de millones morirán la muerte verdadera, perderán su cruciforme, el alma arrancada del cuerpo como si les arrancaran el corazón del pecho. Decenas de miles de millones perecerán. Los éxters se abrirán paso en los dominios de Pax, sembrando desolación como los vándalos y los visigodos, destruyendo Pacem, el Vaticano y todo lo que conocemos. Matarán la paz. Negarán la vida y desecrarán nuestro principio de la dignidad del individuo.
De Soya espera.
—Esto no tiene que suceder —dice Lourdusamy—. Su Santidad ora todos los días para que no suceda. Pero son tiempos peligrosos, Federico, para la Iglesia, para Pax, para el futuro de la raza humana. Él ha visto lo que puede ocurrir y ha consagrado nuestras vidas y nuestro sagrado honor de príncipes de la Iglesia a impedir el nacimiento de una realidad tan nefasta.
De Soya mira al cardenal, que se inclina hacia él.
—Ahora, Federico, debo revelarte algo que nuestros miles de millones de fieles sólo sabrán dentro de meses. Hoy, a esta hora, en el sínodo interestelar de obispos, Su Santidad anuncia una cruzada.
—¿Una cruzada? —repite De Soya. Hasta el inmutable monseñor Oddi carraspea.
—Una cruzada contra la amenaza éxter —declara el cardenal Lourdusamy—. Durante siglos nos hemos defendido. La Gran Muralla es una estratagema defensiva que pone cuerpos, naves y vidas cristianas en el camino de la agresión éxter. Pero a partir de hoy, por gracia de Dios, la Iglesia y Pax pasamos a la ofensiva.
—¿Cómo? —pregunta De Soya. Sabe que ya se libran batallas en la tierra de nadie, aquel espacio gris que media entre las regiones de Pax y éxters, llenando miles de pársecs con las maniobras, embates y retiradas de las flotas. Pero con la deuda temporal (un viaje desde Pacem hasta los confines más remotos de la Gran Muralla demora dos años de tiempo de a bordo, una deuda temporal de más de veinte años) es imposible coordinar la ofensiva con la defensa.
Lourdusamy sonríe gravemente.
—Aun mientras hablamos —responde—, se solicita, se ordena a todos los mundos de Pax y el Protectorado que consagren sus recursos planetarios a construir una gran nave, una nave por cada mundo.
—Tenemos miles de naves…
—Sí. Pero estas naves usarán la nueva tecnología Arcángel. No serán como el Rafael, un correo con poco armamento, sino los cruceros de batalla más mortíferos que haya visto este brazo en espiral. Capaces de trasladarse a cualquier parte de la galaxia en menos tiempo del que tarda una lanzadera en ponerse en órbita. Cada nave llevará el nombre de su mundo natal, y será tripulada por oficiales de Pax devotos como tú, hombres y mujeres dispuestos a sufrir la muerte y recibir la resurrección, y cada cual será capaz de destruir enjambres enteros.
De Soya asiente.
—¿Ésta es la respuesta del Santo Padre a la revelación que tuvo acerca de la amenaza de la niña, excelencia?
Lourdusamy rodea el escritorio y se acomoda en su trono como si estuviera exhausto.
—En parte, Federico. En parte. Estas nuevas naves se empezarán a construir en la próxima década estándar. La tecnología es difícil… muy difícil. En el ínterin, el súcubo del cíbrido continúa propagando la enfermedad como un virus. Esa parte depende de ti… de ti y tu mejorada tripulación de buscadores de virus.
—¿Mejorada? —repite De Soya—. ¿El sargento Gregorius y el cabo Kee aún pueden viajar conmigo?
—Sí, ya han sido asignados.
—¿Y cuál es la mejora? —pregunta De Soya, temiendo que un cardenal del Santo Oficio sea incluido en su misión.
El cardenal Lourdusamy abre los gordos dedos como si levantara la tapa del cofre del tesoro.
—Sólo una adición, Federico.
—¿Un funcionario de la Iglesia? —pregunta De Soya, temiendo que entreguen el disco papal a otro comandante.
Lourdusamy sacude la cabeza. Su gran papada ondula con el movimiento.
—Un simple guerrero, padre capitán De Soya. Una nueva raza de guerreros, criada para el renovado ejército de Cristo.
De Soya no entiende. Parece que la Iglesia está respondiendo a la nanotecnología éxter con sus propias biomodificaciones. Eso atentaría contra toda la doctrina eclesiástica que le han enseñado a De Soya.
Una vez más, el cardenal parece leer los pensamientos del sacerdote capitán.
—Nada de eso, Federico. Algunos… realces… y mucho entrenamiento en una nueva rama de las fuerzas armadas de Pax, pero todavía totalmente humano… y cristiano.
—¿Un soldado? —pregunta De Soya, desconcertado.
—Un guerrero. No está dentro de la jerarquía de mando de Pax. El primer miembro de las legiones de elite que serán la punta de lanza de la cruzada que Su Santidad anunciará hoy.
De Soya se frota la barbilla.
—¿Y estará bajo mi mando directo, como Gregorius y Kee?
—Desde luego —responde Lourdusamy, reclinándose y entrelazándose las manos sobre el ancho vientre—. Habrá un solo cambio, pues así lo juzgó necesario Su Santidad en consejo con el Santo Oficio. Ella tendrá su propio disco papal, con autoridad aparte en ciertas decisiones militares y aquellos actos que se juzguen necesarios para la conservación de la Iglesia.
—Ella —repite De Soya, tratando de entender. Si él y esta misteriosa «guerrera» tienen igual autoridad papal, ¿cómo podrán tomar decisiones? Hasta ahora cada aspecto de la búsqueda de la niña ha tenido facetas e implicaciones militares. Cada decisión que él ha tomado estaba consagrada a la preservación de la Iglesia. La expulsión y el reemplazo serían preferibles a este falso reparto de poder.
El cardenal Lourdusamy no le da tiempo a replicar.
—Federico, Su Santidad aún te ve como partícipe… y como principal responsable. Pero Nuestro Señor ha revelado una terrible necesidad que el Santo Padre procura apartar de tus manos, sabiendo que eres hombre de conciencia.
—¿Terrible necesidad? —dice De Soya, comprendiendo con angustia qué es.
Los rasgos de Lourdusamy son luz brillante y sombras profundas cuando se inclina sobre el escritorio.
—El súcubo engendrado por el cíbrido debe ser exterminado. Destruido. El virus debe ser erradicado del Cuerpo de Cristo como primer paso hacia la cirugía correctiva que vendrá.
De Soya cuenta hasta ocho antes de hablar.
—Yo encuentro a la niña —dice—. Esta guerrera… la mata.
—Sí —dice Lourdusamy. No se discute si el padre capitán De Soya aceptará esta misión modificada. Los cristianos renacidos, los sacerdotes, los jesuitas y oficiales de Pax, no vacilan cuando el Santo Padre y la Santa Madre Iglesia les asignan un deber.
—¿Cuándo conoceré a esta guerrera, excelencia? —pregunta De Soya.
—El Rafael se trasladará a Sol Draconi Septem esta misma tarde —gorjea monseñor Oddi desde su silla—. La nueva integrante de la tripulación ya está a bordo.
—¿Puedo preguntar su nombre y rango? —dice De Soya, volviéndose hacia el alto monseñor.
El cardenal Simon Augustino Lourdusamy responde:
—Aún no tiene rango formal, padre capitán De Soya. Con el tiempo será oficial de las nuevas Legiones de la Cruzada. A partir de ahora, tú y tus hombres podéis llamarla por su nombre.
De Soya espera.
—Que es Nemes —continúa el cardenal—. Rhadamanth Nemes. —Mira a Lucas Oddi, quien se pone de pie. De Soya se apresura a imitarlo. Obviamente la audiencia ha terminado.
Lourdusamy alza su mano regordeta para bendecirlo con tres dedos. De Soya inclina la cabeza.
—Que Nuestro Señor y Salvador Jesucristo te guarde y te preserve y te dé el éxito en este viaje de suprema importancia. Lo pedimos en el nombre de Jesús.
—Amén —murmura el monseñor Lucas Oddi.
—Amén —dice De Soya.