37

De Soya se propone abandonar el itinerario del Rafael y saltar directamente al primero de los sistemas capturados por los éxters.

—¿De qué serviría, señor? —pregunta el cabo Kee.

—Tal vez de nada —admite el padre capitán De Soya—. Pero si los éxters tienen algo que ver, quizás obtengamos una pista.

El sargento Gregorius se rasca la barbilla.

—También podemos ser capturados por un enjambre. Con todo respeto, señor, esta nave no es la mejor equipada en la flota de Su Santidad.

De Soya asiente.

—Pero es veloz. Tal vez podamos dejar atrás a la mayoría de las naves éxters. Y tal vez ya hayan abandonado el sistema a estas alturas. Es lo que suelen hacer. Atacar, correr, empujar la Gran Muralla de Pax, abandonar el sistema dejando una defensa simbólica después de causar la mayor cantidad posible de estragos en el mundo y su población. —De Soya se interrumpe. Sólo ha visto un mundo asolado por los éxters con sus propios ojos, Svoboda, y espera no tener que ver otro—. De cualquier modo, es lo mismo para nosotros en esta nave. Normalmente el salto cuántico allende la Gran Muralla llevaría ocho o nueve meses de tiempo de a bordo, con once o más años de deuda temporal. Para nosotros será el salto de costumbre, y tres días de resurrección.

El lancero Rettig alza la mano.

—Debemos tener eso en cuenta, señor.

—¿Qué?

—Los éxters nunca han capturado un correo clase Arcángel, señor. Quizá no sepan que existe este tipo de nave. Diantre, aun en la flota de Pax muchos ignoran que existe esta tecnología.

De Soya comprende de inmediato, pero Rettig continúa.

—Así que correríamos un gran riesgo, señor. No sólo para nosotros, sino para Pax.

Hay un largo silencio.

—Buena observación, lancero —dice al fin De Soya—. He reflexionado sobre ello. Pero Mando de Pax construyó esta nave con su nicho de resurrección automática para que pudiéramos ir más allá de Pax. Creo que se da por sentado que podríamos tener que internarnos en el Confín, en territorio éxter si es preciso. Yo he estado allá, caballeros. He incendiado sus bosques orbitales y he escapado de los enjambres por medio de la lucha. Los éxters son extraños. Sus intentos de adaptarse a ámbitos raros, incluso al espacio, son blasfemos. Quizá ya no sean humanos. Pero sus naves no son veloces. Rafael podrá entrar en ese espacio y regresar a velocidades cuánticas si hay riesgo de captura. Y podemos programarlo para que se autodestruya antes de ser aprehendidos.

Los tres guardias suizos callan. Todos parecen pensar en la muerte dentro de la muerte que esto supondría: la destrucción sin advertencia de destrucción. Se dormirían en sus divanes de aceleración y resurrección como siempre y nunca despertarían, al menos no en esta vida.

El sacramento del cruciforme es realmente milagroso. Puede resucitar cuerpos despedazados, devolver la forma y el alma a cristianos renacidos que han sido acribillados, quemados, hambreados, ahogados, sofocados, apuñalados, aplastados o devorados por la enfermedad, pero tiene sus limitaciones: un tiempo excesivo de descomposición le impide actuar, al igual que la explosión termonuclear del motor de fusión de una nave.

—Estamos con usted —dice al fin el sargento Gregorius, sabiendo que el padre capitán De Soya ha pedido esta deliberación porque odia ordenar a sus hombres que corran semejante riesgo de muerte verdadera.

Kee y Rettig asienten.

—Bien —dice De Soya—, programaré el Rafael en consecuencia. Si no puede escapar antes de nuestra resurrección, activará sus motores de fusión. Y fijaremos cuidadosamente esos parámetros de «no escapatoria». Pero no creo que haya muchas probabilidades de que eso ocurra. Despertaremos en… Dios mío, ni siquiera he revisado qué sistema es el primer mundo del río Tetis ocupado por los éxters. ¿Es Tal Zhin?

—Negativo, señor —dice Gregorius, inclinándose sobre el mapa estelar que ha preparado Rafael. Su rechoncho dedo señala una región marcada con un círculo—. Es Hebrón. El mundo judío.

—De acuerdo. Vamos a nuestros divanes y dirijámonos hacia el punto de traslación. ¡El año próximo en Nueva Jerusalén!

—¿El año próximo? —pregunta el lancero Rettig, flotando sobre la mesa antes de dirigirse a su diván.

De Soya sonríe.

—Es un dicho que he oído a algunos amigos judíos. No sé qué significa.

—No sabía que aún existían judíos —dice el cabo Kee, flotando sobre su diván—. Creí que se habían liquidado entre sí en el Confín.

De Soya sacude la cabeza.

—Había algunos judíos conversos en la universidad donde yo estudié, fuera del seminario. No importa. Pronto conoceremos a alguno en Hebrón. A sujetarse, caballeros.

En cuanto se despierta, el capitán sacerdote comprende que algo anduvo mal. En los tiempos más fogosos de la juventud, Federico de Soya se embriagaba con sus compañeros de seminario, y en una de esas salidas se había despertado en una cama extraña —solo, gracias a Dios—, pero en una cama extraña en una parte extraña de la ciudad, sin recordar quién era ni cómo había llegado allí. Este despertar es similar.

En vez de ver los nichos automáticos del Rafael, oliendo el ozono y los aromas de sudor reciclado de la nave, sintiendo el terror de despertar en gravedad cero, De Soya se encuentra en una cama mullida, en una habitación acogedora, en un campo de gravitación normal. Hay iconos religiosos en la pared: la Virgen María, un gran crucifijo donde un Cristo sufriente alza los ojos al cielo, una pintura del martirio de San Pablo. Una luz tenue atraviesa cortinas de encaje.

Todo esto resulta familiar para el aturdido De Soya, al igual que el amable rostro del sacerdote regordete que le trae caldo y conversación. Al fin las sinapsis del padre capitán se reactivan. El padre Baggio, el capellán de resurrección que había visto en los jardines del Vaticano con la certeza de que nunca lo vería de nuevo. Bebiendo caldo, De Soya mira por la ventana de la rectoría. Ve el cielo claro y piensa: «Pacem». Se esfuerza por recordar cómo ha llegado allí, pero sólo recuerda una conversación con Gregorius y sus hombres, el largo ascenso desde el pozo de gravedad de Mare Infinitus y Setenta Ofiuca A, el sobresalto de la traslación.

—¿Cómo? —murmura, aferrando la manga del amable sacerdote—. ¿Por qué? ¿Cómo?

—Calma, hijo, descansa —dice el padre Baggio—. Ya habrá tiempo para hablar. Tiempo para todo.

Acunado por esa voz suave, la radiante luz y el aire rico en oxígeno, De Soya cierra los ojos y se duerme. Sus sueños son ominosos.

Con la comida del mediodía —más caldo— De Soya comprende que el afable y regordete padre Baggio no responderá a sus preguntas: no le dirá cómo llegó a Pacem, dónde y cómo están sus hombres, ni por qué no le explica nada.

—Pronto vendrá el padre Farrell —dice el capellán, como si eso lo aclarase todo. De Soya reúne sus fuerzas, se baña, se viste, trata de despejarse y espera al padre Farrell.

El padre Farrell llega por la tarde. Es un sacerdote alto, delgado y ascético, un comandante de los Legionarios de Cristo, se entera pronto De Soya, sin sorprenderse. Su voz es suave pero cortante. Los ojos de Farrell son grises y acerados.

—Es comprensible que sienta curiosidad —dice el padre Farrell—. Y sin duda aún estará un poco confundido. Es normal para los recién nacidos.

—Conozco los efectos laterales —dice De Soya con una sonrisa levemente irónica—. Pero siento curiosidad. ¿Cómo he despertado en Pacem? ¿Qué sucedió en el sistema de Hebrón? ¿Y cómo están mis hombres?

Farrell habla sin pestañear.

—La última pregunta primero, padre capitán. El sargento Gregorius y el cabo Kee están bien, recobrándose en la capilla de resurrección de la Guardia Suiza.

—¿Y el lancero Rettig? —pregunta De Soya con esa sensación ominosa que lo acosa desde que despertó.

—Muerto, me temo. Muerte verdadera. Se le administró la extremaunción, y su cuerpo fue entregado a las honduras del espacio.

—¿Cómo murió la muerte verdadera? —tartamudea De Soya. Siente ganas de llorar, pero se resiste porque no sabe si es simple pena o un efecto de la resurrección.

—Desconozco los detalles —dice Farrell. Los dos están en la sala de la rectoría, que se usa para reuniones y deliberaciones importantes. Están solos, excepto por los ojos de los santos, los mártires, Cristo y Su madre—. Parece que hubo un problema con el nicho de resurrección automática del Rafael al regresar del sistema de Hebrón.

—¿Al regresar de Hebrón? Me temo que no entiendo, padre. Había programado la nave para quedarse allá, a menos que la persiguieran fuerzas éxters. ¿Eso sucedió?

—Evidentemente. Como le decía, desconozco los detalles, y no soy competente en cuestiones técnicas, pero entiendo que usted programó su correo Arcángel para penetrar en espacio controlado por los éxters…

—Necesitábamos continuar nuestra misión en Hebrón —interrumpe el padre capitán De Soya.

Farrell no protesta contra la interrupción ni modifica su expresión neutra, pero De Soya mira esos ojos acerados y no vuelve a interrumpir.

—Como le decía, padre capitán, entiendo que usted programó la nave para que entrara en espacio éxter y, de no haber inconvenientes, se pusiera en órbita del planeta Hebrón.

De Soya asiente en silencio. Sus ojos oscuros enfrentan la mirada gris. Aún no hay animadversión, pero está dispuesto a defenderse de cualquier acusación.

—Entiendo que el… ¿su nave se llama Rafael?

De Soya asiente. Ahora comprende. Las frases cautas, las preguntas que se formulan aun sabiendo las respuestas, todo esto define a un abogado. La Iglesia tiene muchos asesores legales. E inquisidores.

—Parece que el Rafael cumplió su programación, no encontró oposición inmediata durante la desaceleración y se puso en órbita de Hebrón —continúa Farrell.

—¿Fue entonces cuando falló la resurrección? —pregunta De Soya.

—Entiendo que no fue así —dice Farrell. Los ojos grises dejan de mirar a De Soya un instante, recorren la habitación como evaluando los muebles y objetos de arte, no parecen encontrar nada de interés y vuelven al padre capitán—. Entiendo que los cuatro tripulantes estaban cerca de la resurrección plena cuando la nave tuvo que huir del sistema. El shock de traslación fue fatal, por supuesto. La resurrección secundaria después de una resurrección incompleta es, como sin duda usted sabrá, mucho más difícil que la resurrección primaria. Fue aquí donde un fallo mecánico impidió la realización del sacramento.

Cuando Farrell deja de hablar, se hace un silencio. Sumido en sus reflexiones, De Soya apenas repara en el ruido de tráfico que viene desde la angosta calle, el rugido de un transporte que se eleva desde el puerto espacial cercano.

—Los nichos fueron inspeccionados y reparados mientras estábamos en órbita de Vector Renacimiento, padre Farrell —dice al fin.

El otro sacerdote cabecea apenas.

—Tenemos los registros. Creo que hubo algún error de calibración en el nicho automático del lancero Rettig. La investigación continúa en la guarnición del sistema de Renacimiento. También hemos extendido la investigación a los sistemas de Mare Infinitus, Epsilon Eridani y Epsilon Indi, el mundo de la Gracia Inevitable del sistema Lacaille 9352, Mundo de Barnard, NGCes 2629-4BIV, los sistemas Vega y Tau Ceti.

De Soya pestañea.

—Muy exhaustiva —dice al fin. Está pensando: «Deben de estar usando los otros dos correos Arcángel para realizar esta investigación. ¿Por qué?».

—Sí —dice el padre Farrell.

El padre capitán De Soya suspira y se apoya en los mullidos cojines del sillón de la rectoría.

—Conque nos encontraron en el sistema Svoboda y no pudieron resucitar al lancero Rettig.

Farrell hace una levísima mueca con los finos labios.

—¿Svoboda, padre capitán? No. Entiendo que su nave correo fue descubierta en el sistema Setenta Ofiuca A, mientras desaceleraba con rumbo al mundo oceánico de Mare Infinitus.

De Soya se incorpora.

—No entiendo. Había programado el Rafael para que se trasladara al próximo sistema de Pax de su itinerario de búsqueda original si tenía que abandonar prematuramente el sistema de Hebrón. El próximo mundo era Svoboda.

—Tal vez la persecución de naves hostiles en el sistema de Hebrón impidió ese alineamiento de traslación —dice Farrell sin énfasis—. El ordenador de la nave habrá decidido regresar a su punto de partida.

—Tal vez —dice De Soya, tratando de interpretar la expresión del otro. Es inútil—. Usted dice que el ordenador pudo haber decidido, padre Farrell. ¿No lo sabe? ¿No han examinado la bitácora?

El silencio de Farrell podría ser una afirmación o nada.

—Y si regresamos a Mare Infinitus —continúa De Soya—, ¿por qué despertamos en Pacem? ¿Qué sucedió en Setenta Ofiuca A?

Farrell sonríe. Extiende apenas los labios.

—Por coincidencia, padre capitán, el correo Miguel estaba en el espacio de la guarnición de Mare Infinitus cuando usted se trasladó. La capitana Wu iba a bordo del Miguel.

—¿Marget Wu? —pregunta De Soya, sin importarle si molesta al otro con la interrupción.

—Precisamente. —Farrell se quita una pelusa imaginaria de sus almidonados pantalones negros—. Teniendo en cuenta la consternación que su visita había causado en Mare Infinitus…

—¿Porque envié al obispo Melandriano a un monasterio para que no me estorbara? ¿Y arresté a oficiales traidores y corruptos que sin duda realizaban sus robos y asociaciones ilícitas bajo supervisión de Melandriano?

Farrell alza una mano para interrumpirlo.

—Esos hechos no están en mi campo de la investigación, padre capitán. Yo me limitaba a responder su pregunta. ¿Puedo continuar?

De Soya siente que su furia se mezcla con su pena por la muerte de Rettig, todo en medio del efecto narcótico de la resurrección.

—La capitana Wu, que ya había oído las protestas del obispo Melandriano y otros administradores de Mare Infinitus, decidió que sería conveniente que usted regresara a Pacem para su resurrección.

—¿Y nuestra resurrección fue interrumpida por segunda vez?

—No. —No hay irritación en la voz de Farrell—. El proceso de resurrección no se había iniciado en Setenta Ofiuca A cuando se tomó la decisión de traerlo a Mando de Pax y el Vaticano.

De Soya se mira los dedos. Están temblando. Se imagina el Rafael con su cargamento de cadáveres, el suyo incluido. Primero una excursión mortal a Hebrón, luego una desaceleración hacia Mare Infinitus, luego el viaje a Pacem. Mira a Farrell.

—¿Cuánto hace que estoy muerto, padre?

—Treinta y dos días —dice Farrell.

De Soya quiere saltar de la silla. Al fin se recuesta y dice con voz controlada:

—Si la capitana Wu decidió enviar la nave aquí antes de que se iniciara la resurrección en Mare Infinitus, padre, y si no hubo resurrección en Hebrón, tendríamos que haber estado muertos menos de setenta y dos horas en ese punto. Calculando tres días aquí… ¿dónde estuvimos los otros veintiséis días, padre?

Farrell se pasa los dedos por la raya del pantalón.

—Hubo demoras en el espacio de Mare Infinitus. La investigación inicial comenzó allí. Se presentaron protestas. El lancero Rettig fue sepultado en el espacio con todos los honores. También se cumplieron otros deberes. El Rafael regresó con el Miguel.

Farrell se pone de pie abruptamente y De Soya lo imita.

—Padre capitán —anuncia Farrell formalmente—, estoy aquí para extenderle los cumplidos del cardenal secretario Lourdusamy, su deseo de plena recuperación en salud y vida en los brazos de Cristo, y para requerir que se presente, mañana a las siete de la mañana, en las oficinas de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, en el Vaticano, para reunirse con monseñor Lucas Oddi y otros funcionarios de la Sagrada Congregación.

De Soya se queda atónito. Sólo puede entrechocar los talones y asentir. Es un jesuita y un oficial de Pax. Lo han entrenado en la disciplina.

—Muy bien —dice el padre Farrell, y se despide.

El padre capitán De Soya se queda en la sala de la rectoría unos minutos. Como mero sacerdote y oficial de línea, De Soya ha evitado muchas intrigas de la Iglesia, pero aun un cura de provincias y un guerrero conoce la estructura básica del Vaticano y su propósito.

Por debajo del Papa, hay dos categorías administrativas principales, la Curia Romana y las Congregaciones Sagradas. De Soya sabe que la Curia es una estructura administrativa compleja y laberíntica cuya forma «moderna» fue establecida por Sixto V en 1588. La Curia incluye la Secretaría de Estado, base de poder del cardenal Lourdusamy, donde obra como una especie de primer ministro con el equívoco título de secretario de Estado. Esta secretaría es una parte central de lo que a menudo se llama «Vieja Curia», usada por los papas desde el siglo dieciséis. Además existe la Nueva Curia, que inicialmente consistía en dieciséis organismos menores creados por el Segundo Concilio del Vaticano —aún conocido popularmente como Vaticano II—, que concluyó en 1965. Esos dieciséis organismos se han convertido en treinta y una entidades durante el reinado de doscientos sesenta años del papa Julio.

Pero De Soya no es convocado por esta Curia, sino por uno de sus conjuntos separados de autoridad, las Congregaciones Sagradas. Específicamente, le han ordenado que comparezca ante la Congregación Sagrada de la Doctrina de la Fe, una organización que ha cobrado —mejor dicho, recobrado— enorme poder en los dos últimos siglos. Bajo el papa Julio, la Congregación Sagrada por la Doctrina de la Fe volvió a acoger al papa como su prefecto, un cambio de estructura que revitalizó el oficio. Durante los doce siglos previos a la elección del papa Julio, esta Congregación Sagrada —conocida como Santo Oficio de 1908 a 1964— había perdido poder al extremo de ser un órgano vestigial. Ahora, bajo Julio, el poder del Santo Oficio se siente en un radio de quinientos años-luz de espacio y se remonta a tres mil años de historia.

De Soya regresa a la sala y se apoya en la silla donde estaba sentado. Siente vértigo. Sabe que no le permitirán ver a Gregorius o Kee antes de su reunión con el Santo Oficio. Quizá nunca los vea de nuevo. De Soya trata de desovillar el hilo que lo ha conducido a esta reunión, pero se pierde en el berenjenal de la politiquería eclesiástica, los clérigos ofendidos, las luchas de poder de Pax y el torbellino de su cerebro resucitado y confundido.

Sabe que la Sagrada Congregación por la Doctrina de la Fe, antes llamada Sagrada Congregación del Santo Oficio, fue conocida muchos siglos atrás como la Sagrada Congregación de la Inquisición Universal.

Y bajo el papa Julio XIV la Inquisición ha vuelto a estar a la altura de su fama original y su sensación de terror. De Soya debe comparecer ante ella sin preparativos, asesoramiento ni conocimiento de las acusaciones que pueden esgrimir contra él.

Entra el padre Baggio, una sonrisa en sus rasgos de querubín.

—¿Has tenido una grata conversación con el padre Farrell, hijo mío?

—Sí —dice distraídamente De Soya—. Muy grata.

—Bien. Pienso que es hora de un poco de caldo y un poco de oración… el ángelus, creo. Luego a acostarse temprano. Debemos estar frescos para lo que nos depare el nuevo día, ¿eh?