En los días que siguen al dragado del río —no hay ninguna nave, ningún cadáver, sólo unos desechos que quizás hayan sido la nave de la niña— el padre capitán De Soya espera una corte marcial y tal vez la excomunión. El correo Arcángel viaja a Pacem con la noticia, y a las veinte horas la misma nave, con otros mensajeros humanos, regresa con el veredicto de que habrá una junta de revisión. De Soya asiente al enterarse de la noticia, creyendo que es la antesala de su regreso a Pacem para una corte marcial y algo peor.
Asombrosamente, el afable padre Brown encabeza la junta de revisión, como representante personal del cardenal Simon Augustino Lourdusamy, con la capitana Wu como representante del almirante Marusyn. Otros miembros de la junta incluyen a dos de los almirantes presentes durante la tragedia y a la comandante Barnes-Avne. Ofrecen a De Soya un defensor, pero él rehúsa.
El padre capitán no es arrestado durante los cinco días de audiencia pero se sobreentiende que permanecerá en la base militar de Pax, en las afueras de Da Vinci, hasta que la audiencia haya concluido. Durante esos cinco días, el padre capitán De Soya camina a lo largo del río dentro de los límites de la base, mira las noticias en la televisión local y los canales de acceso directo, y en ocasiones mira el cielo, imaginando que puede adivinar dónde se encuentra el Rafael en su órbita, vacío y silencioso salvo por sus sistemas automáticos. De Soya espera que el próximo capitán de la nave le brinde más honor.
Muchos amigos lo visitan: Gregorius, Kee y Rettig aún son sus guardias, aunque ya no portan armas y también permanecen en la base en arresto virtual. La madre capitana Boulez, el capitán Hearn y la madre capitana Stone pasan para darle su testimonio antes de partir para la frontera. Esa noche De Soya observa la estela azul de las lanzaderas que se elevan hacia el cielo nocturno, y los envidia. El capitán Sati del San Antonio comparte una copa de vino con De Soya antes de regresar a su nave-antorcha y su misión en otro sistema. Incluso el capitán Lempriére pasa después de testificar, y la vacilante compasión de este hombre calvo termina por encolerizar a De Soya.
El quinto día De Soya se presenta ante la junta. La situación es rara: De Soya aún tiene el disco papal y técnicamente está a cubierto de reproches o acusaciones, pero se sobreentiende que el papa Julio, por mediación del cardenal Lourdusamy, ha ordenado esta junta. El disciplinado De Soya, militar y jesuita, acata con humildad. No espera una exoneración.
En la tradición de los capitanes de barcos desde la Edad Media de Vieja Tierra, De Soya sabe muy bien que la moneda de las prerrogativas de un capitán tiene dos caras: un poder casi divino sobre todo lo que hay a bordo, compensado por la exigencia de asumir plena responsabilidad por cualquier daño que sufra la nave o por el fracaso de una misión.
De Soya no ha dañado su nave —ni su vieja nave-antorcha ni el Rafael— pero sabe que su fracaso ha sido rotundo. Disponiendo de inmensos recursos de Pax en Hyperion y en Renacimiento, no ha logrado capturar a una niña de doce años. No ve excusa para ello, y así lo declara durante la audiencia.
—¿Por qué ordenó la destrucción del portal teleyector en Vector Renacimiento? —pregunta el padre almirante Coombs después de la declaración de De Soya.
De Soya alza una mano, la baja.
—En ese momento comprendí que la niña había viajado a este mundo para alcanzar el portal. Nuestra única esperanza de detenerla era destruirlo.
—¿Pero no fue destruido? —pregunta el padre Brown.
—No —dice De Soya.
—En su experiencia, padre capitán De Soya —dice la capitana Wu—, ¿existe algún blanco que no sea destruido por un minuto de fuego concentrado de contrapresión?
De Soya reflexiona.
—Hay blancos, como los bosques orbitales o los asteroides de los enjambres éxters, que no serían destruidos del todo ni siquiera por un minuto de fuego. Pero sufrirían graves daños.
—¿Y el portal teleyector no fue dañado? —insiste el padre Brown.
—Que yo sepa, no.
La capitana Wu se vuelve a los demás miembros de la junta.
—Tenemos una declaración jurada del jefe de ingenieros planetarios Rexto Hamn, según la cual la aleación del portal teleyector, aunque irradió calor durante más de cuarenta y ocho horas, no resultó dañada por el ataque.
Los miembros de la junta deliberan.
—Padre capitán De Soya —dice el almirante Serra cuando se reanuda el interrogatorio—, ¿comprendió usted que en su intento de destruir el portal podía haber destruido la nave de la niña?
—Sí, almirante.
—¿Y en consecuencia matar a la niña? —continúa Serra.
—Sí, almirante.
—Y su orden específica era llevar a la niña a Pacem… ilesa. ¿Es correcto?
—Sí, almirante. Ésa era mi orden.
—¿Pero usted estaba dispuesto a contravenirla?
De Soya respira profundamente.
—En este caso, almirante, pensé que era un riesgo calculado. Mis instrucciones decían que era de suprema importancia llevar a la niña a Pacem en el tiempo más breve posible. En esos pocos segundos, cuando comprendí que ella podía viajar por el portal teleyector y evitar la captura, pensé que lo más conveniente era destruir el portal… no la nave de la niña. Con franqueza, pensé que la nave ya había atravesado el portal o no lo había alcanzado. Todo indicaba que la nave había sido derribada y había caído al río. No sabía si la nave tenía capacidad para trasponer el portal bajo el agua o, llegado el caso, si el portal podía teleyectar un objeto subacuático.
La capitana Wu entrelaza las manos.
—¿Y que usted sepa, padre capitán, el teleyector ha mostrado indicios de actividad desde esa noche?
—Que yo sepa no, capitana.
—Que usted sepa, padre capitán, ¿algún portal teleyector, en cualquier mundo de la ex Red, o cualquier portal espacial, ha demostrado indicios de nueva actividad desde la Caída de los teleyectores hace más de doscientos setenta años estándar?
—Que yo sepa, no.
El padre Brown se inclina hacia delante.
—Entonces, padre capitán, tal vez pueda explicar a esta junta por qué pensó que la niña tenía capacidad para abrir un portal e intentaba escapar por él.
De Soya abre las manos.
—Padre, no lo sé. Tuve la clara sensación de que ella no quería ser capturada, y su fuga a lo largo del río… no lo sé, padre. El uso del portal es lo único que tenía sentido esa noche.
La capitana Wu mira a sus colegas.
—¿Más preguntas? —Al cabo de un silencio añade—: Eso es todo, padre capitán De Soya. Esta junta le informará sobre sus hallazgos mañana por la mañana.
De Soya asiente y se marcha.
Esa noche, recorriendo el sendero de la base a orillas del río, De Soya intenta imaginar qué hará si lo someten a corte marcial y le impiden ejercer el sacerdocio aunque no lo encarcelen. La idea de la libertad, después de tamaño fracaso, es más dolorosa que la idea del encierro. La junta no ha mencionado la excomunión —no ha mencionado ningún castigo— pero De Soya está seguro de su condenación, su retorno a Pacem para comparecer ante un tribunal superior y su expulsión de la Iglesia. Sólo un terrible fracaso o herejía puede provocar semejante castigo, pero De Soya sabe perfectamente que su fracaso ha sido terrible.
Por la mañana comparece en el edificio donde la junta ha deliberado toda la noche. Se cuadra frente a la docena de hombres y mujeres que están detrás de la larga mesa.
—Padre capitán De Soya —dice la capitana Wu, hablando en nombre de todos—, esta junta de revisión ha sido convocada para responder a preguntas del Mando de Pax y el Vaticano en cuanto a la disposición y el resultado de hechos recientes, específicamente, el fracaso de este comandante en la misión de aprehender a la niña llamada Aenea. Al cabo de cinco días de investigación y de muchas horas de testimonios y declaraciones, esta junta considera que se realizaron todos los esfuerzos y preparativos posibles para llevar a cabo la misión. Era imposible que usted o cualquier oficial que trabajara con usted o bajo su mando previera que la niña llamada Aenea o sus acompañantes podrían escapar por un teleyector que no ha funcionado en casi tres siglos estándar. El hecho de que los teleyectores puedan reiniciar su actividad constituye, por cierto, una grave preocupación para Mando de Pax y la Iglesia. Las implicaciones de ello serán exploradas por el personal jerárquico de Mando de Pax y la jerarquía vaticana.
»En cuanto a su papel en esto, padre capitán De Soya, consideramos que sus acciones fueron responsables, correctas y concordantes con sus prioridades legales, aunque objetamos que haya puesto en peligro la vida de la niña que debía capturar. Esta junta, aunque es oficial sólo en el cometido de la revisión, recomienda que usted continúe su misión con la nave clase Arcángel denominada Rafael, que usted continúe usando el disco de autoridad papal y que usted requise aquellos materiales que considere necesarios para la continuación de esta misión.
De Soya, todavía rígido, parpadea varias veces.
—¿Capitana? —pregunta.
—Sí, padre capitán.
—¿Esto significa que puedo conservar al sargento Gregorius y sus hombres como guardia personal?
La capitana Wu (cuya autoridad, paradójicamente, supera la de los almirantes y comandantes de tierra presentes) sonríe.
—Padre capitán, usted podría ordenar a los miembros de esta junta que le sirvan como guardia personal, si lo desea. La autoridad de su disco papal sigue siendo absoluta.
De Soya no sonríe.
—Gracias, capitana, señores. El sargento Gregorius y sus dos hombres bastarán. Partiré esta misma mañana.
—¿Partir hacia dónde, Federico? —pregunta el padre Brown—. El exhaustivo análisis de los testimonios no nos ha permitido averiguar adónde se teleyectó esa nave. El río Tetis tenía contactos cambiantes, y todos los datos sobre el próximo mundo de la línea se han perdido.
—Sí, padre —dice De Soya—, pero sólo dos centenares de mundos estaban conectados por ese río teleyector. La nave de la niña tiene que estar en uno de ellos. Mi nave Arcángel puede llegar a todos en menos de dos años, calculando el tiempo de resurrección después de cada traslación. Comenzaré de inmediato.
Los hombres y mujeres de la junta lo miran sorprendidos. El hombre que tienen delante está hablando de varios cientos de muertes y dificultosas resurrecciones. Por lo que saben, nadie, desde el comienzo del Sacramento de la Resurrección, se ha sometido a semejante ciclo de dolor y renacimiento.
El padre Brown se pone de pie y alza su mano en una bendición.
—In nomine Patris, et Filii, et Spiritus Sancti —entona—. Vaya con Dios, padre capitán De Soya. Nuestras plegarias irán con usted.