27

No sé qué nos hizo subir al dormitorio del cónsul en el ápice de la nave para observar la traslación al espacio normal. La enorme cama —la cama donde yo había dormido las últimas semanas— estaba en el centro de la habitación, pero se plegaba formando una especie de diván, y eso hice ahora. Detrás de la cama había dos cubículos —guardarropa y lavabo—, pero cuando el casco se ponía transparente estos cubículos eran sólo bloques oscuros contra el campo estelar. Mientras la nave abandonaba las velocidades Hawking, pedimos que el casco se hiciera transparente.

Lo primero que vimos, antes de que la nave iniciara su rotación disponiéndose a desacelerar, fue el mundo de Vector Renacimiento, tan cerca que era un disco blanco y azul en vez de una mancha borrosa, con dos de sus tres lunas visibles. El sol de Renacimiento brillaba a la izquierda del planeta y sus lunas. Se veían veintenas de estrellas, lo cual era inusitado, pues el resplandor del sol habitualmente oscurecía el cielo y sólo dejaba ver las estrellas más brillantes. Aenea comentó esto.

—No son estrellas —dijo la nave mientras completaba su lenta rotación.

El motor de fusión se activó mientras iniciábamos la desaceleración y el descenso hacia el planeta. Normalmente no habríamos salido de C-plus tan cerca de un planeta y sus lunas —sus pozos de gravedad volvían muy peligrosas las velocidades de entrada—, pero la nave nos había asegurado que sus campos mejorados podían manejar cualquier inconveniente. Pero no este problema.

—No son estrellas —repitió la nave—. Hay más de cincuenta naves dentro de un radio de cien mil kilómetros. Hay docenas más en posiciones orbitales de defensa. Tres de esas naves (naves-antorcha, a juzgar por su signatura de fusión) están a menos de doscientos kilómetros y se están acercando.

Nadie dijo una palabra. No era preciso que la nave nos diera este último dato. Las tres estelas de fusión parecían estar encima de nosotros, ardiendo sobre nuestra nave como llamas de soplete.

—Nos están saludando —dijo la nave.

—¿Canal visual? —preguntó Aenea.

—Audio solamente. —La voz de la nave sonaba más cortante que de costumbre. ¿Era posible que una IA sintiera tensión?

—Oigámoslo —dijo la niña.

La voz estaba diciendo «la nave que acaba de entrar en el sistema de Renacimiento». Era una voz familiar. La habíamos oído en el sistema de Parvati. El padre capitán De Soya.

«Atención, la nave que acaba de entrar en el sistema de Renacimiento», repitió.

—¿De qué nave viene la llamada? —preguntó A. Bettik, observando las tres naves-antorcha que se aproximaban. La luz azul de las estelas de plasma bañaba su rostro azul.

—Desconocido —dijo la nave—. Es una transmisión en haz angosto y no he localizado la fuente. Podría venir de cualquiera de las setenta y nueve naves que estoy rastreando.

Me sentí obligado a hacer un comentario socarrón.

—¡Ánimo! —exclamé.

Aenea me echó una ojeada y volvió a mirar las naves que se aproximaban.

—¿Tiempo para Vector Renacimiento? —preguntó.

—Catorce minutos a delta-V constante —dijo la nave—. Pero este nivel de desaceleración sería ilegal dentro de cuatro distancias planetarias.

—Continúa en este nivel —ordenó Aenea.

«Atención, la nave que acaba de entrar en el sistema de Renacimiento —dijo la voz de De Soya—. Prepárense para un abordaje. Toda resistencia nos obligará a dejarlos inconscientes. Repito, atención, la nave que acaba de entrar…”.

Aenea me miró sonriendo.

—Supongo que no puedo usar el truco de la despresurización, ¿eh, Raul?

No se me ocurrió ninguna otra socarronería. Alcé las manos.

—«Atención, la nave que acaba de entrar en el sistema. Nos aproximamos. No se resistan mientras fusionamos los campos de contención externa».

Mientras Aenea y A. Bettik erguían el rostro para ver cómo las tres estelas se separaban y las naves-antorcha se hacían visibles a menos de un kilómetro, una en cada vértice de un triángulo equilátero que nos rodeaba, observé el rostro de la niña. Sus rasgos estaban tensos —una leve tensión en las comisuras de la boca—, pero en general conservaba la compostura y una actitud alerta. Sus ojos oscuros eran grandes y luminosos.

—«Atención, la nave —repitió la voz del capitán de Pax—. Fusión de campos dentro de treinta segundos».

Aenea caminó hacia el linde de la habitación, tocando el casco invisible. Desde mi punto de vista, era como si estuviéramos de pie en la cima circular de una montaña muy alta, con estrellas y azules colas de cometas por todas partes, y Aenea estuviera al borde del precipicio.

—Nave, por favor, dame audio de banda amplia, para que todas las naves de Pax puedan oírme.

El padre capitán De Soya observa el procedimiento en realidad táctica y en el espacio real. En realidad táctica, se yergue sobre el plano de la eclíptica y ve sus naves dispuestas en torno del blanco como puntos de luz a lo largo de los rayos y el aro de una rueda. Cerca del cubo, casi superpuestas con la nave de la niña, están la Melchor, la Gaspar y la Baltasar. Más allá, pero desacelerando en perfecta sincronía con las cuatro naves del centro, hay más de una docena de naves-antorcha bajo el atento mando del capitán Sati, a bordo del San Antonio. Diez mil kilómetros más allá, en torno de un perímetro de rotación lenta, también desacelerando en el espacio cislunar de Vector Renacimiento, están los destructores clase Bendición, tres de los seis navíos C3, y el portanaves Saint-Malo, en el cual De Soya observa los acontecimientos desde el Centro de Control de Combate.

Habría preferido estar con el grupo REYES, aproximándose al blanco, pero comprendió que era inadecuado estar en ese puesto. Habría sido irritante para la madre capitana Stone —ascendida tan sólo una semana atrás por el almirante Serra— que socavaran de ese modo su primera misión como comandante.

De Soya observa desde el Saint-Malo, mientras el Rafael gira en órbita de Vector Renacimiento con los piquetes de defensa y los cazas protectores. Pasando de la atestada y rojiza realidad del CCC del Saint-Malo a la vista azulada del espacio táctico, ve las chispas en medio de esa rueda rotativa de naves, las docenas de naves colocadas en una esfera gigante para impedir la fuga de la nave de la niña. Volviendo su atención al CCC, repara en las caras rojizas de los observadores Wu y Brown, así como la comandante Barnes-Avne, que está en contacto de haz angosto con los cincuenta infantes que van a bordo de las naves del grupo REYES. En las esquinas del atestado Centro de Control de Combate, De Soya ve a Gregorius y sus dos guardias. Los tres se sienten defraudados por no estar en las partidas de abordaje, pero De Soya los retiene como guardias personales para el viaje a Pacem con la niña.

De nuevo enfoca el canal de haz angosto hacia la nave de la niña.

—Atención, la nave —dice, sintiendo las palpitaciones de su corazón como ruido de fondo—, fusionaremos campos dentro de treinta segundos.

Teme por la seguridad de la niña. Si algo ha de salir mal, será en los próximos minutos. Las simulaciones han afinado el proceso para que haya sólo un seis por ciento de probabilidades proyectadas de que la niña sufra algún daño, pero seis por ciento es demasiado para De Soya. Ha soñado con ella durante ciento cuarenta y dos noches.

De pronto la banda común cruje y la voz de la niña sale por los altavoces del Centro de Control de Combate.

—Padre capitán De Soya —dice ella, sin imágenes visuales—. Por favor no intente fusionar campos ni abordar esta nave. Cualquier intento de hacerlo será desastroso.

De Soya mira las lecturas. Quince segundos para fusión de campos. Han pasado por esto. Ninguna amenaza de suicidio les impedirá abordar esta vez. Menos de una centésima de segundo después de la fusión, las tres naves-antorcha rociarán el blanco con rayos de aturdimiento.

—Piense, padre capitán —dice la suave voz de la niña—. Nuestra nave está controlada por una IA de tiempos de la Hegemonía. Si usted nos aturde…

—¡Detener fusión de campos! —ruge De Soya, con menos de dos segundos de tiempo. Melchor, Gaspar y Baltasar irradian señales de asentimiento.

—Ustedes han pensado en silicio —continúa la niña—, pero el núcleo IA de nuestra nave es totalmente orgánico, del viejo tipo ADN de los bancos procesadores. Si nos dejan inconscientes, también aturdirán la nave.

—Maldición, maldición, maldición —oye De Soya. Al principio cree que es él mismo, pero al volverse ve a la capitana Wu maldiciendo entre dientes.

—Estamos desacelerando a ochenta y siete gravedades —continúa Aenea—. Si nuestra IA queda inconsciente… bien, ella controla todos los campos internos, los motores…

De Soya pasa a las bandas de ingeniería del Saint-Malo y las naves REYES.

—¿Es verdad? ¿Esto desmayaría a la IA?

Hay una insoportable pausa de diez segundos. Al fin la capitán Hearn, que en la Academia obtuvo un diploma de ingeniería, habla por haz angosto.

—No lo sabemos, Federico. La Iglesia ha perdido o eliminado la mayoría de los detalles de la biotecnología IA. Es pecado mortal…

—Sí, sí —ruge De Soya—, ¿pero está diciendo la verdad? Alguien tiene que saberlo. ¿Una IA con base de ADN corre peligro si rociamos la nave con paralizadores?

Interviene Bramly, jefe de máquinas del Saint-Malo.

—Señor, creo que los diseñadores habrían protegido el cerebro contra semejante posibilidad.

—¿Pero está seguro? —pregunta De Soya.

—No, señor —responde Bramly al cabo de un momento.

—¿Pero esa IA es totalmente orgánica? —insiste De Soya.

—Sí —responde el capitán Hearn por haz angosto—. Salvo por las interfaces electrónica y de memoria de burbuja, la IA de una nave de esa época tendría una estructura helicoidal ADN cruzada con…

—De acuerdo —dice De Soya en haces angostos múltiples para todas las naves—. Mantengan sus posiciones. No permitan, repito, no permitan que la nave cambie de curso o intente traslación a C-plus. Si lo intenta, fusionen campos y usen paralizadores.

El grupo REYES y las demás naves irradian unas luces de asentimiento.

—Por favor, no provoque un desastre —finaliza Aenea—. Sólo intentamos descender en Vector Renacimiento.

El padre capitán De Soya se comunica con ella en haz angosto.

—Aenea —dice afablemente—, permítenos abordar y te llevaremos al planeta.

—Preferiría ir por mi cuenta —responde la niña.

De Soya cree detectar cierta sorna en la voz.

—Vector Renacimiento es un mundo grande —dice De Soya, observando las lecturas tácticas—. Faltan diez minutos para que entréis en la atmósfera. ¿Dónde quieres aterrizar?

Una pausa, luego la voz de Aenea:

—El puerto espacial Leonardo en Da Vinci estaría bien.

—Hace más de doscientos años que ese puerto está clausurado —dice De Soya—. ¿Tu nave no tiene bancos de memoria más recientes?

Silencio.

—Hay un puerto espacial de Mercantilus en el cuadrante occidental de Da Vinci —dice De Soya—. ¿Servirá?

—Sí —dice Aenea.

—Tendrás que cambiar de rumbo, entrar en órbita y aterrizar bajo el control de tráfico espacial. Enviaré los cambios de delta-V.

—No —dice la niña—. Mi nave nos llevará.

De Soya suspira y mira a la capitana Wu y al padre Brown.

—Mis infantes pueden abordar en dos minutos —dice Barnes-Avne.

—Esa nave entrará en la atmósfera dentro de… siete minutos —dice De Soya—. A esa velocidad, el error más leve sería fatal. —Activa el haz angosto—. Aenea, hay demasiado tráfico espacial y aéreo sobre Da Vinci para que intentes este aterrizaje. Por favor, ordena a tu nave que obedezca los parámetros de inserción orbital que acabo de transmitir y…

—Lo lamento, padre capitán, pero vamos a aterrizar ahora. Si quieren que el control de tráfico del puerto espacial envíe datos de aproximación, sería una ayuda. Si vuelvo a hablar con usted, será cuando todos estemos en tierra. Fuera.

—Maldición —masculla De Soya. Se comunica con control de tráfico de Mercantilus—. ¿Recibió eso, control?

—Enviando datos de aproximación —dice la voz del controlador.

—Hearn, Stone, Boulez —ruge De Soya—. ¿Lo recibieron?

—Positivo —dice la madre capitana Stone—. Tendremos que apartarnos dentro de… tres minutos diez segundos.

De Soya pasa a visión táctica el tiempo suficiente para ver que el cubo y la rueda se desarman cuando las naves-antorcha inician sus delta-V para alcanzar órbitas de frenado. No son naves diseñadas para la atmósfera. El Saint-Malo ha estado en órbita del planeta y ahora se interpone en el camino de la nave de la niña mientras frena antes de entrar en la atmósfera.

—Preparen mi nave de descenso —ordena De Soya.

Llama a la patrulla aérea por el canal de comunicaciones planetario.

—Aquí, señor —responde la comandante de vuelo Klaus. Ella y cuarenta y seis Escorpiones más aguardan en patrulla de combate aéreo sobre Da Vinci.

—¿Están rastreando?

—Con precisión, señor —responde Klaus.

—Le recuerdo que no se efectuarán disparos a menos que yo lo ordene.

—Sí, señor.

—El Saint-Malo enviará diecisiete cazas en pos del objetivo. Mi nave de descenso será la número dieciocho. Nuestras repetidoras estarán sintonizadas en cero-cinco-nueve.

—Enterada —dice Klaus—. Señales en cero-cinco-nueve. Nave objetivo y dieciocho amigos.

—De Soya fuera —dice el padre capitán, y desenchufa los umbilicales que lo conectan con los paneles del Centro de Control de Combate. El espacio táctico desaparece. La capitana Wu, el padre Brown, la comandante Barnes-Avne, el sargento Gregorius, Kee y Rettig lo siguen a la nave de descenso. La piloto de la nave, una teniente llamada Karyn Noris Cook, aguarda con todos los sistemas preparados. Tardan menos de un minuto en amarrarse y despegar desde el tubo de vuelo del Saint-Malo. Han ensayado esto muchas veces.

De Soya recibe datos tácticos por la red de la nave mientras entran en la atmósfera.

—La nave de la niña tiene alas —dice la piloto, usando el antiguo giro. Durante milenios, «pies secos» ha aludido a una aeronave que vuela sobre tierra, «pies mojados» a una aeronave que vuela sobre agua, y «tener alas» a la traslación del espacio al vuelo atmosférico.

Una imagen visual de la nave muestra que esto no es literalmente cierto. Aunque los datos sobre la vieja nave sugieren que tiene cierta capacidad de transformación, en este caso no le han crecido alas. Las cámaras de los piquetes de defensa muestran la nave que entra en la atmósfera de popa, haciendo equilibrio sobre una estela de llamas de fusión.

La capitana Wu se acerca a De Soya.

—El cardenal Lourdusamy dijo que esta niña es una amenaza para Pax —susurra, para que los demás no oigan.

El padre capitán De Soya asiente.

—¿Y si eso significara que ella puede ser una amenaza para millones de personas de Vector Renacimiento? —susurra Wu—. Ese motor de fusión es de por sí un arma temible. Una explosión termonuclear sobre la ciudad…

De Soya siente un escalofrío al oír esas palabras, pero ha pensado en ello.

—No —responde—. Si ella apunta la estela de fusión hacia algo, paralizamos la nave, destruimos los motores y la dejamos caer.

—Pero la niña…

—Sólo nos queda esperar que sobreviva a la colisión —dice De Soya—. No permitiremos la muerte de miles o millones de ciudadanos de Pax.

Se recuesta en el diván de aceleración y se comunica con el puerto espacial, sabiendo que el haz angosto debe atravesar la capa de ionización que rodea su chirriante nave. Mirando el vídeo externo, ve que están cruzando el terminador: estará oscuro en el puerto espacial.

—Control de puerto —responde el director de tráfico—. La nave objetivo está desacelerando en la trayectoria que le hemos indicado. Su delta-V es elevada… ilegal, pero aceptable. Todo el tráfico aéreo está despejado en un radio de mil kilómetros. Tiempo para el aterrizaje… cuatro minutos treinta y cinco segundos.

—Puerto espacial asegurado —interviene la comandante Barnes-Avne por la misma red.

De Soya sabe que hay miles de efectivos de Pax en la zona del puerto espacial. Una vez que la nave aterrice, no le permitirán despegar. Mira el vídeo en vivo: las luces de Da Vinci titilan en el horizonte. La nave de la niña tiene las luces de navegación encendidas, un parpadeo rojo y verde. Las potentes luces de aterrizaje se encienden e hienden las nubes.

—En trayectoria —dice la calma voz del controlador de tráfico—. Desaceleración nominal.

—Tenemos imagen visual —exclama la comandante Klaus.

—Mantengan distancia —transmite De Soya. Los Escorpiones pueden morder desde varios cientos de kilómetros. No quiere que estorben a la nave que desciende.

—Enterado.

—En trayectoria, descenso nominal, tres minutos para aterrizaje —le informa el controlador a la nave de la niña—. Nave no identificada, tiene permiso para aterrizar.

Silencio de Aenea.

De Soya pasa a espacio táctico. La nave de la niña es un ascua roja que revolotea a diez mil metros del puerto espacial. La nave de De Soya y los cazas están un kilómetro más arriba, acechando como insectos furibundos. «O buitres», piensa el padre capitán. El Llano Estacado tenía buitres, aunque nadie sabía por qué los colonos los habían importado. El llano —las estacas eran los generadores atmosféricos puestos en cuadrícula cada treinta kilómetros— era tan seco y ventoso que reducía un cadáver a momia en pocas horas.

De Soya sacude la cabeza para despejarse.

—Un minuto para aterrizaje —informa el controlador—. Nave no identificada, se está aproximando a descenso cero. Por favor modifique delta-V para continuar descenso dentro de la trayectoria designada. Nave no identificada, por favor confirme.

—Maldición —susurra la capitana Wu.

—Caballeros —dice la piloto Karyn Cook—, la nave ha detenido su descenso. Está suspendida a dos mil metros del puerto espacial.

—La vemos, teniente —dice De Soya. Las luces de navegación de la nave parpadean. Las luces de aterrizaje de las aletas de popa son tan brillantes que iluminan la pista del puerto.

Otras naves del puerto están a oscuras; han aparcado la mayoría en hangares o pistas secundarias. Las naves perseguidoras no muestran luces.

—Todas las naves y aeronaves —dice De Soya por haz angosto múltiple—, guarden distancia, y no abran fuego.

—Nave no identificada —dice el controlador—, se está desviando de su trayectoria. Por favor reanude descenso nominal de inmediato. Nave no identificada, está abandonando espacio aéreo controlado. Por favor reinicie descenso controlado de inmediato.

—Maldición —susurra Barnes-Avne. Sus tropas aguardan en círculos concéntricos alrededor del puerto espacial, pero la nave de la niña ya no está sobre el puerto espacial. Se dirige al centro de Da Vinci. La nave apaga las luces de aterrizaje.

—No ha encendido el motor de fusión —le dice De Soya a la capitana Wu—. Utiliza sólo sus repulsores.

Wu asiente, pero obviamente no está satisfecha. Una nave de fusión sobrevolando un centro urbano es como una hoja de guillotina sobre un cuello desnudo.

—Patrulla aérea —llama De Soya—, me estoy desplazando dentro de los quinientos metros. Por favor, sígame.

Hace una seña a la piloto, e inician un descenso circular. En sus divanes traseros, Gregorius y los otros dos guardias permanecen rígidamente sentados en uniforme de combate.

—¿Qué diablos se propone esa niña? —susurra la comandante Barnes-Avne. Por su banda táctica De Soya ve que la comandante ha autorizado a un centenar de efectivos a elevarse con paks de reacción para seguir la nave fugitiva. Para las cámaras externas los soldados son invisibles.

De Soya recuerda la pequeña nave o pak de vuelo que recogió a la niña en el Valle de las Tumbas de Tiempo. Llama a control de tierra y los piquetes orbitales.

—Sensores, ¿están atentos a salida de objetos pequeños de la nave objetivo?

La nave primaria responde.

—Sí, señor. No se preocupe, nada mayor que un microbio saldrá de esa nave sin que lo rastreemos.

—Muy bien —dice De Soya. «¿Qué he olvidado?». La nave de Aenea sobrevuela Da Vinci con rumbo nornoroeste a veinticinco kilómetros por hora, un lento vuelo de dirigible. Encima de la nave revolotean los cazas que han ingresado en la atmósfera con la nave de De Soya. En torno de la nave, como las paredes giratorias de un huracán, se encuentran los Escorpiones de la patrulla aérea. Debajo, aleteando sobre los edificios y puentes de la ciudad, siguiendo las maniobras con sus sensores infrarrojos y dispositivos de rastreo, vuelan los efectivos terrestres del puerto espacial.

La nave de la niña sobrevuela los rascacielos y zonas industriales de Da Vinci flotando sobre silenciosos repulsores EM. La ciudad brilla con luces de autopistas, edificios, las verdes franjas de los campos deportivos, y los rutilantes rectángulos de los parques. Decenas de miles de vehículos terrestres se arrastran por autopistas elevadas, y sus faros se suman al espectáculo de luces de la ciudad.

—Está rotando, caballeros —informa la piloto—. Siempre sobre repulsores.

En vídeo y en espacio táctico, De Soya ve que la nave de Aenea pasa lentamente de la vertical a la horizontal. No aparecen alas. Esta posición será extraña para los pasajeros, pero no supone ninguna diferencia práctica. Los campos internos aún deben de estar controlando el «arriba» y el «abajo». La nave, más parecida que nunca a un dirigible plateado flotando sobre brisas suaves, sobrevuela el río y las playas ferroviarias del noroeste de Da Vinci. Control de tráfico exige una respuesta, pero los canales de comunicaciones guardan silencio.

«¿Qué he olvidado?», se pregunta el padre capitán De Soya.

Cuando Aenea pidió a la nave que pasara a posición horizontal, perdí la compostura por un instante.

La sensación de pérdida de equilibrio era abrumadora. Los tres estábamos de pie en el linde de la sala circular, mirando por el casco transparente como si mirásemos por un precipicio. Ahora nos inclinábamos hacia esas luces que estaban mil metros más abajo. A. Bettik y yo retrocedimos involuntariamente hacia el centro de la habitación, y yo extendí los brazos para no caerme, pero Aenea permaneció donde estaba, viendo cómo el suelo ascendía convirtiéndose en una pared de edificios y luces.

Quise sentarme en el diván, pero logré permanecer de pie y dominar mi vértigo mirando esa pared gigantesca que era el suelo. Las calles y la cuadrícula de manzanas seguían de largo mientras continuábamos nuestro vuelo. Giré por completo, viendo algunas estrellas brillantes a través del resplandor de la ciudad que estaba a mis espaldas. Las nubes reflejaban las luces anaranjadas de la ciudad.

—¿Qué buscamos ahora? —pregunté. Por momentos la nave informaba sobre la presencia de aeronaves acechantes y los sensores que nos rastreaban. Habíamos ordenado a la nave que silenciara las insistentes exigencias de control de tráfico.

Aenea quería ver el río. Ahora lo sobrevolábamos, una cinta oscura que serpeaba entre las luces, flotando con rumbo noroeste. En ocasiones una barca o buque de placer pasaba debajo, aunque desde esta perspectiva las luces parecían subir y bajar por la «pared» de la ciudad. En vez de responderme directamente, Aenea dijo:

—Nave, ¿estás segura de que esto era parte del Tetis?

—Según mis mapas —dijo la nave—. Desde luego, mi memoria no…

—¡Allá! —exclamó A. Bettik, señalando el oscuro río.

Yo no veía nada, pero evidentemente Aenea sí.

—Llévanos más abajo —ordenó a la nave—. Deprisa.

—Los márgenes de seguridad ya han sido violados —dijo la nave—. Si descendemos por debajo de esta altitud, podemos…

—¡Hazlo! —gritó la niña—. Anulación. Código seis, preludio en do sostenido.

La nave se lanzó hacia abajo y adelante.

—Dirígete a ese arco —dijo Aenea, señalando la ciudad y el oscuro río.

—¿Arco? —pregunté. Entonces lo vi. Una curva negra, un arco de tinieblas contra las luces de la ciudad.

A. Bettik miró a la niña.

—Me temía que hubiera desaparecido… que estuviera destruido.

Aenea mostró los dientes.

—No pueden destruirlo. Necesitarían explosivos atómicos… y tal vez ni siquiera funcionaran. El TecnoNúcleo dirigió la construcción de esas cosas. Están hechas para durar.

Ahora la nave avanzaba sobre sus repulsores. Vi claramente el portal teleyector, un arco gigante sobre el río. Un parque industrial había crecido en torno del antiguo artefacto, y las playas ferroviarias y los campos de almacenaje estaban vacíos excepto por el hormigón rajado, las malezas, el alambre oxidado y las máquinas abandonadas. El portal estaba a un kilómetro de distancia. A través de él se veían las luces de la ciudad. No, ahora parecía titilar, como si una cortina de agua cayera desde el arco de metal.

—¡Vamos a lograrlo! —exclamé.

En cuanto dije esas palabras, una violenta explosión sacudió la nave y caímos hacia el río.

—¡El antiguo portal teleyector! —exclama De Soya. Había visto el arco un minuto antes pero había creído que era otro puente. Ahora comprende—. Se dirigen al portal teleyector. ¡Esto formaba parte del río Tetis!

Activa el espacio táctico. En efecto, la nave de la niña se dirige al arco.

—Calma —dice la comandante Barnes-Avne—. Los portales están muertos. No funcionan desde la Caída. No puede…

—¡Acérquenos más! —le grita De Soya a la piloto. La nave de descenso acelera, aplastándolos contra los divanes. Este tipo de naves no tiene campo de contención interna—. ¡Llévenos cerca! ¡Alcáncelos! —le grita De Soya a la teniente. Por los canales de banda ancha ordena—: Todas las aeronaves, aproxímense al blanco.

—Llegarán antes que nosotros —dice la piloto Cook mientras tres gravedades la aplastan contra el asiento.

—¡Líder de patrulla aérea! —llama De Soya, la voz tensa bajo la carga gravitatoria—. Dispare contra el blanco. Dispare para incapacitar motores y repulsores. ¡Ya!

Haces energéticos hienden la noche. La nave de la niña parece tropezar en el aire, como una bestia herida en las tripas, y cae al río a pocos cientos de metros del portal teleyector. Una explosión de hongos de vapor se eleva en la noche.

La nave de descenso rodea la columna de vapor a una altitud de mil metros. El aire se llena de aeronaves y soldados volantes. Un excitado parloteo llena los canales de comunicación.

—¡Silencio! —ordena De Soya por banda ancha—. Líder de patrulla aérea, ¿ve la nave?

—Negativo —responde Klaus—. Demasiado vapor y desechos de la explosión.

—¿Hubo una explosión? —pregunta De Soya. Se dirige en haz angosto a los piquetes de defensa que están mil kilómetros más arriba—. ¿Radar? ¿Sensores?

—La nave fue derribada —responden.

—Eso lo sé, idiota —replica De Soya—. ¿Puede escudriñar bajo la superficie del río?

—Negativo —responde el piquete—. Demasiado tráfico aéreo y terrestre. El radar profundo no puede discriminar entre…

—Maldición. ¿Madre capitana Stone?

—Sí —responde su ex oficial ejecutiva desde la nave-antorcha en órbita.

—Abráselo —ordena De Soya—. El portal. El río que está debajo. Abráselo un minuto, hasta que se derrita. Espere… hágalo dentro de treinta segundos. —Pasa a las bandas tácticas aéreas—. Todas las naves y combatientes de las inmediaciones tienen treinta segundos para alejarse. Un haz de contrapresión barrerá toda la zona. Dispérsense.

La piloto Cook cumple la orden y gira abruptamente, regresando hacia el puerto espacial a Mach 1,5.

—¡Calma, calma! —exclama De Soya—. A sólo un kilómetro. Necesito observar.

La imagen visual y el espacio táctico son una demostración visual de la teoría del caos cuando cientos de naves y soldados se alejan del portal como desparramados por una explosión. La zona acaba de vaciarse en el radar cuando el haz de contrapresión baja del espacio. El cegador rayo de diez metros de anchura hace impacto en el antiguo portal. El hormigón, el acero y el ferroplástico se funden en lagos y ríos de lava a ambas orillas del río original. El río mismo se convierte en vapor, enviando una onda de choque y una nube brumosa que oscilan sobre la ciudad. Esta vez la nube con forma de hongo llega a la estratosfera.

La capitana Wu, el padre Brown y todos los demás miran al padre capitán De Soya. Él casi oye los pensamientos de los demás: Debíamos capturar a la muchacha con vida.

Ignora sus miradas y pregunta a la piloto:

—No estoy familiarizado con este modelo de nave. ¿Puede detenerse en el aire?

—Unos minutos —responde la piloto. Tiene el rostro lustroso de sudor debajo del casco.

—Bajemos allá y detengámonos sobre el portal —ordena De Soya—. Cincuenta metros estaría bien.

—Señor, las ondas térmicas y de choque de las explosiones…

—Hágalo, teniente. —La serena voz del padre capitán no deja margen para discusiones.

Descienden. El vapor y una llovizna violenta llenan el aire, pero sus luces de búsqueda y su radar de alto perfil apuñalan la superficie. El arco teleyector está al rojo blanco, pero todavía en pie.

—Pasmoso —jadea la comandante Barnes-Avne.

La madre capitán Stone aparece en espacio táctico.

—Padre capitán, el blanco fue alcanzado, pero sigue en pie. ¿Quiere que efectúe otro disparo?

—No —dice De Soya. Debajo del arco el río se cauteriza, y el agua regresa a esa cicatriz recalentada. Ascienden nuevas ondas de vapor mientras las orillas de acero y hormigón fundido se confunden con las aguas. El siseo es audible por los sensores externos. El arremolinado río está lleno de escombros.

De Soya observa desde el espacio táctico y los monitores y ve que los demás lo miran de nuevo. Les habían ordenado capturar a la niña con vida y llevarla a Pacem.

—Comandante Barnes-Avne —dice formalmente—. Por favor, ordene a sus tropas que desciendan e inicien una búsqueda inmediata en el río y las zonas vecinas.

—Inmediatamente —dice Barnes-Avne, activando su red de mando e impartiendo las órdenes. Nunca aparta los ojos de la cara del padre capitán De Soya.