26

Durante los ciento cuarenta y dos días en que el padre capitán De Soya aguarda que la niña entre en el sistema de Renacimiento, sueña con ella todas las noches. La ve claramente tal como era cuando la encontró en la Esfinge de Hyperion: delgada como un sauce, ojos alertas pero no aterrados a pesar de la tormenta de arena y las figuras amenazadoras que la esperaban, las manitas alzadas como para taparse la cara o correr a abrazarlo. En sus sueños a menudo ella es su hija y recorren las atestadas calles-canales de Vector Renacimiento, hablando de la hermana mayor de De Soya, María, a quien han enviado al centro médico San Judas, en Da Vinci. En sus sueños De Soya y la niña caminan de la mano por las calles cercanas al enorme complejo médico mientras él le explica que ahora piensa salvar la vida de su hermana, que no piensa permitir que María muera como la primera vez.

En la realidad, Federico de Soya tenía seis años estándar cuando él y su familia llegaron a Vector Renacimiento desde la aislada región de Llano Estacado, en el provinciano mundo de Madre de Dios. Casi todos los escasos habitantes de ese mundo desértico y pedregoso eran católicos, pero no católicos renacidos de Pax. La familia De Soya había formado parte del movimiento mariano aislacionista y se había ido de Nueva Madrid más de un siglo antes, cuando ese mundo había votado por unirse a Pax y someter todas sus iglesias cristianas al Vaticano. Los marianos veneraban a la Santa Madre de Cristo más de lo que permitía la ortodoxia vaticana, así que el joven Federico había crecido en un mundo marginal con su devota colonia de sesenta mil católicos herejes que, como forma de protesta, rehusaron aceptar el cruciforme.

Entonces María, que tenía doce años, enfermó con un retrovirus de otro mundo que barrió como una hoz la región ganadera de la colonia. La mayoría de los que padecían la muerte roja moría a las treinta y dos horas o se recobraba, pero María había resistido, y los terribles estigmas carmesíes oscurecieron sus hermosos rasgos. La familia la había llevado al hospital de Ciudad de la Madre, en la ventosa extremidad sur de Llano Estacado, pero los enfermeros marianos de allí no podían hacer nada salvo rezar. En Ciudad de la Madre había una misión de cristianos renacidos, discriminada pero tolerada por los lugareños, y el sacerdote —un hombre bondadoso llamado padre Maher— rogó al padre de Federico que permitiera a su hija moribunda aceptar el cruciforme. Federico era demasiado pequeño para recordar los detalles de las intensas discusiones de sus padres, pero recordaba que toda la familia —su madre y su padre, sus otras dos hermanas y su hermano menor— estaban de rodillas en la iglesia mariana, rogando la guía e intercesión de la Santa Madre.

Los otros hacendados de la Cooperativa Mariana de Llano Estacado recaudaron el dinero para enviar a toda la familia a uno de los famosos centros médicos de Vector Renacimiento. Mientras su hermano y sus otras hermanas se quedaban con una familia vecina, el pequeño Federico fue escogido para acompañar a sus padres y su hermana moribunda en el largo viaje. Fue la primera experiencia de todos en sueño frío —más peligroso pero más barato que la fuga criogénica— y De Soya luego recordaría ese escalofrío en los huesos, que pareció durar las varias semanas que estuvieron en Vector Renacimiento.

Al principio los enfermeros de Da Vinci parecieron detener la propagación de la muerte roja en el organismo de María, e incluso eliminaron algunos de los sangrantes estigmas, pero al cabo de tres semanas locales el retrovirus comenzó a recobrar terreno. Una vez más la gente de Pax —en este caso, sacerdotes que estaban en el personal del hospital— suplicó a los padres que olvidaran sus principios marianos y permitieran que la niña moribunda aceptara el cruciforme antes de que fuera demasiado tarde. Más tarde, al entrar en la madurez, De Soya pudo imaginar el dolor de la decisión de sus padres: la muerte de sus creencias más profundas o la muerte de su hija.

En su sueño, donde Aenea es su hija y caminan por las calles cerca del centro médico, le cuenta que María le dejó su pertenencia más preciada —un diminuto unicornio de porcelana— pocas horas antes de entrar en coma. En su sueño, él lleva a la niña de Hyperion de la mano y le dice que su padre —un hombre fuerte en su físico y sus creencias— al fin cedió y pidió a los sacerdotes de Pax que administraran a su hija el sacramento de la cruz. Los sacerdotes del hospital aceptaron, pero exigieron que los De Soya se convirtieran formalmente al catolicismo universal para que María recibiera el cruciforme.

De Soya le explica a su hija, Aenea, que recuerda la breve ceremonia de rebautismo en la catedral local —San Juan Divino—, donde él y sus padres renunciaron al ascendiente de la Santa Madre y aceptaron el dominio exclusivo de Jesucristo, así como el poder del Vaticano sobre su vida religiosa. Recuerda que la misma noche recibió la Primera Comunión y el cruciforme.

El sacramento de la cruz de María estaba planeado para las diez de la noche. Murió de repente a las nueve menos cuarto. Por las reglas de la Iglesia y las leyes de Pax, alguien que sufría la muerte cerebral antes de recibir la cruz no podía ser revivido artificialmente para recibirla.

En vez de encolerizarse o de sentirse traicionado por su nueva Iglesia, el padre de Federico tomó la tragedia como una señal de que Dios —no el Dios a quien le había rezado siempre, el bondadoso hijo imbuido con los principios femeninos universales de la Santa Madre, sino el feroz Dios del Nuevo y Antiguo Testamento de la Iglesia Universal— lo había castigado a él, su familia y a todo el mundo mariano de Llano Estacado. Al regresar a su mundo natal, con el cuerpo de la niña vestido de blanco para la sepultura, el padre de Federico se convirtió en un implacable apóstol de la versión del catolicismo predicada por Pax. Llegó en una época fecunda, pues las comunidades ganaderas eran barridas por la muerte roja. Federico fue enviado a la escuela de Pax de Ciudad de la Madre a los siete años, y sus hermanas fueron enviadas al convento del norte de Llano. En poco tiempo —antes de que Federico fuera enviado a Nueva Madrid con el padre Maher para asistir allí al Seminario de Santo Tomás— los marianos supervivientes de Madre de Dios se habían convertido al catolicismo de Pax. La terrible muerte de María había conducido al renacimiento de un mundo.

En sus sueños el padre capitán De Soya no habla mucho sobre ello con la niña que camina con él por las calles de pesadilla de Da Vinci, en Vector Renacimiento. La niña Aenea parece saber todo esto.

En sueños que se repiten casi todas las noches durante ciento cuarenta y dos noches, De Soya explica a la niña que ha descubierto el secreto para curar la muerte roja y salvar a su hermana. La primera mañana De Soya se despierta, el corazón palpitante y las sábanas empapadas de sudor, suponiendo que el secreto para el rescate de María es el cruciforme, pero el sueño de la noche siguiente le demuestra que está equivocado.

Al parecer, el secreto es el retorno del unicornio de María. Lo único que debe hacer, le explica a su hija Aenea, es hallar el hospital en ese laberinto de calles, y sabe que el regreso del unicornio salvará a su hermana. Pero no encuentra el hospital. El laberinto lo desorienta.

Casi cinco meses después, en la víspera de la llegada de la nave, en una variación del mismo sueño, De Soya encuentra el centro médico San judas, donde su hermana está durmiendo, pero comprende con creciente horror que ha perdido la estatuilla.

En este sueño Aenea habla por primera vez. Sacando la estatuilla de porcelana del bolsillo de su blusa, la niña dice:

—¿Ves? Siempre la tuvimos con nosotros.

La realidad de los meses de De Soya en el sistema de Renacimiento está literal y figuradamente a años-luz de la experiencia de Parvati.

Sin que se enteren De Soya, Gregorius, Kee y Rettig —cadáveres pulverizados en el corazón de los nichos de resurrección del Rafael—, la nave es detenida en el momento de la traslación. Dos naves exploradoras y una nave-antorcha de Pax se aproximan después de intercambiar códigos y datos con el ordenador del Rafael. Se decide transferir los cuatro cuerpos a un centro de resurrección de Pax en Vector Renacimiento.

A diferencia de su despertar solitario en el sistema de Parvati, De Soya y sus guardias suizos recobran la consciencia con la ceremonia y los cuidados que corresponden. Es una resurrección difícil para el padre capitán y el cabo Kee, y los dos son devueltos al nicho para tres días adicionales. Más tarde, De Soya se pregunta si los dispositivos de resurrección automática de la nave habrían podido cumplir su tarea.

Los cuatro se reúnen al cabo de una semana, cada cual con su capellán y consejero. El sargento Gregorius considera que esto es innecesario; ansía volver a sus deberes, pero De Soya y los otros dos aceptan de buen grado estos días adicionales de descanso y recuperación.

El San Antonio se traslada horas después que el Rafael, y al fin De Soya se reúne con el capitán Sati de la nave-antorcha y el capitán Lempriére del transporte Santo Tomás Akira, que ha regresado a la base de Pax en el sistema de Renacimiento con más de mil ochocientos cadáveres refrigerados y dos mil trescientos heridos de la batalla de Hyperion. Los hospitales y catedrales de Vector Renacimiento y las bases orbitales de Pax inician de inmediato las operaciones y resurrecciones.

De Soya está junto a la cama de la comandante Barnes-Avne cuando ella recobra la vida y la consciencia. La mujer menuda y pelirroja parece otra persona, disminuida al extremo de que el corazón de De Soya se estruja de compasión. La comandante tiene la cabeza rapada, la piel roja y lustrosa, y sólo viste una bata de hospital. Pero su porte y firmeza no han disminuido.

—¿Qué demonios sucedió? —pregunta.

De Soya le habla de los estragos que causó el Alcaudón. Le cuenta qué sucedió en los siete meses que él pasó persiguiendo a la niña durante los cuatro meses que Barnes-Avne pasó en almacenaje y tránsito desde Hyperion.

—Realmente lo ha jodido todo, ¿no? —dice la comandante.

De Soya sonríe. Hasta ahora, la comandante es la única que le habla con franqueza. Él es muy consciente de haber mantenido las metafóricas relaciones carnales: dos veces dirigió una operación de Pax destinada a capturar a la niña, y en ambas fracasó. De Soya espera, en el mejor de los casos, que lo separen de su puesto, en el peor, que lo sometan a corte marcial. Con esa finalidad, cuando un correo Arcángel llega dos meses antes del arribo de la niña, De Soya ordena a los mensajeros que regresen de inmediato a Pacem para comunicar su fracaso y volver con instrucciones de Mando de Pax. En el ínterin, concluye el padre capitán De Soya en su mensaje, continuará con los preparativos para la captura de la niña en el sistema de Renacimiento.

Aquí dispone de recursos impresionantes. Además de más de doscientos mil efectivos de tierra, incluidos varios miles de infantes de Pax y las brigadas de guardias suizos que sobrevivieron a Hyperion, De Soya tiene vastas fuerzas marítimas y espaciales. En el sistema de Renacimiento, y sometidas a su mando papal, hay veintisiete naves-antorcha —ocho de ellas clase Omega— así como ciento ocho naves exploradoras, seis naves C3 con sus treinta y seis escoltas, el portanaves Saint-Malo con más de doscientos cazas espacio/aire Escorpión y siete mil tripulantes, el anticuado crucero Orgullo de Bressia, rebautizado Jacob, dos transportes de tropas además del Santo Tomás Akira, una veintena de destructores clase Bendición, cincuenta y ocho piquetes de defensa de perímetro —tres de ellos bastarían para defender todo un mundo o un grupo de tareas móvil de un ataque— y más de cien naves menores, incluidas fragatas que son mortíferas en combate cercano, barreminas, correos, naves remotas y el Rafael. Tres días después de despachar el segundo Arcángel a Pacem, y siete semanas antes del arribo de Aenea, llega el grupo REYES, el Melchor, el Gaspar y el viejo navío del padre capitán De Soya, el Baltasar. De Soya se conmueve al ver a sus viejos compañeros, pero comprende que ellos estarán presentes durante su humillación. No obstante, va en el Rafael para saludarlos mientras todavía están a seis UAs de Vector Renacimiento, y lo primero que la madre capitana Stone hace cuando él llega al Baltasar es entregarle la bolsa de pertenencias personales que él tuvo que dejar. Encima de sus ropas cuidadosamente plegadas y envueltas en espuma, está el unicornio de porcelana de su hermana María. De Soya es franco con el capitán Hearn, la madre capitana Boulez y la madre comandante Stone. Describe los preparativos que ha realizado pero les dice que sin duda un nuevo comandante llegará antes del arribo de la nave de la niña. Dos días después se desmienten sus palabras. El correo clase Arcángel se traslada al sistema con dos personas a bordo: la capitana Marget Wu, asistente del almirante Marusyn, y el padre jesuita Brown, consejero especial de monseñor Lucas Oddi, subsecretario de Estado del Vaticano y confidente del secretario de Estado, el cardenal Simon Augustino Lourdusamy. La capitana Wu trae órdenes selladas para De Soya, con instrucciones de que se abran aun antes de la resurrección de la oficial. De Soya las abre de inmediato. Las instrucciones son simples: debe continuar con su misión de capturar a la niña, no quedará relevado de su puesto, y la capitana Wu, el padre Brown y otros dignatarios que lleguen al sistema sólo estarán allí para observar y para subrayar —si fuere necesario— la plena autoridad del padre capitán De Soya sobre todos los oficiales de Pax en persecución de esta meta.

Esta autoridad se ha aceptado a regañadientes en los últimos meses. Hay tres almirantes de la flota y once comandantes de las fuerzas terrestres de Pax en el sistema de Renacimiento, y ninguno está habituado a recibir órdenes de un mero padre capitán. Pero han oído y obedecido el disco papal. En las semanas finales, De Soya revisa sus planes y se reúne con comandantes y dirigentes civiles de todos los niveles, incluidos los alcaldes de Da Vinci y Benedetto, Toscanelli y Fioravante, Botticelli y Masaccio.

En las últimas semanas, con los planes trazados y las fuerzas asignadas, el padre capitán De Soya encuentra tiempo para la reflexión y las actividades personales. A solas, lejos del caos controlado de las reuniones de estado mayor y las simulaciones tácticas —incluso lejos de Gregorius, Kee y Rettig, que aceptaron ser sus guardaespaldas personales—, De Soya recorre Da Vinci, visita el centro médico San Judas y recuerda a su hermana María. Descubre que los sueños nocturnos son más perturbadores que las visitas a los lugares reales.

De Soya ha averiguado que su viejo mentor, el padre Maher, actuó durante muchos años como rector del monasterio benedictino de la Ascensión, en la ciudad-región de Florencia, en el lado de Vector Renacimiento opuesto a Da Vinci, y vuela allí para pasar una larga tarde conversando con el anciano. El octogenario padre Maher, que aguarda «mi primera nueva vida en Cristo», es tan optimista, paciente y afable como De Soya lo recuerda después de tres décadas. Parece que Maher ha regresado a Madre de Dios más recientemente que De Soya.

—Han abandonado el Llano Estacado —dice el viejo sacerdote—. Las haciendas están desiertas. Ciudad de la Madre tiene pocos habitantes, y son investigadores de Pax que están viendo si vale la pena terraformar ese mundo.

—Sí. Mi familia regresó a Nueva Madrid hace más de veinte años estándar. Mis hermanas sirven a la Iglesia, Loretta como monja en Nunca Más, Melinda como sacerdote en Nuevo Madrid.

—¿Y tu hermano Esteban? —pregunta el padre Maher con una sonrisa cálida.

De Soya suspira.

—Murió el año pasado, en una batalla espacial con los éxters. Su nave fue vaporizada. No se recobró ningún cuerpo.

El padre Maher parpadea como si lo hubieran abofeteado.

—No sabía nada.

—No, naturalmente. Fue muy lejos, más allá del viejo Confín. Aún no se ha enviado un mensaje oficial a mi familia. Yo lo sé porque mis deberes me llevaron a las inmediaciones y me reuní con un capitán que me comunicó la noticia.

El padre Maher sacude la calva y manchada cabeza.

—Esteban ha encontrado la única resurrección que prometió Nuestro Señor —murmura, con lágrimas en los ojos—. Resurrección eterna en Nuestro Salvador Jesucristo.

—Sí —dice De Soya. Un instante después pregunta—: ¿Todavía bebe scotch, padre Maher?

El anciano lo mira con ojos turbios.

—Sí, pero sólo con propósitos medicinales, padre capitán De Soya.

De Soya enarca las cejas oscuras.

—Todavía me estoy recobrando de mi última resurrección, padre Maher.

El anciano cabecea con gravedad.

—Y yo me estoy preparando para la primera, padre capitán De Soya. Encontraré esa polvorienta botella.

El domingo siguiente De Soya celebra misa en la catedral de San Juan Divino, donde aceptó la cruz tanto tiempo atrás. Asisten más de ochocientos fieles, entre ellos el padre Maher y el padre Brown, el inteligente e ingenioso asistente de monseñor Oddi. También asisten el sargento Gregorius, el cabo Kee y el lancero Rettig, que reciben la comunión de manos de De Soya.

Esa noche De Soya vuelve a soñar con Aenea.

—¿Cómo es posible que seas mi hija? —le pregunta—. Siempre he honrado mis votos de celibato.

La niña sonríe y le coge la mano.

Cien horas antes de la traslación de la nave de la niña, De Soya pone su flota en posición. El punto de traslación está peligrosamente cerca del pozo de gravedad de Vector Renacimiento, y muchos expertos temen que la vieja nave se quiebre bajo la torsión gravitatoria de una maniobra imprudente o bajo la tremenda desaceleración que necesitará si desea aterrizar en el planeta. No mencionan esta preocupación, ni su frustración por permanecer en el sistema de Renacimiento. Muchas unidades de la flota tenían misiones en la frontera o en las honduras del espacio éxter. Esta pérdida de tiempo tiene a maltraer a la mayoría de los oficiales.

Para disipar la tensión, el padre capitán De Soya llama a una reunión de los oficiales de línea diez horas antes de la traslación. Dichas conferencias suelen realizarse por enlaces de haz angosto, pero De Soya ordena que hombres y mujeres se trasladen físicamente al portanaves Saint-Malo. La sala principal de la enorme nave tiene lugar suficiente para acoger a veintenas de oficiales.

De Soya comienza por reseñar las posibilidades que han evaluado durante meses. Si la niña vuelve a amenazar con la autodestrucción, tres naves-antorcha —el grupo de tareas REYES— se aproximarán rápidamente, envolverán la nave con campos clase diez, aturdirán a los que estén a bordo y mantendrán la nave en estasis hasta que el Jacob pueda remolcarla con sus vastos generadores de campo.

Si la nave intenta irse del sistema como hizo en Parvati, naves exploradoras y cazas la hostigarán mientras las naves-antorcha maniobran para incapacitarla.

De Soya hace una pausa.

—¿Preguntas?

Entre los conocidos que ve se encuentran los capitanes Lempriére, Sati, Wu y Hearn, el padre Brown, la madre capitana Boulez, la madre comandante Stone y la comandante Barnes-Avne. El sargento Gregorius, Kee y Rettig están en posición de descanso cerca del fondo de la sala, presentes en medio de esta augusta compañía sólo porque son sus guardias personales.

—¿Y si la nave intenta aterrizar en Vector Renacimiento, Renacimiento Menor o una de las lunas? —pregunta la capitana Marget Wu.

De Soya se aparta del podio.

—Como comentamos en nuestra última reunión, si la nave intenta aterrizar haremos una evaluación oportunamente.

—¿Basándonos en qué factores, padre capitán? —pregunta el almirante Serra, de la nave C3 Santo Tomás de Aquino.

De Soya titubea sólo un segundo.

—Varios factores, almirante. El rumbo de la nave… si es más seguro para la niña permitir que aterrice o tratar de incapacitarla en ruta… si existen probabilidades de que la nave escape…

—¿Existen? —pregunta la comandante Barnes-Avne. La mujer parece nuevamente saludable y se ve temible con su uniforme negro.

—No diré que no existen. No después de Hyperion. Pero reduciremos esas probabilidades.

—Si aparece el Alcaudón… —sugiere el capitán Lempriére.

—Hemos previsto esa posibilidad, y no veo motivos para apartarnos de nuestros planes. Esta vez dependeremos en mayor medida del control de fuego por ordenador. En Hyperion la criatura sólo permaneció en el mismo sitio por menos de dos segundos. Esto era demasiado rápido para las reacciones humanas y confundió la programación de los sistemas automáticos de control de fuego. Hemos reprogramado esos sistemas, incluidos los sistemas de control de los uniformes de los combatientes.

—¿Los infantes abordarán la nave? —pregunta el capitán de una nave exploradora desde la última fila.

—Sólo si falla todo lo demás —responde De Soya—. O una vez que la niña y sus acompañantes estén inconscientes y encerrados en campos de estasis.

—¿Y se usarán varas de muerte contra la criatura? —pregunta el capitán de un destructor.

—Sí, mientras ello no ponga en peligro la vida de la niña. ¿Más preguntas?

Hay silencio en la sala.

—El padre Maher del monasterio de la Ascensión cerrará la ocasión con una bendición —dice el padre capitán De Soya—. Dios los bendiga a todos.