En el mismo momento en que me despido de Bettik, a seis mil años luz de distancia, en un sistema estelar conocido sólo por números NGC y coordenadas de navegación, una fuerza de Pax compuesta por tres naves-antorcha de ataque y conducida por el padre capitán Federico de Soya está destruyendo un bosque orbital. Los árboles éxters no tienen defensas contra las naves de Pax, y este enfrentamiento es más una carnicería que una batalla.
Aquí debo explicar algo. No estoy especulando acerca de estos hechos: ocurrieron tal como los describo. Cuando cuente lo que hacían el padre capitán De Soya y los demás protagonistas mientras no había testigos presentes —incluso cuando describa sus pensamientos y sus emociones—, no se tratará de extrapolaciones ni conjeturas. Estas cosas son verdades literales. Más tarde explicaré cómo llegué a saberlas, a conocerlas sin la menor distorsión, pero por ahora pido que lo aceptes por lo que es, la verdad.
Las tres naves de Pax salen de velocidades relativistas desacelerando a seiscientas gravedades, aquello que los navegantes del espacio han llamado durante siglos «delta-V de mermelada de frambuesa»: si los campos de contención interna fallaran un microsegundo, los tripulantes sólo serían una capa de mermelada de frambuesa sobre las cubiertas.
Los campos de contención no fallan. A una UA, el padre capitán Federico de Soya proyecta el bosque orbital en la videoesfera. En el Centro de Control de Combate todos miran la pantalla. Miles de árboles de medio kilómetro de longitud, adaptados por los éxters, se desplazan en compleja coreografía por el plano de la eclíptica: bosquecillos anudados por la gravedad, mechones trenzados y configuraciones que cambian sutilmente, siempre en movimiento, las hojas siempre vueltas hacia el sol tipo G, las largas ramas buscando el alineamiento perfecto, las raíces sedientas hundidas en la vaporosa niebla de humedad y nutrientes provista por los cometas pastores que se mueven entre los racimos de árboles como gigantescas y sucias bolas de nieve. Aleteando entre las ramas y los árboles, hay variaciones de éxters, formas humanoides con tez plateada y finísimas alas de mariposa que se extienden cientos de metros. Al recibir la luz del sol, estas alas parpadean como luces navideñas en el verde follaje del bosque orbital.
—¡Fuego! —ordena el padre capitán Federico de Soya.
A dos tercios de UA, las tres naves-antorcha del grupo REYES atacan con sus armas de larga distancia. A esa distancia aun los haces de energía se arrastran hacia el blanco como luciérnagas contra una manta negra, pero las naves de Pax portan armas hiperveloces e hipercinéticas, esencialmente pequeñas naves estelares de propulsión Hawking, algunas con ojivas de plasma que en microsegundos alcanzan velocidades relativistas y detonan dentro del bosque, mientras que otras, simplemente, regresan al espacio real con la masa amplificada, y atraviesan los árboles como balas de cañón disparadas a quemarropa contra cartón mojado. Minutos después las tres naves están a tiro de rayo energético, y los haces de contrapresión saltan en varias direcciones simultáneas, visibles por la multitud de partículas coloidales que llenan el espacio como polvo en un viejo ático.
El bosque arde. La brusca descompresión incinera la corteza adaptada, las vainas O2 y las hojas autoselladas, que son aserradas por los haces y los arrasadores zarcillos de plasma. Los glóbulos de oxígeno en fuga alimentan las llamas en el vacío hasta que el aire se congela o se consume. Y el bosque arde. Millones de hojas echan a volar, formando nuevas piras, mientras troncos y ramas llamean contra el negro fondo del espacio. Los cometas pastores reciben el impacto y se vaporizan al instante, partiendo las trenzas boscosas en expansivas ondas de vapor y trozos de roca fundida. Los éxters —los «ángeles de Lucifer», como las fuerzas de Pax los llaman despectivamente desde hace siglos— quedan apresados en las explosiones como mariposas traslúcidas en una llama. Algunos son destrozados por las explosiones de plasma y el estallido de los cometas. Otros se interponen en el camino de los haces de contrapresión y se convierten en objetos hipercinéticos hasta que estallan sus delicados alas y órganos. Algunos intentan huir, expandiendo sus alas solares al máximo en un vano intento de escapar de la matanza.
Ninguno sobrevive.
El enfrentamiento dura menos de cinco minutos. Cuando ha concluido, el grupo REYES se acerca al bosque en una desaceleración de treinta gravedades, y las llamas de fusión de las naves-antorcha incineran los fragmentos de árbol que han escapado del ataque inicial. El bosque que hace cinco minutos flotaba en el espacio —verdes hojas recibiendo la luz del sol, raíces bebiendo agua de los cometas, ángeles éxters flotando como radiantes espejines entre las ramas— es sólo un toroide de humo y escombros que llena el plano de la eclíptica en este arco de espacio.
—¿Algún superviviente? —pregunta el padre capitán De Soya, de pie frente a la pantalla central, las manos a la espalda, meciéndose suavemente, tocando apenas con los pies la franja que rodea la pantalla. Aunque la nave aún está desacelerando bajo treinta gravedades, el Centro de Control de Combate se mantiene a una microgravedad constante de un quincuagésimo de gravedad estándar. Los doce oficiales de la sala están sentados o de pie, la cabeza hacia el centro de la esfera. De Soya es un hombre bajo de unos treinta y cinco años estándar. Tiene rostro redondo y tez oscura, y con los años sus amigos han notado que sus ojos reflejan más compasión sacerdotal que rudeza marcial. Ahora se les ve preocupados.
—No hay supervivientes —dice la madre comandante Stone, una oficial alta, también jesuita. Se aparta de la pantalla táctica para conectarse con una unidad de comunicaciones.
De Soya sabe que los oficiales del C3 no sienten satisfacción. Destruir bosques orbitales éxters forma parte de su misión —esos árboles aparentemente inocuos sirven como centros de reaprovisionamiento y reparaciones para los enjambres de combate—, pero pocos guerreros de Pax se complacen en la destrucción indiscriminada.
Fueron entrenados como caballeros de la Iglesia y defensores de Pax, no como destructores de la belleza ni asesinos de criaturas desarmadas, aunque esas criaturas sean éxters que han entregado sus almas.
—Trazad el plan de búsqueda habitual —ordena De Soya—. Ordenad a la tripulación que abandone sus puestos de combate. —En una nave-antorcha moderna, la tripulación consiste sólo en estos oficiales y media docena más que están desperdigados por la nave.
La madre comandante Stone interrumpe de golpe.
—Señor, detectamos una distorsión Hawking… ángulo setenta y dos, coordenadas dos-veintinueve, cuarenta y tres, uno-cero-cinco. Punto de salida siete-cero-cero-punto-cinco mil kilómetros. Probabilidad de un solo vehículo, noventa y seis por ciento. Velocidad relativa desconocida.
—Puestos de combate —ordena De Soya. Sonríe sin darse cuenta. Quizá los éxters acudan al rescate de su bosque. O quizás hubiera un defensor que acaba de lanzar un arma desde más allá de la Nube de Oort del sistema. O quizá sea la vanguardia de un enjambre de unidades de combate que será la perdición del grupo de tareas. Sea cual fuere la amenaza, el padre capitán De Soya prefiere el combate a este vandalismo.
—Vehículo en traslación —informa el oficial de radar.
—Muy bien —dice el padre capitán De Soya. Mira el parpadeo de las pantallas, vuelve a sintonizar y abre varios canales óptico-virtuales. El C3 se disipa y él se encuentra en pleno espacio, un gigante de cinco millones de kilómetros de altura: sus naves son manchas con colas llameantes, el bosque destruido es una curva columna de humo, y el intruso aparece a setecientos mil kilómetros, por encima del plano de la eclíptica. Las esferas rojas que rodean sus naves indican campos externos activados para el combate. Otros colores llenan el espacio, mostrando lecturas de sensores, pulsaciones de radar y preparación de puntería. Trabajando en el ultraveloz nivel táctico, De Soya puede lanzar armas o desatar energías con sólo señalar y chasquear los dedos.
—Señal de repetidor —informa el oficial de comunicaciones—. Códigos verificados. Es un correo de Pax, clase Arcángel.
De Soya frunce el ceño. ¿Qué puede ser tan importante para que el mando de Pax envíe el vehículo más veloz del Vaticano, que además es la mayor arma secreta de Pax? En el espacio táctico, De Soya ve los códigos de Pax en torno de la diminuta nave. La llama de fusión tiene cientos de kilómetros. La nave usa poca energía en los campos de contención interna, aunque las gravedades implícitas superan los niveles de la mermelada de frambuesa.
—¿No tripulada? —pregunta De Soya. Así lo espera. Las naves clase Arcángel pueden viajar a cualquier parte del espacio conocido en sólo días —¡días de tiempo real!—, en vez de las semanas de tiempo de a bordo y los años de tiempo real exigidos por las demás naves, pero nadie sobrevive a los viajes Arcángel.
La madre comandante Stone entra en el entorno táctico. Su túnica negra es casi invisible contra el espacio, de modo que su rostro pálido parece flotar sobre la eclíptica, y la luz solar de la estrella virtual ilumina sus pómulos filosos.
—No, señor —murmura. En este entorno, sólo De Soya puede oírle—. Las señales indican dos tripulantes.
—Santo Jesús —susurra De Soya. Es más una plegaria que un juramento. Aun en tanques de fuga de alta gravedad, estas dos personas, ya muertas durante el viaje C-plus, serán más una finísima capa de pasta de proteínas que una saludable mermelada de frambuesas—. Preparad los nichos de resurrección —dice por la banda común.
La madre comandante Stone se toca el empalme que tiene detrás de la oreja y frunce el ceño.
—Mensaje en código. Los correos humanos deben ser resucitados con prioridad alfa. Nivel de dispensación omega.
El padre capitán De Soya mira a su oficial ejecutiva en silencio. El humo del bosque orbital en llamas gira en torno de sus cinturas. La resurrección prioritaria desafía la doctrina de la Iglesia y las reglas de Pax. Además es peligrosa. Las probabilidades de reintegración incompleta van desde casi cero, en el ciclo habitual de tres días, a casi cincuenta por ciento en un ciclo de tres horas. Y nivel prioritario omega significa Su Santidad en Pacem.
De Soya nota que su oficial sabe. Esta nave correo es del Vaticano. Alguien de allí o alguien de Mando de Pax, o ambos, consideraron que este mensaje era tan importante como para enviar una irreemplazable nave correo Arcángel, matar a dos altos oficiales de Pax —pues una Arcángel no se confiaría a nadie más— y correr el riesgo de que esos dos oficiales tuvieran una reintegración incompleta.
En el espacio táctico, De Soya enarca las cejas en respuesta a la mirada inquisitiva de su oficial. En la banda de mando dice:
—Muy bien, comandante. Imparta órdenes para emparejar velocidades. Prepare una partida de abordaje. Quiero que transfieran los tanques de fuga y concluyan las resurrecciones a las cero-seis-treinta horas. Felicite de mi parte al capitán Hearn del Melchor y a la madre capitana Boulez del Gaspar, y pídales que se trasladen al Baltasar para una reunión con los correos a las cero-setecientas.
El padre capitán De Soya sale del espacio táctico para regresar a la realidad del C3. Stone y los demás todavía lo miran.
—Deprisa —dice De Soya, alejándose de la pantalla, volando hacia su puerta particular y atravesando la tronera circular—. Despiértenme cuando los correos hayan resucitado —ordena a esos rostros blancos mientras la puerta se desliza para cerrarse.