22. ¡Allá!

Toda la filosofía de Aratap no podía hacerle olvidar por completo su sentimiento de decepción. Por un tiempo no había sido él mismo, sino su padre de nuevo. Durante las últimas semanas también él había mandado una escuadrilla de naves contra los enemigos del Khan.

Pero éstos eran días degenerados, y donde podía haber habido un mundo en rebelión resultaba que no había nada. Al fin y al cabo, los enemigos del Khan no existían; no había mundos que conquistar. No era más que un comisario, condenado todavía a aplacar pequeñas perturbaciones. No obstante, las lamentaciones no conducían a nada.

—De modo que tenía usted razón. El mundo de la rebelión no existe —dijo.

Se sentó e hizo una señal a Biron para que también se sentara.

—Quiero hablarle.

El joven le contemplaba solemnemente, y Aratap se sintió levemente asombrado al pensar que apenas hacía un mes que se habían conocido. El muchacho era ahora mayor, mucho más de lo que podía haber sido en un solo mes, y había perdido su miedo. «Me estoy volviendo decadente —pensó Aratap—. ¿Cuántos de entre nosotros empezamos a estimar a algunos individuos entre nuestros dominados? ¿Cuántos de entre nosotros les deseamos el bien?»

—Voy a poner en libertad al director y a su hija —declaró el comisario—. Naturalmente, es lo más inteligente que se puede hacer desde un punto de vista político. A decir verdad, es políticamente inevitable. Pero me parece que les voy a poner en libertad ahora y enviarlos de vuelta en el «Implacable». ¿Le gustaría pilotarlo?

—¿Es que me pone en libertad? —preguntó Biron.

—Sí.

—¿Por qué?

—Usted salvó mi nave, y mi propia vida.

—Dudo de que la gratitud personal influya en sus acciones, en cuestiones de Estado.

Aratap estuvo a punto de reírse a carcajadas. ¡De veras que aquel muchacho le era simpático!

—Entonces le daré otra razón. Mientras estaba persiguiendo una gran conspiración contra el Khan, usted era peligroso. Al no haberse materializado aquella gigantesca conspiración, cuando todo lo que hay es una cábala lingania cuyo jefe ha muerto, usted ya no es peligroso. La verdad es que sería peligroso juzgarle a usted o a cualquier otro de los cautivos linganios.

»Los juicios tendrían lugar ante los tribunales linganios, y, por lo tanto, no estañan del todo bajo nuestro control. Inevitablemente se discutiría el llamado mundo de la rebelión. Y aunque no exista, la mitad de los sujetos de Tyrann pensarían que quizá sí existe, ya que no hay humo sin fuego. Les habríamos proporcionado un concepto en torno al cual agruparse, una razón para rebelarse, una esperanza para el futuro. Habría rebelión en el reino tyrannio por el resto del siglo.

—Entonces, ¿nos libera a todos?

—No será exactamente una libertad, ya que ninguno de ustedes puede ser del todo leal. Arreglaremos lo de Lingane a nuestra manera, y el próximo autarca se encontrará más ligado al Khanato. No será ya un Estado asociado, y de ahora en adelante los juicios contra linganios no tendrán que celebrarse forzosamente ante los tribunales linganios. Los que han intervenido en la conspiración, incluso los que ahora están en nuestras manos, serán desterrados a mundos más próximos a Tyrann, donde resultarán bastante inofensivos. Usted mismo no podrá regresar a Nefelos, y tampoco espere ser reinstaurado en su ranchería. Se quedará en Rhodia, con el coronel Rizzet.

—Me satisface —dijo Biron—, pero, ¿qué hay del asunto del matrimonio de la señorita Artemisa?

—¿Desea que se suspenda?

—Ya debe usted saber que desearíamos casarnos. En otra ocasión dijo que podría haber manera de anular la cuestión del tyrannio.

—Cuando lo dije trataba de conseguir algo. ¿Cómo dice aquel viejo refrán? «Las mentiras de los amantes y de los diplomáticos, les deben ser perdonadas.»

—Pero existe una manera, comisario. Basta indicar al Khan que cuando un poderoso cortesano desea casarse con un miembro de una importante familia de entre los dominados, podría estar inspirado en motivos de ambición. Una revolución de dominados puede ser dirigida por un tyrannio ambicioso lo mismo que por un ambicioso linganio.

Esta vez Aratap rio de veras.

—Razona como uno de nosotros, pero no serviría. ¿Quiere mi consejo?

—¿Cuál sería?

—Cásese con ella, pronto. En las circunstancias presentes, una vez hecho sería difícil de deshacer. Ya encontraremos otra mujer para Pohang.

Biron vaciló. Luego extendió la mano.

—Gracias, señor.

Además, no me gusta demasiado Pohang. Y hay algo más que debe usted saber: no se deje engañar por la ambición. Aunque se case con la hija del director, usted no será nunca director. No es el tipo que necesitamos.

Aratap contempló por la placa visora cómo se iba achicando el «Implacable» y se alegró de haber tomado aquella decisión. El joven estaba en libertad; en camino de Tyrann había ya un mensaje a través del subéter. Sin duda, al comandante Andros le daría un ataque de apoplejía, y no faltaría en la corte quien pidiese su destitución como comisario.

Si fuese necesario, iría a Tyrann. De un modo u otro vería al Khan y se haría escuchar. Una vez conociese tocios los hechos, el Rey de Reyes vería con claridad que no había otro camino a seguir y que, a partir de entonces, podía desafiar cualquier coalición enemiga.

El «Implacable» no era ya más que un punto resplandeciente que apenas podía distinguirse de las estrellas que empezaban a rodearle, ahora que salían de la Nebulosa.

Rizzet contempló por la placa visora cómo se iba achicando la nave capitana de Tyrann.

—¡De modo que nos ha soltado! —exclamó—. La verdad es que si todos los tyrannios fuesen como él, quién sabe si me uniría a su armada. En cierto modo me perturbaba. Tengo ideas definidas acerca de lo que son los tyrannios, pero él no encaja en ellas. ¿Cree que puede oír lo que estamos diciendo? Biron fijó los mandos automáticos y se volvió en la silla del piloto.

—No, claro que no. Puede seguirnos a través del hiperespacio como lo hizo antes, pero no creo que pueda establecer un rayo espía. Recuerdo que cuando nos capturó todo lo que sabía de nosotros era lo que había oído sobre el cuarto planeta, y nada más.

Artemisa entró en la cabina del piloto con el dedo sobre sus labios.

—No hablen demasiado alto —dijo—. Creo que ahora está durmiendo. Ya no falta mucho para que lleguemos a Rhodia, ¿verdad, Biron?

—Podemos hacerlo en un solo salto, Arta. Aratap hizo que nos lo calculasen.

—Tengo que lavarme las manos —dijo Rizzet.

Esperaron a que se hubiese ido, y un instante más tarde Artemisa estaba en brazos de Biron. Él la besó ligeramente en la frente y sobre los ojos, luego le buscó los labios, y sus brazos se tensaron alrededor de ella. El beso terminó lentamente, perdido el aliento.

—Te quiero mucho —musitó la chica.

—Te quiero más de lo que sabría decirte —dijo él. La conversación que siguió fue tan satisfactoria como poco original.

—¿Nos casará antes de que aterricemos? —preguntó Biron al cabo de un rato.

Artemisa frunció un poco las cejas.

—Traté de explicarle que es director y capitán de la nave, y que aquí no hay tyrannios. Pero no sé. Está muy agitado. No parece el mismo, Biron. Cuando haya descansado, lo volveré a probar.

—No te preocupes. Le convenceremos.

Los pasos de Rizzet resonaron con fuerza cuando regresó.

—Me gustaría que todavía tuviésemos el remolque. Aquí apenas hay sitio para respirar.

—Llegaremos a Rhodia dentro de un par de horas —aseguró Biron—. Pronto saltaremos.

—Ya lo sé —dijo Rizzet malhumorado—. Y nos quedaremos hasta el fin de nuestros días; no es que me queje demasiado, me alegra estar vivo. Pero es un fin bastante tonto.

—No ha terminado aún —dijo Biron lentamente. Rizzet alzó la mirada.

—¿Quiere decir que podemos volver a empezar? No, no lo creo. Usted, quizá; pero yo no. Soy ya demasiado viejo, y no queda nada para mí. Lingane formará con los demás, y nunca más volveré a verlo. Creo que eso es lo que más siento. Nací allí, y allí viví toda mi vida. En cualquier otro lugar, no seré sino la mitad de lo que soy.

Usted es joven y se olvidará de Nefelos.

—Hay algo más en la vida que el planeta natal, Tedor. Nuestro mayor defecto en los siglos pasados ha sido que no hemos sabido reconocer ese hecho. Todos los planetas son nuestros planetas.

—Quizá, quizá. Si realmente hubiese habido un mundo de rebelión, entonces tal vez hubiese sido así.

—¡Pero es cierto que hay un mundo de rebelión, Tedor!

—No estoy de humor para eso, Biron —dijo Rizzet secamente.

—No miento. Tal mundo existe y sé dónde está localizado. Pude haberlo sabido hace semanas, lo mismo que cualquiera de nuestro grupo. Todos los hechos estaban allí; estaban golpeándome la mente sin conseguir entrar, hasta aquel momento en el cuarto planeta en que usted y yo tuvimos que derribar a Jonti. ¿No se acuerda usted nunca de cuando estaba allí de pie diciendo que no podríamos nunca encontrar el planeta sin su ayuda? ¿Recuerda sus palabras?

—Exactamente, no.

—Yo creo que las recuerdo. Dijo: «Hay por término medio sesenta años luz cúbicos por estrella. Sin mí, y procediendo por aproximación, las probabilidades de que lleguéis a menos de un billón de kilómetros de cualquier estrella son de una entre doscientos cincuenta mil billones». Creo que fue en aquel instante que los hechos entraron en mi mente. Lo noté.

—Pues yo no noto nada en mi mente —dijo Rizzet—. Vamos a ver si se explica usted un poco.

—No veo lo que quieres decir, Biron —dijo Artemisa.

—¿No os hacéis cargo de que son precisamente esas probabilidades las que, al parecer, Gillbret venció? Recordad su historia. El meteoro dio en el blanco, desvió el curso de la nave y al final de sus saltos se encontró realmente en el interior de un sistema estelar. Eso sólo pudo haber ocurrido en virtud de una coincidencia tan increíble que no merece crédito alguno.

—Entonces era realmente la historia de un loco, y no existe el mundo de la rebelión.

—A menos de que exista una condición dada la cual las probabilidades de ir a parar al interior de un sistema estelar sean menos increíbles, y tal condición existe. La verdad es que hay un juego de circunstancias, y sólo uno, bajo las cuales hayamos tenido que llegar a tal sistema. Hubiese sido inevitable.

—¿Y bien?

—Recordad el razonamiento del autarca. Las máquinas de la nave de Gillbret no resultaron afectadas, de modo que la energía de los impulsos hiperatómicos, o, en otras palabras, las longitudes de los saltos, no fueron modificadas. Sólo se alteró su dirección, de tal manera que se llegó a una de entre cinco estrellas en un área increíblemente grande de la Nebulosa. Tal interpretación, en sí misma, parece improbable.

—¿Y cuál es la alternativa?

—Pues que no se alteró ni la energía ni la dirección. No hay razón real alguna para suponer que fuese modificada la dirección del impulso. Sólo era una hipótesis. ¿Y si la nave hubiese seguido sencillamente su dirección original? Fue dirigida a un sistema estelar, y llegó a un sistema estelar. No hay que tener en cuenta ninguna clase de probabilidades.

—Pero el sistema estelar al cual fue dirigida…

—Era el de Rhodia. De modo que fue a Rhodia. ¿Acaso es tan evidente que resulta difícil de comprender?

—¡Pero entonces el mundo de la rebelión debe de estar en casa! —exclamó Artemisa—. ¡Eso es imposible!

—¿Por qué imposible? Está en algún lugar del sistema de Rhodia. Hay dos maneras de ocultar un objeto; se puede poner en un lugar donde nadie pueda encontrarlo, como, por ejemplo, en el interior de la Nebulosa de la Cabeza de Caballo. O bien se puede colocar donde a nadie se le pueda ni siquiera ocurrir irlo a buscar, delante de los ojos, a la vista de todos.

»Pensad en lo que le ocurrió a Gillbret después de desembarcar en el mundo de la rebelión. Fue devuelto a Rhodia. Su teoría era que eso fue para evitar que los tyrannios organizasen una búsqueda por la nave que les llevase demasiado cerca del mundo mismo. Pero en tal caso, ¿por qué le dejaron con vida? Si la nave hubiese regresado con Gillbret muerto, hubieran conseguido lo mismo sin peligro de que Gillbret hablase, como finalmente hizo.

»Eso sólo puede ser explicado suponiendo que el mundo de la rebelión se encuentre en el sistema de Rhodia. Gillbret era un Hinriad, ¿y en qué otro lugar podría darse tal respeto por la vida de un Hinriad, sino en Rhodia? Las manos de Artemisa se crispaban espasmódicamente.

—Pero si lo que dices es verdad, Biron, entonces mi padre está en terrible peligro.

—Y lo ha estado desde hace veinte años —afirmó Biron—, pero quizá no de la manera que te figuras. En cierta ocasión, Gillbret me dijo lo difícil que resultaba pretender ser un diletante y no servir de nada, pretenderlo tanto que uno tenía que fingir su papel incluso entre amigos, y hasta cuando estaba solo. En su caso, naturalmente, se trataba en gran parte de una autosugestión dramática. No vivía realmente su papel. Su personalidad real aparecía con facilidad cuando estaba contigo, Arta, o con el autarca. Incluso le fue necesario mostrarse conmigo como era realmente a pesar del poco tiempo que hacía que nos conocíamos.

»Pero es posible, me figuro, vivir tal vida de un modo total, si las razones para ello son lo suficientemente importantes. Un hombre podría convertirse en una mentira viviente incluso para su hija, estar dispuesto a verla casada de un modo terrible, antes que comprometer el trabajo de toda una vida, que dependía de una completa confianza tyrannia, estar dispuesto a aparecer medio loco… Artemisa recobró el habla, y dijo con voz ronca:

—¡No es posible que creas lo que estás diciendo!

—No cabe otra explicación posible, Arta. Ha sido director desde hace veinte años. Durante ese tiempo Rhodia ha sido continuamente reforzada con territorios que le han otorgado los tyrannios, porque han pensado que estarían seguros en sus manos. Durante veinte años ha estado organizando la rebelión sin que se metiesen con él, precisamente porque parecía ser tan inofensivo.

—No son más que conjeturas, Biron —dijo Rizzet—, y esta clase de conjeturas son tan peligrosas como las que hemos hecho antes.

—No se trata de simples conjeturas. En mi última discusión con Jonti le dije que él, y no el director, debió haber sido el traidor que asesinó a mi padre, puesto que mi padre nunca hubiese sido lo suficientemente necio para confiar al director ninguna información que pudiese comprometerle. Pero la cuestión es, y yo ya lo sabía entonces, que eso fue precisamente lo que mi padre había hecho. Gillbret se enteró del papel de Jonti en la conspiración por lo que oyó de las discusiones entre mi padre y el director. No había otra manera en que pudiese haberse enterado.

»Pero una aguja apunta en dos sentidos distintos. Creíamos que mi padre estaba trabajando para Jonti, y que trataba de conseguir el apoyo del director. ¿Por qué no ha de ser igualmente probable, o incluso más probable, que trabajase para el director y que su papel en la organización de Jonti fuese el de un agente del mundo de la rebelión que intentaba evitar una explosión prematura en Lingane la cual hubiese echado a perder dos décadas de cuidadosa preparación? ¿Por qué creéis que me pareció tan importante salvar la nave de Aratap cuando Gillbret estableció el cortocircuito en los motores? No fue por mí. Entonces no creía que Aratap fuese a liberarme en ningún caso. Ni tampoco fue precisamente por ti. Arta. Fue para salvar al director. Él era la persona importante entre todos nosotros.

El pobre Gillbret no lo comprendió.

Rizzet meneó la cabeza.

—Lo siento, pero no me resulta posible creerlo.

—Pues puede creerlo, es verdad.

El director se hallaba de pie, al lado de la puerta, alto y con la mirada sombría.

Era su voz, y al mismo tiempo no era del todo su voz. Era una voz tajante y segura.

Artemisa corrió hacia él.

—¡Padre! Biron dice…

—Ya oí lo que dijo Biron. —Acariciaba el cabello de su hija con suaves y lentos gestos de la mano—. Y es cierto. Incluso hubiese permitido que se celebrase el matrimonio.

La muchacha retrocedió, casi con timidez.

—Pareces tan diferente. Pareces casi como si…

—Como si no fuese tu padre —dijo con tristeza—. No será por mucho tiempo, Arta. Cuando lleguemos a Rhodia, seré tal como me conoces, y tienes que aceptarme así.

Rizzet le contemplaba con asombro, y su cara, generalmente tan rubicunda, era ahora gris como su cabello. Biron contenía la respiración.

—Ven aquí, Biron —dijo Hinrik.

Puso una mano sobre el hombro de Biron.

—Hubo un momento, joven, en que estuve dispuesto a sacrificar tu vida. Quizá la ocasión se presente nuevamente en el futuro. Hasta que llegue cierto día no puedo proteger a ninguno de vosotros dos. Sólo puedo ser lo que siempre he sido. ¿Lo comprendéis? Los dos asintieron.

—Desgraciadamente —dijo Hinrik—, se han causado daños. Hace veinte años no estaba tan endurecido en mi papel como lo estoy ahora. Tenía que haber dispuesto la muerte de Gillbret, pero no pude hacerlo. Por no haberlo hecho, hoy se sabe que existe el mundo de la rebelión y que yo soy su jefe.

—Solamente lo sabemos nosotros —dijo Biron. Hinrik sonrió con amargura.

—Eso lo crees porque eres joven. ¿Te figuras que Aratap es menos inteligente que tú? El razonamiento en virtud del cual has determinado la localización y la jefatura del mundo de la rebelión se basa en hechos que él conoce, y puede razonar tan bien como tú. La única diferencia estriba en que es más viejo, más cauteloso; tiene graves responsabilidades. Tiene que estar seguro.

—¿Crees que te ha liberado por razones sentimentales? Me figuro que has sido liberado por la misma razón que lo fuiste ya anteriormente: para que le guíes a lo largo del camino que conduce hasta mí.

Biron palideció.

—Entonces, ¿tendré que salir de Rhodia?

—No. Eso sería fatal. No se vería otra razón de tu partida sino la verdadera.

Quédate conmigo y seguirán en la incertidumbre. Estoy ultimando mis planes. Quizás antes de un año…

—Pero, director, hay factores que usted quizá desconozca. Hay el asunto del documento…

—¿El que tu padre buscaba?

—Sí.

—Tu padre, muchacho, no lo sabía todo. No es prudente que nadie conozca todos los hechos. El viejo ranchero descubrió la existencia del documento independientemente, por las referencias que encontró en mi biblioteca, y tuvo el talento de percatarse de su significado. Pero si me hubiese consultado le hubiese dicho que ya no estaba en la Tierra.

—Precisamente de eso se trata, señor. Estoy seguro de que está en poder de los tyrannios.

—¡Seguro que no! Soy yo quien lo tiene. Lo tengo desde hace veinte años. Fue lo que inició el mundo de la rebelión, pues cuando lo tuve supe que una vez hubiésemos vencido podíamos conservar lo conquistado.

—¿Es, pues, un arma?

—Es el arma más poderosa del universo. Nos destruirá a nosotros, lo mismo que a los tyrannios, pero salvará a los Reinos Nebulares. Sin ella, quizá podríamos derrotar a los tyrannios, pero no habríamos hecho sino sustituir un despotismo feudal por otro despotismo, y así como se conspira contra los tyrannios, se conspiraría contra nosotros. Tanto ellos como nosotros debemos ser arrojados al cubo de la basura de los sistemas políticos pasados de moda. Ha llegado el tiempo de la madurez, como ya llegó una vez sobre el planeta Tierra, y habrá una nueva forma de gobierno que no se ha ensayado aún en la galaxia. No habrá khanes ni autarcas ni directores ni rancheros.

—¡En nombre del espacio! —rugió Rizzet—. ¿Pues, qué habrá?

—El pueblo.

—¿El pueblo? ¿Y cómo puede gobernar? Debe haber alguna persona que tome decisiones.

—Hay una manera. El plan que tengo se refería a una pequeña sección de un planeta, pero puede ser aplicado a toda la galaxia. —El director sonrió—. Venid, chicos.

Valdrá más que os case. Ahora ya no puede hacer mucho daño.

La mano de Biron sujetó fuertemente la de Artemisa, que le sonreía. Sintieron en su interior una sensación extraña cuando el «Implacable» dio su único salto, que había sido previamente calculado.

—Antes de empezar —dijo Biron—, ¿querría decirme algo sobre el plan que ha mencionado, de modo que mi curiosidad quede satisfecha y pueda dedicarme a Arta sin distraerme?

—Valdrá más que lo hagas, padre —rio Artemisa—. No podría soportar un novio distraído. Hinrik sonrió.

—Conozco el documento de memoria; escuchad.

Y mientras el sol de Rhodia resplandecía brillantemente en la placa visora, Hinrik comenzó con aquellas palabras que eran más antiguas, mucho más antiguas que ninguno de los planetas de la galaxia, con excepción de uno solo:

«Nosotros, el pueblo de los Estados Unidos, a fin de formar una unión más perfecta, establecer la justicia, asegurar la tranquilidad doméstica, proveer para la defensa común, estimular el bienestar general y asegurar los bienes de la libertad para nosotros y para nuestra posteridad, ordenamos y establecemos esta Constitución para los Estados Unidos de América».