Kvetha Fricáya.
Como tantos otros autores que han emprendido una epopeya del tamaño de la trilogía de «El Legado», he descubierto que la creación de Eragon, y ahora de Eldest, se convertía en mi empeño personal, una empresa que me ha transformado en la misma medida en que transformó a Eragon la suya.
Cuando concebí el principio de Eragon, tenía quince años: ya no era un niño, aún no era un hombre. Acababa de terminar la educación secundaria, no estaba seguro de qué camino tomar en la vida y era un adicto a la potente magia de la literatura fantástica que adornaba mis estanterías. El proceso de escribir Eragon, promocionarlo por todo el mundo y ahora al fin completar Eldest, me ha acompañado hasta la edad adulta. Tengo veintiún años y, para mi constante sorpresa, ya he publicado dos novelas. Estoy seguro de que han ocurrido cosas más extrañas que ésa, pero no a mí.
El viaje de Eragon ha sido el mío: el abandono de una crianza rural y protegida y la obligación de recorrer la tierra en una carrera desesperada contra el tiempo; el paso por una formación ardua e intensa; el logro del éxito contra todas las expectativas; la aceptación de las consecuencias de la fama, y, finalmente, el encuentro de una cierta medida de paz.
Al igual que en la ficción el decidido y bienintencionado protagonista —que, al fin y al cabo, tampoco es tan listo, ¿verdad?— encuentra en el camino la ayuda de un montón de personajes más sabios que él, también yo he sido guiado por una serie de gente de estupendo talento. Son los siguientes:
En casa: mamá, por escucharme siempre que necesito hablar de un problema con la historia o con los personajes, y por darme el valor para tirar doce páginas y reescribir la entrada de Eragon en Ellesméra (doloroso); papá, como siempre, por sus correcciones incisivas, y mi querida hermana Angela, por dignarse recuperar su papel de bruja y por sus contribuciones a los diálogos de doppelgänger.
En Writers House: mi agente, el grande y poderoso Maestro de las Comas, Simón Lipskar, que lo hace todo posible (¡Mervyn Peake!), y su valiente ayudante, Daniel Lazar, que impide que el Maestro de las Comas quede enterrado por una pila de manuscritos no solicitados, muchos de los cuales, me temo, son consecuencia de Eragon.
En Knopf: mi editora, Michelle Frey, que ha ido mucho más allá de lo obligado por su profesión al desarrollar su trabajo y conseguir que Eldest quedara mucho mejor; Judith Haut, directora de publicidad, que de nuevo ha demostrado que ninguna gesta promocional está más allá de su alcance (¡escúchenla rugir!); Isabel Warren–Lynch, diseñadora sin par que, con Eldest, ha superado sus logros anteriores; John Jude Palencar, por un dibujo de cubierta que me gusta aun más que el de Eragon; el jefe de redacción, Artie Bennet, que ha hecho un trabajo esplendoroso al comprobar todas las palabras oscuras de esta trilogía y probablemente sabe más que yo del idioma antiguo, aunque flojea un poco con el de los úrgalos; Chip Gibson, gran maestro de la división infantil de Random House; Nancy Hinkel, extraordinaria directora editorial; Joan De Mayo, director comercial (¡muchos aplausos, vítores y reverencias!) y su equipo; Daisy Kline, que diseñó con su equipo los maravillosos y atractivos materiales de mercadotecnia; Linda Palladino, Rebeccca Price y Timothy Terhune, de producción; una reverencia de gratitud a Pam White y su equipo, que han extendido Eragon por los cuatro confines del mundo; Melissa Nelson, de diseño; Alison Kolani, de corrección; Michele Burke, devota y trabajadora ayudante de Michelle Frey, y todos los demás que me han apoyado en Knopf.
En Listening Library: Gerard Doyle, que da vida al mundo de Alagaësia; Taro Meyer, por pillar bien la pronunciación de mis idiomas; Jacob Bronstein, por atar todos los cabos, y Tim Ditlow, editor de Listening Library.
Gracias a todos.
Sólo queda otro volumen y habremos llegado al final de esta historia. Otro manuscrito de infarto, éxtasis y perseverancia… Otro código de sueños.
Quedaos conmigo, si os gusta, y veamos adonde nos lleva el camino errante, tanto en este mundo como en el de Alagaësia.
Sé onr sverdar sitja hvass!
CHRISTOPHER PAOLINI
23 de agosto de 2005