Prólogo

Eragon, un granjero de 15 años, se ve sorprendido cuando aparece ante él una piedra azul en la cadena montañosa conocida como las Vertebradas. Se lleva la piedra a la granja donde vive con su tío Garrow y su primo Roran. Garrow y su ya difunta esposa, Marian, han criado a Eragon. Nada se sabe de su padre; su madre, Selena, era hermana de Garrow y nadie la ha vuelto a ver desde que nació Eragon.

Más adelante el huevo se quiebra y asoma una criatura hembra de dragón. Cuando Eragon la toca, le aparece en la palma de la mano una señal plateada y se forja entre sus mentes un vínculo irrevocable que convierte al muchacho en uno de los legendarios Jinetes de Dragones.

Los Jinetes de Dragones fueron creados miles de años antes, en la etapa posterior a la gran guerra entre elfos y dragones, con la intención de asegurar que nunca volvieran a producirse hostilidades entre esas dos razas. Los Jinetes se convirtieron en fuerzas de paz, educadores, sanadores, filósofos naturales e insuperables hechiceros, pues la unión con los dragones los convertía en magos. Bajo su guía y protección, la tierra disfrutó de una era dorada.

Cuando llegaron los humanos a Alagaësia, fueron sumados también a esa orden de elite. Tras muchos años de paz, los monstruosos y belicosos úrgalos mataron al dragón de un joven jinete llamado Galbatorix. Enloquecido por la pérdida y por la negativa de sus mayores a concederle otro dragón, Galbatorix se empeñó en derribar a los Jinetes.

Robó otro dragón —al que llamó Shruikan y lo obligó a servirle por medio de la magia negra— y reunió a un grupo de trece traidores: los Apóstatas. Con la ayuda de esos crueles discípulos, Galbatorix derribó a los Jinetes; mató a su líder, Vrael; y se declaró rey de Alagaësia. Su éxito fue sólo parcial, pues los elfos y los enanos mantuvieron su autonomía en sus respectivas guaridas, y algunos humanos han establecido un país independiente, Surda, en el sur de Alagaësia. Dichas facciones han mantenido una tregua durante los últimos veinte años, tras las ocho décadas de guerra abierta que produjo la destrucción de los Jinetes.

La aparición de Eragon se da, entonces, en esa frágil situación política. Teme hallarse en peligro mortal —pues es de sobras conocido que Galbatorix mató a todos los Jinetes que no le juraron lealtad— y por ello oculta a su familia la existencia de la dragona mientras la cría. Mientras tanto, decide llamarla Saphira, el mismo nombre de un dragón mencionado en las historias de Brom, el cuentacuentos de la aldea. Poco después Roran abandona la granja para buscarse un trabajo que le permita ganar el dinero suficiente para casarse con Katrina, la hija del carnicero.

Cuando Saphira empieza a ser más alta que Eragon, dos figuras desconocidas y amenazantes, con aspecto de escarabajos, llamadas Ra’zac, llegan a Carvahall en busca de la piedra que resultó ser huevo. Asustada, Saphira secuestra a Eragon y vuela hacia las Vertebradas. Eragon logra convencerla para que regresen, pero para entonces su casa ya ha sido destrozada por los Ra’zac. Eragon encuentra a Garrow entre las ruinas, torturado y malherido.

Garrow muere poco después, y Eragon jura perseguir y matar a los Ra’zac. Entonces se le acerca Brom, que sabe de la existencia de Saphira, y se ofrece a acompañarlo por sus propias razones. Cuando Eragon lo acepta, Brom le entrega la espada Zar’roc, que perteneció en otro tiempo a un Jinete, aunque se niega a explicarle cómo la ha conseguido.

Eragon aprende muchas cosas de Brom durante sus viajes, incluido el arte de pelear con la espada y el uso de la magia. Al fin pierden la pista de los Ra’zac y visitan la ciudad de Teirm, donde Brom cree que su amigo Jeod podrá ayudarlos a ubicar su guarida.

En Teirm, Angela, la excéntrica herbolaria, adivina el futuro de Eragon y predice que los más altos poderes se enfrentarán por controlar su destino; un romance épico con alguien de origen noble; el hecho de que algún día abandonará Alagaësia para no regresar jamás; y que será traicionado por un pariente. Su compañero, el hombre gato Solembum, también le ofrece algún consejo. Luego, Eragon, Brom y Saphira parten hacia Dras–Leona, donde esperan encontrar a los Ra’zac.

Brom termina por revelar que es un agente de los vardenos —un grupo rebelde empeñado en destronar a Galbatorix— y que se había escondido en la aldea de Eragon en espera de que apareciera un nuevo Jinete. Brom le explica también que hace veinte años él y Jeod robaron a Galbatorix el huevo de Saphira. En ese proceso, Brom mató a Morzan, primero y último de los Apóstatas. Sólo quedan otros dos huevos de dragón y ambos permanecen en poder de Galbatorix.

Cerca de Dras–Leona, los Ra’zac atacan a Eragon y sus compañeros, y Brom recibe una herida mortal al intentar proteger al Jinete. Un misterioso joven llamado Murtagh ahuyenta a los Ra’zac y afirma que venía persiguiéndolos. Brom muere la noche siguiente. En su último aliento confiesa que en otro tiempo también él era un Jinete y que su dragón, ya muerto, se llamaba Saphira. Eragon entierra a Brom en una tumba de arenisca, que Saphira transmuta en puro diamante.

Sin Brom, Eragon y Saphira deciden unirse a los vardenos. Por mala fortuna, Eragon es capturado en la ciudad de Gil’ead y llevado ante Durza, Sombra, mano derecha de Galbatorix. Con la ayuda de Murtagh, Eragon huye de la prisión y se lleva consigo a otra cautiva: Arya, la elfa, que permanece inconsciente. A esas alturas, Eragon y Murtagh se han convertido en grandes amigos.

Con su mente, Arya informa a Eragon de que es ella quien ha llevado el huevo de Saphira entre los vardenos y los elfos con la confianza de que algún día prendería ante alguna de sus criaturas. Sin embargo, sufrió una emboscada de Durza y se vio obligada a enviar el huevo a otra parte por medio de la magia; así llegó a manos de Eragon. Ahora Arya está gravemente herida y necesita la ayuda médica de los vardenos. Proyectando imágenes mentales, muestra a Eragon dónde encontrarlos.

Se produce una persecución épica. Eragon y sus amigos recorren más de 600 kilómetros en ocho días. Los persigue un contingente de úrgalos, que los atrapan en las escarpadas montañas Beor. Murtagh, que no quería ir con los vardenos, se ve obligado a confesar a Eragon que es hijo de Morzan.

Sin embargo, Murtagh ha denunciado las obras de su padre y ha huido de los auspicios de Galbatorix para buscar su propio destino. Muestra a Eragon una gran cicatriz que cruza su espalda, infligida por Morzan cuando, siendo él todavía un niño, lanzó contra él su espada, Zar’roc. Así descubre Eragon que su espada perteneció en otro tiempo al padre de Murtagh, el mismo que traicionó a los Jinetes ante Galbatorix y mató a muchos de sus antiguos camaradas.

Justo antes de que los superen los úrgalos, Eragon y sus amigos son rescatados por los vardenos, que parecen surgir de la piedra. Resulta que los rebeldes se han instalado en Farthen Dûr, una montaña hueca de unos 16 000 metros de altura y otros tantos de anchura en la base. Allí se encuentra también la capital de los enanos, Tronjheim. Una vez dentro, llevan a Eragon ante Ajihad, líder de los vardenos, mientras Murtagh queda encarcelado por su parentesco. Ajihad explica muchas cosas a Eragon, como el dato de que los vardenos, elfos y enanos se han puesto de acuerdo en que cuando apareciera un nuevo Jinete, debía instruirlo inicialmente Brom para luego terminar su formación entre los elfos. Ahora, Eragon debe decidir si quiere seguir esa norma.

Eragon conoce al rey de los enanos, Hrothgar, y a la hija de Ajihad, Nasuada; es sometido a prueba por los gemelos, dos magos calvos y bastante desagradables que sirven a Ajihad; se entrena con Arya cuando ésta se recupera; y se encuentra de nuevo con Angela y Solembum, que se han unido a los vardenos. Además, Eragon y Saphira bendicen a una niña huérfana vardena.

La noticia de que los úrgalos se aproximan por los túneles de los enanos interrumpe la estancia de Eragon. En la batalla que se produce a continuación, Eragon se separa de Saphira y se ve obligado a luchar a solas contra Durza. Éste, mucho más fuerte que cualquier humano, vence con facilidad a Eragon y le abre una herida en la espalda, desde el hombro hasta la cadera. En ese momento Saphira y Arya rompen el techo de la cámara —un zafiro estrellado de dieciocho metros de anchura— y distraen lo suficiente a Durza para que Eragon le atraviese el corazón. Libres del hechizo de Durza, los úrgalos se retiran por los túneles.

Mientras Eragon permanece inconsciente tras la batalla, recibe el contacto telepático de un ser que se identifica como Togira Ikonoka, el Lisiado que está Ileso. Éste ofrece respuesta a todas las preguntas de Eragon y le urge a buscarlo en Ellesméra, donde viven los elfos.

Al despertarse, Eragon descubre que, pese a los esfuerzos de Angela, tiene una cicatriz enorme, parecida a la de Murtagh. Desanimado, comprende también que sólo ha matado a Durza por pura suerte y que necesita proseguir con su formación.

Al final del Libro Primero, Eragon decide que sí viajará en busca de Togira Ikonoka para aprender de él. Pues el destino, de mirada gris, acelera su paso, resuena en la tierra el eco de las primeras notas de guerra y se acerca deprisa la hora de que Eragon dé un paso adelante y se enfrente a su único enemigo verdadero: el rey Galbatorix.