____ 65 ____

Eragon entró en el pabellón, y Saphira metió el cuello tras él. Se encontró con un rasgueo de metales cuando Jörmundur y media docena de los comandantes de Nasuada desenfundaron las espadas ante su intrusión. Los hombres bajaron las espadas cuando Nasuada dijo:

—Ven, Eragon.

—¿Qué ordenas?

—Nuestros exploradores informan de que una compañía de unos cien kull se acercan por el noreste.

Eragon frunció el ceño. No había contado con encontrarse con úrgalos en esa batalla, porque Durza ya no los controlaba y muchos habían muerto en Farthen Dûr. Pero si estaban allí, estaban allí. Sintió que el cuerpo le pedía sangre y se permitió una sonrisa salvaje mientras se planteaba destruir a los úrgalos con sus nuevas fuerzas. Echó mano a la empuñadura de Zar’roc y dijo:

—Será un placer eliminarlos. Saphira y yo podemos encargarnos de eso, si quieres.

Nasuada estudió atentamente su rostro y dijo:

—No podemos hacer eso, Eragon. Llevan bandera blanca y han pedido hablar conmigo.

Eragon se quedó boquiabierto.

—Sin duda, no pretenderás concederles audiencia…

—Les ofreceré las mismas cortesías que tendría con cualquier enemigo que llegara bajo la bandera de la tregua.

—Pero si son brutos. ¡Monstruos! Es una locura dejarles entrar en el campamento… Nasuada, he visto las atrocidades que cometen los úrgalos. Adoran el dolor y el sufrimiento y no merecen más piedad que los perros rabiosos. No hace ninguna falta que malgastes tu tiempo en lo que sin duda será una trampa. Dame sólo tu palabra, y yo y todos tus guerreros estaremos más que dispuestos a matar a esas apestosas criaturas por ti.

—En eso —dijo Jörmundur— estoy de acuerdo con Eragon. Ya que no nos escuchas a nosotros, Nasuada, escúchalo a él por lo menos.

Primero Nasuada se dirigió a Eragon en un murmullo tan bajo que no pudo oírlo nadie más:

—Desde luego, si tan ciego estás, tu formación aún no ha terminado. —Luego alzó la voz, y Eragon apreció en ella los mismos tonos diamantinos de mando que había poseído su padre—: Olvidáis todos que luché como vosotros en Farthen Dûr y que vi las salvajadas de los úrgalos… Sin embargo, también vi a nuestros hombres cometer actos igualmente abyectos. No denigraré lo que hemos soportado en manos de los úrgalos, pero tampoco ignoraré a los aliados potenciales cuando el Imperio nos supera numéricamente de un modo tan brutal.

—Mi señora, es demasiado peligroso que te enfrentes a un kull.

—¿Demasiado peligroso? —Nasuada enarcó una ceja—. ¿Con la protección de Eragon, Saphira, Elva y todos los guerreros en torno a mí? No lo creo.

Eragon rechinó los dientes de frustración. Di algo, Saphira. Tú puedes convencerla para que abandone ese plan descabellado.

No lo voy a hacer. Tienes la mente nublada en este aspecto.

¡No puede ser que estés de acuerdo con ella! —exclamó Eragon, horrorizado—. Estuviste en Yazuac conmigo; sabes lo que hicieron los úrgalos a los aldeanos. ¿Y cuando salíamos de Teirm, mi captura en Gil’ead o lo de Farthen Dûr? Cada vez que nos hemos encontrado con úrgalos, han intentado matarnos, o algo peor. No son más que animales perversos.

Los elfos creían lo mismo de los dragones durante Du Fyrn Skulblaka.

A instancias de Nasuada, sus guardias retiraron el panel frontal y los laterales del pabellón y lo dejaron abierto para que todos pudieran verlo y Saphira pudiera agacharse junto a Eragon. Luego Nasuada se sentó en su sillón de alto respaldo, y Jörmundur y los demás comandantes se dispusieron en dos filas paralelas de tal modo que cualquiera que buscara audiencia con la reina tuviera que pasar entre ellos. Eragon se sentó a su derecha; Elva, a su izquierda.

Menos de cinco minutos después, sonó un gran rugido de rabia en la zona este del campamento. La tormenta de exclamaciones e insultos aumentó y aumentó hasta que apareció a la vista un solo kull que caminaba hacia Nasuada, mientras un grupo de vardenos lo salpicaba de insultos. El úrgalo —o carnero, como también los llamaban, recordó Eragon— mantenía la cabeza erguida y mostraba los colmillos, pero no ofreció mayor reacción a los abusos que le dedicaban. Era un espécimen magnífico, de casi tres metros de altura, con rasgos fuertes y altivos, aunque grotescos, gruesos cuernos que se extendían en espiral y una fantástica musculatura que parecía capacitarlo para matar a un oso de un solo golpe. Su única ropa era un taparrabos nudoso, unas pocas planchas de hierro puro sostenidas por retazos de malla y un disco metálico curvado que descansaba entre los dos cuernos para proteger la parte alta de la cabeza. Llevaba el largo cabello negro recogido en una cola.

Eragon sintió que sus labios se tensaban en una mueca de odio; tuvo que esforzarse para no desenfundar a Zar’roc y atacar. Sin embargo, a su pesar, no pudo sino admirar el coraje mostrado por el úrgalo para enfrentarse a todo un ejército enemigo, solo y sin armas. Para su sorpresa, encontró la mente del úrgalo fuertemente protegida.

Cuando el úrgalo se detuvo ante los aleros del pabellón, sin atreverse a acercarse más, Nasuada hizo que los guardias reclamaran silencio a gritos para acallar a la muchedumbre. Todos miraban al úrgalo, preguntándose qué haría a continuación.

El úrgalo alzó su abultado brazo al cielo, dio una profunda bocanada y luego abrió las fauces y dirigió un rugido a Nasuada. En un instante, un bosque de espadas apuntó al kull, pero éste no les prestó atención y siguió ululando hasta vaciar los pulmones. Luego miró a Nasuada, ignorando a los cientos de personas que, obviamente, deseaban matarlo, y gruñó con un acento gutural y espeso:

—¿Qué es esta traición, señora, Acosadora de la Noche? Se me prometió un paso a salvo. ¿Tan fácil resulta a los humanos incumplir su palabra?

Uno de los comandantes se inclinó hacia Nasuada y dijo:

—Déjanos castigarlo, señora, por su insolencia. Cuando le hayamos enseñado lo que significa el respeto, podrás escuchar su mensaje, sea cual fuere.

Eragon quería permanecer en silencio, pero conocía sus obligaciones hacia Nasuada y los vardenos, de modo que se agachó y habló al oído a Nasuada:

—No lo tomes como una ofensa. Así saludan a sus grandes líderes guerreros. A continuación, la respuesta adecuada consiste en entrechocar las cabezas, aunque no creo que quieras intentarlo.

—¿Eso te lo enseñaron los elfos? —murmuró ella, sin quitarle los ojos de encima al kull.

—Sí.

—¿Qué más te enseñaron sobre los kull?

—Muchas cosas —admitió con reticencia.

Entonces Nasuada se dirigió al kull, pero también a los hombres que quedaban tras él.

—Los vardenos no son mentirosos como Galbatorix y el Imperio. Habla; no has de temer ningún peligro mientras estemos reunidos bajo tregua.

El úrgalo gruñó y levantó aun más la huesuda barbilla, mostrando el cuello; Eragon lo reconoció como una señal amistosa. Entre los suyos, bajar la cabeza era una amenaza, pues significaba que el úrgalo se disponía a atacarte con los cuernos.

—Soy Nar Garzhvog, de la tribu de Bolvek. Te hablo en nombre de mi gente. —Parecía que masticara cada palabra antes de escupirla—. Los úrgalos son más odiados que cualquier otra raza. Los elfos, los enanos y los humanos nos dan caza, nos queman y nos sacan de nuestras guaridas.

—No les faltan buenas razones —señaló Nasuada.

Garzhvog asintió.

—No les faltan. A nuestra gente le encanta la guerra. Sin embargo, a menudo nos atacáis simplemente porque nos encontráis feos, igual que nos lo parecéis vosotros. Desde la Caída de los Jinetes hemos crecido. Ahora nuestras tribus son abundantes y la tierra dura en que vivimos ya no basta para alimentarnos.

—Por eso hicisteis un pacto con Galbatorix.

—Sí, Acosadora de la Noche. Nos prometió buenas tierras si matábamos a sus enemigos. Pero nos engañó. Su chamán de cabellos ardientes, Durza, forzó las mentes de nuestros líderes guerreros y obligó a nuestras tribus a trabajar juntas, en contra de nuestra costumbre. Cuando descubrimos eso en la montaña hueca de los enanos, las Herndall, las hembras que nos gobiernan, enviaron a mi hermana de cuna a preguntar a Galbatorix por qué nos utilizaba de ese modo.

—Garzhvog agitó su pesada cabeza—. Ella no regresó. Nuestros mejores carneros murieron por Galbatorix, y luego nos abandonó como si fuéramos espadas rotas. Es un drajl, tiene lengua de serpiente, es un traidor sin cuernos. Acosadora de la Noche, ahora somos menos, pero lucharemos a tu lado si nos dejas.

—¿A qué precio? —preguntó Nasuada—. Vuestras Herndall querrán algo a cambio.

—Sangre. La sangre de Galbatorix. Y si cae el Imperio, pedimos que nos des tierras; tierras para alimentarnos y para crecer, tierras para evitar más batallas en el futuro.

Eragon adivinó la decisión de Nasuada por la expresión de su cara antes de que hablara. Al parecer también lo hizo Jörmundur, pues se inclinó hacia ella y dijo en voz baja:

—Nasuada, no puedes hacer esto. Va contra nuestra naturaleza.

—Nuestra naturaleza no puede ayudarnos a derrotar al Imperio. Necesitamos aliados.

—Los hombres desertarán antes de luchar con los úrgalos.

—Eso tiene arreglo. Eragon, ¿mantendrán su palabra?

—Sólo mientras tengamos un enemigo común.

Tras un brusco asentimiento, Nasuada alzó la voz de nuevo:

—Muy bien, Nar Garzhvog. Tú y vuestros guerreros podéis acampar en el flanco este de nuestro ejército, lejos del cuerpo central, y ya discutiremos los términos de nuestro acuerdo.

—Ahgrat ukmar —rugió el kull, golpeándose la frente con los puños—. Eres una Herndall sabia, Acosadora de la Noche.

—¿Por qué me llamas así?

—¿Herndall?

—No, Acosadora.

Garzhvog emitió un ruc–ruc en la garganta, y Eragon lo interpretó como una risa.

—Acosador de la Noche es el nombre que dimos a tu padre por su manera de darnos caza en los túneles oscuros debajo de la montaña de los enanos y por el color de su pelo. Como descendiente suyo, mereces el mismo nombre.

Tras decir eso, se volvió y abandonó el campamento a grandes zancadas.

Nasuada se puso en pie y proclamó:

—Quien ataque a los úrgalos será castigado como si atacara a un humano. Aseguraos de que eso se anuncie en todas las compañías.

En cuanto hubo terminado, Eragon vio que el rey Orrin se acercaba con pasos rápidos, con la capa revoloteando a su alrededor. Cuando se hubo acercado lo suficiente, exclamó:

—¡Nasuada! ¿Es cierto que te has reunido con un úrgalo? ¿Qué significa eso? ¿Y por qué no me has avisado antes? No pienso…

Lo interrumpió un centinela que apareció entre las hileras de tiendas grises gritando:

—¡Se acerca un jinete del Imperio!

El rey Orrin olvidó la discusión al instante y se unió a Nasuada mientras ésta se apresuraba para llegar a la vanguardia de su ejército, seguida por al menos un centenar de personas. En vez de quedarse entre la muchedumbre, Eragon montó en Saphira y dejó que ella lo llevara a su destino.

Cuando Saphira se detuvo entre los muros, trincheras e hileras de estacas afiladas que protegían el frente de los vardenos, Eragon vio a un soldado solitario que cabalgaba a velocidad de furia para cruzar la tierra de nadie. Por encima de él, las aves rapaces volaban bajo para descubrir si había llegado ya el primer plato de su banquete.

El soldado tiró de las riendas de su semental negro a unos treinta metros del parapeto, manteniendo la mayor distancia posible entre él y los vardenos. Luego gritó:

—Al rechazar los generosos términos de rendición que os propone Galbatorix, habéis escogido la muerte como destino. No negociaremos más. ¡La mano amiga se ha convertido en puño de guerra! Si alguno de vosotros aún siente respeto por vuestro legítimo soberano, el sabio y omnipotente rey Galbatorix, que huya. Nadie debe interponerse ante nosotros cuando avancemos para limpiar Alagaësia de todos los bellacos, traidores y subversivos. Y aunque duela a nuestro señor, pues él sabe que muchas de estas rebeliones son instigadas por amargos y equivocados líderes, castigaremos el ilegítimo territorio conocido como Surda y lo devolveremos al benevolente mando del rey Galbatorix, que se sacrifica día y noche por el bien de su pueblo. Huid entonces, os digo, o sufrid la condena de vuestro heraldo.

Tras eso el soldado desató un saco de lienzo y mostró una cabeza cortada. La lanzó al aire y la vio caer entre los vardenos. Luego dio la vuelta al semental, clavó las espuelas y galopó de regreso hacia la inmensa masa oscura del ejército de Galbatorix.

—¿Lo mato? —preguntó Eragon.

Nasuada negó con la cabeza.

—Pronto tendremos nuestra ración. Respetaré la inviolabilidad de los mensajeros, aunque no lo haya hecho el Imperio.

—Como tú…

Soltó un grito de sorpresa y se agarró al cuello de Saphira para no caerse mientras ella caminaba hacia atrás sobre el terraplén y plantaba las zarpas delanteras en la orilla castaña. Saphira abrió las fauces y soltó un rugido largo y profundo, muy parecido al de Garzhvog, aunque éste era un desafío a los enemigos, una advertencia de la ira que habían provocado y una llamada de clarín a cuantos odiaran a Galbatorix.

El sonido de su voz rugiente asustó tanto al semental que se desvió a la derecha, resbaló sobre la tierra caliente y cayó de costado. El soldado cayó más allá y aterrizó en un agujero de fuego que manaba en ese instante. Soltó un solo grito tan horrible que a Eragon se le erizó el cuero cabelludo. Luego guardó silencio para siempre.

Los pájaros empezaron a descender.

Los vardenos vitorearon el logro de Saphira. Hasta Nasuada se permitió una leve sonrisa. Luego dio una palmada y dijo:

—Creo que atacarán al amanecer. Eragon, reúne a Du Vrangr Gata y preparaos para la acción. Dentro de una hora tendré órdenes para vosotros. —Tomó a Orrin por el hombro y lo guió de vuelta hacia el centro del campamento, al tiempo que le decía—: Señor, hemos de tomar algunas decisiones. Tengo un plan, pero hará falta…

—Que vengan —dijo Saphira. Agitó la punta de la cola como un gato que acechara a una liebre—. Se quemarán todos.