Desde allí, les costó casi una hora encontrar la tienda de Trianna, que aparentemente servía de cuartel extraoficial para el Du Vrangr Gata. Les resultó difícil encontrarla porque poca gente sabía de su existencia, y aún eran menos los que podían decir dónde estaba, pues la tienda quedaba escondida tras el saledizo de una roca que la escondía de los magos del ejército enemigo de Galbatorix.
Cuando Eragon y Saphira se acercaron a la tienda negra, la entrada se abrió bruscamente y Trianna salió de golpe, con los brazos desnudos hasta el codo, lista para usar la magia. Tras ella se apiñaba un grupo de hechiceros decididos, aunque asustados, a muchos de los cuales había visto Eragon durante la batalla de Farthen Dûr, ya fuera peleando o curando a los heridos.
Eragon miró a Trianna, y los demás reaccionaron con la sorpresa, ya esperada, que les producían las alteraciones de su aspecto físico. Trianna bajó los brazos y dijo:
—Asesino de Sombra, Saphira. Tendríais que habernos avisado antes de vuestra llegada. Nos estábamos preparando para enfrentarnos a lo que parecía ser un enemigo poderoso.
—No quería molestaros —dijo Eragon—, pero teníamos que presentarnos ante Nasuada y el rey Orrin nada más aterrizar.
—¿Y por qué nos honras ahora con tu presencia? Nunca te habías dignado visitarnos, a nosotros que somos más hermanos tuyos que nadie entre los vardenos.
—He venido a asumir el mando de Du Vrangr Gata.
Los hechiceros allí reunidos murmuraron de sorpresa ante el anuncio, y Trianna se puso tensa. Eragon notó que varios magos tanteaban su conciencia con la intención de adivinar sus verdaderas intenciones. En vez de protegerse —lo cual le hubiera impedido divisar cualquier ataque inminente—, Eragon contraatacó golpeando las mentes de los aspirantes a invasores con tal fuerza que se retiraron tras sus barreras. Al hacerlo, Eragon tuvo la satisfacción de ver que dos hombres y una mujer daban un respingo y desviaban la mirada.
—¿Por orden de quién? —quiso saber Trianna.
—De Nasuada.
—Ah —dijo la bruja con una sonrisa triunfal—, pero Nasuada no tiene ninguna autoridad directa sobre nosotros. Ayudamos a los vardenos por nuestra propia voluntad.
Su resistencia desconcertó a Eragon.
—Estoy seguro de que a Nasuada le sorprendería oír eso, después de todo lo que ella y su padre han hecho por Du Vrangr Gata. Podría llevarse la impresión de que ya no queréis el apoyo y la protección de los vardenos. —Dejó que la amenaza quedara suspendida en el aire—. Además, creo recordar que os habíais ofrecido a concederme ese cargo en algún momento. ¿Por qué no ahora?
Trianna enarcó una ceja.
—Rechazaste mi oferta, Asesino de Sombra… ¿O ya lo has olvidado?
Pese a su contención, un tono defensivo tiñó la respuesta, y Eragon sospechó que se daba cuenta de que su postura era insostenible. Le parecía más madura que en su último encuentro, y tuvo que recordarse las penurias que debía de haber pasado desde entonces: la marcha por Alagaësia hasta Surda, la supervisión de los magos de Du Vrangr Gata y los preparativos para la guerra.
—Entonces no podíamos aceptarlo. No era el momento.
Ella cambió de tono abruptamente y preguntó:
—En cualquier caso, ¿por qué cree Nasuada que debes mandarnos tú? Sin duda, Saphira y tú seríais más útiles en otro lugar.
—Nasuada quiere que comande a Du Vrangr Gata en la batalla, y así lo haré. —A Eragon le pareció mejor no mencionar que la idea había sido suya.
Trianna frunció el ceño y adoptó una apariencia feroz. Señaló al grupo de hechiceros que había tras ella.
—Hemos dedicado nuestras vidas al estudio de nuestro arte. Tú llevas menos de dos años practicando los hechizos. ¿Qué te hace más merecedor que cualquiera de nosotros?… No importa. Dime, ¿cuál es tu estrategia? ¿Cómo planeas utilizarnos?
—Mi plan es sencillo —contestó—. Todos vosotros juntaréis vuestras mentes y buscaréis a los hechiceros enemigos. Cuando encontréis alguno, sumaré mis fuerzas, y entre todos aplastaremos su resistencia. Luego podemos destrozar a las tropas que hasta entonces estuvieran protegidas por sus defensas.
—¿Y qué harás tú el resto del tiempo?
—Pelear al lado de Saphira.
Tras un tenso silencio, uno de los hombres que seguían detrás de Trianna dijo:
—Es un buen plan.
Cuando Trianna le dirigió una mirada de rabia, se echó a temblar. Ella volvió a encararse a Eragon.
—Desde que murieron los gemelos, he dirigido Du Vrangr Gata. Bajo mi guía, ellos han aportado los medios para financiar los costes de la guerra a los vardenos, han descubierto a la Mano Negra, la red de espías de Galbatorix que intentó asesinar a Nasuada, y han prestado innumerables servicios. No me vanaglorio al decir que no son logros menores. Y estoy segura de que puedo seguir ofreciéndolos… Entonces, ¿por qué quiere deponerme Nasuada? ¿En qué la he disgustado?
Entonces Eragon lo vio todo claro. Se ha acostumbrado al poder y no quiere cederlo. Pero, además, interpreta su sustitución como una crítica a su liderazgo.
Tienes que resolver esta discusión y has de hacerlo rápido —dijo Saphira—. Cada vez nos queda menos tiempo.
Eragon se devanó los sesos para encontrar una manera de establecer su autoridad sobre Du Vrangr Gata sin enajenar aun más a Trianna. Al fin dijo:
—No he venido a crear problemas. He venido a pediros ayuda. —Se dirigía a toda la congregación, pero miraba sólo a la bruja—. Soy fuerte, sí. Saphira y yo podríamos derrotar probablemente a cualquier cantidad de magos aficionados de Galbatorix. Pero no podemos proteger a todos los vardenos. No podemos estar en todas partes. Y si los magos guerreros del Imperio unen sus fuerzas contra nosotros, nos veremos en dificultades para sobrevivir… No podemos librar solos esta batalla. Tienes mucha razón, Trianna: lo has hecho muy bien con Du Vrangr Gata, y yo no he venido a usurpar tu autoridad. Lo que pasa es que, como mago, necesito trabajar con Du Vrangr Gata y, como Jinete, tal vez necesite daros órdenes, y he de saber que serán obedecidas sin dudar. Ha de establecerse una jerarquía de mando. Dicho eso, mantendréis la mayor parte de vuestra autonomía. Casi todo el tiempo estaré demasiado ocupado para centrar mi atención en Du Vrangr Gata. Tampoco pretendo ignorar vuestros consejos, pues soy consciente de que tenéis mucha más experiencia que yo… De modo que os lo vuelvo a preguntar: ¿me vais a ayudar por el bien de los vardenos?
Trianna hizo una pausa y luego una reverencia.
—Por supuesto, Asesino de Sombra… Por el bien de los vardenos. Será un honor que dirijas Du Vrangr Gata.
—Pues empecemos.
Durante las siguientes horas, Eragon habló con cada uno de los magos allí reunidos, aunque había muchos ausentes, ocupados con alguna tarea para ayudar a los vardenos. Hizo cuanto pudo por ponerse al tanto de su conocimiento de la magia. Descubrió que la mayoría de los miembros de Du Vrangr Gata se habían iniciado en su arte por algún pariente, y a menudo en absoluto secreto para no atraer la atención de quienes temían la magia y, por supuesto, del propio Galbatorix. Sólo un puñado de ellos habían realizado un aprendizaje adecuado. En consecuencia, la mayoría de los hechiceros sabía poco del idioma antiguo —ninguno de ellos podía hablarlo con soltura—, sus creencias sobre la magia se veían a menudo distorsionadas por supersticiones religiosas e ignoraban numerosas aplicaciones de la gramática.
No me extraña que los gemelos estuvieran tan desesperados por sonsacarte el vocabulario del idioma antiguo cuando te pusieron a prueba en Farthen Dûr —observó Saphira—. Con eso hubieran conquistado fácilmente a estos magos menores.
Pero son lo único que tenemos.
Cierto. Espero que ahora te des cuenta de que yo tenía razón acerca de Trianna. Ella pone sus deseos por delante del bien común.
Tenías razón —concedió—. Pero no la condeno por ello. Trianna se ocupa del mundo tan bien como es capaz, como hacemos todos. Yo lo comprendo, aunque no lo apruebe, y la comprensión, como dijo Oromis, provoca empatía.
Algo más de una tercera parte de los hechiceros estaba especializada en curaciones. Eragon los alejó de allí tras darles cinco hechizos nuevos para que los recordaran, encantos que les permitirían tratar una gran variedad de heridas. Luego trabajó con los demás hechiceros para establecer una jerarquía de mando clara: nombró a Trianna su lugarteniente y le encargó asegurarse de que se transmitieran sus órdenes y de fundir la diversidad de sus personalidades en una unidad de batalla cohesionada. Intentar convencer a los magos para que cooperasen, descubrió, era como pedir que una jauría de perros compartiera un hueso. Tampoco ayudaba el hecho de que estuvieran asombrados por él, pues no encontraba el modo de usar su influencia para suavizar las relaciones de los magos que competían entre sí.
Para hacerse una más clara idea de su grado de eficacia, Eragon les mandó lanzar una serie de hechizos. Mientras los veía luchar con unos embrujos que ahora a él le resultaban fáciles, Eragon se dio cuenta de hasta dónde habían avanzado sus propios poderes. Se maravilló y dijo a Saphira: Y pensar que en otros tiempos me costaba sostener un guijarro en el aire.
Y pensar —replicó ella— que Galbatorix ha dispuesto de más de un siglo para afinar su talento.
El sol descendía por el oeste, intensificando así la anaranjada fermentación de la luz hasta que el campamento de los vardenos, el lívido río Jiet y la totalidad de los Llanos Ardientes brillaron bajo la loca y marmórea refulgencia, como si fuera un paisaje del sueño de un lunático. El sol se alzaba ya poco menos de un dedo sobre el horizonte cuando llegó un mensajero a la tienda. Anunció a Eragon que Nasuada ordenaba que se presentara ante ella de inmediato.
—Y creo que será mejor que te apures, Asesino de Sombra, si no te importa que lo diga.
Tras obtener la promesa de Du Vrangr Gata de que estarían listos y bien dispuestos cuando les pidiera su ayuda, Eragon corrió con Saphira entre las hileras de tiendas grises hacia el pabellón de Nasuada. Un brusco tumulto en las alturas obligó a Eragon a apartar los ojos del suelo traicionero y desviarlos hacia arriba.
Lo que vio fue una bandada gigantesca de pájaros que revoloteaban entre los dos ejércitos. Distinguió águilas, gavilanes y halcones, junto con una incontable cantidad de grajos glotones, así como sus primos mayores, los cuervos rapaces, con sus picos como dagas, sus espaldas azuladas. Cada pájaro graznaba pidiendo sangre para mojarse la garganta y carne para llenar el estómago y saciar el hambre. Por experiencia y por instinto, sabían que cuando aparecían los ejércitos en Alagaësia, podían contar con hectáreas enteras llenas de carroña para darse un banquete.
Llegan las nubes de guerra, observó Eragon.