____ 09 ____

Esa misma tarde, cuando Eragon regresaba a su cuarto después de darse un baño, le sorprendió encontrarse a una mujer alta que lo esperaba en el vestíbulo. Tenía el cabello oscuro, unos asombrosos ojos azules y una expresión irónica en la boca. En torno a la muñeca llevaba un brazalete de oro con forma de serpiente sibilante. Eragon deseó que no hubiera acudido en busca de consejo, como hacían tantos de los vardenos.

—Argetlam —lo saludó con elegancia.

Él devolvió el saludo inclinando la cabeza.

—¿Puedo ayudarte en algo?

—Espero que sí. Soy Trianna, la bruja de Du Vrangr Gata.

—¿De verdad? ¿Una bruja? —preguntó, intrigado.

—Y maga de la guerra y espía y cualquier otra cosa que los vardenos consideren necesaria. Como no hay suficientes conocedores de la magia, terminamos todos con media docena de tareas distintas. —Al sonreír, mostró una dentadura blanca y recta—. Por eso he venido. Sería un honor que te ocuparas de nuestro grupo. Eres el único que puede reemplazar a los gemelos.

Casi sin darse cuenta, Eragon le devolvió la sonrisa. Era tan amistosa y encantadora, que le costaba decir que no.

—Me temo que no puedo. Saphira y yo nos iremos pronto de Tronjheim. Además, en cualquier caso, tendría que consultarlo antes con Nasuada.

«Y no quiero involucrarme en más cuestiones políticas… Y menos todavía en el terreno que antes dominaban los gemelos.»

Trianna se mordió los labios.

—Lamento oír eso. —Se acercó un paso más—. Tal vez podamos pasar juntos un rato antes de que te vayas. Podría enseñarte cómo invocar espíritus y controlarlos. Sería un buen «aprendizaje» para los dos.

Eragon notó que un sofoco le calentaba la cara.

—Agradezco la propuesta, pero la verdad es que en estos momentos estoy demasiado ocupado.

Una centella de rabia brilló en los ojos de Trianna y luego se desvaneció tan rápido que Eragon se preguntó si había llegado a verla de verdad. Ella suspiró con delicadeza:

—Lo entiendo.

Parecía tan decepcionada —y tenía un aspecto tan triste— que Eragon se sintió culpable por haberla rechazado. «Tampoco va a pasar nada por hablar con ella unos minutos», se dijo.

—Por curiosidad, ¿cómo aprendiste magia?

Trianna se animó.

—Mi madre era una sanadora de Surda. Tenía algo de poder y logró instruirme en las costumbres antiguas. Por supuesto, no soy ni mucho menos tan poderosa como un Jinete. Nadie de Du Vrangr Gata podría haber vencido a Durza sin ayuda, como hiciste tú. Eso fue una heroicidad.

Avergonzado, Eragon arrastró las botas por el suelo.

—Si no llega a ser por Arya, no habría sobrevivido.

—Eres demasiado modesto, Argetlam —lo regañó—. Fuiste tú quien dio el golpe final. Deberías estar orgulloso de tu logro. Es una gesta digna del mismísimo Vrael. —Se acercó a él. El corazón de Eragon se aceleró al oler su perfume, que era intenso y almizclado, con un toque de especias exóticas—. ¿Has oído las canciones que han compuesto sobre ti? Los vardenos las cantan cada noche en torno a las fogatas. ¡Dicen que has venido a arrebatarle el trono a Galbatorix!

—No —contestó Eragon, rápido y abrupto. No pensaba tolerar ese rumor—. Ellos pueden decir lo que quieran, pero yo no. Sea cual sea mi destino, no aspiro a mandar.

—Y es muy sabio por tu parte. Al fin y al cabo, qué es un rey, sino un hombre aprisionado por sus deberes. Eso, sin duda, sería una pobre recompensa para el último Jinete libre y su dragona. No, a ti te corresponde la habilidad de hacer lo que desees y, por extensión, dar forma al futuro de Alagaësia. —Hizo una pausa—. ¿Te queda algo de familia en el Imperio?

«¿Qué?»

—Sólo un primo.

—Entonces, no estás prometido.

La pregunta lo pilló con la guardia baja. Nunca se lo habían preguntado hasta entonces.

—No, no estoy prometido.

—Pero seguro que hay alguien que te importa.

Se acercó un paso más, y las cintas de su manga rozaron el brazo de Eragon.

—No tenía ninguna relación de compromiso en Carvahall —titubeó— y desde entonces no he hecho más que viajar.

Trianna dio un paso atrás y luego alzó la muñeca para que la serpiente quedara a la altura de sus ojos.

—¿Te gusta? —preguntó. Eragon pestañeó y asintió, aunque en realidad estaba un poco desconcertado—. La llamo Lorga. Es mi familiar y mi protectora. —Se inclinó hacia delante, sopló hacia el brazalete y murmuró—: Sé orúm thornessa hávr sharjalví lífs.

Con un chasquido seco, la serpiente se agitó y cobró vida. Eragon la miró fascinado, mientras la criatura se retorcía en torno al pálido brazo de Trianna y luego se alzaba para clavar en él sus ojos mareantes, mientras metía y sacaba la lengua bífida. Los ojos parecían expandirse hasta alcanzar cada uno el tamaño de un puño de Eragon. Éste se sentía como si fuera a caer en sus fogosas profundidades; por mucho que lo intentara, no podía desviar la mirada.

Luego, tras una breve orden, la serpiente se volvió rígida y recuperó su posición anterior. Con un suspiro de cansancio, Trianna se apoyó en la pared.

—No todo el mundo entiende lo que hacemos los magos. Pero quería que supieras que hay otros como tú y que estamos dispuestos a ayudarte si hace falta.

Respondiendo a un impulso, Eragon apoyó una mano en la de Trianna. Nunca había intentado acercarse de ese modo a una mujer, pero lo impulsaba el instinto y le daba valor para arriesgarse. Le provocaba temor y excitación.

—Si quieres, podemos ir a comer. No muy lejos de aquí hay una cocina.

Ella apoyó su otra mano encima de la suya, con unos dedos suaves y fríos, muy distintos de los contactos rudos a los que estaba acostumbrado.

—Me encantaría. ¿Vamos…?

Trianna dio un trompicón hacia delante al abrirse la puerta que tenía detrás. La bruja se dio la vuelta y no pudo más que soltar un grito al encontrarse cara a cara con Saphira. Ésta permaneció inmóvil, salvo por un labio que se alzó lentamente para mostrar una línea de dientes serrados. Entonces, rugió. Fue un rugido asombroso, intensamente cargado de burla y amenazas, que osciló arriba y abajo en la sala durante más de un minuto. Oírlo era como soportar una virulenta bronca cargada de ira.

Eragon no dejó de fulminarla con la mirada.

Cuando terminó, Trianna se agarraba el vestido con los dos puños, retorciendo la tela. Tenía la cara blanca y asustada. Saludó a Saphira con una rápida inclinación de cabeza y luego, con un movimiento apenas controlado, se dio la vuelta y salió corriendo. Actuando como si nada hubiera ocurrido, Saphira levantó una pierna y se lamió la zarpa. Era casi imposible abrir la puerta, soltó.

Eragon ya no pudo contenerse más. ¿Por qué has hecho eso? ¡No tenías ninguna razón para entrometerte!

Necesitabas mi ayuda, contestó Saphira, imperturbable.

Si necesitara tu ayuda, te hubiera llamado.

No me grites —contestó bruscamente la dragona, entrechocando las mandíbulas. Eragon notó que sus emociones estaban sometidas al mismo bullicio que las suyas—. No permitiré que se te acerque una cualquiera como ésa, más interesada en Eragon como Jinete que en ti como persona.

No era una cualquiera —rugió Eragon. Llevado por la frustración, golpeó la pared—. Ahora soy un hombre, Saphira, no un eremita. No puedes pretender que ignore… Que ignore a una mujer sólo por ser quien soy. Y en cualquier caso, no eres tú quien debe tomar esa decisión. Por lo menos, podía haber disfrutado de una buena conversación con ella, en vez de todas las tragedias que hemos vivido últimamente. Conoces lo suficiente mi mente para entender cómo me siento. ¿Por qué no podías dejarme en paz? ¿Qué hacía de malo?

No lo entiendes. Saphira evitó mirarlo a los ojos.

¿Que no lo entiendo? ¿Vas a impedir que tenga una esposa e hijos? ¿Y qué pasa con la familia?

Eragon. —Al fin lo miró con uno de sus grandes ojos—. Estamos unidos íntimamente.

¡Evidentemente!

Y si mantienes una relación, con mi bendición o sin ella, y te… comprometes… con alguien, mis sentimientos también quedarán comprometidos. Deberías saberlo. Por lo tanto —te aviso una sola vez—, ten mucho cuidado de a quién escoges, porque tu elección nos involucrará a los dos.

Eragon repasó sus palabras brevemente. El lazo funciona en los dos sentidos, de todos modos. Si tú odias a alguien, me influirá a mí del mismo modo. Entiendo que te preocuparas. Entonces, ¿no era sólo por celos?

Ella volvió a lamerse la zarpa. Tal vez un poco sí.

Ahora era Eragon el que rugía. Pasó volando junto a la dragona, cogió a Zar’roc y se fue, indignado, mientras se la ataba al cinto.

Pasó horas deambulando por Tronjheim y evitando el contacto con la gente. Lo que había ocurrido le dolía, aunque no podía negar la veracidad de las palabras de Saphira. De todos los asuntos que compartían, aquél era el más delicado y el que más los ponía en desacuerdo. Aquella noche —por primera vez desde que lo capturaran en Gil’ead— durmió lejos de Saphira, en una de las barracas de los enanos.

A la mañana siguiente, Eragon volvió a sus aposentos. Por un acuerdo tácito, él y Saphira evitaron hablar de lo que había ocurrido; no tenía sentido discutir cuando ninguna de las dos partes estaba dispuesta a ceder. Además, los dos estaban tan aliviados por el reencuentro que no querían poner en peligro de nuevo su amistad.

Estaban comiendo —Saphira desgarraba una pierna ensangrentada— cuando apareció Jarsha al trote. Igual que la vez anterior, se quedó mirando a Saphira con los ojos bien abiertos y siguiendo sus movimientos mientras ella mordisqueaba un extremo del hueso de la pierna.

—¿Sí? —preguntó Eragon.

Se limpió la barbilla y se preguntó si el Consejo de Ancianos lo enviaba en su busca. No había vuelto a saber de ellos desde el funeral.

Jarsha logró apartar de Saphira la mirada el tiempo suficiente para decir:

—Nasuada quiere verlo, señor. Lo espera en el estudio de su padre.

¡Señor! Eragon casi se echa a reír. Apenas un rato antes, era él quien daba ese trato a los demás. Miró a Saphira.

—¿Has terminado, o hemos de esperar unos minutos más?

Saphira puso los ojos en blanco, se echó lo que quedaba de carne a la boca y partió el hueso con un fuerte crujido. Ya estoy.

—Vale —dijo Eragon, mientras se ponía de pie—. Puedes irte, Jarsha. Conocemos el camino.

Les costó casi media hora llegar al estudio, dado el tamaño de la ciudad–montaña. Igual que ocurría durante el mandato de Ajihad, había una guardia ante la puerta; pero ahora no se trataba de dos hombres, sino de un batallón entero de guerreros curtidos en muchas batallas y atentos a la menor señal de peligro. Parecía evidente que estaban dispuestos a sacrificarse para proteger a su nueva líder de cualquier ataque o emboscada. Aunque aquellos hombres no podían dejar de reconocer a Eragon y Saphira, cerraron el paso mientras alguien avisaba a Nasuada de la llegada de los visitantes. Sólo entonces se les permitió entrar.

Eragon notó de inmediato un cambio: un jarrón de flores en el estudio. Los pequeños capullos violetas eran discretos, pero llenaban el aire de una cálida fragancia que provocó en Eragon la evocación de moras recién cogidas en verano y campos segados que se bronceaban al sol. Inspiró y apreció la habilidad con que Nasuada había reafirmado su personalidad sin anular el recuerdo de Ajihad.

Ella estaba sentada tras el amplio escritorio, todavía cubierta con la capa negra de luto. Cuando Eragon se sentó, con Saphira a su lado, Nasuada dijo:

—Eragon. —Era una simple aseveración, carente de cariño o de hostilidad. Se volvió un momento y luego se concentró en él con una mirada fría e intensa—. He pasado los últimos días revisando el estado actual de los asuntos de los vardenos. Ha sido una actividad lúgubre. Somos pobres, estamos demasiado diseminados, tenemos pocas provisiones y son pocos los reclutas del Imperio que se suman a nosotros. Quiero cambiar eso.

»Los enanos no pueden seguir apoyándonos mucho tiempo porque ha sido un pésimo año para el campo y han sufrido pérdidas. Teniendo eso en cuenta, he decidido llevarme a los vardenos a Surda. Es una propuesta difícil, pero lo considero necesario para mantener la seguridad. Cuando estemos en Surda, al fin nos encontraremos cerca de enfrentarnos directamente al Imperio.

Hasta Saphira se agitó por la sorpresa.

¡Cuánto trabajo daría eso! —dijo Eragon—. Podría costar meses llevar todas las propiedades a Surda, por no mencionar a la gente. Y probablemente serían atacados en el camino.

—Creía que el rey Orrin no se atrevía a enfrentarse abiertamente a Galbatorix —protestó.

Nasuada le dedicó una amarga sonrisa.

—Su postura ha cambiado desde que derrotamos a los úrgalos. Nos dará refugio y alimento y luchará a nuestro lado. Ya hay muchos vardenos en Surda, sobre todo mujeres y niños que no saben pelear, ni quieren. También ellos nos darán apoyo, y si no, les retiraré el nombre.

—¿Cómo —preguntó Eragon— has conseguido comunicarte tan rápido con el rey Orrin?

—Los enanos tienen un sistema de espejos y antorchas que les permite enviar mensajes por los túneles. Pueden enviar un mensaje desde aquí hasta el límite este de las montañas Beor en menos de un día. Después los mensajeros lo llevan hasta Aberon, capital de Surda. Por rápido que parezca, ese método sigue siendo demasiado lento si tenemos en cuenta que Galbatorix puede sorprendernos con un ejército de úrgalos y que tardaríamos más de un día en saberlo. Quiero preparar algo que resulte más expeditivo entre los magos de Du Vrangr Gata y los de Hrothgar antes de irnos.

Nasuada abrió un cajón del escritorio y sacó un grueso pergamino.

—Los vardenos abandonarán Farthen Dûr este mismo mes. Hrothgar está de acuerdo en proporcionarnos un paso seguro a través de los túneles. Además, ha enviado una tropa a Orthíad para alejar a los últimos vestigios de úrgalos y sellar los túneles, de manera que nadie pueda volver a invadir a los enanos por esa ruta. Como eso podría no bastar para garantizar la supervivencia de los vardenos, tengo que pedirte un favor.

Eragon asintió. Esperaba una petición o una orden. Sólo podía haberlo convocado por esa razón.

—Me tienes a tus órdenes.

—Quizá. —Desvió la mirada hacia Saphira durante un segundo—. En cualquier caso, esto no es una orden, y quiero que lo pienses detenidamente antes de responder. Para contribuir a aumentar el apoyo a los vardenos, quisiera hacer correr la voz por todo el Imperio de que un nuevo Jinete, llamado Eragon Asesino de Sombra, se ha unido a nuestra causa con su dragona, Saphira. No obstante, quisiera contar con tu permiso.

Es demasiado peligroso, objetó Saphira.

De todos modos, nuestra presencia aquí llegará a oídos del Imperio —señaló Eragon—. Los vardenos querrán ufanarse de su victoria y de la muerte de Durza. Como va a ocurrir con o sin nuestra aprobación, deberíamos aceptarlo.

La dragona resopló levemente. Me preocupa Galbatorix. Hasta ahora no habíamos hecho públicas nuestras simpatías.

Nuestros actos han sido elocuentes.

Sí, pero incluso cuando Durza peleaba contigo en Tronjheim, no intentaba matarte. Si hacemos pública nuestra oposición al Imperio, Galbatorix no volverá a ser tan indulgente. A saber qué fuerzas o tramas habrá reservado mientras pretendía ganarse nuestro apoyo. Mientras sigamos siendo ambiguos, no sabrá qué hacer.

El tiempo para la ambigüedad ya ha pasado —afirmó Eragon—. Hemos luchado contra los úrgalos, hemos matado a Durza, y yo he jurado lealtad a la líder de los vardenos. No hay ninguna ambigüedad. No; con tu permiso, voy a aceptar su propuesta.

Saphira guardó silencio un largo rato y luego bajó la cabeza. Como quieras.

Eragon le apoyó una mano en el costado antes de volver a concentrarse en Nasuada y decir:

—Haz lo que te parezca oportuno. Si así es como mejor podemos ayudar a los vardenos, que así sea.

—Gracias. Sé que es mucho pedir. Ahora, como ya hablamos antes del funeral, espero que viajes a Ellesméra y completes tu formación.

—¿Con Arya?

—Por supuesto. Los elfos han rechazado el contacto con humanos y enanos desde que ella fue capturada. Arya es el único ser que puede convencerlos para que abandonen su aislamiento.

—¿No puede usar la magia para avisarles de que fue rescatada?

—No, por desgracia. Cuando los elfos se retiraron a Du Weldenvarden tras la caída de los Jinetes, dejaron guardas alrededor del bosque para impedir que cualquier pensamiento, objeto o ente entrara allí por medios arcanos, aunque no cerraron el camino de salida, si he entendido bien la explicación de Arya. Así, Arya debe visitar físicamente Du Weldenvarden para que la reina Islanzadí sepa que está viva, que Saphira y tú existís, y para que se entere de los muchos sucesos que han acontecido a los vardenos en estos últimos meses. —Nasuada le pasó el pergamino. Llevaba estampado un sello de cera—. Esto es una misiva para la reina Islanzadí, en la que le cuento la situación de los vardenos y mis planes al respecto. Cuídala con tu vida; podría causar muchos males si cae en manos equivocadas. Espero que después de todo lo que ha ocurrido, Islanzadí sienta suficiente bondad por nosotros para reanudar los lazos diplomáticos. Su ayuda podría marcar la diferencia entre la victoria y la derrota. Arya lo sabe y ha accedido a hablar en nuestro favor, pero quería que tú también conocieras la situación para que puedas aprovechar cualquier oportunidad que se presente.

Eragon se encajó el pergamino en el jubón.

—¿Cuándo salimos?

—Mañana por la mañana… Salvo que tengas algún otro plan.

—No.

—Bien. —Dio una palmada—. Has de saber que otra persona viajará con vosotros. —Eragon la miró sorprendido—. El rey Hrothgar ha insistido en que, en nombre de la justicia, debería haber un representante de los enanos en tu formación, puesto que también afecta a los suyos. Enviará contigo a Orik.

La primera reacción de Eragon fue irritarse. Saphira podía haber cargado con él y Arya volando hasta Du Weldenvarden, eliminando así semanas enteras de viaje innecesario. En cambio, no había modo de que cupieran tres pasajeros a espaldas de la dragona. La presencia de Orik los obligaría a ir por tierra.

Tras algo de reflexión, Eragon admitió que la propuesta de Hrothgar era sabia. Era importante que él y Saphira mantuvieran una apariencia de ecuanimidad al manejar los intereses de las diferentes razas. Sonrió.

—Ah, bueno, eso nos frenará un poco, pero supongo que debo contentar a Hrothgar. A decir verdad, me encanta que venga Orik. Cruzar Alagaësia sin otra compañía que Arya era una perspectiva desalentadora. Es…

Nasuada sonrió también.

—Es distinta.

—Sí. —Se puso serio de nuevo—. ¿De verdad piensas atacar al Imperio? Tú misma has dicho que los vardenos están debilitados. No parece la decisión más sabia. Si esperamos…

—Si esperamos —dijo ella con solemnidad—, Galbatorix será cada vez más fuerte. Desde que asesinaron a Morzan, es la primera vez que tenemos una mínima oportunidad de tomarlo por sorpresa. No tenía ninguna razón para sospechar que pudiéramos derrotar a los úrgalos, lo cual conseguimos gracias a ti, de modo que no habrá preparado el Imperio para defenderse de una invasión.

¡Invasión! —exclamó Saphira—. ¿Y cómo piensa matar a Galbatorix cuando salga volando para arrasar al ejército con su magia?

Nasuada meneó la cabeza en respuesta después de que Eragon le trasladara la pregunta.

—Por lo que sabemos de él, no luchará hasta que considere que Urû’baen está amenazada. A Galbatorix no le importa que destruyamos la mitad del Imperio mientras nos estemos acercando, en vez de alejarnos. Además, ¿por qué habría de preocuparse? Si conseguimos llegar hasta él, nuestras tropas serán acosadas y diezmadas, de modo que le resultará más fácil destruirnos.

—Aún no has contestado a la pregunta de Saphira.

—Porque aún no puedo hacerlo. Será una campaña larga. Cuando termine, tal vez tú tengas la fuerza suficiente para derrotar a Galbatorix, o quizá se nos hayan unido los elfos…; y sus hechiceros son los más fuertes de Alagaësia. Pase lo que pase, no podemos permitirnos la espera. Ha llegado el momento de apostar y atreverse a hacer lo que nadie nos cree capaces de lograr. Los vardenos llevan demasiado tiempo viviendo en las sombras: tenemos que desafiar a Galbatorix, o rendirnos y desaparecer.

El alcance de lo que sugería Nasuada inquietó a Eragon. Implicaba tantos riesgos, tantos peligros desconocidos, que casi resultaba absurdo plantearse semejante empeño. De todos modos, no le correspondía a él decidirlo, y lo aceptó. Tampoco pensaba discutirlo más adelante. Ahora hemos de confiar en su juicio.

—Pero ¿qué será de ti, Nasuada? ¿Estarás a salvo en mi ausencia? Debo pensar en mi juramento. Ahora, mi responsabilidad es asegurarme de que no tengas pronto tu propio funeral.

Nasuada apretó el mentón y señaló hacia la puerta y los soldados que permanecían tras ella.

—No temas nada, estoy suficientemente protegida. —Bajó la mirada—. He de admitir que… una razón para ir a Surda es que Orrin me conoce de hace tiempo y me ofrecerá su protección. No puedo entretenerme aquí si tú y Arya no estáis y el Consejo de Ancianos mantiene su poder. No me aceptarán como líder mientras no demuestre, más allá de cualquier duda, que soy yo quien controla a los vardenos, y no ellos.

Luego pareció recurrir a alguna energía interior y alzó los hombros y el mentón de tal modo que parecía distante y aislada.

—Vete ya, Eragon. Prepara tu caballo, reúne provisiones y preséntate en la puerta del norte al amanecer.

Él hizo una profunda reverencia, respetando aquel regreso a la formalidad, y luego se fue con Saphira.

Después de cenar, Eragon y Saphira salieron juntos a volar. Se alzaron sobre Tronjheim, entre los almenados carámbanos que pendían de las laderas de Farthen Dûr, formando una gran cinta blanca en torno a ellos. Pese a que faltaban aún algunas horas para el anochecer, dentro de la montaña ya todo estaba oscuro.

Eragon echó la cabeza atrás y saboreó el aire que le rozaba la cara. Echaba de menos el viento, aquel viento que podía correr entre la hierba y agitar las nubes hasta que todo quedaba fresco y alborotado. El viento que traía lluvia y tormentas y empujaba los árboles hasta lograr que se inclinaran. Ya puestos, también echo de menos los árboles —pensó—. Farthen Dûr es un lugar increíble, pero tiene menos plantas y animales que la tumba de Ajihad.

Saphira estaba de acuerdo. Parece que los enanos creen que las piedras preciosas ocupan el lugar de las flores. Guardó silencio mientras la luz se iba atenuando. Cuando oscureció tanto que Eragon ya no podía ver con claridad, la dragona dijo: Es tarde. Deberíamos regresar.

De acuerdo.

Descendió hacia el suelo trazando amplias e indolentes espirales para acercarse a Tronjheim, que brillaba como una almenara en el centro de Farthen Dûr. Todavía estaban lejos de la ciudad–montaña cuando Saphira ladeó la cabeza y dijo: Mira eso.

Eragon siguió su mirada, pero no alcanzó a ver más que la gris y anodina llanura que tenían debajo. ¿Qué?

En vez de contestar, inclinó las alas y se deslizó hacia la izquierda para descender hacia una de las cuatro carreteras radiales que salían de Tronjheim siguiendo los cuatro puntos cardinales. Al aterrizar, Eragon se fijó en una mancha blanca que se veía en una colina cercana. La mancha se agitó extrañamente en la penumbra, como una vela flotante, y luego se convirtió en Angela, vestida con una túnica clara de lana.

La bruja llevaba una cesta de mimbre de más de un metro de anchura con un asombroso surtido de setas, la mayoría irreconocibles para Eragon. Mientras ella se acercaba, él las señaló y dijo:

—¿Has estado recogiendo hongos?

—Hola —saludó Angela, riéndose mientras soltaba su carga—. Ah, no, hongos es un término demasiado genérico. —Los diseminó con una mano—. Éste es de mata de sulfuro, éste es un tintero, éste un ombliguillo, un escudo de enano, un pata rojilla, un anillo de sangre, y ese otro es un engaño con pintas. Maravilloso, ¿verdad?

Los iba señalando de uno en uno, y terminó en una seta en cuyo sombrero había salpicaduras de rosa, lavanda y amarillo.

—¿Y ésa? —preguntó Eragon, señalando una que tenía el pie azul relámpago, las laminillas de un naranja líquido y el sombrero de un negro lustroso.

Ella lo miró con cariño.

—Fricai Andlát, como dirían los elfos. El pedúnculo provoca la muerte inmediata, mientras que el sombrero puede curar la mayoría de envenenamientos. De ahí sale el néctar de Tunivor. Fricai Andlát sólo crece en cuevas de Du Weldenvarden y Farthen Dûr; aquí se moriría si los enanos echaran en otro lugar su estiércol.

Eragon volvió a mirar la colina y se dio cuenta de que era exactamente eso: una montaña de estiércol.

—Hola, Saphira —dijo Angela, pasando junto a Eragon para tocarle la nariz a la dragona. Saphira pestañeó y se mostró complacida, agitando la cola. Al mismo tiempo, Solembum apareció a la vista con una rata firmemente agarrada en la boca. Sin mover siquiera el bigote, el gato se instaló en el suelo y empezó a mordisquear el roedor, ignorando a los otros tres—. Bueno —prosiguió, al tiempo que retiraba un rizo de su enorme melena—, ¿os vais a Ellesméra? —Eragon asintió. No se molestó en preguntarle cómo lo había averiguado; al parecer, siempre se enteraba de todo lo que pasaba. Como Eragon guardaba silencio, ella lo regañó—: Bueno, no estés tan taciturno. ¡Tampoco es que vayan a ejecutarte!

—Ya lo sé.

—Pues sonríe. Si no van a ejecutarte, has de ser feliz. Estás más flácido que la rata de Solembum. «Flácido.» Qué maravillosa palabra, ¿no te parece?

Eso le arrancó una sonrisa, y Saphira soltó una carcajada desde las profundidades de su garganta.

—No estoy seguro de que sea tan maravillosa como tú crees, pero sí, entiendo lo que quieres decir.

—Me encanta que lo entiendas. Es bueno entender. —Con las cejas enarcadas, pasó una uña bajo una seta, le dio la vuelta y, mientras estudiaba sus laminillas, dijo—: Qué casualidad que nos hayamos encontrado esta noche, porque tú estás a punto de irte y yo… Yo acompañaré a los vardenos a Surda. Ya te dije en alguna ocasión que me gusta estar donde ocurren las cosas, y esta vez será allí.

Eragon sonrió más todavía.

—Bueno, entonces eso significa que vamos a tener un buen viaje. Si no, estarías con nosotros.

Angela se encogió de hombros y luego habló con seriedad.

—Ten cuidado en Du Weldenvarden. El hecho de que los elfos no muestren sus emociones no significa que no estén sujetos a iras y pasiones como el resto de los mortales. Lo que los vuelve más peligrosos, de todas formas, es esa capacidad que tienen para esconderlo, a veces durante años enteros.

—¿Has estado allí?

—Hace mucho tiempo.

Tras una pausa, Eragon preguntó:

—¿Qué opinas de los planes de Nasuada?

—Mmm… ¡Está condenada! ¡Tú estás condenado! ¡Están todos condenados! —Se echó a reír, doblándose por la mitad, y luego se estiró de golpe—. Date cuenta de que no he especificado qué clase de condena, así que, pase lo que pase, podré decir que lo predije. Qué lista soy. —Levantó de nuevo la cesta y se la apoyó en una cadera—. Supongo que no te voy a ver durante un tiempo, así que adiós, que tengas la mejor suerte; evita la col podrida, no te comas la cera de las orejas y sé siempre optimista.

Y se alejó tras un alegre guiño, dejando a Eragon pestañeando y perplejo.

Después de una apropiada pausa, Solembum recogió su cena y la siguió, siempre tan digno.