—¿Qué está haciendo él aquí? —exigió saber Sarene, de pie en la puerta de la cocina de Kiin. El idiota de Kaloo estaba sentado allí, vestido con una mezcla de rojos chillones y anaranjados. Hablaba animadamente con Kiin y Roial, y al parecer no había reparado en su llegada.
Lukel cerró la puerta tras ella y luego miró al dula con aparente disgusto. Su primo tenía fama de ser uno de los hombres más ingeniosos y pintorescos de Kae. La reputación de Kaloo, sin embargo, había eclipsado rápidamente incluso la de Lukel y relegado al joven mercader a la segunda plaza.
—Roial lo ha invitado por algún motivo —murmuró Lukel.
—¿Se ha vuelto loco? —preguntó Sarene, quizá más fuerte de lo que debía—. ¿Y si ese maldito dula es un espía?
—¿Un espía de quién? —preguntó Kaloo alegremente—. No creo que vuestro pomposo rey tenga la sagacidad política de contratar espías… y puedo asegurarte que, no importa cuánto te exaspere, princesa, molesto aún más a los fjordell. Ese gyorn preferiría apuñalarse él mismo en el pecho antes de pagarme a cambio de información.
Sarene se ruborizó, un hecho que sólo provocó que Kaloo soltara otra carcajada.
—Creo, Sarene, que las opiniones del ciudadano Kaloo te resultarán de ayuda —dijo Roial—. Este hombre ve las cosas de modo distinto a los arelenos, y también tiene una opinión fresca de los acontecimientos de Kae. Creo recordar que tú misma usaste un argumento similar cuando te uniste a nosotros por primera vez. No descartes el valor de Kaloo porque parezca un poco más excéntrico de lo que te resulta cómodo.
Sarene frunció el ceño, pero aceptó la reprimenda. Las observaciones del duque tenían su peso: seria bueno contar con una nueva perspectiva. Por algún motivo, Roial parecía confiar en Kaloo. Ella notaba el respeto mutuo entre ambos. A regañadientes, admitió que tal vez el duque había visto en Kaloo algo que a ella se le había pasado por alto. Después de todo, el dula llevaba varios días alojándose en casa de Roial.
Ahan se retrasaba, como de costumbre. Shuden y Eondel hablaban tranquilamente en un extremo de la mesa, su conversación, un fuerte contraste con la vibrante narración de Kaloo. Kiin había traído aperitivos: pastitas cubiertas de una especie de crema blanca. A pesar de la insistencia de Sarene en que no preparara la cena, Kiin obviamente había sido incapaz de permitir que tanta gente se reuniera en su casa sin ofrecer nada de comer. Sarene sonrió: dudaba que otros conspiradores disfrutaran de aperitivos dignos de un gourmet.
Unos momentos después llegó Ahan, sin molestarse en llamar. Se desplomó en su sillón de costumbre y procedió a atacar las pastitas.
—Pues ya estamos todos —dijo Sarene, hablando en voz alta para interrumpir a Kaloo. Todas las cabezas se volvieron hacia ella mientras se ponía en pie—. Confío en que hayáis reflexionado sobre nuestra situación. ¿Quiere empezar alguien?
—Yo lo haré —dijo Ahan—. Tal vez se pueda persuadir a Telrii para que no se una al Shu-Dereth.
Sarene suspiró.
—Creía que habíamos discutido esto ya, Ahan. Telrii no está dudando si convertirse o no: espera a ver cuánto dinero puede sacarle al Wyrn.
—Si al menos tuviéramos más tropas —dijo Roial, sacudiendo la cabeza—. Con un ejército adecuado, podríamos intimidar a Telrii. Sarene, ¿qué posibilidades hay de recibir ayuda de Teod?
—No muchas —respondió Sarene, sentándose—. Recuerda, mi padre se comprometió con el Shu-Dereth. Además, Teod cuenta con una Marina maravillosa, pero pocas tropas de Infantería. Nuestro país tiene una población pequeña: sobrevivimos hundiendo a nuestros enemigos antes de que desembarquen.
—He oído decir que hay guerrilleros en Duladel —sugirió Shuden—. Atacan ocasionalmente las caravanas.
Todos los ojos se volvieron hacia Kaloo, quien se encogió de hombros.
—Confiad en mí, amigos míos: no querríais su ayuda. Los hombres de los que habláis son casi todos antiguos republicanos, como yo mismo. Pueden batirse en duelo entre sí con bastante eficacia, pero un syre no sirve de mucho contra un soldado entrenado, sobre todo si tiene cinco amigos a su lado. La resistencia sólo sobrevive porque los fjordells son demasiado perezosos para perseguirlos por los pantanos.
Shuden frunció el ceño.
—Creía que se ocultaban en las cuevas de las Estepas duladen.
—Hay varios grupos —dijo Kaloo tranquilamente, aunque Sarene captó un atisbo de incertidumbre en sus ojos. «¿Quién eres?», se preguntó mientras la conversación continuaba.
—Creo que deberíamos avisar al pueblo —dijo Lukel—. Telrii ha sugerido que pretende mantener el sistema de plantaciones. Si acercamos al campesinado a nuestra causa, puede que esté dispuesto a levantarse contra él.
—Podría funcionar —dijo Eondel—. El plan de lady Sarene de compartir las cosechas con mis campesinos les ha ofrecido una ilusión de libertad, y en los últimos meses han llegado a confiar mucho más en sí mismos. Pero haría falta mucho tiempo: no se entrena a hombres para la lucha de la noche a la mañana.
—De acuerdo —dijo Roial—. Telrii será derethi mucho antes de que terminemos, y Hrathen dictará la ley.
—Yo podría fingir hacerme derethi —dijo Lukel—. Aunque sólo sea mientras planeo la caída del rey.
Sarene negó con la cabeza.
—Si le damos al Shu-Dereth ese tipo de oportunidad en Arelon, nunca nos liberaremos de él.
—Es sólo una religión, Sarene —intervino Ahan—. Creo que deberíamos concentrarnos en los verdaderos problemas.
—¿No crees que el Shu-Dereth es un «verdadero problema», Ahan? —preguntó Sarene—. ¿Por qué no intentas explicarlo en Jindo y Duladel?
—Ella tiene razón —dijo Roial—. Fjorden abrazó el Shu-Dereth como instrumento de dominación. Si esos sacerdotes convierten Arelon, entonces el Wyrn gobernará aquí no importa a quién pongamos en el trono.
—Entonces, ¿levantar un ejército de campesinos queda descartado? —preguntó Shuden, volviendo a centrar la conversación.
—Exige demasiado tiempo —dijo Roial.
—Además —advirtió Kaloo—, no creo que queráis sumir a este país en la guerra. He visto lo que puede hacerle a una nación una revolución sangrienta… quiebra el espíritu del pueblo y luchan unos contra otros. Los hombres de la guardia de Elantris pueden ser estúpidos, pero siguen siendo vuestros compatriotas. Su sangre mancharía vuestras manos.
Sarene alzó la cabeza cuando oyó el comentario, hecho sin ningún atisbo de la habitual extravagancia de Kaloo. Algo en él la hacía sentirse cada vez más recelosa.
—¿Entonces qué? —preguntó Lukel, exasperado—. No podemos luchar contra Telrii y no podemos esperar a que se convierta. ¿Qué hacemos?
—Podríamos matarlo —dijo Eondel tranquilamente.
—¿Bien? —preguntó Sarene. No esperaba esa sugerencia tan pronto en la reunión.
—Tiene sus ventajas —coincidió Kiin, con una frialdad que Sarene nunca había visto en él antes—. Asesinar a Telrii resolvería un montón de problemas.
La habitación quedó en silencio. Sarene sintió un regusto amargo en la boca mientras estudiaba a los hombres. Sabían lo que sabía ella. Había decidido mucho antes de la reunión que ése era el único camino.
—Ah, la muerte de un hombre para salvar a una nación —susurró Kaloo.
—Parece la única alternativa —dijo Kiin, sacudiendo la cabeza.
—Tal vez —dijo el dula—. Aunque me pregunto si no estamos subestimando al pueblo de Arelon.
—Ya hemos discutido esto —dijo Lukel—. No tenemos tiempo suficiente para levantar a los campesinos.
—No sólo a los campesinos, joven Lukel —respondió Kaloo—, sino a la nobleza. ¿No habéis notado su vacilación a la hora de apoyar a Telrii? ¿No habéis visto incomodidad en sus ojos? Un rey sin apoyo no es rey en absoluto.
—¿Y la guardia? —señaló Kiin.
—Me pregunto si no podríamos convencerlos nosotros —dijo Kaloo—. Sin duda se les podría convencer para que vieran que lo que han hecho no está bien.
«Vosotros» se había convertido en «nosotros». Sarene frunció el ceño; casi lo tenía. Había algo familiar en sus palabras…
—Es una sugerencia interesante —dijo Roial.
—La guardia y la nobleza apoyan a Telrii porque no ven otra alternativa —explicó Kaloo—. Lord Roial estaba avergonzado por el fracaso de la boda y lady Sarene fue arrojada a Elantris. Ahora, sin embargo, la vergüenza ha sido borrada. Tal vez si podemos mostrar a la guardia el resultado de su decisión, la ocupación por parte de Fjorden y la práctica esclavitud de nuestro pueblo, se dé cuenta de que ha apoyado al hombre equivocado. Dadles una posibilidad de decidir honradamente, y creo que elegirán sabiamente.
Eso era. A Sarene le sonaba esa fe… Aquella fe ciega en la bondad básica del hombre. Y, cuando de pronto se dio cuenta de dónde la había visto antes, no pudo evitar levantarse de un salto y dejar escapar un gritito de sorpresa.
Raoden apretó los dientes, reconociendo de inmediato su error. Había dejado escapar a Kaloo demasiado rápidamente, mostrado demasiado de su verdadera personalidad. Los otros no habían advertido el cambio, pero Sarene (la querida y recelosa Sarene) no había sido tan laxa. Miró sus ojos de desconcierto y supo que ella lo sabía. De algún modo, a pesar del poco tiempo que habían estado juntos, lo había reconocido cuando sus mejores amigos no habían sido capaces.
«Oh, vaya», pensó.
—¿Sarene? —preguntó Roial—. Princesa, ¿te encuentras bien?
Sarene miró tímidamente alrededor, de pie delante de su asiento. No obstante, olvidó rápidamente su rubor, mientras sus ojos se posaban sobre el furtivo Kaloo.
—No, mi señor, creo que no —dijo—. Me parece que necesitamos un descanso.
—No hemos estado tanto tiempo… —comentó Lukel.
Sarene lo hizo callar con una mirada, y nadie más se atrevió a enfrentarse a su ira.
—Una pausa, bien —dijo Roial lentamente.
—Bien —dijo Kiin, incorporándose—. Tengo unas cuantas empanadas de carne hraggisas enfriándose ahí atrás. Voy por ellas.
Sarene estaba tan agitada que ni se acordó de reprender a su tío por preparar una comida cuando le había dicho expresamente que no lo hiciera. Dirigió a Kaloo una mirada significativa y luego abandonó la mesa, aparentemente para ir al baño. Esperó en el estudio de Kiin antes de que el miserable impostor finalmente doblara la esquina.
Sarene lo agarró por la camisa y lo arrojó contra la pared mientras apretaba la cara contra la suya.
—¿Espíritu? En nombre del Misericordioso Domi, ¿qué estás haciendo aquí?
Espíritu miró a un lado, temeroso.
—¡No tan alto, Sarene! ¿Cómo crees que responderían esos hombres si descubrieran que han estado sentados junto a un elantrino?
—Pero… ¿cómo? —preguntó ella, su furia convirtiéndose en entusiasmo mientras comprendía que era realmente él. Extendió la mano para tocarle la nariz, que era demasiado larga para ser su nariz verdadera. Se sorprendió cuando sus dedos atravesaron la punta como si no estuviera allí.
—Tenías razón respecto a los aones, Sarene —dijo Espíritu rápidamente—. Son mapas de Arelon… todo lo que tuve que hacer fue añadir una línea y el sistema empezó a funcionar de nuevo.
—¿Una línea?
—El Abismo. Eso causó el Reod. Fue un cambio suficiente en el paisaje para que su presencia tuviera que reflejarse en los aones.
—¡Funciona! —dijo Sarene. Entonces le soltó la camisa y le dio un amargo puñetazo en el costado—. ¡Me has estado mintiendo!
—¡Ay! —se quejó Espíritu—. Por favor, nada de golpes… mi cuerpo no sana, ¿recuerdas?
Sarene se quedó boquiabierta.
—¿Eso no…?
—¿Cambió cuando arreglamos la AonDor? No. Sigo siendo elantrino bajo esta ilusión. Sigue habiendo algo que falla en la AonDor.
Sarene resistió las ganas de volver a golpearlo.
—¿Por qué me mentiste?
Espíritu sonrió.
—Oh, ¿vas a decirme que no ha sido más divertido de esta forma?
—Bueno…
Él se echó a reír.
—Sólo tú considerarías eso una excusa válida, mi princesa. Lo cierto es que no he tenido ocasión de decírtelo. Cada vez que intentaba acercarme a ti estos días, te escapabas… Ignoraste la carta que te envié. No podía plantarme delante de ti y anular mi ilusión. La verdad es que vine anoche a casa de Kiin con la esperanza de verte en la ventana.
—¿Eso hiciste? —preguntó Sarene con una sonrisa.
—Pregúntale a Galladon —dijo Raoden—. Está en casa de Roial ahora mismo, comiéndose todos los dulces jaadorianos del duque. ¿Sabías que siente debilidad por los dulces?
—¿El duque o Galladon?
—Ambos. Mira, van a preguntarse por qué tardamos tanto.
—Déjalos —dijo Sarene—. Todas las demás mujeres llevan tanto tiempo suspirando por Kaloo, que es hora de que yo me ponga en la cola.
Espíritu empezó a reírse, pero captó aquella expresión peligrosa en sus ojos y calló.
—Era la única opción, Sarene, de verdad. No he tenido más remedio que seguir representando el papel.
—Creo que has actuado un poco demasiado bien —dijo ella. Entonces sonrió, incapaz de seguir enfadada.
Él obviamente captó que sus ojos se suavizaban, porque se relajó.
—Tienes que admitir que ha habido momentos divertidos. No sabía que fueras tan buena con la esgrima.
Sarene sonrió con picardía.
—Mis talentos son abundantes, Espíritu. Y al parecer también los tuyos… no tenía ni idea de que fueras tan buen actor. ¡Te odiaba!
—Es agradable sentirse apreciado —dijo Espíritu, dejando que sus brazos la rodearan.
De pronto ella fue consciente de su proximidad. Su cuerpo estaba a temperatura ambiente y la antinatural frialdad era enervante. Sin embargo, en vez de apartarse, apoyó la cabeza en su hombro.
—¿Por qué has venido? Deberías estar en Nueva Elantris, preparando a tu gente. ¿Por qué arriesgarse a venir a Kae?
—Para encontrarte. —Ella sonrió. Era la respuesta adecuada—. Y para impedir que os matéis unos a otros —continuó él—. Este país está hecho un caos, ¿eh?
Sarene suspiró.
—Y en parte es por culpa mía.
Espíritu la tomó por el cuello y le hizo girar la cabeza para mirarla a los ojos. La cara de Raoden era diferente, pero sus ojos eran los mismos. Profundos y azules. ¿Cómo lo había podido confundir con nadie?
—No se te permite protestar, Sarene. Ya tengo bastante con Galladon. Has hecho un maravilloso trabajo aquí… mejor de lo que yo hubiese imaginado. Suponía que esos hombres dejarían de reunirse después de mi marcha.
Sarene hizo una pausa y se sacudió del trance de perderse en aquellos ojos.
—¿Qué acabas de decir? ¿Después de tu marcha…?
Desde la otra habitación los llamaron y Espíritu le hizo un guiño, los ojos chispeantes.
—Tenemos que volver. Pero… digamos que hay algo más que tengo que decirte, cuando la reunión haya terminado y podamos hablar más en privado.
Ella asintió, bastante aturdida. Espíritu estaba en Kae, y la AonDor funcionaba. Regresó al comedor y se sentó a la mesa, y Espíritu hizo lo mismo unos momentos más tarde. Sin embargo, quedaba una silla vacía.
—¿Dónde está Ahan? —preguntó Sarene.
Kiin frunció el ceño.
—Se ha marchado —declaró con amargura.
Lukel se echó a reír, sonriendo a Sarene.
—El conde dice que algo que ha comido no le ha sentado bien. Se… ha marchado.
—Es imposible —gruñó Kiin—. No había nada en esas pastitas que pudiera sentarle mal.
—Estoy segura de que no han sido las pastitas, tío —dijo Sarene con una sonrisa—. Será por algo que comió antes de venir.
Lukel se echó a reír.
—Domi sabe que ese hombre come tanto que es extraño que no acabe enfermo cada noche por pura ley de probabilidad.
—Bueno, deberíamos continuar sin él —dijo Roial—. No sabemos cuánto tiempo continuará indispuesto.
—De acuerdo —dijo Sarene, preparándose para empezar de nuevo.
Roial, sin embargo, se le adelantó. Se levantó despacio, y su viejo cuerpo de pronto pareció sorprendentemente viejo.
—Si me perdonáis todos, tengo algo que decir.
Los nobles asintieron, notando la solemnidad del duque.
—No os mentiré: nunca he discutido que haya que emprender o no acciones contra Telrii. Él y yo hemos sido durante los últimos diez años competidores en los negocios. Es un hombre manirroto y escandaloso… Será peor rey todavía que Iadon. Su disposición a considerar siquiera la tonta proclamación de Hrathen fue la prueba definitiva que necesitaba.
»No, no pedí más tiempo antes de reunimos para reflexionar sobre si deberíamos derrocar a Telrii. El motivo por el que pedí más tiempo fue para que unos… asociados míos llegaran.
—¿Asociados? —preguntó Sarene.
—Asesinos —dijo Roial—. Hombres contratados en Fjorden. No toda la gente de ese país es perfectamente leal a su dios… algunos son leales al oro.
—¿Dónde están?
—En una taberna, no muy lejos.
—Pero —dijo Sarene, confundida—, la semana pasada nos alertaste en contra de dejar que un baño de sangre guiara nuestra revolución.
Roial bajó la cabeza.
—La culpa fue hablar, querida Sarene, pues ya había mandado llamar a esos hombres. Sin embargo, he cambiado de opinión. Este joven de Dula…
Roial fue interrumpido por el sonido de pasos en la entrada. Ahan había regresado. «Qué extraño —pensó Sarene mientras se volvía—, no he oído cerrarse la puerta principal».
Cuando se volvió, no fue a Ahan a quien encontró en la puerta, sino a un grupo de soldados armados con un hombre muy bien vestido al frente. El rey Telrii.
Sarene se levantó de un salto, pero su grito de sorpresa quedó apagado por otras exclamaciones similares. Telrii se hizo a un lado, permitiendo que una docena de hombres con los uniformes de la guardia de Elantris llenaran la habitación. Los seguía el grueso conde Ahan.
—¡Ahan! —exclamó Roial—. ¿Qué has hecho?
—Finalmente te he vencido, viejo —dijo el conde alegremente, las papadas temblando—. Te dije que lo lograría. Bromea sobre lo que están haciendo ahora mis caravanas camino de Svorde, maldito idiota. Ya veremos cómo les va a las tuyas cuando pases los siguientes años en prisión.
Roial agitó con tristeza su cabeza blanca.
—Idiota… ¿No te diste cuenta de cuándo esto dejó de ser un juego? Ya no jugamos con frutas y sedas.
—Protesta si quieres —dijo Ahan, agitando triunfante un dedo— ¡Pero tienes que admitir que te he vencido! Llevo meses esperando esto… Nunca pude conseguir que Iadon me creyera. ¿Te imaginas? Pensaba que eras incapaz de traicionarlo. Decía que vuestra vieja amistad era demasiado fuerte.
Roial suspiró y miró a Telrii, que sonreía de oreja a oreja, disfrutando de la situación.
—Oh, Ahan —dijo Roial—. Siempre te ha gustado actuar irreflexivamente.
Sarene estaba anonadada. No podía moverse, ni siquiera hablar. Se suponía que los traidores eran hombres de mirada oscura y temperamento agrio. No podía asociar esa imagen con Ahan. Era arrogante e impetuoso, pero ella lo apreciaba. ¿Cómo podía alguien a quien ella apreciaba hacer algo tan horrible?
Telrii chasqueó los dedos y un soldado se adelantó y clavó su espada directamente en el vientre del duque. Roial gimió y se desmoronó con un quejido.
—Ésta es la decisión de tu rey —dijo Telrii.
Ahan gritó, los ojos muy abiertos en su grueso rostro.
—¡No! ¡Dijiste que sería la cárcel! —se adelantó corriendo, farfullando mientras se arrodillaba junto a Roial.
—¿Ah, sí? —preguntó Telrii. Entonces señaló a dos de sus soldados—. Vosotros dos, tomad algunos hombres y encontrad a esos asesinos, luego… —Se frotó la barbilla, pensativo—. Arrojadlos desde las murallas de Elantris.
Los dos hombres saludaron y salieron de la habitación.
—Los demás —dijo Telrii—, matad a estos traidores. Empezad por la querida princesa. Que se sepa que éste es el castigo para todos aquellos que pretendan usurpar el trono.
—¡No! —gritaron Shuden y Eondel al unísono.
Los soldados empezaron a moverse, y Sarene se encontró de pronto detrás de una muralla protectora formada por Shuden, Eondel y Lukel. Sin embargo, sólo Eondel iba armado, y se enfrentaban a diez hombres.
—Es interesante que hables de usurpadores, duque Telrii —dijo una voz desde el otro lado de la mesa—. Tenía la impresión de que el trono le pertenecía a la familia de Iadon.
Sarene siguió la voz. Sus ojos encontraron a Espíritu… o al menos a alguien que llevaba la ropa de Espíritu. Tenía clara piel aónica, pelo castaño claro y penetrantes ojos azules. Los ojos de Espíritu. Pero su rostro no mostraba signo alguno de las manchas de Elantris. Arrojó un trapo sobre la mesa y ella vio las manchas marrones en su interior… como si quisiera hacerles creer que simplemente se había quitado el maquillaje para revelar debajo un rostro completamente diferente.
Telrii se quedó boquiabierto, y retrocedió hasta chocar con la pared.
—¡Príncipe Raoden! —exclamó—. ¡No! Estás muerto. ¡Me dijeron que estabas muerto!
«Raoden». Sarene estaba aturdida. Miró a Espíritu, preguntándose quién era y si alguna vez lo había conocido realmente.
Espíritu miró a los soldados.
—¿Os atreveréis a matar al verdadero rey de Arelon? —preguntó.
Los miembros de la guardia retrocedieron, confusos y asustados.
—¡Hombres, protegedme! —chilló Telrii, dándose la vuelta y huyendo de la habitación. Los soldados vieron escapar a su líder y luego lo siguieron sin más ceremonias, dejando a los conspiradores a solas.
Espíritu (Raoden) saltó sobre la mesa, adelantándose a Lukel. Apartó de un manotazo al todavía farfullante Ahan y se arrodilló junto a Kiin, el único que había pensado en intentar restañar la herida de Roial. Sarene se quedó mirando aturdida, sus sentidos paralizados. Estaba claro que los cuidados de Kiin no serían suficientes para salvar al duque. La espada lo había atravesado de parte a parte, produciéndole una herida dolorosa que era sin duda mortal.
—¡Raoden! —jadeó el duque Roial—. ¡Has vuelto con nosotros!
—Calla, Roial —dijo Raoden, apuñalando el aire con el dedo. De su yema brotó una luz mientras empezaba a dibujar.
—Tendría que haber sabido que eras tú —susurró el duque—. Toda esa charla sobre confiar en la gente. ¿Puedes creer que empezaba a estar de acuerdo contigo? Tendría que haber enviado a esos asesinos a hacer su trabajo en el momento en que llegaron.
—Eres demasiado buen hombre para eso, Roial —dijo Espíritu, la voz tensa de emoción.
Los ojos de Roial se enfocaron, percibiendo por primera vez el aon que Espíritu dibujaba sobre él.
—¿Has hecho regresar también la hermosa ciudad?
Espíritu no respondió, concentrándose en su aon. Dibujaba distinto de como lo hacía antes, moviendo los dedos con más destreza y rapidez. Terminó el aon con una pequeña línea al pie. Empezó a brillar cálidamente, bañando a Roial en su luz. Mientras Sarene observaba, los bordes de la herida de Roial parecieron unirse levemente. Un arañazo en la cara de Roial desapareció y varias de las manchas de edad en su cuero cabelludo se borraron.
Luego la luz se apagó y de la herida empezó a manar sangre con cada inútil bombeo del moribundo corazón del duque.
Espíritu maldijo.
—Es demasiado débil —dijo, empezando a la desesperada otro aon—. ¡Y no he estudiado los modificadores sanadores! No sé cómo concentrarme en una sola parte del cuerpo.
Roial extendió un brazo tembloroso y agarró la mano de Espíritu. El aon parcialmente completado se desvaneció, pues el movimiento del duque hizo que Espíritu cometiera un error. Espíritu no empezó de nuevo, e inclinó la cabeza como si llorara.
—No llores, muchacho mío —dijo Roial—. Tu regreso es una bendición. No puedes salvar este cuerpo viejo y cansado, pero puedes salvar tu reino. Moriré en paz, sabiendo que estás aquí para protegerlo.
Espíritu acunó la cara del anciano entre sus manos.
—Hiciste un trabajo maravilloso conmigo, Roial —susurró, y Sarene se sintió como una intrusa—. Sin ti vigilándome, me habría vuelto como mi padre.
—No, muchacho —dijo Roial—. Te pareciste más a tu madre desde el principio. Domi te bendiga.
Sarene se dio la vuelta para no ver la horrible muerte del duque, su cuerpo espasmódico y la sangre aflorándole por la boca. Cuando se giró, parpadeando para espantar las lágrimas de sus ojos, Raoden todavía estaba arrodillado junto al cadáver del anciano. Finalmente, inspiró profundamente y se levantó, volviéndose a mirar a los demás con ojos tristes pero decididos. Junto a ella, Sarene advirtió que Shuden, Eondel y Lukel caían de rodillas, inclinando la cabeza con reverencia.
—Mi rey —dijo Eondel, hablando por todos ellos.
—Mi… esposo —advirtió Sarene con sorpresa.