Al principio Raoden se mantuvo apartado de la biblioteca, porque le recordaba a Sarene. Luego, se sintió atraído por ella… porque le recordaba a Sarene.
En vez de pensar en su pérdida, Raoden se concentró en la asociación que ella había hecho. Estudió aon tras aon, advirtiendo en sus formas otros rasgos del paisaje. El Aon Eno, el carácter del agua, incluía una línea serpenteante que encajaba con los meandros del río Aredel. El carácter para la madera, el Aon Dii, incluía varios círculos que representaban los bosques del sur.
Los aones eran mapas de la tierra, cada uno de ellos una versión ligeramente distinta de la misma imagen general. Cada uno tenía las tres líneas básicas: la línea de costa, la línea de la montaña y el punto del lago Alonoe. Muchos tenían también una línea al pie que representaba el río Kalomo, que separaba Arelon de Duladel.
Sin embargo, algunos de los rasgos lo desconcertaban completamente. ¿Por qué el Aon Mea, el carácter de la reflexión, tenía una X que cruzaba en mitad del condado Eon? ¿Por qué el Aon Rii estaba marcado con dos docenas de puntos aparentemente al azar? Las respuestas podían hallarse en uno de los tomos de la biblioteca, pero de momento no había encontrado ninguna explicación.
El dor lo atacaba al menos dos veces al día. Cada batalla parecía la última, y cada vez se sentía un poco más débil cuando la lucha terminaba, como si su energía fuera un pozo finito que quedara un poco más vacío con cada confrontación. La cuestión no era si caería o no, sino si descubriría el secreto antes de hacerlo.
Raoden golpeó el mapa, lleno de frustración. Habían pasado cinco días desde la partida de Sarene y seguía sin encontrar la respuesta. Estaba empezando a pensar que continuaría durante toda una eternidad, agónicamente cerca del secreto de la AonDor pero siempre incapaz de descubrirlo.
El gran mapa, que ahora colgaba de la pared junto a su mesa, crujió mientras lo alisaba, estudiando sus líneas. Sus bordes estaban gastados por el tiempo y la tinta empezaba a desvanecerse. El mapa había vivido la gloria y el colapso de Elantris. Cómo deseaba que pudiera hablar, susurrarle los misterios que conocía.
Sacudió la cabeza, se sentó en la silla de Sarene y con un pie derribó una de las pilas de libros. Con un suspiro, se acomodó en la silla y empezó a dibujar, buscando solaz en los aones.
Hacía poco que había pasado a practicar una nueva técnica de la AonDor, más avanzada. Los textos explicaban que los aones eran más poderosos cuando se dibujaban con atención no sólo para marcar la longitud y la inclinación de la línea, sino la anchura de la línea también. Aunque podían seguir funcionando si las líneas tenían todas la misma anchura, la variación en las localizaciones adecuadas añadía control y fuerza.
Así que Raoden practicaba como decían los libros, usando su meñique para dibujar líneas finas y el pulgar para líneas más gruesas. También podía usar herramientas (como un palo o una pluma) para trazar las líneas. Los dedos eran lo habitual, pero la forma importaba más que los utensilios utilizados. Después de todo, los elantrinos habían usado la AonDor para tallar símbolos permanentes en roca y piedra… e incluso los habían construido con alambre, trozos de madera y un puñado de otros materiales. Al parecer, era difícil crear caracteres de la AonDor con materiales físicos, pero los aones producían el mismo efecto tanto dibujados en el aire como fundidos en acero.
Sus ejercicios eran inútiles. Por perfectos que fueran sus aones: ninguno funcionaba. Usaba las uñas para dibujar algunas líneas tan delicadas que resultaban casi invisibles: dibujaba otros con tres dedos juntos, exactamente tal como indicaban los textos. Y todo era inútil. Todo el esfuerzo de memorización, todo su trabajo. ¿Por qué se había molestado siquiera?
Sonaron pasos en el pasillo. El nuevo avance tecnológico de Mareshe eran zapatos con gruesa suela de cuero repujados de clavos. Raoden vio a través de su transparente aon cómo se abría la puerta y entraba Galladon.
—Su seon acaba de venir, sule —dijo el dula.
—¿Sigue aquí?
Galladon negó con la cabeza.
—Se ha marchado casi inmediatamente… quería que te dijera que ella ha convencido por fin a los nobles para que se rebelen contra el rey Telrii.
Sarene había estado enviando a su seon para darles información diaria de sus actividades… un servicio que era una bendición a medias. Raoden sabía que debía escuchar lo que estaba sucediendo en el exterior, pero añoraba la relativa ignorancia libre de tensión que tenía antes, cuando sólo tenía que preocuparse por Elantris: ahora tenía que hacerlo por todo el reino, hecho que tenía que conciliar con el doloroso conocimiento de que no podía hacer nada para ayudar.
—¿Dijo Ashe cuándo sería el próximo envío?
—Esta noche.
—Bien —dijo Raoden—. ¿Dijo si ella va a venir?
—Las mismas condiciones que antes, sule —dijo Galladon, negando con la cabeza.
Raoden asintió, apartando la melancolía de su rostro. No sabía qué medios estaba empleando Sarene para hacer sus entregas de suministros, pero por algún motivo Raoden y los demás no podían recoger las cajas hasta que quienes las traían se hubieran marchado.
—Deja de lloriquear, sule —dijo Galladon con un gruñido—. No te pega nada… Hace falta un delicado pesimismo para refunfuñar con cierto aire de respetabilidad.
Raoden no pudo dejar de sonreír.
—Lo siento. Parece que no importa con cuánta fuerza nos apliquemos a nuestros problemas, ellos se resisten igual.
—¿Aún no has hecho ningún progreso con la AonDor?
—No —dijo Raoden—. He cotejado mapas más antiguos con los más nuevos, buscando cambios en la costa o las cordilleras, pero no parece que haya cambiado nada. He intentado trazar las líneas básicas con inclinaciones levemente distintas, pero es inútil. Las líneas no aparecen hasta que las trazo exactamente con la misma inclinación… la misma inclinación de siempre. Incluso el lago está en el mismo sitio, invariable. No veo que es diferente.
—Tal vez ninguna de las líneas básicas haya cambiado, sule. Tal vez haya que añadir algo.
—Lo he pensado… ¿pero qué? No conozco ningún nuevo río ni lago, y desde luego no hay montañas nuevas en Arelon.
Raoden terminó su aon (el Aon Ehe) dando un golpe de insatisfacción con el pulgar. Miró el centro del aon, el núcleo que representaba Arelon y sus características. Nada había cambiado.
Excepto que… «Cuando se produjo el Reod, la tierra se resquebrajó».
—¡El Abismo! —exclamó Raoden.
—¿El Abismo? —preguntó Galladon, escéptico—. Fue consecuencia del Reod, sule, no al revés.
—Pero ¿y si no fue así? —dijo Raoden, lleno de entusiasmo—. ¿Y si el terremoto se produjo justo antes del Reod? Si abrió la grieta al sur y de repente todos los aones quedaron invalidados… porque todos necesitaban una línea añadida para funcionar. Toda la AonDor, y por tanto Elantris, habrían caído inmediatamente.
Raoden se concentró en el aon que flotaba ante él. Con mano vacilante, pasó el dedo por el brillante carácter aproximadamente donde se encontraba el Abismo. El aon destelló y desapareció.
—Supongo que eso lo dice todo, sule.
—No. —Raoden empezó de nuevo el aon. Sus dedos se agitaban y giraban. Se movía con una velocidad que ni siquiera él había advertido que tenía. Recreó el aon en cuestión de segundos. Se detuvo al final, la mano al pie, bajo las tres líneas básicas. Casi podía sentir…
Marcó el aon y su dedo atravesó el aire. Y una pequeña línea cruzó el aon detrás.
Entonces le golpeó. El dor atacó con una súbita oleada de poder, y esta vez no alzó ninguna pared. Explotó a través de Raoden como un río. Raoden jadeó, envuelto en su poder durante apenas un instante. Se liberó como una bestia que hubiera estado atrapada en un espacio diminuto durante demasiado tiempo. Casi parecía… alegre.
Desapareció y Raoden se tambaleó y cayó de rodillas.
—¿Sule? —preguntó Galladon, preocupado.
Raoden sacudió la cabeza, incapaz de explicarse. El dedo del pie todavía le ardía, seguía siendo un elantrino, pero el dor había sido liberado. Había… arreglado algo. El dor no se volvería más contra él.
Entonces oyó un sonido, como el de un fuego ardiente. Su aon, el que había dibujado ante él, brillaba con fuerza. Raoden gritó e indicó a Galladon que se agachara mientras el aon se doblaba sobre sí mismo y sus líneas se distorsionaban y se retorcían en el aire hasta formar un disco. Un fino punto de luz roja apareció en el centro del disco, y luego se expandió, mientras el sonido ardiente se convertía en un clamor. El aon se transformó en un retorcido vórtice de fuego; Raoden pudo sentir el calor mientras retrocedía.
Estalló, escupiendo una columna horizontal de fuego a través del aire sobre la cabeza de Galladon. La columna chocó contra una estantería y destrozó toda la estructura en una enorme explosión. Libros y páginas ardiendo danzaron en el aire, chocando con las paredes y otras estanterías.
La columna de fuego se desvaneció, el calor desapareció de repente, y Raoden notó la piel helada por contraste. Unos cuantos trozos de papel quemado cayeron al suelo. Todo lo que quedaba de la estantería era un humeante montón de carbón.
—¿Qué ha sido eso? —preguntó Galladon.
—Creo que acabo de destruir la sección de biología —respondió asombrado Raoden.
—La próxima vez, sule, te recomiendo que no pruebes tus teorías con el Aon Ehe. ¿Kolo?
Galladon soltó un montón de libros casi quemados. Habían pasado la última hora limpiando la biblioteca, asegurándose de que apagaban cualquier rescoldo de fuego.
—De acuerdo —dijo Raoden, demasiado feliz para ponerse a la defensiva—. Era casualmente con el que estaba practicando… no habría sido tan dramático si no le hubiera puesto tantos modificadores.
Galladon contempló la biblioteca. Una oscura cicatriz marcaba todavía el lugar de la estantería calcinada, y varias pilas de volúmenes medio chamuscados yacían dispersos por la sala.
—¿Probamos otro? —preguntó Raoden.
Galladon hizo un mueca.
—Mientras no haya fuego de por medio.
Raoden asintió, alzando la mano para comenzar el Aon Ashe. Dio fin a la forma de reloj de arena del carácter y añadió la línea del Abismo. Dio un paso atrás y esperó ansiosamente.
El aon se puso a brillar. La luz comenzó en la punta de la línea de la costa, luego ardió a través de todo el aon como llamas barriendo un charco de aceite. Las líneas se volvieron rojas al principio, luego, como metal en una fragua, se hicieron de un blanco brillante. El color se estabilizó, bañando la zona con una suave luminosidad.
—Funciona, sule —susurró Galladon—. Por Doloken… ¡lo has conseguido!
Raoden asintió, entusiasmado. Se aproximó al aon, vacilante, y acercó la mano. No había calor, tal como explican los libros. Sin embargo, algo fallaba.
—No es tan brillante como debería.
—¿Cómo puedes estar seguro? —preguntó Galladon—. Es el primero que ves funcionar.
Raoden negó con la cabeza.
—He leído suficiente para saberlo. Un Aon Ashe tan grande debería ser lo bastante potente como para iluminar la biblioteca entera… Apenas da la luz de una linterna.
Extendió la mano, tocando al aon en el centro. El brillo se redujo inmediatamente, las líneas del aon se desvanecieron una a una, como si un dedo invisible las estuviera borrando. Entonces Raoden dibujó otro Aon Ashe, incluyendo esta vez todos los poderosos modificadores que conocía. Cuando este aon se estabilizó por fin, parecía ligeramente más brillante que el primero, pero no tan potente como debería haber sido.
—Algo sigue fallando. El aon debería ser tan brillante que no podríamos mirarlo.
—¿Crees que la línea del Abismo está mal? —preguntó Galladon.
—No, era obviamente una parte importante del problema. La AonDor funciona ahora, pero su poder es defectuoso. Tiene que haber algo más… otra línea, tal vez, que hay que añadir.
Galladon se miró los brazos. Incluso en la piel marrón oscuro del dula era fácil distinguir las feas manchas elantrinas.
—Intenta un aon curador, sule.
Raoden asintió, dibujando en el aire el Aon Ien. Añadió un modificador estipulando el cuerpo de Galladon como objetivo, además de las tres marcas para aumentar su poder. Terminó con la pequeña línea del Abismo. El aon destelló brevemente y luego desapareció.
—¿Sientes algo? —preguntó Raoden.
El dula negó con la cabeza. Levantó el brazo, inspeccionó el corte de su codo, una herida que se había hecho el día anterior al resbalar en uno de los sembrados. No había cambiado.
—El dolor sigue aquí, sule —dijo Galladon, decepcionado—. Y mi corazón no late.
—Ese aon no se ha comportado adecuadamente. Ha desaparecido como pasaba antes, cuando no sabíamos lo de la línea del Abismo. El dor no ha encontrado el objetivo para su poder.
—Entonces, ¿de qué sirve, sule? —La voz de Galladon sonaba amarga por la frustración—. Seguiremos pudriéndonos en esta ciudad.
Raoden colocó una mano en el hombro del dula para consolarlo.
—No es inútil, Galladon. Tenemos el poder de los elantrinos… puede que no funcione del todo, pero tal vez se deba a que no hemos practicado lo suficiente. ¡Piénsalo! Este es el poder que dio a Elantris su belleza, el poder que alimentaba todo Arelon. No renuncies a la esperanza cuando estamos tan cerca.
Galladon lo miró, y sonrió sin ganas.
—Nadie puede renunciar cuando tú estás cerca, sule. Te niegas en redondo a dejar que nadie desespere.
Mientras probaban más aones, quedó claro que algo seguía bloqueando el dor. Hicieron flotar un puñado de papeles, pero no un libro entero. Volvieron azul una de las paredes y luego le devolvieron su color, y Raoden consiguió convertir un pequeño montón de carbón en unos cuantos granos de trigo. Los resultados eran positivos, pero muchos aones fallaban por completo.
Por ejemplo, cualquier aon que dirigieran a uno de ellos se apagaba sin ningún efecto. Su ropa era un objetivo válido, pero su carne no. Raoden se rompió la punta de la uña del dedo gordo y trató de hacerla flotar, y no tuvo éxito ninguno. La única teoría que tenía era la que había expresado antes.
—Nuestros cuerpos están detenidos en mitad de un cambio, Galladon —explicó, viendo cómo una hoja de papel flotaba y luego ardía. Los aones enlazados parecían funcionar—. La Shaod no ha terminado con nosotros… lo que impide que los aones alcancen su pleno potencial también nos impide convertirnos en auténticos elantrinos. Hasta que nuestra transformación haya terminado, parece que ningún aon puede afectarnos.
—Sigo sin comprender esa primera explosión, sule —dijo Galladon, practicando un Aon Ashe. El dula conocía sólo unos pocos aones, y sus gruesos dedos tenían problemas para dibujarlos con exactitud. Mientras hablaba, cometió un leve error y el carácter se difuminó. Frunció el ceño y luego continuó su pregunta—. Parecía muy poderosa. ¿Por qué nada más ha funcionado tan bien?
—No estoy seguro —dijo Raoden. Unos momentos antes había vuelto a dibujar el Aon Ehe con las mismas modificaciones, sin embargo el aon apenas había chisporroteado lo suficiente para calentar una taza de té. Sospechaba que la primera explosión tenía algo que ver con el arrebato del dor a través de sí… una expresión de su libertad largamente esperada—. Tal vez había una especie de acumulación de dor. Como una bolsa de gas en una cueva. El primer aon que dibujé apuró esa reserva.
Galladon se encogió de hombros. Había demasiadas cosas que no comprendían. Raoden permaneció sentado un momento, y entonces sus ojos se posaron en uno de sus libros y se le ocurrió una idea.
Se acercó corriendo a su montón de libros sobre la AonDor, seleccionó un gran volumen que no contenía más que página tras página de diagramas aon. Galladon, a quien había dejado a media frase, lo siguió con expresión gruñona y se asomó a mirar por encima de su hombro mientras Raoden buscaba una página.
El aon era grande y complejo. Raoden tuvo que dar varios pasos de lado mientras lo dibujaba, pues sus modificaciones y estipulaciones iban más allá del aon central. Cuando terminó le dolía el brazo y la construcción flotaba en el aire como una muralla de líneas brillantes. Entonces, empezó a resplandecer, y el conjunto de inscripciones se retorció, girando y enroscándose alrededor de Raoden. Galladon soltó un grito de sorpresa por la luz súbita y brillante.
En unos segundos, la luz se desvaneció. Raoden notó por la expresión de sobresalto de Galladon que había tenido éxito.
—¡Sule… lo has conseguido! ¡Te has curado!
—Me temo que no —contestó Raoden, negando con la cabeza—. Es sólo una ilusión. Mira.
Alzó las manos, que todavía estaban grises y manchadas de negro. Su rostro, sin embargo, era distinto. Se acercó y contempló su reflejo en una placa pulida situada al fondo de un estante.
La imagen retorcida le mostraba un rostro desconocido: estaba libre de manchas, cierto, pero no se parecía a su cara de antes de que lo alcanzara la Shaod.
—¿Una ilusión? —preguntó Galladon.
Raoden asintió.
—Está basada en el Aon Shao, pero hay tantas cosas mezcladas que el aon básico es casi irrelevante.
—Pero no debería funcionar contigo —dijo Galladon—. ¿No habíamos dicho que los aones no surtían efecto sobre los elantrinos?
—Y no funciona —dijo Raoden, dándose le vuelta—. Actúa sobre mi camisa. La ilusión es como una prenda de vestir: sólo cubre mi piel; no cambia nada.
—Entonces, ¿para qué sirve?
Raoden sonrió.
—Va a sacarnos de Elantris, amigo mío.