Hrathen volvía a tener el control. Como un héroe de las antiguas epopeyas svordisanas, había descendido al inframundo (física, mental y espiritualmente) y había regresado siendo más fuerte. La presa de Dilaf estaba rota. Sólo ahora podía ver Hrathen que las cadenas que había utilizado para atarlo habían sido forjadas con la propia envidia e inseguridad de Hrathen. Se había sentido amenazado por la pasión de Dilaf, porque había sentido que su fe era inferior. Ahora, sin embargo, su resolución era firme, como lo era cuando llegó a Arelon. Sería el salvador de aquel pueblo.
Dilaf cedió terreno a su pesar. El arteth había prometido a regañadientes que no celebraría ninguna reunión ni daría ningún sermón sin el permiso expreso de Hrathen. Y, a cambio de ser nombrado oficialmente arteth jefe de la capilla, también consintió en liberar a sus numerosos odivs de sus votos, pasándolos al puesto menos comprometido de krondet. El mayor cambio, sin embargo, no estaba en las acciones del arteth, sino en la confianza de Hrathen. Mientras éste supiera que su fe era tan fuerte como la de Dilaf, el arteth no podría manipularlo.
No obstante, Dilaf no cejaría en su intento de destruir Elantris.
—¡Son impíos! —insistió yendo hacia la capilla. El sermón de esa noche había tenido un éxito enorme; Hrathen podía ahora contar con que las tres cuartas partes de la nobleza arelisa local eran creyentes o simpatizantes derethi. Telrii sería coronado esa misma semana, y en cuanto su poder se estabilizara un poco, anunciaría su conversión al Shu-Dereth. Arelon era de Hrathen, y aún faltaba un mes para que se cumpliera el plazo del Wyrn.
—Los elantrinos han servido a su propósito, arteth —le explicó Hrathen a Dilaf mientras caminaban. Hacía frío esa noche, aunque no lo suficiente para que el aliento se condensara.
—¿Por qué me prohíbes predicar contra ellos, mi señor? —La voz de Dilaf era amarga: ahora que Hrathen le prohibía hablar sobre Elantris, los discursos del arteth parecían castrados.
—Predicar contra Elantris ya no tiene sentido —dijo Hrathen, oponiéndose con la lógica a la furia de Dilaf—. No olvides que nuestro odio tenía un propósito. Ahora que he demostrado el poder supremo de Jaddeth sobre Elantris, hemos probado de manera efectiva que nuestro Dios es verdadero, mientras que Domi es falso. El pueblo comprende eso inconscientemente.
—Pero los elantrinos siguen siendo impíos.
—Son viles, son blasfemos y son decididamente impíos. Pero ahora mismo carecen de importancia. Tenemos que concentrarnos en la religión derethi, mostrar a la gente cómo relacionarse con Jaddeth jurándote lealtad a ti o a uno de los otros arteths. Notan nuestro poder, y es nuestro deber mostrarles cómo formar parte de él.
—¿Y Elantris quedará libre?
—No, por supuesto que no. Ya habrá tiempo de sobra para ocuparse de Elantris cuando esta nación, y su monarca, estén firmemente en manos de Jaddeth.
Hrathen sonrió para sí, apartándose del ceñudo Dilaf.
«Se acabó. Lo he logrado: he convertido al pueblo sin una revolución sangrienta». Sin embargo, aún no había terminado. Arelon era suyo, pero aún quedaba una nación.
Hrathen tenía planes para Teod.