El súbito cambio fue poco menos que un mazazo. Fue como si Sarene hubiera pasado de la oscuridad a la luz, de aguas fétidas al aire cálido. La suciedad y la mugre de Elantris desaparecían en una frontera, más allá de la cual el empedrado era blanco y puro. En cualquier otro lugar la sencilla limpieza de la calle habría sido peculiar, pero no remarcable. Allí, con la podredumbre de Elantris detrás, parecía como si Sarene hubiera entrado en el Paraíso de Domi.
Se detuvo ante la puerta de piedra, contemplando la ciudad dentro de la ciudad, los ojos incrédulos y abiertos de par en par. La gente conversaba y trabajaba dentro, cada cual con la carga de la piel maldita de los elantrinos, pero sonriendo también. Nadie llevaba los harapos que ella había supuesto que eran la única ropa disponible en Elantris: sus atuendos eran faldas o pantalones sencillos y una camisa. La tela era sorprendentemente pintoresca. Con asombro, Sarene advirtió que era de los colores que ella misma había elegido. Lo que había ideado como ofensa, sin embargo, la gente lo llevaba con alegría: los amarillos, verdes y rojos vivos resaltaban su alegría.
Ésa no era la gente que había visto sólo unas semanas antes, patética y suplicando comida. Parecían pertenecer a alguna aldea pastoral de antaño: eran gente que expresaba una jovialidad y un buen humor que Sarene creía imposibles en el mundo real. Sin embargo, vivían en el único lugar que todos sabían más horrible que el mundo real.
—¿Qué…?
Espíritu sonrió de oreja a oreja, todavía sosteniéndole la mano mientras le hacía cruzar la entrada de la aldea.
—Bienvenida a Nueva Elantris, Sarene. Todo lo que tenías asumido ya no es válido.
—Me doy cuenta.
Una achaparrada mujer elantrina se acercó. Su vestido era una mezcla de verdes y amarillos chillones. Observó a Sarene con ojo crítico.
—Dudo que tengamos nada de su talla, lord Espíritu.
Espíritu se echó a reír, calculando la altura de Sarene.
—Haz lo que puedas, Maare —dijo, caminando hacia un edificio de techo bajo situado a un lado. La puerta estaba abierta y Sarene vio filas de ropa colgando en el interior. Avergonzada, de pronto fue consciente de su propio atuendo. Ya había manchado la saya blanca de mugre y lodo.
—Vamos, querida —dijo Maare, llevándola a un segundo edificio—. A ver qué podemos hacer.
La amistosa mujer acabó por encontrar un vestido que le quedaba razonablemente bien… una falda azul con la que sólo enseñaba las piernas hasta la pantorrilla y una blusa azul intenso. Había incluso ropa interior, aunque también estaba hecha de tela chillona. Sarene no se quejó: cualquier cosa era mejor que su túnica manchada.
Después de ponerse la ropa, Sarene se contempló en el espejo de cuerpo entero que había en la habitación. La mitad de su piel era todavía de color carne, pero eso sólo hacía que las manchas oscuras fueran aún más sorprendentes. Supuso que el color carne se oscurecería con el tiempo, hasta volverse gris como el de los otros elantrinos.
—Espera —preguntó vacilante—, ¿de dónde ha salido este espejo?
—No es un espejo, querida —le explicó Maare mientras rebuscaba entre calcetines y zapatos—. Es una piedra plana, parte de una mesa, creo, con finas placas de acero alrededor.
Fijándose, Sarene vio los pliegues donde las placas de acero se solapaban. Era un espejo notable. La piedra debía haber sido extremadamente lisa.
—¿Pero de dónde…?
Sarene se interrumpió. Sabía exactamente de dónde habían salido placas de acero tan finas. Ella misma las había enviado, pensando de nuevo en burlarse de Espíritu, que había exigido varias planchas de metal como parte de su soborno.
Maare desapareció un momento y luego regresó con calcetines para Sarene. Cada uno era de un color diferente que tampoco coincidía con el de la camisa o la falda.
—Aquí tienes —dijo la mujer—. He tenido que tomárselos prestados a los hombres.
Sarene sintió que se ruborizaba mientras los aceptaba.
—No te preocupes, querida —rió Maare—. Es lógico que tengas los pies grandes… ¡Domi sabe que necesitas más en la parte de abajo para sostener toda esa altura! Oh, y aquí tienes lo último.
La mujer le tendió un largo pañuelo de tela naranja.
—Para la cabeza —explicó Maare, señalando una tela similar que cubría la suya—. Nos ayuda a olvidarnos del pelo.
Sarene asintió, agradecida, y aceptó el pañuelo y se lo ató. Espíritu la esperaba fuera, vestido con unos pantalones rojos y una camisa amarilla. Sonrió cuando ella se acercó.
—Me siento como un arco iris —confesó Sarene, contemplando la mezcla de colores.
Espíritu se echó a reír, le tendió la mano y la condujo por la ciudad. Ella advirtió que calibraba inconscientemente su altura. «Es lo bastante alto para mí —pensó con desenfado—, aunque por poco». Entonces, al advertir lo que estaba haciendo, puso los ojos en blanco. El mundo se desplomaba a su alrededor y lo único que se le ocurría era medir su altura con la del hombre que la acompañaba.
—Acostúmbrate a la idea de que todos parecemos secapájaros en primavera —decía él—. Los colores no molestan tanto cuando los llevas un rato. La verdad es que después de la monotonía de la antigua Elantris, los encuentro bastante refrescantes.
Mientras caminaban, Espíritu le fue explicando cosas de Nueva Elantris. No era muy grande, quizá la componían cincuenta edificios en total, pero su naturaleza compacta hacía que pareciera más unificada. Aunque no podía haber mucha gente en la ciudad (quinientas o seiscientas personas como máximo), siempre parecía haber movimiento a su alrededor. Los hombres trabajaban en las murallas o los techos, las mujeres cosían o limpiaban: incluso había niños corriendo por las calles. A Sarene nunca se le había ocurrido que la Shaod pudiera alcanzar tanto a niños como a adultos.
Todo el mundo saludaba a Espíritu al pasar, dirigiéndole sonrisas de bienvenida. Había verdadero calor en sus voces, un grado de respeto y amor que Sarene había visto pocas veces por un líder; incluso su padre, que por regla general era apreciado, tenía sus detractores. Naturalmente, era mucho más fácil con una población pequeña, pero seguía impresionándole.
En un momento determinado se encontraron con un hombre de edad indescifrable (era difícil poner edad a los rostros de Elantris) sentado en un bloque de piedra. Era bajo y barrigón, y no saludó a Espíritu. Su falta de atención, sin embargo, no era un signo de mala educación: estaba concentrado en el pequeño objeto que tenía en la mano. Varios niños rodeaban al hombre, viéndolo trabajar con ojos ansiosos. Mientras Sarene y Espíritu pasaban, el hombre le tendió el objeto a una de las niñas: era un precioso caballo de piedra tallada. La niña aplaudió entusiasmada, aceptando el regalo con dedos ansiosos. Los niños echaron a correr mientras el escultor se agachaba a seleccionar otra piedra del suelo. Empezó a rascar la piedra con una herramienta corta: cuando Sarene le miró los dedos con atención, advirtió de qué se trataba.
—¡Uno de mis clavos! —dijo—. Está usando uno de los clavos torcidos que os envié.
—¿Eh? —preguntó Espíritu—. Oh, sí. Tengo que reconocer, Sarene, que nos costó trabajo pensar qué hacer con el contenido de esa caja en particular. Habría hecho falta demasiado combustible para fundirlos todos incluso si hubiéramos tenido las herramientas necesarias. Esos clavos fueron una de tus adaptaciones más astutas.
Sarene se ruborizó. Esa gente luchaba por sobrevivir en una ciudad privada de recursos, y ella había sido capaz de enviarles clavos torcidos.
—Lo siento. Tenía miedo de que fabricarais armas con el acero.
—Hiciste bien al desconfiar —dijo Espíritu—. A fin de cuentas, al final te traicioné.
—Estoy segura de que tenías buenos motivos —dijo ella rápidamente.
—Los tenía —asintió él—. Pero eso no importó mucho en ese momento, ¿verdad? Tenías razón respecto a mí. Era, soy un tirano. Privé de comida a parte de la población, rompí nuestro acuerdo y causé la muerte de varios buenos hombres.
Sarene negó con la cabeza, la voz firme.
—No eres un tirano. Esta comunidad lo demuestra: la gente te quiere, y no puede haber tiranía donde hay amor.
Él casi sonrió, pero sus ojos no mostraban convencimiento. Luego, sin embargo, la miró con una expresión ilegible.
—Bueno, supongo que tu Prueba no fue una completa pérdida de tiempo. Obtuve algo muy importante durante esas semanas.
—¿Los suministros? —preguntó Sarene.
—Eso también.
Sarene lo miró a los ojos. Luego miró al escultor.
—¿Quién es?
—Se llama Taan —contestó Espíritu—. Aunque puede que lo conozcas por el nombre de Aanden.
—¿El jefe de la banda? —preguntó sorprendida Sarene.
Espíritu asintió.
—Taan era uno de los mejores escultores de Arelon antes de que lo alcanzara la Shaod. Después de venir a Elantris, enloqueció durante algún tiempo. Pero acabó por recuperarse.
Dejaron al escultor trabajando y Espíritu le mostró las últimas secciones de la ciudad. Pasaron ante un gran edificio que él identificó como la Sala de los Caídos, y la tristeza de su voz le impidió preguntar nada al respecto, aunque vio a varios seones, sin mente por la Shaod, flotar alrededor de su tejado.
Sarene sintió una súbita punzada de pesar. «Ashe debe de estar así ahora», pensó, recordando a los seones locos que había visto de vez en cuando flotar alrededor de Elantris. A pesar de lo que había visto, había continuado esperando toda la noche que Ashe la encontrara. Los sacerdotes korathi la habían encerrado en una especie de celda de contención (al parecer, los nuevos elantrinos sólo eran arrojados a la ciudad una vez al día) y ella había esperado junto a la ventana, deseando que él llegara.
Había esperado en vano. Con la confusión de la boda, ni siquiera recordaba la última vez que lo había visto. Como no quería entrar en la capilla, se había adelantado para esperarla en la sala del trono. A su llegada, ¿lo había visto flotando dentro de la sala? ¿Había oído su voz, llamándola entre los otros aturdidos asistentes a la celebración? ¿O ella simplemente dejaba que la esperanza nublara sus recuerdos?
Sarene sacudió la cabeza, suspirando mientras dejaba que Espíritu la apartara de la Sala de los Caídos. No paraba de mirar por encima del hombro, esperando ver allí a Ashe. Siempre había estado allí.
«Al menos no está muerto —pensó—, arrinconando su pena. Probablemente esté en algún lugar de la ciudad. Puedo encontrarlo… tal vez ayudarlo de algún modo».
Continuaron caminando, y Sarene se dejó distraer intencionadamente por el escenario: no podía soportar seguir pensando en Ashe. Espíritu la llevó más allá de algunas zonas despejadas. Cuando se fijó bien Sarene vio que debían de ser sembrados. Plantas diminutas brotaban en ordenadas filas en los surcos de tierra, y varios hombres caminaban entre ellas, buscando hierbajos. Había un fuerte olor en el aire.
Sarene se detuvo.
—¿Pescado?
—Fertilizante —rió Espíritu—. Fue la única vez que conseguimos engañarte. Pedimos trucha sabiendo que nos mandarías el primer barril que tuvieras a mano de pescado podrido.
—Parece que conseguisteis engañarme más de una vez —dijo Sarene, recordando con vergüenza el tiempo que había pasado dando vueltas a sus demandas para tergiversarlas. Por lo visto tanto daba que lo hubiera logrado: los neoelantrinos habían encontrado un uso para todos sus regalos inútiles.
—No tenemos elección, princesa. Todo lo que queda de la Elantris anterior al Reod está podrido o estropeado: incluso las piedras empiezan a desmoronarse. Por inútiles que consideraras aquellos envíos, seguían siendo mucho más valiosos que nada de lo que queda en la ciudad.
—Me equivoqué —dijo Sarene lentamente.
—No empieces otra vez —respondió Espíritu—. Si empiezas a sentir lástima de ti misma, te encerraré en una habitación con Galladon durante una hora para que aprendas lo que es el auténtico pesimismo.
—¿Galladon?
—El grandullón que viste brevemente en las puertas —explicó Espíritu.
—¿El dula? —preguntó Sarene sorprendida, recordando al gran elantrino de ancho rostro y marcado acento duladen.
—Ese mismo.
—¿Un dula pesimista? —repitió ella—. No creía que existieran.
Espíritu volvió a reírse y la condujo a un edificio grande y solemne. Sarene se quedó boquiabierta ante su belleza. Estaba flanqueado por delicados arcos en espiral y el suelo era de mármol blanco. Los bajorrelieves de las paredes eran aún más trabajados que los del templo korathi de Teoras.
—Es una capilla —dijo ella, pasando los dedos por las retorcidas volutas de mármol.
—Sí que lo es. ¿Cómo lo has sabido?
—Las escenas están sacadas directamente del Do-Korath —dijo Sarene, contemplándolo todo con asombro—. Alguien no prestó mucha atención a sus clases de religión.
Espíritu tosió.
—Bueno…
—No trates de convencerme de que no las recibiste —dijo ella, volviéndose hacia las tallas—. Obviamente eres un noble. Tendrías que haber ido a la iglesia para guardar las apariencias, aunque no fueras devoto.
—Mi señora es muy astuta. Soy, naturalmente, un humilde servidor de Domi… pero admito que a veces me distraía durante los sermones.
—¿Quién eras? —preguntó Sarene como si tal cosa, haciendo por fin la pregunta que la acuciaba desde que había conocido a Espíritu semanas antes.
Él se lo pensó un momento.
—El segundo hijo del señor de la Plantación Ien. Una casa menor al sur de Arelon.
Podía ser verdad. Sarene no se había molestado en memorizar los nombres de los señores menores: ya había tenido bastante con llevar la cuenta de duques, condes y barones. También podía ser mentira. Espíritu parecía un hombre de posición como mínimo pasable, y tenía que saber contar una mentira convincente. Fuera lo que fuese, desde luego había adquirido excelentes habilidades de liderazgo… algo de lo que ella había notado que carecía la mayor parte de la aristocracia arelisa.
—¿Cuánto…? —empezó a decir, apartándose de la pared. Entonces se interrumpió, el aliento detenido en la garganta.
Espíritu estaba brillando.
Una luz espectral crecía en su interior: ella veía sus huesos recortados ante un asombroso poder que ardía dentro de su pecho. Abrió la boca para dar voz a un grito mudo; entonces se desplomó, estremeciéndose, mientras la luz destellaba.
Sarene corrió a su lado, pero se detuvo, sin saber qué hacer. Apretando la mandíbula, lo agarró, le levantó la cabeza para impedir que los espasmos la hicieran chocar contra el frío suelo de mármol. Y sintió algo.
Le puso la carne de gallina en los brazos y envió un escalofrío helado por su cuerpo. Algo grande, algo imposiblemente inmenso, se apretaba contra ella. El aire mismo pareció apartarse del cuerpo de Espíritu. Ya no podía verle los huesos: había demasiada luz. Era como si se estuviera disolviendo en pura blancura: hubiese creído que había desaparecido de no sentir su peso en los brazos. Sus sacudidas se detuvieron por fin, y quedó flácido.
Entonces gritó.
Una sola nota, fría y uniforme, escapó de su boca en un alarido de desafío. La luz se desvaneció casi inmediatamente, y Sarene se quedó con el corazón latiendo al compás en su pecho, los brazos bañados en sudor, la respiración profunda y rápida.
Los ojos de Espíritu se abrieron unos momentos más tarde. A medida que la conciencia regresaba lentamente, sonrió débilmente y descansó la cabeza en su brazo.
—Cuando he abierto los ojos, pensaba que había muerto.
—¿Qué ha pasado? —preguntó ella ansiosamente—. ¿He de pedir ayuda?
—No, se está convirtiendo en algo habitual.
—¿Habitual? —preguntó Sarene con lentitud—. ¿Para… todos nosotros?
Espíritu rió débilmente.
—No, sólo para mí. El dor está empeñado en destruirme.
—¿El dor? —preguntó ella— ¿Qué tiene que ver Jesker con esto?
Él sonrió.
—¿Así que la bella princesa es también una experta religiosa?
—La bella princesa sabe un montón de cosas —desdeñó ella—. Quiero saber por qué un «humilde siervo de Domi» cree que el supraespíritu Jesker está tratando de destruirlo.
Espíritu intentó sentarse, y ella lo ayudó.
—Tiene que ver con la AonDor —explicó con voz cansada.
—¿La AonDor? Eso es una leyenda pagana. —No había mucha convicción en sus palabras… no después de lo que había visto.
Espíritu alzó una ceja.
—¿Entonces te parece lógico que nos maldigan con cuerpos que no mueren pero no es posible que nuestra antigua magia funcione? ¿No te he visto con un seon?
—Eso es diferente… —replicó Sarene con un hilo de voz, recordando de nuevo a Ashe.
Espíritu, sin embargo, volvió a captar inmediatamente su atención. Levantó una mano y empezó a dibujar. Aparecieron líneas en el aire, siguiendo el movimiento de su dedo.
Las enseñanzas korathi de los últimos diez años habían hecho todo lo posible por quitar importancia a la magia de Elantris, a pesar de los seones. Los seones eran familiares, casi espíritus benévolos enviados por Domi para proteger y consolar. A Sarene le habían enseñado, y lo había creído, que la magia de Elantris era casi toda un engaño. Ahora, sin embargo, se enfrentaba a una verdad. Tal vez las historias fueran ciertas.
—Enséñame —susurró—. Quiero aprender.
No fue hasta más tarde, después de anochecido, que Sarene finalmente se permitió llorar. Espíritu había pasado casi todo el día explicándole todo lo que sabía de la AonDor. Al parecer, había realizado una intensa investigación sobre el tema. Sarene había escuchado divertida, tanto por la compañía como por la distracción que él le proporcionaba. Cuando quisieron darse cuenta, cayó la noche ante las ventanas de la capilla, y Espíritu la acompañó a su alojamiento.
Ahora yacía encogida, tiritando de frío. Las otras dos mujeres de la habitación dormían profundamente, sin que ninguna usara una manta a pesar del aire helado. Los otros elantrinos no parecían advertir el cambio de temperatura tanto como Sarene. Espíritu decía que sus cuerpos estaban en una especie de suspensión, que habían dejado de funcionar mientras esperaban a que el dor terminara de transformarlos. Con todo, a Sarene le parecía que hacía un frío desagradable.
La incómoda atmósfera no contribuía a mejorar su estado de ánimo. Mientras se acurrucaba contra la dura pared de piedra, recordó los aspectos. Aquellos horribles aspectos. La mayoría de los elantrinos habían sido alcanzados por la Shaod de noche, y habían sido descubiertos en la intimidad. Sarene, sin embargo, había sido exhibida ante toda la aristocracia. Y en su propia boda, nada menos.
Eso la mortificaba. Su único consuelo era que probablemente nunca volvería a ver a ninguno de ellos. Pobre consuelo, pues por el mismo razonamiento nunca volvería a ver a su padre, a su madre ni a su hermano. Había perdido a Kiin y su familia. Aunque la nostalgia del hogar nunca la había golpeado antes, ahora atacaba con la represión de toda una vida.
Aparte de todo esto, era consciente de su fracaso. Espíritu le había pedido noticias del exterior, pero hablar de eso le había resultado demasiado doloroso. Sabía que Telrii era ya probablemente rey, y eso significaba que Hrathen convertiría con facilidad al resto de Arelon.
Lloró en silencio. Lo hizo por la boda, por Arelon, por la locura de Ashe y por la vergüenza que tuvo que haber pasado el pobre Roial. Lo peor de todo era pensar en su padre. La idea de nunca sentir de nuevo el amor de sus amables reproches, de no sentir jamás su apoyo incondicional, le causaba una terrible sensación de espanto.
—¿Mi señora? —preguntó una voz baja y vacilante—. ¿Eres tú?
Aturdida, ella alzó la cabeza entre lágrimas. ¿Estaba oyendo cosas? Tenía que ser eso. No podía haber oído…
—¿Lady Sarene?
Era la voz de Ashe.
Entonces vio, flotando junto a la ventana, su aon, tan tenue que era casi invisible.
—¿Ashe? —preguntó con vacilante asombro.
—¡Oh, bendito Domi! —exclamó el seon, acercándose rápidamente.
—¡Ashe! —dijo ella, secándose los ojos con una mano temblorosa, aturdida por la sorpresa—. ¡Nunca uses en vano el nombre del Señor!
—Si Él me ha traído a ti, entonces tiene Su primer seon converso —respondió Ashe, latiendo excitado.
Ella a punto estuvo de abrazar la bola de luz.
—¡Ashe, estás hablando! No deberías poder hablar, tendrías que estar…
—Loco. Sí, mi señora, lo sé. Sin embargo, no me siento distinto de antes.
—Un milagro —dijo Sarene.
—Un misterio, si acaso —respondió el seon—. Tal vez debería plantearme unirme al Shu-Korath.
Sarene se echó a reír.
—Seinalan no lo consentiría. Naturalmente, sus prohibiciones no nos han detenido antes, ¿verdad?
—Ni una sola vez, mi señora.
Sarene se apoyó contra la pared, contenta simplemente con disfrutar de la familiaridad de su voz.
—No tienes ni idea de lo aliviado que me siento al encontrarte, mi señora. Llevo dos días buscando. Había empezado a pensar que te había ocurrido algo horrible.
—Me pasó, Ashe —dijo Sarene con tristeza, aunque sonrió al decirlo.
—Me refiero a algo más horrible, mi señora. He visto el tipo de atrocidades que pueden producirse en este lugar.
—Eso ha cambiado, Ashe. No comprendo cómo lo ha logrado, pero Espíritu ha traído orden a Elantris.
—Sea como sea, si te ha mantenido a salvo, lo bendigo por ello.
De repente, a Sarene se le ocurrió una cosa: si Ashe vivía… entonces ella tenía un enlace con el mundo exterior. No estaba completamente separada de Kiin y los demás.
—¿Sabes cómo se encuentran los demás?
—No, mi señora. Después de que la boda se interrumpiera, me pasé una hora exigiéndole al patriarca que te dejara en libertad. No creo que le supiera mal tu desgracia. Después de eso, comprendí que te había perdido. Fui a las puertas de Elantris, pero al parecer llegué demasiado tarde para ver cómo te arrojaban a la ciudad. Sin embargo, cuando pregunté a los guardias adónde habías ido, ellos se negaron a decirme nada. Dijeron que era tabú hablar de aquellos que se habían convertido en elantrinos, y cuando les dije que era tu seon, se incomodaron y dejaron de hablarme. Tuve que aventurarme en la ciudad sin información, y te he estado buscando desde entonces.
Sarene sonrió, imaginando al solemne seon (esencialmente, una creación pagana) discutiendo con el cabeza de la religión korathi.
—No llegaste demasiado tarde para ver cómo me arrojaban a la ciudad, Ashe. Llegaste demasiado pronto. Al parecer, sólo arrojan a la gente antes de cierta hora del día, y el matrimonio se celebró muy tarde. Me pasé la noche en la capilla, y me han traído a Elantris esta tarde.
—Ah —dijo el seon, flotando comprensivo.
—En el futuro, probablemente podrás encontrarme aquí, en la parte limpia de la ciudad.
—Es un lugar interesante —dijo Ashe—. Nunca lo había visto… está bien oculto del exterior. ¿Por qué es esta zona distinta a las demás?
—Ya lo verás. Vuelve mañana.
—¿Volver, mi señora? —preguntó Ashe, indignado—. No tengo ninguna intención de dejarte.
—Sólo brevemente, amigo mío —dijo Sarene—. Necesito noticias de Kae, y tú tienes que decirles a los demás que estoy bien.
—Sí, mi señora.
Sarene hizo una pausa. Espíritu había tomado todo tipo de medidas para asegurarse de que nadie del exterior supiera de la existencia de Nueva Elantris; ella no podía traicionar su secreto de manera tan descuidada, aunque confiara en la gente a quien se lo diría Ashe.
—Diles que me has encontrado, pero no lo que has visto aquí.
—Sí, mi señora —respondió Ashe, confundido—. Un momento, mi señora. Tu padre desea hablar contigo.
El seon empezó a latir, entonces su luz se fundió, parpadeó y se reformó convirtiéndose en la gran cabeza ovalada de Eventeo.
—¿Ene? —preguntó Eventeo con frenética preocupación.
—Estoy aquí, padre.
—¡Oh, gracias a Domi! Sarene, ¿estás ilesa?
—Estoy bien, padre —le aseguró, sintiendo que las fuerzas regresaban. De pronto supo que podría hacer cualquier cosa e ir a cualquier parte mientras tuviera la promesa de la voz de Eventeo.
—¡Maldito sea ese Seinalan! Ni siquiera intentó dejarte en libertad. Si no fuera tan devoto, lo decapitaría sin pensármelo dos veces.
—Debemos ser justos, padre —dijo Sarene—. Si la hija de un campesino puede ser arrojada a Elantris, la hija de un rey no debe ser la excepción.
—Si mis informes son correctos, nadie debería ser arrojado a ese pozo.
—No es tan malo como piensas, padre. No puedo explicarlo, pero las cosas son más esperanzadoras de lo que creía.
—Esperanzadoras o no, voy a sacarte de ahí.
—¡Padre, no! ¡Si traes soldados a Arelon no sólo dejarás a Teod sin defensas, sino que ofenderás a nuestro único aliado!
—Si las predicciones de mi espía son correctas, no será nuestro aliado mucho tiempo. El duque Telrii va a esperar unos días para consolidar su poder, pero todo el mundo sabe que pronto se hará con el trono… y tiene muy buenas relaciones con ese gyorn Hrathen. Lo ha intentado, Ene, pero Arelon está perdido. Voy por ti, en realidad no necesito a demasiados hombres, y luego volveré aquí y me prepararé para una invasión. No importa a cuántos hombres convoque el Wyrn, nunca conseguirá derrotar nuestra Armada. Teod tiene los mejores barcos del mar.
—Padre, puede que tú hayas renunciado a Arelon, pero yo no.
—Sarene —le advirtió Eventeo—, no empieces de nuevo. No eres más arelisa que yo…
—Lo digo en serio, padre. No dejaré Arelon.
—¡Idos Domi, Sarene, esto es una locura! Soy tu padre y tu rey. Voy a traerte de vuelta, lo quieras o no.
Sarene se calmó: la fuerza nunca funcionaría con Eventeo.
—Papá —dijo, dejando que el amor y el respeto asomaran en su voz—, me enseñaste a ser valiente. Me convertiste en algo más fuerte de lo ordinario. En ocasiones te maldije, pero casi siempre bendije tus palabras de ánimo. Me diste libertad para que fuera yo misma. ¿Me negarás eso ahora quitándome mi derecho a elegir?
La cabeza blanca de su padre flotó en silencio en la habitación oscura.
—No habrás terminado de darme lecciones hasta que cedas, padre —dijo Sarene suavemente—. Si de verdad crees en los ideales que me has transmitido, entonces permitirás que tome mi propia decisión.
Finalmente, él habló.
—¿Tanto los amas, Ene?
—Se han convertido en mi pueblo.
—Han pasado menos de dos meses.
—El amor es independiente del tiempo, padre. Tengo que quedarme en Arelon. Si ha de caer, caeré con él… Pero no creo que eso vaya a pasar. Tiene que haber un modo de detener a Telrii.
—Pero estás atrapada en esa ciudad, Sarene —dijo su padre—. ¿Qué puedes hacer desde ahí dentro?
—Ashe hará de mensajero. Yo ya no puedo liderarlos, pero tal vez sí ayudar. Y aunque no sea así, debo quedarme.
—Comprendo —dijo su padre por fin, suspirando profundamente—. Tu vida es tuya, Sarene. Siempre lo he creído… aunque lo olvide de vez en cuando.
—Me quieres, padre. Protegemos a quienes amamos.
—Así es. No lo olvides nunca, hija mía.
Sarene sonrió.
—Nunca lo he hecho.
—Ashe —ordenó Eventeo, llamando a la conciencia del seon a la Conversación.
—Sí, mi rey —dijo Ashe, atento y reverente.
—La vigilarás y la protegerás. Si resulta herida, me llamarás.
—Como he hecho siempre, y siempre haré, mi rey —respondió Ashe.
—Sarene, voy a hacer que la Armada se ponga en estado defensivo. Que tus amigos sepan que cualquier barco que se acerque a aguas teoisas será hundido sin miramientos. Todo el mundo se ha vuelto contra nosotros, y no puedo arriesgar la seguridad de mi pueblo.
—Se lo advertiré, padre —prometió Sarene.
—Buenas noches entonces, Ene, y que Domi te bendiga.