Mes y medio y ya has destronado al rey. Para que luego digan que no trabajas rápido, Ene.
Las palabras de su padre eran joviales, aunque su rostro brillante mostraba preocupación. Sabía, igual que ella, que el caos que sigue al derrocamiento de un gobierno podía ser peligroso tanto para los campesinos como para los nobles.
—Bueno, no se puede decir que yo lo pretendiera —protestó Sarene—. Misericordioso Domi, traté de salvar a ese idiota. No tendría que haberse liado con los Misterios.
Su padre se echó a reír.
—Y yo nunca tendría que haberte enviado allí. Ya te luciste cuando te dejamos visitar a nuestros enemigos.
—No me «enviaste» aquí, padre —dijo Sarene—. Esto fue idea mía.
—Me alegra saber que mi opinión cuenta tanto para mi hija —respondió Eventeo.
Sarene sintió que se ablandaba.
—Lo siento, padre —dijo, con un suspiro—. Llevo al borde de un ataque de nervios desde… no sabes lo horrible que fue.
—Oh, lo sé… por desgracia. ¿Cómo, en nombre de Domi, una monstruosidad como los Misterios surgió de una religión tan inocente como el Jesker?
—Igual que el Shu-Dereth y el Shu-Korath proceden ambos de las enseñanzas de un hombrecito jindoés —replicó Sarene, meneando la cabeza.
Eventeo suspiró.
—¿Entonces Iadon ha muerto?
—¿Te has enterado? —preguntó sorprendida Sarene.
—Envié unos cuantos espías nuevos a Arelon hace poco, Ene. No voy a dejar a mi hija sola en un país que está al borde de la destrucción sin por lo menos echarle un ojo.
—¿Quién es? —preguntó Sarene, curiosa.
—No hace falta que lo sepas.
—Tiene un seon —musitó Sarene—. De lo contrario no sabrías lo de Iadon… Se ahorcó anoche mismo.
—No voy a decírtelo, Ene —dijo Eventeo divertido—. Si supieras quién es, inevitablemente decidirías apropiártelo para tus propios fines.
—Bien —dijo Sarene—. Pero cuando todo esto acabe, será mejor que me digas quién es.
—No lo conoces.
—Bien —repitió Sarene, fingiendo indiferencia.
Su padre se echó a reír.
—Bueno, háblame de Iadon. ¿Cómo, en nombre de Domi, consiguió una cuerda?
—Lord Eondel debe de haberlo preparado —supuso Sarene, apoyando los codos sobre la mesa—. El conde piensa como un guerrero y ésta era una solución muy eficaz. No tenemos por qué forzar una abdicación y el suicidio ha devuelto algo de dignidad a la monarquía.
—Estamos sedientos de sangre hoy, ¿no, Ene?
Sarene se estremeció.
—Tú no lo viste, padre. El rey no sólo asesinó a esa muchacha… disfrutó haciéndolo.
—Ah —dijo Eventeo—. Según mis fuentes, probablemente el duque Telrii se haga con el trono.
—No si podemos evitarlo. Telrii es aún peor que Iadon. Aunque no fuera simpatizante derethi, sería un rey terrible.
—Ene, una guerra civil no beneficiará a nadie.
—No llegaremos a eso, padre —prometió Sarene—. No comprendes lo poco militarista que es este pueblo. Vivieron durante siglos bajo la protección elantrina… creen que la presencia de unos cuantos guardias sobrados de peso en la muralla de la ciudad es suficiente para disuadir a los invasores. Sus únicas tropas pertenecen a la legión de lord Eondel, que ha ordenado que se congreguen en Kae. Puede que consigamos coronar a Roial antes de que nadie se lo piense dos veces.
—¿Estáis unidos a su favor, entonces?
—Es el único lo bastante rico para desafiar a Telrii —explicó Sarene—. No me ha dado tiempo de destruir el necio sistema de títulos por dinero de Iadon. La gente está acostumbrada a eso, y vamos a tener que utilizarlo, por el momento.
Llamaron a la puerta y acto seguido entró una criada con una bandeja de comida. Sarene había vuelto al palacio después de pasar sólo una noche en la mansión de Roial, a pesar de la preocupación de sus aliados. El palacio era un símbolo, y esperaba que le prestara autoridad. La criada dejó la bandeja sobre la mesa y se marchó.
—¿Es el almuerzo? —su padre parecía tener un sexto sentido en lo referente a la comida.
—Sí —contestó Sarene, cortando un trozo de pan.
—¿Está bueno?
Sarene sonrió.
—No deberías preguntar, papá. Sólo conseguirás ponerte nervioso.
Eventeo suspiró.
—Lo sé. Tu madre tiene una nueva manía… sopa de hierbas hraggisa.
—¿Está buena? —preguntó Sarene. Su madre era hija de un diplomático teoiso, y había pasado casi toda su adolescencia en Jindo. Como resultado, había adquirido algunos hábitos culinarios muy extraños, e imponía sus gustos a todo el palacio y a su personal.
—Está horrible.
—Lástima —dijo Sarene—. A ver, ¿dónde he puesto esa mantequilla?
Su padre gimió.
—Papá —lo reprendió Sarene—. Sabes que tienes que perder peso.
Aunque el rey no era tan voluminoso (ni en músculos ni en grasa) como su hermano Kiin, era más rechoncho que fornido.
—No veo por qué —dijo Eventeo—. ¿Sabías que en Duladel consideran atractiva a la gente gruesa? No les preocupan las ideas jindoesas sobre salud, y son perfectamente felices. Además, ¿cuándo se ha demostrado que la mantequilla engorde?
—Ya sabes lo que dicen los jindo, padre. Si arde, no es sano.
Eventeo suspiró.
—No he probado una copa de vino desde hace diez años.
—Lo sé, papá. Yo vivía contigo, ¿recuerdas?
—Sí, pero a ti no te hacían mantener el alcohol a raya.
—Yo no estoy gorda —señaló Sarene—. El alcohol arde.
—Y la sopa de hierbas hraggisa —replicó Eventeo, levemente irritado—. Al menos si se seca. Lo probé.
Sarene se echó a reír.
—Dudo que mamá se tomara muy bien tu pequeño experimento.
—Me dirigió una de sus miradas… ya sabes cómo es.
—Sí —dijo Sarene, recordando los rasgos de su madre. Había pasado demasiado tiempo en misiones diplomáticas en los últimos años para sentir añoranza del hogar, pero hubiese sido agradable estar de vuelta en Teod… sobre todo considerando la interminable serie de sorpresas y desastres que habían tenido lugar en las semanas precedentes.
—Bien, Ene, tengo que celebrar audiencia —dijo su padre por fin—. Me alegro de que de vez en cuando te acuerdes de llamar a tu pobre padre… sobre todo para hacerle saber que has derrocado a un gobierno entero. Oh, una cosa más. En cuanto nos enteramos del suicidio de Iadon, Seinalan fletó uno de mis barcos más veloces y puso rumbo a Arelon. Llegará dentro de unos días.
—¿Seinalan? —preguntó Sarene sorprendida—. ¿Qué tiene que ver el patriarca con todo esto?
—No lo sé: no me lo quiso decir. Pero tengo que irme ya, Ene. Te quiero.
—Yo también te quiero, papá.
—Nunca he visto al patriarca —confesó Roial desde su asiento en el comedor de Kiin—. ¿Es como el padre Omin?
—No —contestó Sarene categórica—. Seinalan es un egoísta pagado de sí mismo con suficiente orgullo para que un gyorn derethi parezca humilde a su lado.
—¡Princesa! —exclamó indignado Eondel—. ¡Estás hablando del padre de nuestra Iglesia!
—Eso no significa que tenga que gustarme.
El rostro de Eondel se puso blanco mientras buscaba por instinto el colgante del Aon Omi que pendía de su cuello. Shuden mantuvo prudentemente la boca cerrada.
Sarene hizo una mueca.
—No tienes que espantar el mal de ojo, Eondel. No voy a rechazar a Domi porque haya puesto a un idiota a cargo de Su iglesia. Los idiotas también tienen derecho a servir.
Eondel volvió los ojos hacia su mano; entonces la bajó, avergonzado. Roial, sin embargo, reía suavemente para sí.
—¿Qué? —exigió saber Sarene.
—Es que estaba considerando algo, Sarene —dijo el anciano con una sonrisa—. Creo que no he conocido a nadie, hombre ni mujer, con unas opiniones tan extremas como las tuyas.
—Entonces has vivido toda la vida en una torre de marfil, mi duque —le informó Sarene—. ¿Dónde está Lukel, por cierto?
La mesa de Kiin no era tan cómoda como el estudio de Roial, pero por algún motivo todos se sentían como en casa en el comedor de Kiin. Mientras la mayoría de la gente añadía detalles personales a su estudio o su recibidor, el amor de Kiin era su comida, y el comedor era el lugar donde compartía su talento. La decoración de la habitación (recuerdos de viajes, desde hortalizas secas a una gran hacha de adorno) era reconfortantemente familiar. Nunca se discutía: todos acudían de modo natural a esa habitación cuando se reunían.
Tuvieron que esperar un poco más hasta que Lukel finalmente decidió regresar. Al cabo de un rato, oyeron la puerta abrirse y cerrarse, y el rostro amistoso de su primo asomó por la puerta. Ahan y Kiin lo acompañaban.
—¿Bien? —preguntó Sarene.
—Telrii definitivamente intenta hacerse con el trono —informó Lukel.
—No con mi legión apoyando a Roial —dijo Eondel.
—Por desgracia, mi querido general —dijo Ahan, tomando asiento—, tu legión no está aquí. Apenas tienes una docena de hombres a tu disposición.
—Son más de los que tiene Telrii —señaló Sarene.
—Ya no —respondió Ahan—. La guardia de Elantris ha dejado sus puestos para acampar ante la mansión de Telrii.
Eondel bufó.
—La guardia no es más que un club para hijos segundones que quieren dárselas de importantes.
—Cierto —dijo Ahan—. Pero hay más de seiscientas personas en ese club. Al cincuenta por ciento de posibilidades, incluso yo lucharía contra tu legión. Me temo que el equilibrio de poder se ha decantado en favor de Telrii.
—Esto es malo —reconoció Roial—. La mayor riqueza de Telrii era un problema antes, pero ahora…
—Tiene que haber un modo —dijo Lukel.
—No veo ninguno —confesó Roial.
Los hombres fruncieron el ceño, sumidos en sus pensamientos. Sin embargo, todos llevaban dos días sopesando ese mismo problema. Aunque hubieran tenido la ventaja militar, los otros aristócratas hubiesen vacilado a la hora de apoyar a Roial, que era menos rico.
Mientras Sarene los iba estudiando uno por uno, sus ojos se posaron en Shuden. Parecía más dudoso que preocupado.
—¿Qué? —preguntó ella en voz baja.
—Creo que tal vez tengamos un modo —contestó él, tentativamente.
—Habla, hombre —dijo Ahan.
—Bueno, Sarene sigue siendo muy rica —explicó Shuden—. Raoden le dejó al menos quinientos mil deos.
—Ya hemos discutido esto, Shuden —dijo Lukel—. Ella tiene un montón de dinero, pero sigue siendo menos que el de Roial.
—Cierto —reconoció Shuden—. Pero juntos tendrían mucho más que Telrii.
La habitación quedó en silencio.
—Tu contrato nupcial es técnicamente nulo, mi señora —dijo Ashe desde atrás—. Quedó invalidado en cuanto Iadon se suicidó, eliminando con ello su linaje del trono. En el momento en que otro sea rey (bien Telrii, bien Roial) será rescindido y tú dejarás de ser princesa de Arelon.
Shuden asintió.
—Si unes tu fortuna a la de lord Roial, no sólo tendréis dinero para oponeros a Telrii, sino que eso legitimará la pretensión de Roial. No creas que el linaje no importa en Arelon. Los nobles preferirán ofrecer su lealtad a uno de los parientes de Iadon.
Roial la miró con ojos de benévolo abuelo.
—He de admitir que el joven Shuden tiene un argumento convincente. El matrimonio sería estrictamente político, Sarene.
Sarene tomó aire. Las cosas iban demasiado deprisa.
—Comprendo, mi señor. Haremos lo que se deba hacer.
Y así, por segunda vez en sólo dos meses, Sarene se prometió en matrimonio.
—Me temo que no ha sido muy romántico —se disculpó Roial. La reunión había terminado y Roial se había ofrecido discretamente a escoltar a Sarene de vuelta al palacio. Los demás, incluido Ashe, habían comprendido que los dos necesitaban hablar a solas.
—No importa, mi señor —dijo Sarene con una leve sonrisa—. Así es como se supone que deben ser los matrimonios políticos: secos, forzados, pero enormemente útiles.
—Eres muy pragmática.
—Tengo que serlo, mi señor.
Roial frunció el ceño.
—¿Tenemos que seguir usando los «mi señor», Sarene? Creía que habíamos superado eso.
—Lo siento, Roial —dijo Sarene—. Me cuesta separar mi yo social de mi yo político.
Roial asintió.
—Lo que he dicho iba en serio, Sarene. Ésta será estrictamente una unión de conveniencia: no te sientas obligada en ningún otro aspecto.
Sarene guardó silencio un momento, escuchando el casco de los caballos ante ellos.
—Tendrá que haber herederos.
Roial se rió en voz baja.
—No, Sarene. Gracias, pero no. Aunque eso fuera físicamente posible, yo no podría hacer una cosa así. Soy un viejo, y no sobreviviré más que unos cuantos años. Esta vez, tu contrato nupcial no te prohibirá que vuelvas a casarte cuando me muera. Cuando yo ya no esté, podrás finalmente elegir a un hombre de tu conveniencia… Para entonces habremos sustituido el estúpido sistema de Iadon por algo más estable, y los hijos que tengas con tu tercer marido heredarán el trono.
Tercer marido. Roial hablaba como si ya estuviera muerto y ella fuera ya dos veces viuda.
—Bueno, si las cosas suceden como sugieres —dijo—, al menos no tendré problemas para atraer un marido. El trono será un premio tentador, aunque yo esté unida a él.
El rostro de Roial se endureció.
—Esto es algo que quería discutir contigo, Sarene.
—¿Qué?
—Eres demasiado dura contigo misma. He oído la forma en que hablas… asumes que nadie te quiere.
—No me quieren —dijo Sarene llanamente—. Créeme.
Roial negó con la cabeza.
—Eres excelente juzgando carácteres, Sarene… excepto el tuyo. A menudo, la opinión que tenemos sobre nosotros mismos es la menos acertada. Puede que te veas como una vieja matrona, niña, pero eres joven, y eres hermosa. El hecho de que hayas tenido mala suerte en el pasado no significa que tengas que renunciar a tu futuro. —La miró a los ojos. A pesar de las apariencias, era un hombre sabio y comprensivo—. Encontrarás a alguien que te ame, Sarene —prometió Roial—. Eres un premio… un premio aún más grande que el trono que vendrá unido a ti.
Sarene se ruborizó y agachó la mirada. Con todo… sus palabras eran esperanzadoras. Tal vez tuviera una oportunidad. Probablemente tendría treinta y tantos, pero al menos tendría otra oportunidad de encontrar al hombre adecuado.
—Nuestra boda tendrá que ser pronto si queremos derrotar a Telrii —dijo Roial.
—¿Qué sugieres?
—El día del funeral de Iadon. Técnicamente, el reinado de Iadon no finaliza hasta su entierro.
Cuatro días. Sería un noviazgo bastante corto.
—Me preocupa la necesidad de hacerte pasar por todo esto —dijo Roial—. No puede ser fácil considerar casarse con un viejo caduco.
Sarene colocó la mano sobre la del duque, sonriendo por la dulzura de su tono.
—Considerándolo todo, mi señor, creo que soy bastante afortunada. Hay muy pocos hombres en este mundo que consideren un honor verse obligados a casarse.
Roial sonrió, los ojos chispeando.
—Es una lástima que Ahan ya esté casado, ¿verdad?
Sarene apartó la mano y le dio un golpe en el hombro.
—Ya he tenido suficientes sorpresas emocionales en una semana, Roial… te agradecería que no me pongas enferma además.
El duque se rió con ganas. Sin embargo, cuando terminó, otro sonido sustituyó la risa: gritos. Sarene se envaró, pero los gritos no eran de furia ni de dolor. Parecían alegres y entusiasmados. Confusa, se asomó a la ventanilla del carruaje y vio a una multitud de gente que surgía de un cruce.
—En nombre de Domi, ¿qué es eso? —preguntó Roial.
El carruaje se acercó, lo cual permitió que Sarene distinguiera una figura alta en el centro de la multitud.
Sarene se quedó anonadada.
—¡Pero… pero eso es imposible!
—¿Qué? —preguntó Roial, entornando la mirada.
—Es Hrathen —dijo Sarene, con los ojos muy abiertos—. ¡Ha salido de Elantris!
Entonces advirtió algo más. El rostro del gyorn no tenía manchas. Era de color carne.
—¡Misericordioso Domi… se ha curado!