20

A ver si te comprendo, querida princesa —dijo Ahan, alzando un grueso dedo—. ¿Quieres que ayudemos a Iadon? Debo de ser tonto… creía que no nos gustaba ese tipo.

—No nos gusta —reconoció Sarene—. Ayudar financieramente al rey no tiene nada que ver con nuestros sentimientos personales.

—Me temo que he de estar de acuerdo con Ahan, princesa —dijo Roial, extendiendo las manos—. ¿Por qué este cambio repentino? ¿De qué servirá ayudar ahora al rey?

Sarene apretó los dientes, molesta. Entonces, sin embargo, captó un chisporroteo en los ojos del viejo duque. Lo sabía. El duque tenía una red de espías tan extensa como la del rey: había descubierto lo que estaba intentando hacer Hrathen. Había hecho la pregunta no para provocarla a ella, sino para darle una oportunidad de explicarse. Sarene resopló lentamente, agradecida por la acción del duque.

—Alguien está hundiendo los barcos del rey —dijo Sarene—. El sentido común confirma lo que dicen los espías de mi padre. Las flotas de Dreok Aplastagargantas no podrían estar hundiendo los barcos: la mayoría de las naves de Dreok fueron destruidas hace quince años cuando intentó apoderarse del trono de Teod, y cualquier resto ha desaparecido hace tiempo. El Wyrn debe de estar detrás de los hundimientos.

—Muy bien, eso lo aceptamos —dijo Ahan.

—Fjorden está también dando apoyo financiero al duque Telrii —continuó Sarene.

—No tienes pruebas de eso, Alteza —recalcó Eondel.

—No, no las tengo —admitió Sarene, caminando entre los asientos de los hombres, el suelo suave por la nueva hierba de la primavera. Habían decidido celebrar esta reunión en los jardines de la capilla korathi de Kae, y por eso no había ninguna mesa. Sarene había conseguido permanecer sentada durante la primera parte de la reunión, pero había acabado por levantarse. Le resultaba más fácil dirigirse a los demás cuando estaba de pie; una costumbre nerviosa, lo sabía, pero también sabía que su altura le concedía un aire de autoridad.

—Hago, sin embargo, una lógica conjetura —continuó. Eondel respondería bien a todo lo que siguiera la palabra «lógica»—. Todos asistimos a la fiesta de Telrii hace una semana. Debe de haber gastado más dinero en ese baile de lo que la mayoría de los hombres gana en un año.

—La extravagancia no es siempre signo de riqueza —señaló Shuden—. He visto a hombres tan pobres como campesinos hacer muestras deslumbrantes para mantener una ilusión de seguridad ante el desplome. —Las palabras de Shuden sonaban a ciertas: un hombre de aquella misma reunión, el barón Edan, estaba haciendo justo lo que acababa de describir.

Sarene frunció el ceño.

—He hecho algunas comprobaciones… Tuve un montón de tiempo libre la semana pasada, ya que ninguno de vosotros consiguió organizar esta reunión, a pesar de su urgencia. —Ninguno de los nobles quiso mirarla a los ojos después de ese comentario—. Sea como sea, según los rumores los ingresos de Telrii han aumentado de forma estratosférica durante las dos últimas semanas, y sus envíos a Fjorden producen beneficios enormes, ya sean de finas especias o de mierda de vaca.

—Sigue en pie el hecho de que el duque no se ha pasado al Shu-Dereth —recalcó Eondel—. Continúa asistiendo piadosamente a sus reuniones korathi.

Sarene se cruzó de brazos y se acarició la mejilla, pensativa.

—Si Telrii se alineara abiertamente con Fjorden, sus ganancias serían sospechosas. Hrathen es demasiado listo para ser tan transparente. Es mucho más inteligente que Fjorden permanezca al margen del duque y permita a Telrii parecer piadosamente conservador. A pesar de los recientes avances de Hrathen, sería mucho más fácil que usurpara el trono un korathi tradicional que un derethi.

—Se hará con el trono, y entonces anunciará su pacto con el Wyrn —reconoció Roial.

—Por eso tenemos que asegurarnos de que Iadon empiece a ganar dinero de nuevo muy rápidamente —dijo Sarene—. La nación se está agotando… es muy posible que Telrii gane más en este nuevo período fiscal que Iadon, incluso con los impuestos incluidos. Dudo que el rey abdique. Sin embargo, si Telrii fuera a dar un golpe, los otros nobles podrían apoyarlo.

—¿Qué te parece eso, Edan? —preguntó Ahan con una risotada al ansioso barón—. Tal vez no seas el único que pierda su título dentro de unos cuantos meses… El viejo Iadon podría unirse a ti.

—Por favor, conde Ahan —dijo Sarene—. Es nuestro deber asegurarnos de que eso no suceda.

—¿Qué quieres que hagamos? —preguntó Edan, nervioso—. ¿Que le enviemos regalos al rey? No tengo dinero de sobra.

—Ninguno de nosotros lo tiene, Edan —respondió Ahan, las manos sobre su voluminosa barriga—. Si fuera «de sobra» no sería valioso, ¿no?

—Sabes a qué se refiere, Ahan —le reprendió Roial—. Y dudo que los regalos sean lo que la princesa tiene en mente.

—Lo cierto es que estoy abierta a sugerencias, caballeros —dijo Sarene, extendiendo las manos—. Soy política, no comerciante. Soy una aficionada confesa en asuntos de ganar dinero.

—Los regalos no servirían —dijo Shuden, las manos unidas ante su barbilla en gesto reflexivo—. El rey es un hombre orgulloso que se ha labrado fortuna con sudor, trabajo y planificación. Nunca aceptaría dádivas, ni siquiera para salvar su trono. Además, los mercaderes suelen recelar de los regalos.

—Podríamos acudir a él con la verdad —sugirió Sarene—. Tal vez entonces acepte nuestra ayuda.

—No nos creería —dijo Roial, sacudiendo su anciana cabeza—. El rey es un hombre muy literal, Sarene… aún más que nuestro querido lord Eondel. Los generales tienden al pensamiento abstracto para anticiparse a sus oponentes, pero Iadon… Dudo seriamente que haya tenido un solo pensamiento abstracto en toda su vida. El rey acepta las cosas tal como aparentan ser, sobre todo si son como él cree que deberían ser.

—Y por eso Sarene engañó a Su Majestad con su aparente falta de sesera —convino Shuden—. Esperaba que fuera tonta, y cuando pareció encajar con sus expectativas la descartó… aunque sobreactúa y se le nota.

Sarene decidió no responder a esa observación.

—Los piratas son algo que para Iadon tiene sentido —dijo Roial—. Lo tiene en su mundo: en cierto modo, todo mercader se considera a sí mismo un pirata. Sin embargo, los gobiernos son otra cosa. A los ojos del rey, no tendría sentido que un gobierno hunda barcos llenos de mercancías valiosas. El rey nunca atacaría a los mercaderes, no importa lo tensa que fuera la situación bélica. Por lo que él sabe, Arelon y Fjorden son buenos amigos. Él fue el primero en dejar que los sacerdotes derethi vinieran a Kae, y le ha dado a ese gyorn Hrathen toda la libertad de un noble de visita. Dudo seriamente de que lo convenzamos de que el Wyrn está tratando de derrocarlo.

—Podríamos intentar involucrar a Fjorden —sugirió Eondel—. Dejar claro que los hundimientos son obra del Wyrn.

—Requeriría demasiado tiempo, Eondel —dijo Ahan, sacudiendo sus papadas—. Además, a Iadon no le quedan tantos barcos: dudo que los arriesgue en las mismas aguas.

Sarene asintió.

—También sería muy difícil para nosotros establecer una conexión con el Wyrn. Probablemente estará empleando naves de guerra svordisanas para la tarea: Fjorden no tiene una Marina muy grande.

—¿Era svordisano Dreok Aplastagargantas? —preguntó Eondel con el ceño fruncido.

—He oído decir que era fjordell —dijo Ahan.

—No —contestó Roial—. Creo que era aónico, ¿no?

—Da igual —dijo Sarene, impaciente, tratando de no perder el rumbo de la reunión mientras recorría el jardín—. Lord Ahan dijo que el rey no arriesgaría sus barcos en esas aguas otra vez, pero está claro que tendrá que enviarlos a alguna parte.

Ahan asintió.

—No puede permitirse parar ahora… La primavera es una de las mejores estaciones para comprar. La gente está harta de pasarse el invierno con colores oscuros y parientes pesados. En cuanto las nieves se derriten, están dispuestas a gastar un poco. Ésta es la temporada en que las caras sedas de colores están en auge, y ése es uno de los mejores productos de Iadon.

»Esos hundimientos son un desastre. Iadon no sólo ha perdido los barcos, sino los beneficios que habría ganado con esas sedas, por no mencionar con el resto del cargamento. Muchos mercaderes se endeudan hasta las cejas en esta época del año acumulando artículos que saben que podrán vender con el tiempo.

—Su Majestad se volvió avaricioso —dijo Shuden—. Compró más y más barcos, y los llenó con tanta seda como pudo permitirse.

—Todos somos avariciosos, Shuden —dijo Ahan—. No olvides que tu familia hizo fortuna organizando la ruta de las especias de Jindo. Ni siquiera exportasteis nada: sólo construísteis las carreteras y cobráis a los mercaderes por utilizarlas.

—Déjame que vuelva a expresarlo, lord Ahan —dijo Shuden—. El rey permite que su avaricia nuble su juicio. Los desastres son algo que todo mercader tendría que tener previsto. Nunca envíes lo que no puedes permitirte perder.

—Bien dicho —reconoció Ahan.

—De todas formas, si al rey sólo le quedan un par de barcos —dijo Sarene—, entonces tiene que conseguir un beneficio considerable.

—«Considerable» no es la palabra adecuada, querida —dijo Ahan—. Más bien «extraordinario». Hará falta un milagro para que Iadon se recupere de esta pequeña catástrofe… sobre todo antes de que Telrii lo humille de manera irreparable.

—¿Y si llegara a un acuerdo con Teod? —preguntó Sarene—. ¿Un acuerdo extremadamente lucrativo para la seda?

—Tal vez —dijo Ahan, encogiéndose de hombros—. Es una jugada inteligente.

—Pero imposible —rechazó el duque Roial.

—¿Por qué? —quiso saber Sarene—. Teod puede permitírselo.

—Porque Iadon nunca aceptaría un contrato semejante —explicó el duque—. Es un mercader demasiado experimentado para hacer un trato demasiado fabuloso para ser realista.

—De acuerdo —asintió Shuden—. El rey no se opondría a ganar enormes beneficios a costa de Teod, pero sólo si pensara que os está engañando.

Los otros asintieron. Aunque el jindoés era el más joven del grupo, Shuden demostraba ser tan astuto como Roial… quizás aún más. Esa capacidad, mezclada con su merecida reputación de honestidad, le valía un respeto que iba más allá de su edad. Era un hombre poderoso que podía mezclar integridad con sabiduría.

—Tendremos que reflexionar un poco más sobre esto —dijo Roial—. Pero no demasiado. Debemos resolver el problema para el día de los impuestos, o de lo contrario tendremos que tratar con Telrii en vez de con Iadon. Por malo que sea mi viejo amigo, sé que tendríamos menos suerte con Telrii… sobre todo si Fjorden lo respalda.

—¿Está todo el mundo haciendo lo que pedí con sus plantaciones? —preguntó Sarene mientras los nobles se preparaban para marcharse.

—No ha sido fácil —admitió Ahan—. Mis supervisores y nobles menores se opusieron todos a la idea.

—Pero lo hicisteis.

—Yo sí —dijo Ahan.

—Y yo también —dijo Roial.

—No tuve más remedio —murmuró Edan.

Shuden y Eondel asintieron en silencio.

—Empezamos a sembrar la semana pasada —dijo Edan—. ¿Cuánto tiempo pasará antes de que veamos los resultados?

—Esperemos, por vuestro bien, que en los próximos seis meses, mi señor —dijo Sarene.

—Eso suele ser suficiente para obtener una estimación de cómo va a ser la cosecha —dijo Shuden.

—Sigo sin ver en qué afecta que la gente crea que es libre o no —comentó Ahan—. Se siembra la misma semilla y debería obtenerse la misma cosecha.

—Te sorprenderás, mi señor —prometió Sarene.

—¿Podemos irnos ya? —preguntó Edan. Todavía le molestaba la idea de que Sarene dirigiera esas reuniones.

—Una pregunta más, mis señores. He estado pensando en mi Prueba de Viudez, y me gustaría escuchar lo que pensáis.

Los hombres se agitaron incómodos y se miraron.

—Oh, vamos —dijo Sarene, frunciendo el ceño, insatisfecha—, sois hombres adultos. Superad vuestro miedo infantil hacia Elantris.

—Es un tema muy delicado en Arelon, Sarene —dijo Shuden.

—Bueno, parece que a Hrathen no le preocupa. Todos sabéis lo que ha empezado a hacer.

—Está trazando un paralelismo entre el Shu-Korath y Elantris —asintió Roial—. Está intentando volver al pueblo contra los sacerdotes korathi.

—Y va a tener éxito si no lo detenemos —dijo Sarene—, lo cual requiere que superéis vuestros remilgos y dejéis de pretender que Elantris no existe. La ciudad es parte importante de los planes del gyorn.

Los hombres se miraron significativamente. Pensaban que ella prestaba demasiada atención al gyorn; veían el modo de gobierno de Iadon como un problema importante, pero la religión no les parecía una amenaza tangible. No comprendían que en Fjorden, al menos, la religión y la guerra eran casi lo mismo.

—Vais a tener que confiar en mí, mis señores —dijo Sarene—. Los planes de Hrathen son ambiciosos. Decís que el rey ve las cosas de manera concreta… bueno, este Hrathen es todo lo contrario. Lo ve todo por su potencial, y su objetivo es convertir Arelon en otro protectorado fjordell. Si va a usar a Elantris contra nosotros, debemos responder.

—Que ese sacerdote korathi bajito se ponga de acuerdo con él —sugirió Ahan—. Ponedlos en el mismo bando, para que nadie pueda usar la ciudad contra nadie.

—Omin no hará eso, mi señor —dijo Sarene, negando con la cabeza—. No tiene nada en contra de los elantrinos y nunca consentiría en etiquetarlos como diablos.

—¿No podría…? —dijo Ahan.

—Misericordioso Domi, Ahan —dijo Roial—. ¿No acudís nunca a sus sermones? Ese hombre nunca haría eso.

—Asisto —dijo Ahan, indignado—. Sólo que pensaba que tal vez estuviera dispuesto a servir a su reino. Podríamos recompensarlo.

—No, mi señor —insistió Sarene—. Omin es un hombre de Iglesia… y bueno y sincero, además. Para él, la verdad no es tema de debate… ni está en venta. Me temo que no nos queda alternativa. Tenemos que alinearnos con Elantris.

Varios rostros, incluyendo los de Eondel y Edan, palidecieron al oír sus palabras.

—No será fácil llevar eso a cabo, Sarene —le advirtió Roial—. Tal vez nos consideres infantiles, pero estos cuatro hombres se cuentan entre los más inteligentes y receptivos de Arelon. Si te parece que Elantris los pone nerviosos, verás que el resto de Arelon lo está aún más.

—Tenemos que cambiar ese sentimiento, mi señor. Y mi Prueba de Viudez es nuestra oportunidad. Voy a llevar comida a los elantrinos.

Esta vez consiguió suscitar una reacción incluso en Shuden y Roial.

—¿Te he oído bien, querida? —preguntó Ahan con voz temblorosa—. ¿Vas a entrar en Elantris?

—Sí.

—Necesito beber algo —decidió Ahan, destapando su petaca.

—El rey no lo permitirá nunca —dijo Edan—. Ni siquiera permite la entrada a los guardias de Elantris.

—Tiene razón —reconoció Shuden—. Nunca atravesarás esas puertas, Alteza.

—Dejadme hablar con el rey —dijo Sarene.

—Tu subterfugio no funcionará esta vez, Sarene —le advirtió Roial—. Ninguna estupidez, por grande que sea, convencerá al rey de que te deje entrar en la ciudad.

—Ya se me ocurrirá algo —dijo Sarene, tratando de parecer más segura de lo que estaba—. No es cosa tuya, mi señor. Sólo quiero vuestra palabra de que me ayudaréis.

—¿Ayudarte? —preguntó Ahan, vacilante.

—Ayudadme a distribuir comida en Elantris.

Los ojos de Ahan estuvieron a punto de salírsele de las órbitas.

—¿Ayudarte? —repitió—. ¿Allí dentro?

—Mi objetivo es desmitificar la ciudad —explicó Sarene—. Para conseguirlo, necesitaré convencer a la nobleza de que entre y vea por sí misma que no hay nada aterrador en los elantrinos.

—Lamento poner tantas pegas —empezó a decir Eondel— pero, lady Sarene, ¿y si todo lo que dicen sobre Elantris es verdad?

Sarene hizo una pausa.

—No creo que sean peligrosos, lord Eondel. He observado la ciudad y sus habitantes. No hay nada aterrador en Elantris… bueno, nada aparte de la forma en que se trata a su gente. No me creo las historias de monstruos o caníbales. Sólo veo a un grupo de hombres y mujeres que han sido maltratados y mal juzgados.

Eondel no parecía convencido, ni tampoco los otros.

—Mirad, yo entraré primero y lo comprobaré —dijo Sarene—. Quiero que os unáis a mí al cabo de unos días.

—¿Por qué nosotros? —dijo Edan con un gruñido.

—Porque necesito empezar por alguna parte —explicó Sarene—. Si los lores acudís valientemente a la ciudad, entonces los demás se sentirán como unos tontos si se niegan. Los aristócratas tienen mentalidad grupal; si puedo ganar impulso, entonces probablemente conseguiré que la mayoría me acompañe al menos una vez. Así verán que no hay nada horrible en Elantris, que sus habitantes no son más que pobres despojos que quieren comer. Podemos derrotar a Hrathen con la sencilla verdad. Es difícil demonizar a un hombre después de haber visto lágrimas en sus ojos cuando te da las gracias por alimentarlo.

—Todo esto no tiene sentido, de todas formas —dijo Edan; se retorcía las manos al pensar en Elantris—. El rey nunca lo permitirá.

—¿Y si lo hace? —preguntó Sarene rápidamente—. ¿Irás entonces, Edan?

El barón parpadeó sorprendido, advirtiendo que había caído en la trampa. Ella esperó que contestara pero, testarudamente, él se negó a responder la pregunta.

—Yo lo haré —declaró Shuden.

Sarene le sonrió al jindo. Por segunda vez era el primero en ofrecerle su apoyo.

—Si Shuden va a hacerlo, entonces dudo que el resto tenga la humildad de decir que no —dijo Roial—. Consigue ese permiso, Sarene, y luego seguiremos discutiéndolo.

—Tal vez he sido demasiado optimista —admitió Sarene, de pie ante las puertas del estudio de Iadon. Una pareja de guardias, a poca distancia, la observaba con recelo.

—¿Sabes lo que vas a hacer, mi señora? —preguntó Ashe. El seon se había pasado la reunión flotando fuera de la capilla, donde podía oír lo que se decía y asegurarse de que nadie más lo hacía.

Sarene sacudió la cabeza. Se había mostrado confiada cuando se enfrentó a Ahan y los otros, pero ahora se daba cuenta de lo equivocado que era aquel sentimiento. No tenía ni idea de cómo conseguir que Iadon le permitiera entrar en Elantris… mucho menos de cómo lograr que aceptara su ayuda.

—¿Hablaste con mi padre? —preguntó.

—Lo hice, mi señora —respondió Ashe—. Dijo que te daría toda la ayuda financiera que necesitases.

—Muy bien. Vamos.

Sarene tomó aliento y se dirigió a los soldados.

—Quiero hablar con mi padre —anunció.

Los guardias se miraron.

—Humm, nos han dicho que no…

—Eso no se aplica a la familia, soldado —insistió Sarene—. Si la reina viniera a hablar con su esposo, ¿la rechazaríais?

Los guardias fruncieron el ceño, confundidos; Eshen probablemente no iba a visitar a Iadon. Sarene había advertido que la charlatana reina tendía a mantener las distancias con Iadon. Ni siquiera a las mujeres tontas les gusta que las tachen de tales en su cara.

—Abre la puerta, soldado —dijo Sarene—. Si el rey no quiere hablar conmigo, me echará, y la próxima vez sabrás que no tienes que dejarme entrar.

Los guardias vacilaron y Sarene, simplemente, pasó entre ellos y abrió la puerta ella misma. Los guardias, obviamente desacostumbrados a mujeres decididas (sobre todo en la familia real), la dejaron pasar.

Iadon dejó lo que estaba leyendo, con un par de gafas que ella no le había visto antes en equilibrio en la punta de la nariz. Se las quitó rápidamente y se levantó, dando un golpe con la mano sobre la mesa para expresar su malestar y desordenando varios papeles en el proceso.

—¿No estás contenta con molestarme en público y ahora tienes que seguirme también a mi estudio? Si hubiera sabido lo tonta y fastidiosa que eres, nunca habría firmado ese tratado. ¡Márchate, mujer, y déjame trabajar!

—Voy a decirte una cosa, padre —dijo Sarene con franqueza—. Fingiré ser un ser humano inteligente capaz de entablar una conversación semilúcida, y tú fingirás lo mismo.

Iadon abrió unos ojos como platos al escuchar el comentario y se puso muy rojo.

—Me has engañado, mujer. Podría ordenar que te decapitaran por hacerme quedar como un idiota.

—Empieza a decapitar a tus hijos, padre, y el pueblo comenzará a hacer preguntas. —Sarene observó su reacción atentamente, esperando sonsacarle algo sobre la desaparición de Raoden, pero quedó decepcionada. Iadon descartó el comentario prestándole sólo atención de pasada.

—Debería enviarte de vuelta con Eventeo ahora mismo —dijo.

—Bien, me encantará marcharme —mintió ella—. Sin embargo, date cuenta de que si me marcho, perderás tu acuerdo de comercio con Teod. Eso podría ser un problema considerando la suerte que has tenido comerciando con tus sedas en Fjorden últimamente.

Iadon apretó la mandíbula.

—Cuidado, mi señora —susurró Ashe—. No lo irrites demasiado. Los hombres suelen colocar el orgullo por delante de la razón.

Sarene asintió.

—Puedo ofrecerte una salida, padre. He venido a proponerte un trato.

—¿Qué motivo tengo para aceptar ninguna oferta tuya, mujer? —replicó él—. Llevas aquí casi un mes y ahora descubro que me has estado engañando todo el tiempo.

—Confiarás en mí, padre, porque has perdido el setenta y cinco por ciento de tu flota a manos de los piratas. Dentro de unos meses podrías perder tu trono a menos que me escuches.

Iadon traicionó su sorpresa.

—¿Cómo sabes esas cosas?

—Lo sabe todo el mundo, padre —dijo Sarene ligeramente—. Se comenta en la corte… Esperan que caigas en el próximo período fiscal.

—¡Lo sabía! —dijo Iadon, los ojos llenos de rabia. Empezó a sudar y a maldecir a los cortesanos, acusándolos de querer expulsarlo del trono.

Sarene parpadeó sorprendida. Había hecho el comentario a la ligera para desequilibrar a Iadon, pero no esperaba una reacción tan fuerte. «¡Es un paranoico! ¿Cómo nadie se ha dado cuenta?». Sin embargo, la rapidez con la que Iadon recuperó el control le dio la respuesta: era un paranoico, pero lo ocultaba bien. La forma en que ella sacudía sus emociones debía de haberle pillado desprevenido.

—¿Propones un trato? —exigió el rey.

—Sí. La seda tiene mucha demanda en Teod en esta época, padre. Podrías obtener unos buenos beneficios vendiéndosela al rey. Y, considerando ciertas relaciones familiares, podrías convencer a Eventeo para que te concediera el monopolio de los derechos mercantiles en su país.

Aunque Iadon recelaba, su ira se enfrió cuando advirtió las posibilidades de hacer un trato. Sin embargo, el mercader que había en él inmediatamente empezó a buscar inconvenientes. Sarene apretó los dientes, frustrada: era tal como los otros le habían dicho. Iadon nunca aceptaría su oferta: apestaba demasiado a engaño.

—Una propuesta interesante —admitió él—. Pero me temo que…

—Yo, naturalmente, pido algo a cambio —lo interrumpió Sarene, pensando con rapidez—. Considéralo una tarifa por establecer el trato entre Eventeo y tú.

Iadon hizo una pausa.

—¿De qué clase de tarifa estamos hablando? —preguntó, con cautela. Un intercambio no era lo mismo que un regalo: podía pesarse, medirse y, hasta cierto grado, se podía confiar en él.

—Quiero entrar en Elantris —declaró Sarene.

¿Qué?

—Tengo que realizar una Prueba de Viudez —dijo Sarene—. Así pues, voy a llevar comida a los elantrinos.

—¿Qué posible motivación podrías tener para hacer eso, mujer?

—Motivos religiosos, padre —explicó Sarene—. El Shu-Korath nos enseña a ayudar a los más humildes, y te desafío a encontrar a alguien más bajo que los elantrinos.

—Está fuera de discusión. Entrar en Elantris está prohibido por ley.

—Una ley que tú impusiste, padre —señaló Sarene—. Y, por tanto, puedes hacer excepciones. Piensa con cuidado: tu fortuna, y tu trono, podrían depender de tu respuesta.

Iadon hizo rechinar los dientes con fuerza mientras consideraba el trato.

—¿Quieres entrar en Elantris con comida? ¿Durante cuánto tiempo?

—Hasta que quede convencida de haber cumplido mi deber como esposa del príncipe Raoden.

—¿Irías sola?

—Llevaría a quien estuviera dispuesto a acompañarme.

Iadon hizo una mueca.

—Tendrás problemas para encontrar a alguien que cumpla ese requerimiento.

—Es problema mío, no tuyo.

—Primero ese demonio fjordell empieza a soliviantar a mi pueblo y ahora tú quieres hacer lo mismo —murmuró el rey.

—No, padre —lo corrigió Sarene—. Quiero todo lo contrario: el caos sólo beneficiaría al Wyrn. Cree lo que quieras, pero mi única preocupación es ver un Arelon estable.

Iadon continuó pensando un instante.

—No más de diez cada vez, aparte de los guardias —dijo por fin—. No quiero peregrinaciones en masa a Elantris. Entrarás una hora antes de mediodía y saldrás una hora después de mediodía. Sin excepciones.

—Hecho —accedió Sarene—. Puedes usar mi seon para llamar al rey Eventeo y ultimar los detalles del acuerdo.

—He de admitir, mi señora, que has sido muy astuta —dijo Ashe flotando junto a ella en el pasillo, camino de su habitación.

Sarene se había quedado mientras Iadon hablaba con Eventeo, mediando entre los dos mientras formalizaban el trato. La voz de su padre decía en buena medida: «Espero que sepas lo que estás haciendo, Ene». Eventeo era un rey bueno y amable, pero un comerciante espantoso: tenía un equipo de contables para que se encargaran de las finanzas reales. En cuanto Iadon advirtió la inestabilidad de su padre, golpeó con el entusiasmo de un depredador, y sólo la presencia de Sarene había impedido que Iadon sonsacara a Teod todos sus datos fiscales en un arrebato de fervor comercial. De esa forma, Iadon había conseguido convencerlos para que compraran su seda al cuádruple de su precio. El rey sonreía tan feliz cuando Sarene se marchó que casi parecía haber olvidado su charada.

—¿Astuta? —preguntó inocentemente Sarene en respuesta al comentario de Ashe—. ¿Yo?

El seon gravitó, riendo en voz baja.

—¿Hay alguien a quien no puedas manipular, mi señora?

—A mi padre. Ya sabes que me vence tres de cada cinco veces.

—Él dice lo mismo de ti, mi señora —aclaró Ashe.

Sarene sonrió y abrió la puerta de su habitación, dispuesta a acostarse.

—En realidad no he sido tan lista, Ashe. Tendríamos que habernos dado cuenta de que nuestros problemas eran en realidad la solución el uno del otro… uno una oferta sin pegas, el otro una petición sin subterfugios.

Ashe hizo sonidos de descontento mientras flotaba por la habitación, como chasqueando una lengua que no existía, molesto por el desorden.

—¿Qué? —preguntó Sarene, soltando el lazo negro que llevaba atado en la parte superior del brazo, el único signo restante de su duelo.

—Han vuelto a olvidar limpiar la habitación, mi señora —explicó Ashe.

—Bueno, no puede decirse que la dejara sucia —dijo Sarene, encogiéndose de hombros.

—No, Su Alteza es una mujer muy ordenada —reconoció Ashe—. Sin embargo, las doncellas de palacio se han relajado en sus deberes. Una princesa merece la estima adecuada: si les permites ser negligentes en su trabajo, no pasará mucho tiempo antes de que dejen de respetarte.

—Creo que estás exagerando, Ashe —dijo Sarene sacudiendo la cabeza; se quitó el vestido y se dispuso a acostarse—. Se supone que la recelosa soy yo, ¿recuerdas?

—Es un asunto de sirvientes, no de lores, mi señora —dijo Ashe—. Eres una mujer brillante y una buena política, pero tienes una debilidad común en los de tu clase: ignoras las opiniones de los criados.

—¡Ashe! —objetó Sarene—. Siempre he tratado a los sirvientes de mi padre con respeto y amabilidad.

—Tal vez debería expresarlo de otra forma, mi señora. Sí, no tienes prejuicios. Sin embargo, no prestas atención a lo que los criados piensan de ti… no del mismo modo en que eres consciente de lo que piensa la aristocracia.

Sarene se pasó el camisón por encima de la cabeza, negándose a mostrar siquiera una chispa de petulancia.

—Siempre he intentado ser justa.

—Sí, mi señora, pero eres hija de la nobleza, has sido educada para ignorar a aquellos que trabajan a tu alrededor. Sólo te sugiero que recuerdes que si las doncellas te tratan sin respeto, eso podría ser tan nocivo como si lo hacen los señores.

—Muy bien —dijo Sarene con un suspiro—. Comprendido. Llama a Meala; le preguntaré si sabe qué ha sucedido.

—Sí, mi señora.

Ashe se dirigió flotando hacia la ventana. Sin embargo, antes de que se marchara, Sarene le hizo un último comentario.

—¿Ashe? El pueblo amaba a Raoden, ¿verdad?

—Mucho, mi señora. Era conocido por prestar una atención muy personal a sus opiniones y necesidades.

—Era mejor príncipe que yo princesa, ¿no? —preguntó ella, con voz débil.

—Yo no diría eso, mi señora —respondió Ashe—. Eres una mujer muy amable, y siempre tratas bien a tus doncellas. No te compares con Raoden: es importante recordar que no te preparabas para dirigir un país, y tu popularidad nunca fue un asunto importante. El príncipe Raoden era el heredero del trono y resultaba vital que comprendiera los sentimientos de sus súbditos.

—Dicen que le daba esperanza al pueblo —musitó Sarene—. Que los campesinos soportaban las escandalosas cargas de Iadon porque sabían que tarde o temprano Raoden llegaría al trono. El país se habría venido abajo hace años si el príncipe no se hubiera unido a él, animándolo y confortando su espíritu.

—Y ahora ha muerto —dijo Ashe en voz baja.

—Sí, ha muerto —reconoció Sarene, con desapego—. Tenemos que darnos prisa, Ashe. Sigo pensando que no estoy haciendo nada, que el país se encamina al desastre no importa lo que haga. Me parece estar al pie de una colina observando un enorme peñasco caer hacia mí, lanzando piedrecitas para desviarlo.

—Sé fuerte, mi señora —dijo Ashe con voz grave y seria—. Tu Dios no se quedará sentado viendo cómo Arelon y Teod se desmoronan bajo el talón del Wyrn.

—Espero que el príncipe esté mirando también —dijo Sarene—. ¿Estaría orgulloso de mí, Ashe?

—Muy orgulloso, mi señora.

—Sólo quiero que me acepten —explicó ella, advirtiendo lo tonta que debía de parecer. Se había pasado casi tres décadas amando a un país sin sentir que ese amor fuera correspondido. Teod la había respetado, pero estaba cansada de respeto. Quería algo diferente de Arelon.

—Lo harán, Sarene —prometió Ashe—. Dales tiempo. Lo harán.

—Gracias, Ashe —respondió Sarene con un suave suspiro—. Gracias por soportar los lamentos de una niña tonta.

—Podemos ser fuertes ante los reyes y los sacerdotes, mi señora, pero vivir es tener preocupaciones e inseguridades. Si te las guardas te destruirán, seguro, te harán una persona tan encallecida que las emociones no echarán raíces en tu corazón.

Dicho esto, el seon salió por la ventana en busca de la criada Meala.

Para cuando llegó Meala, Sarene se había recuperado. No había habido lágrimas, sólo un tiempo de reflexión. A veces la situación la desbordaba y su inseguridad, simplemente, tenía que salir por alguna parte. Ashe y su padre habían estado siempre cerca para sostenerla en esos momentos difíciles.

—Oh, cielos —dijo Meala, observando el estado de la habitación. Era delgada y bastante joven, decididamente no lo que Sarene esperaba cuando se mudó al palacio. Meala parecía más una de las contables de su padre que una jefa de doncellas.

—Lo siento, mi señora —se disculpó Meala, ofreciendo a Sarene una débil sonrisa—. Ni siquiera me he acordado. Hemos perdido a otra chica esta tarde, y no se me ha ocurrido que tu habitación estaba en su lista de deberes.

—¿«Hemos perdido», Meala? —preguntó Sarene con preocupación.

—Se ha escapado, mi señora —explicó Meala—. Se supone que no pueden marcharse: estamos contratadas como el resto de los campesinos. Por algún motivo, sin embargo, tenemos problemas para conservar a las doncellas en el palacio. Domi sabe por qué: ningún criado en todo el país es tratado mejor que aquí.

—¿A cuántas habéis perdido? —preguntó Sarene con curiosidad.

—Es la cuarta este año. Enviaré a alguien inmediatamente.

—No, no te molestes esta noche. Pero asegúrate de que no vuelva a suceder.

—Por supuesto, mi señora —dijo Meala con una reverencia.

—Gracias.

—¡Ahí está otra vez! —exclamó Sarene, levantándose de un salto de la cama.

Ashe se iluminó inmediatamente, flotando inseguro junto a la pared.

—¿Mi señora?

—Calla —ordenó Sarene, colocando la oreja contra la pared de piedra bajo su ventana y escuchando el sonido de roce—. ¿Qué te parece?

—Creo que lo que fuera que hayas tomado para cenar no te ha sentado bien —respondió Ashe, cortante.

—Ha habido un ruido ahí fuera, clarísimo —dijo Sarene, ignorando la pulla. Aunque Ashe siempre estaba despierto por las mañanas cuando ella se levantaba, no le gustaba que lo molestaran después de haberse dormido.

Ella tendió la mano hacia la mesita de noche y tomó un trozo de pergamino. Hizo una marca con un trocito de carbón, pues no quería molestarse a hacerlo con tinta y pluma.

—Mira —declaró, alzando el papel para que Ashe lo viera—. Los sonidos siempre se producen los mismos días de la semana: MaeDal y OpeDal.

Ashe se acercó flotando y miró el papel, su brillante aon era la única iluminación de la habitación aparte de la luz de las estrellas.

—Lo has oído dos veces en MaeDal y dos en OpeDal, cuatro veces en total —dijo, escéptico—. No puede decirse que «siempre se produzca los mismos días», mi señora.

—Oh, crees que estoy oyendo cosas —dijo Sarene, dejando el pergamino sobre la mesa—. Creía que los seones teníais un excelente sentido del oído.

—No cuando estamos durmiendo, mi señora —dijo Ashe, dando a entender que eso era exactamente lo que tendría que haber estado haciendo en ese momento.

—Debe de haber un pasadizo aquí —dijo Sarene, golpeando sin resultado la pared de piedra.

—Si tú lo dices, mi señora.

—Sí —dijo ella, levantándose y estudiando la ventana—. Mira lo gruesa que es la piedra alrededor de esta ventana, Ashe.

Se apoyó contra la pared y sacó el brazo por la ventana. Las yemas de sus dedos apenas llegaban al exterior del alféizar.

—¿De verdad que esta pared tiene que ser tan ancha?

—Ofrece mucha protección, mi señora.

—También deja espacio para un pasadizo.

—Un pasadizo muy estrecho.

—Cierto —musitó Sarene, arrodillándose para ver el borde inferior de la ventana—. Asciende. El pasadizo fue construido para ir subiendo, pasando entre el pie de las ventanas en este nivel y la primera planta.

—Pero lo único que hay hacia allí es…

—Los aposentos del rey —terminó de decir Sarene—. ¿Adónde si no conduciría un pasadizo?

—¿Estás sugiriendo que el rey hace excursiones secretas dos veces por semana en plena noche, mi señora?

—Exactamente a las once —dijo Sarene, mirando el gran reloj del abuelo en una esquina de la habitación—. Siempre a la misma hora.

—¿Qué motivo podría tener para hacer una cosa así?

—No lo sé —dijo Sarene, frotándose la mejilla.

—Oh, cielos —murmuró Ashe—. Mi señora está ideando algo, ¿verdad?

—Siempre —dijo Sarene dulcemente, volviendo a la cama—. Apaga tu luz: algunos queremos dormir.