FLORENCIA, 1290
El poeta soltó la nota con mano temblorosa. Permaneció sentado en silencio durante varios minutos, quieto como una estatua. De repente, apretó los dientes y se levantó. Recorrió la casa de arriba abajo, ignorando los muebles y los objetos frágiles que se interponían en su camino; sin hacer caso a los otros habitantes de la casa.
Sólo había una persona a la que deseara ver.
Recorrió las calles de la ciudad rápidamente, casi a la carrera, hasta llegar al río. Se asomó al puente, su puente, y escrutó las orillas esperando encontrar algún rastro de su amada.
Pero no estaba en ninguna parte.
No iba a volver.
Su amada Beatriz se había ido.