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En octubre, Gabriel convenció a Julia de que se reunieran con la familia en la casa de Selinsgrove. Rachel y Aaron insistieron en cocinar para todos. El hijo de Tammy, Quinn, se encargó del entretenimiento, haciendo reír a todo el mundo, incluido Tom.

—¿Cómo te sienta la vida de casado? —le preguntó Gabriel a Aaron, mientras éste sacaba los ingredientes necesarios para la ensalada.

—Francamente bien. Deberías probarlo algún día. —Y le guiñó un ojo a Julia mientras bebía un sorbo de su cerveza Corona.

—Lo tendré en cuenta —respondió él, sonriendo con suficiencia y empezando a ocuparse de la ensalada.

—Déjate de cuentos, Gabriel. ¿Cuándo vas a ponerle un anillo en el dedo a esa mujer? —La voz de Rachel les llegó desde dentro del horno.

—Ya lleva uno.

Su hermana dejó el pollo a la Kiev en el horno y se acercó corriendo a Julia a mirarle la mano.

—Éste no cuenta —dijo decepcionada, al ver el aro de platino que su amiga llevaba en el dedo.

Julia y ella se miraron y negaron con la cabeza al mismo tiempo.

Al ver que los hombros de Julia se hundían, Gabriel dejó la ensalada (a la que le estaba echando demasiadas frutas y nueces) y fue rápidamente a abrazarla.

—Confía en mí —le susurró al oído para que nadie más lo oyera.

Cuando ella asintió, Gabriel la abrazó con más fuerza antes de besarla.

—Buscaos una habitación —bromeó Aaron.

—Oh, ya tenemos una —replicó Gabriel, mirando a su cuñado de reojo.

—En realidad, tenemos dos —aclaró Julia, suspirando con resignación.

Cuando se sentaron a cenar, Richard pidió que se cogieran las manos para la bendición. Dio gracias a Dios por su familia, por Tammy, Quinn y Julia, por su nuevo yerno y por la amistad de los Mitchell. Dio gracias a Dios por su esposa y le dijo que las semillas que ella había plantado en todos los presentes habían germinado. Cuando pronunció el «Amén», todo el mundo se secó los ojos y sonrió, agradeciendo que la familia estuviera reunida y fuerte una vez más.