49

A pesar del dolor que le suponía su abstinencia, Julia tenía que admitir que Gabriel encontraba constantemente nuevas e ingeniosas maneras de demostrarle su amor. Aunque la situación era difícil, seguía teniendo fe en él.

Gabriel no quería ni oír hablar de pasar la noche en su habitación de la residencia de estudiantes, pero de vez en cuando iba a visitarla y le regalaba flores o bombones. Cuando llevaba comida, en ocasiones hacían un picnic en el suelo. También iban al cine —dignándose incluso a ver alguna comedia romántica de Hollywood— y, al volver, él la besaba frente a la puerta de la residencia.

Más de una vez, pasaron la noche del viernes o del sábado juntos en la biblioteca. Mientras Gabriel trabajaba en su nuevo libro, ella se preparaba para el seminario de la profesora Marinelli. Él estaba cumpliendo su promesa. La estaba cortejando con sus palabras y sus actos y eso a ella le gustaba. Pero al mismo tiempo se sentía frustrada e insatisfecha. Echaba de menos la cercanía que sólo se obtiene haciendo el amor.

Cuando llegó el 21 de agosto, volaron a Filadelfia para ayudar con los preparativos de la boda de Rachel y Aaron. Al entrar en el vestíbulo del hotel Four Seasons, Julia se sorprendió al ver allí a su padre esperándolos, sentado en una butaca, leyendo el Philadelphia Inquirer.

—Mi padre está ahí —murmuró, avisando a Gabriel para que pudiera meterse en un ascensor antes de que Tom sacara uno de sus rifles de caza y le disparara.

—Lo sé. Lo avisé yo.

Julia se volvió hacia él, incrédula.

—¿Por qué lo has hecho? ¿No sabes que quiere matarte?

Gabriel enderezó la espalda.

—Quiero casarme contigo y para eso tengo que arreglar las cosas con él. Quiero que podamos estar en la misma habitación sin tener que preocuparme por si trata de matarme. O castrarme.

—Creo que no es buen momento para sacar el tema de la boda —susurró ella—. Si tienes suerte, se olvidará de castrarte y se conformará sólo con cortarte las piernas… con su navaja suiza.

—No voy a pedirle permiso para casarme contigo; esa decisión es sólo tuya. Pero ¿te gustaría casarte con un hombre al que tu padre desprecia?

Julia empezó a retorcerse las manos, inquieta.

Gabriel se inclinó para hablarle al oído.

—Deja que trate de arreglar las cosas para que la idea de nuestra relación no le resulte tan insufrible. Tal vez algún día le gustará que te lleve al altar.

En cuanto él hubo acabado de hablar, Tom levantó la vista y los vio. Tras dirigirle una radiante sonrisa a su niña, fulminó a Gabriel con la mirada. Se levantó y puso los brazos en jarras. La chaqueta le colgaba por detrás de éstos, dándole un aspecto amenazador.

«Oh, dioses de las mujeres cuyos padres quieren castrar a sus novios en el vestíbulo del Four Seasons, por favor, no permitáis que lleve ningún objeto cortante».

Sin amilanarse, Gabriel se inclinó hacia ella y la besó en la cabeza sin apartar la vista de Tom. La mirada de éste pasó de ser amenazadora a directamente asesina.

—Hola, papá. —Julia se acercó a él y le dio un abrazo.

—Hola, Jules. —Él le devolvió el abrazo antes de colocarla a su espalda, con gesto protector—. Emerson.

Sin dejarse impresionar por su tono, Gabriel le ofreció la mano. Tom se la quedó mirando como si fuera un delincuente, igual que su dueño.

—Creo que deberíamos buscar un rincón tranquilo en el bar. No necesito público para lo que tengo que decirle. Julia, ¿necesitas ayuda con el equipaje?

—No, el portero ya se ha encargado. Me voy a mi habitación. Cuando acabes, ya harás el check-in en la tuya, ¿de acuerdo?

Gabriel asintió y la expresión de Tom se relajó un poco al ver que su hija no compartía habitación con el demonio.

—Una última cosa. Os quiero a los dos, así que os agradecería mucho que no os hicierais daño —dijo Julia, mirando insegura a los dos hombres. Al ver que ninguno de ellos respondía, se dirigió a la recepción, negando con la cabeza.

Lo primero que le preguntó al recepcionista fue si había minibar en la habitación.

***

Esa misma noche, tras una cena algo tensa, pero no del todo desagradable con su padre, Julia se dispuso a disfrutar de la cesta de productos de baño que Gabriel había hecho enviar a su habitación. Casi todos tenían aroma a lavanda. Sonrió al ver una esponja de tul del mismo color, el que Gabriel asociaba a la virginidad. O eso había supuesto ella la primera vez que había encontrado una esponja color lavanda en su cuarto de baño.

Dejó de sonreír al darse cuenta de que Gabriel había comprado productos con aroma a lavanda, a pesar de que prefería que Julia oliera a vainilla. Tal vez era un truco para que no le costara tanto mantenerse apartado de ella. Respetaría sus deseos, pero esperaba que cambiara de modo de pensar. Y pronto.

Mientras estaba metida en la amplia bañera, le sonó el móvil. Por suerte, lo tenía a mano.

—¿Qué estás haciendo? —La sedosa voz de Gabriel le acarició los oídos.

—Relajándome. Por cierto, gracias por la cesta. ¿Cómo estás?

—No puedo decir que la conversación con tu padre haya sido agradable pero era necesaria. Le he dado la oportunidad de que me dijera que soy un maldito drogadicto que no te merece. Y luego me he esforzado en explicarle lo que había pasado. Al acabar de hablar me ha invitado a una cerveza. A regañadientes, pero lo ha hecho.

—¿Me tomas el pelo?

—No.

—No me imagino a mi padre pagando diez dólares por una Chimay Première.

Gabriel se echó a reír.

—En realidad, ha sido una Budweiser. Y ni siquiera fue una Budweiser Budvar original de la República Checa. Él ha pedido por los dos.

—Si estás dispuesto a renunciar a tus pretenciosas cervezas de importación y a beber asquerosa agua sucia por mí, supongo que es que me quieres.

Julia miró la bañera con melancolía. Le habría gustado estar bañándose con él, en vez de sola.

—Beber cerveza nacional era lo mínimo que podía hacer. No creo que tu padre me perdone nunca por haberte hecho daño, pero espero que las cosas vayan a mejor a partir de ahora. Le he dicho que quería casarme contigo. ¿Te ha comentado algo durante la cena?

Ella titubeó.

—Me ha dicho que soy su niñita y que quiere protegerme. Y también varias cosas sobre ti no demasiado halagüeñas. Pero ha admitido que soy una persona adulta, que debe vivir su vida y tomar sus propias decisiones. También me ha comentado que se notaba que habías cambiado. Creo que lo has sorprendido. Y no es fácil que nadie lo sorprenda.

—Lo siento. —La voz de Gabriel sonaba torturada.

—¿Qué es lo que sientes?

—Siento no ser el tipo de hombre que una chica quiere presentarle a su padre.

—Mira, mi padre pensaba que el sol giraba alrededor de Simon. No puede decirse que se le dé muy bien juzgar a las personas. Y no te conoce tan bien como yo.

—Pero es tu padre.

—Yo me ocuparé de él.

Gabriel permaneció en silencio unos instantes antes de decir:

—Esa conversación me ha servido de calentamiento para la cena con mi familia.

—Oh, no. ¿Qué ha pasado?

—Hablar con Scott por teléfono es una cosa, pero cenar con él es otra muy distinta.

—Se siente obligado a protegerme. Ya hablaré con él.

—Richard me ha pedido que haga un brindis por Grace durante el banquete de boda.

—Oh, cariño, eso no va a ser fácil. ¿Te ves capaz?

Tras unos instantes de silencio, Gabriel respondió:

—Hay cosas que necesito decir. Cosas que llevo treinta años queriendo decir. Ésta es una buena oportunidad.

—Entonces, ¿has hecho las paces con todo el mundo?

—Básicamente. Richard y yo ya habíamos arreglado las cosas por teléfono, hace varias semanas.

—¿Has conocido al hijo de Tammy?

Gabriel contestó entre risas.

—Me ha manchado en cuanto lo he cogido en brazos. Tal vez Scott le hubiese dado instrucciones.

—¿Se te ha hecho pipí encima?

—Por suerte, no. Pero me ha tirado leche en el traje de Armani.

Julia se echó a reír a carcajadas al pensar en el elegante y puntilloso profesor siendo víctima del hijo de la novia de su hermano.

—Y el caso es que no me preocupa demasiado. ¿Es grave?

Julia dejó de reír de inmediato.

—¿No te preocupa? ¿Qué has hecho con el traje?

—El conserje del hotel lo ha enviado a la tintorería. Dice que creen que la mancha saldrá sin problemas, pero el caso es que no estoy preocupado. Los trajes pueden sustituirse. Las personas, no.

—Me sorprendes, profesor.

—¿Por qué?

—Porque eres muy dulce.

—Trato de serlo cuando estoy contigo —susurró él.

—Es verdad, pero nunca te he visto con niños.

—No. —Y al cabo de un momento, añadió—: Tú tendrías unos niños preciosos, Julianne. Niños y niñas con enormes ojos castaños y mejillas sonrosadas.

A través del teléfono, Gabriel oyó que Julia ahogaba una exclamación.

Con un hilo de voz, preguntó:

—¿Es demasiado pronto para tener esta conversación?

Ella no respondió.

—¿Julianne?

—Mis dudas sobre el matrimonio no son por los niños. Son por nuestras experiencias anteriores y por el matrimonio de mis padres. Cuando se casaron, se amaban y eran felices, pero acabaron odiándose y haciéndose mucho daño.

—Pero Richard y Grace fueron felices juntos durante muchos años.

—Es verdad. Si pudiera tener un matrimonio como el suyo…

Podemos tener un matrimonio como el suyo —la corrigió él—. Eso es exactamente lo que quiero. Y quiero tenerlo contigo.

Con la voz, Gabriel trató de transmitirle cuánto deseaba un matrimonio como el de Grace y Richard; lo mucho que se estaba esforzando para llegar a ser el hombre que pudiera darle ese tipo de vida.

Ella soltó el aire lentamente.

—Si me hubieras pedido que me casara contigo antes, te habría dicho que sí. Pero ahora no puedo aceptar. Tenemos muchas cuestiones que resolver. Y empiezo a notar la presión del doctorado.

—No quiero apretarte ni estresarte —replicó él con la voz suave, pero un tanto crispada.

—Además, pensaba que ya habías tomado la decisión de no tener hijos.

—Siempre podemos adoptar —replicó Gabriel a la defensiva.

Julia reflexionó antes de decir:

—La idea de tener un bebé de ojos azules contigo me hace muy feliz.

—¿De verdad?

—De verdad. Y después de ver lo que Grace y Richard hicieron por ti, me gustaría adoptar algún día. Pero no mientras aún esté estudiando.

—Me temo que la adopción tendría que ser privada. Dudo que ninguna organización respetable le diera un niño a un ex drogadicto.

—¿De verdad quieres tener hijos?

—¿Contigo? Por supuesto. Si nos casáramos, me plantearía revertir la vasectomía. Me la hice hace años, así que no sé si sería posible, pero me gustaría intentarlo. Si estás de acuerdo.

—Creo que es demasiado pronto para tener esta conversación. —El brazo en el que estaba apoyada, le resbaló en el borde de la bañera y salpicó.

«¡Scheiße!», maldijo en alemán para sí misma, cansada.

—¿Te estás dando un baño?

—Sí.

Gabriel gruñó y Julia se alegró de no ser la única que lo estaba pasando mal. Le resultaba humillante que fuera capaz de resistir alejado de ella.

Finalmente, él rompió el silencio con un suspiro.

—Bueno, estoy al otro lado del pasillo, triste y solo, por si necesitas algo.

—Yo también estoy sola, Gabriel. ¿No podemos hacer nada para remediarlo?

Al notar que titubeaba, Julia se sintió optimista.

Pero él volvió a resoplar de frustración.

—Lo siento. Tengo que dejarte. Buenas noches.

—Buenas noches.

Negando con la cabeza, Julia colgó el teléfono.

***

A pesar de la ausencia de su madre, la boda de Rachel fue casi como un cuento de hadas. Aaron y ella se casaron en un precioso jardín de Filadelfia. Y, aunque él se había negado en redondo a que se soltaran cien palomas blancas en el momento en que el cura los declarara marido y mujer, Rachel había acabado convenciéndolo para que soltaran cincuenta.

(Por lo menos, ninguno de sus parientes había decidido que era un buen momento para practicar la puntería).

Como padrino y dama de honor respectivamente, Gabriel y Julia se encontraron flanqueando a los novios, junto con Scott. Ella pasó buena parte de la ceremonia lanzándole miraditas furtivas a Gabriel, que no le quitaba el ojo de encima, sin molestarse en disimular.

Cuando se hubo acabado con las fotos familiares, el banquete y los brindis de rigor, empezó el baile. Rachel y Aaron se fundieron en un abrazo para disfrutar de su primer baile como marido y mujer, antes de que llegara el turno de los padres de unirse a ellos en la pista.

Hubo unos instantes de nerviosismo entre los presentes cuando observaron a Richard avanzar solo hacia la pista, pero en seguida respiraron aliviados cuando vieron que se dirigía hacia Julia y le pedía el honor de ser su pareja.

Aunque sorprendida, pues pensaba que se lo pediría a alguna tía de Rachel o a alguna amiga, aceptó sin dudar. Como el perfecto caballero que era, Richard bailó con ella sujetándola con manos firmes pero respetuosas, mientras daban vueltas por la pista de baile.

—Parece que tu padre está disfrutando —comentó él, señalando con la cabeza a Tom, que estaba charlando animadamente con una profesora de la Universidad de Susquehanna, con una copa en la mano.

—Gracias por invitarlo —dijo Julia tímidamente, mientras se movían al ritmo de At Last, de Etta James.

—Es un buen amigo. Grace y yo quedamos en deuda con él desde que nos ayudó cuando Gabriel se metió en líos.

Julia asintió, tratando de concentrarse en no tropezar.

—El brindis de Gabriel en honor a Grace ha sido muy emotivo.

Richard sonrió.

—Ha sido la primera vez que nos ha llamado papá y mamá. Estoy seguro de que Grace lo está viendo todo y que es muy feliz. No sólo por la boda de Rachel, sino también por la transformación de nuestro hijo. Y esa transformación te la debemos a ti, Julia. Gracias.

Ella sonrió.

—No puedo ponerme esa medalla. Algunas cosas no dependen de una sola persona.

—Tienes razón, pero algunas relaciones son conductos para que la gracia llegue hasta alguien y sé que tú has jugado ese papel en tu relación con Gabriel. Así que te lo agradezco.

»Gabriel ha tardado mucho en perdonarse por lo que pasó con Maia y por no haber estado presente cuando Grace murió. Ahora es un hombre muy distinto al de hace un año. Espero poder volver a bailar contigo en otra boda dentro de no mucho tiempo. Una en la que mi hijo y tú seáis los protagonistas.

Julia lo miró con franqueza.

—Estamos tomándonos las cosas con calma, pero estoy enamorada de él.

—No esperéis mucho. Nunca se sabe lo que va a traer la vida. A veces tenemos menos tiempo del que pensamos.

La canción llegó a su fin, así que Richard le besó la mano y la acompañó a su sitio, junto a Gabriel.

Mientras se sentaba, Julia se secó disimuladamente una lágrima. Él se inclinó hacia ella y le susurró al oído:

—¿Mi padre te ha hecho llorar?

—No, sólo me ha recordado lo que es importante en la vida —respondió ella, dándole la mano y llevándose las manos unidas de ambos a los labios para besarle los nudillos—. Te quiero.

—Yo también te quiero, mi dulce, dulce niña. —Gabriel la besó y, por unos instantes, se olvidaron de dónde estaban.

Julia le rodeó el cuello con los brazos, acercándolo más. Cuando sus bocas se unieron y sus respiraciones se mezclaron, el sonido de lo que los rodeaba desapareció. Él la acercó hasta que estuvo prácticamente sentada sobre su regazo. Cuando se separaron, los dos respiraban con esfuerzo.

—No tenía ni idea de que las bodas provocaran este efecto —dijo Gabriel, sonriendo con ironía—, si no, te habría llevado a una antes.

Tras bailar varios lentos con Gabriel, Julia lo hizo con Scott y Aaron y, finalmente, con su padre. Era evidente que ambos tenían muchas cosas que decirse y, por sus expresiones, no eran agradables. Pero al final del baile pareció que habían llegado a un acuerdo, ya que Julia regresó junto a Gabriel con una sonrisa.

Avanzada la noche, Aaron pidió la canción de Marc Cohn True Companion y se la dedicó a Rachel. Inmediatamente, una fila de parejas casadas se acercó a la pista de baile. Tammy los sorprendió llevándoles a Quinn para que Julia lo sostuviera mientras ella bailaba con Scott.

Julia tenía miedo de no gustarle al niño.

—Te sienta bien —susurró Gabriel, cuando el pequeño se quedó dormido acurrucado contra su cuello.

—Chist, no vaya a despertarse.

—No se despertará. —Gabriel alargó la mano para acariciar el suave pelo del niño y sonrió cuando éste suspiró satisfecho.

—¿Por qué de pronto quieres casarte y tener hijos? —le preguntó Julia.

Él se encogió de hombros, incómodo.

—Mientras estuvimos separados, pensé mucho. Me di cuenta de que había cosas importantes y otras que no lo eran tanto. Y también visité un orfanato.

—¿Un orfanato? ¿Para qué?

—Estuve trabajando de voluntario con los franciscanos de Florencia. Iban a menudo a llevar caramelos y juguetes a los niños del orfanato cercano. Y empecé a acompañarlos.

Julia se quedó con la boca abierta.

—No me has contado nada.

—No ha salido en la conversación, pero no es ningún secreto. Pensaba quedarme en Asís, pero conocí a una familia de voluntarios americanos que iban a trabajar en una clínica para pobres de Florencia y los acompañé.

—¿Te gustó la experiencia?

—No se me da demasiado bien, pero encontré algo en lo que era mejor que los demás: contaba historias sobre Dante en italiano.

Ella se echó a reír.

—No es una mala ocupación para un especialista en Dante. ¿También contabas esas historias en el orfanato?

—No, los niños eran demasiado pequeños. Estaban bien cuidados, pero el sitio era muy triste. Había bebés con sida y con diversas enfermedades. Y otros niños más mayores, a los que ya nadie quiere adoptar. La mayoría de los padres adoptivos quiere que sean más pequeños.

Julia le puso una mano en el antebrazo.

—Lo siento.

Gabriel se volvió hacia ella y acarició la cabecita del niño.

—Cuando Grace me encontró, yo tenía lo que se considera una edad inadoptable, pero ella me quiso igualmente. Tuve mucha suerte. Fue una auténtica bendición.

Al oír la vulnerabilidad en su voz, Julia se sorprendió una vez más al comprobar lo mucho que Gabriel había cambiado. Meses atrás, habría sido imposible oír al profesor Emerson hablar de bendiciones o verlo acariciando la cabecita de un bebé. Especialmente, la de uno que le había manchado un traje de Armani.

Poco antes de que acabara el baile, Gabriel se acercó al disc-jockey y le pidió una canción en voz baja. Luego se volvió hacia Julia con la mano extendida y una amplia sonrisa.

Al llegar a la pista de baile, empezó a sonar Return to me.

—Me extraña que no hayas pedido Bésame mucho —bromeó ella.

Gabriel le dirigió una mirada cargada de solemnidad.

—He pensado que necesitábamos una canción nueva. Una nueva música para un nuevo capítulo.

—A mí me gustaba el viejo.

—No hace falta que olvidemos el pasado —susurró él—. Pero podemos construir un futuro aún mejor.

Con una sonrisa nostálgica, Julia dijo:

—Recuerdo la primera vez que bailamos juntos.

—Aquella noche me comporté como un auténtico cretino —murmuró avergonzado—. Cada vez que me acuerdo… Me provocabas unas emociones muy intensas, pero no sabía cómo afrontarlas.

—Pero ahora ya sabes cómo actuar cuando estás conmigo. —Julia le acarició la mejilla y le dio un suave beso, antes de deslizar los dedos sobre la pajarita de seda negra—. Recuerdo cómo me gustaban tus pajaritas cuando eras mi profesor y yo sólo era tu alumna. Ibas siempre impecable.

Gabriel le agarró la mano y le dio un beso en la palma.

—Julianne, nunca fuiste sólo mi alumna. Eres mi alma gemela. Mi bashert.

La abrazó, pegándola a su pecho y ella canturreó satisfecha contra su esmoquin. Y cuando Dean Martin empezó a cantar en italiano, fue la voz de él la que susurró en su oído.

***

Cuando Gabriel se detuvo ante la puerta del cuarto de Julia esa madrugada, la miró con admiración. Su pelo, largo y ondulado, le caía despeinado sobre los hombros. Tenía las mejillas encendidas, igual que los ojos, burbujeantes por el champán y la felicidad. El vestido color rojo intenso se ceñía a su figura sin necesidad de tirantes. Su ángel de ojos castaños aún tenía la capacidad de hechizarlo.

Mientras le acariciaba la mejilla amorosamente, ella lo miró a los ojos, azules y algo cansados, que se escondían ahora detrás de sus gafas. Estaba tan guapo con el esmoquin… Y tan, tan sexy…

Sin pensar, tiró de la pajarita y notó cómo el nudo de seda se deshacía entre sus dedos. Enrollándose la seda alrededor de la mano, tiró de él y lo besó.

Mientras se besaban, Julia se dio cuenta de lo difícil que había debido de resultarle a Gabriel contenerse al principio de su relación. Sintió que le hervía la sangre y la carne le quemaba, sabiendo lo que la esperaba después de los preliminares. Lo necesitaba tanto que no podía contenerse.

—Por favor —le suplicó, poniéndose de puntillas para besarle el cuello.

Gabriel gruñó.

—No me tientes.

—Te prometo que iré con cuidado.

Él se echó a reír, malhumorado.

—Este giro de las circunstancias es de lo más imprevisto.

—Hemos esperado más tiempo del razonable. Te quiero. Y te deseo.

—¿Confías en mí?

—Sí —respondió ella sin aliento.

—Pues entonces cásate conmigo.

—Gabriel, yo…

Él la interrumpió con un beso apasionado. La sujetó con fuerza por el pelo antes de bajar las manos hasta sus hombros desnudos y acariciárselos, sin dejar de besarla en ningún momento.

Soltando la pajarita, Julia le rodeó el cuello con los brazos y echó las caderas hacia adelante para pegarse más a su cuerpo. Le mordisqueó el labio inferior y gimió cuando él le exploró los contornos de la boca con la lengua.

Los dedos de Gabriel se deslizaron sobre sus clavículas, rodeándole los brazos y acariciándole la espalda. La piel de ella había empezado a calentarse y ruborizarse.

—Por favor, déjame hacer las cosas bien —le suplicó él, tomándole la cara entre las manos.

—¿Qué tiene de malo lo que estamos haciendo? —susurró Julia, con sus oscuros ojos suplicantes.

Él volvió a besarla y esa vez le sujetó la pierna y se rodeó con ella la cadera, recreando el tango vertical que habían bailado contra la pared del Royal Ontario Museum.

Gabriel la pegó a la puerta de la habitación y sus manos se perdieron bajo el vestido, acariciándole los muslos arriba y abajo, antes de detenerse bruscamente.

—No puedo.

Julia le quitó las gafas para alisarle las arrugas de preocupación que se le habían formado entre las cejas. En sus ojos vio pasión, conflicto y amor. Apoyando el pie en el suelo, ella volvió a echar las caderas hacia adelante, hasta que sus cuerpos quedaron en contacto.

—Gabriel.

Él parpadeó al oír su voz, como si se estuviera despertando de un sueño.

Al ver que no se movía, Julia se apartó, dejando unos centímetros de distancia entre sus cuerpos, y le devolvió las gafas.

—Buenas noches, Gabriel.

Él tenía un aspecto abatido.

—No quiero hacerte daño.

—Lo sé.

Permaneció allí inmóvil, mirándola a los ojos, que tenía llenos de tristeza y de deseo.

—Estoy tratando de ser fuerte por los dos —susurró—, pero cuando me miras así…

Con un suave beso en los labios y una inclinación de cabeza, Gabriel se rindió. Julia encontró la tarjeta con dedos temblorosos y ambos desaparecieron tras la puerta de su habitación.

***

A la mañana siguiente, Julia abandonó el cálido refugio de los brazos de Gabriel para una rápida visita al baño. Al volver, lo encontró despierto, mirándola con preocupación.

—¿Estás bien?

Ella se ruborizó.

—Sí.

—Entonces, ven aquí —la invitó, abriendo los brazos.

Julia se acurrucó a su lado, y le pasó una pierna sobre las caderas.

—Siento haberte hecho sentir incómodo ayer en el pasillo.

—No me hiciste sentir incómodo —replicó él, con tanta vehemencia que la pilló por sorpresa—. ¿Por qué tendría que hacerme sentir incómodo que la mujer que amo me demuestre que me desea?

—Creo que montamos un espectáculo para los demás huéspedes del hotel.

—Espero que tomaran ejemplo —bromeó Gabriel, antes de besarla.

Cuando se separaron, Julia le apoyó la cabeza en el hombro.

—Supongo que lo de esperar hasta el matrimonio iba en serio.

—No oí que te quejaras anoche.

—Ya me conoces —dijo ella, guiñándole un ojo—, no me gusta quejarme. Gracias por aceptar, Gabriel. Esta noche ha sido muy importante para mí. —Le rodeó la cintura con los brazos y apretó con fuerza.

—Para mí también —contestó él y sonrió—. Me has demostrado que confías en mí.

—Me alegra que te des cuenta, porque nunca había confiado tanto en nadie.

Gabriel la besó una vez más y le retiró el pelo de la cara.

—Tengo algo que contarte —dijo entonces, acariciándole el cuello con delicadeza—. Es una cosa extraña.

Julia frunció el cejo.

—Te escucho.

—Cuando estuve en Selinsgrove, vi algo. O, mejor dicho, me pasó algo.

Ella le cubrió la mano con la suya.

—¿Alguien te hizo daño?

—No. —Gabriel hizo una pausa incómoda—. Prométeme que mantendrás la mente abierta.

—Por supuesto.

—Mientras sucedió, pensé que estaba soñando, pero al despertar me planteé si habría sido una visión.

Julia parpadeó.

—¿Como cuando pensaste que me habías visto en Asís?

—No. Como lo que dijiste sobre el cuadro de Gentileschi en Florencia… sobre Maia y Grace.

»La vi. Vi a Grace. Estábamos en mi antigua habitación, en casa de mis padres. Y ella me dijo… —La voz se le rompió y respiró hondo para recuperarse—. Me dijo que sabía que la quería.

—Claro —murmuró Julia, abrazándolo con más fuerza.

—Eso no es todo. No estaba sola. Vino acompañada por una joven.

—¿Quién era?

Gabriel tragó saliva con esfuerzo.

—Maia.

Ella ahogó una exclamación.

—Me dijo que era feliz.

Julia le secó una lágrima de la cara.

—¿Fue un sueño? —preguntó.

—Tal vez. No lo sé.

—¿Se lo has contado a Richard? ¿O a Paulina?

—No. Ambos han hecho las paces con el pasado.

Ella le puso una mano en la mejilla.

—Tal vez era lo que necesitabas para perdonarte. Ver que tanto Grace como Maia te han perdonado y que son felices.

Él asintió en silencio y enterró la cara en su pelo.