Durante los días y semanas que siguieron, los dos se vieron tan a menudo como pudieron, pero entre los preparativos de Gabriel para el semestre de invierno y el trabajo de Julia en Peet’s, su contacto se llevó a cabo básicamente vía SMS y correos electrónicos.
Ella siguió acudiendo a las sesiones con la doctora Walters, que tomaron una dimensión distinta con el regreso de Gabriel. Y, juntos, empezaron a asistir a sesiones de terapia de pareja una vez por semana; sesiones que se convirtieron rápidamente —aunque de manera no oficial— en preparación prematrimonial.
Cuando Julia se mudó a una residencia de estudiantes, a finales de agosto, Gabriel y ella habían resuelto ya varios de sus problemas de comunicación. Aunque la manzana de la discordia entre ambos permanecía sin resolver: Gabriel seguía negándose a acostarse con ella hasta que no estuvieran casados, y ella seguía insistiendo en que no se precipitaran en cuanto a lo del matrimonio.
En general, él se negaba a compartir la cama con ella y, cuando lo hacía, su expresión era la de un santo que estuviera siendo martirizado.
Una de esas noches, Julia permanecía despierta entre sus brazos mucho después de que él se hubiera dormido. El cuerpo de Gabriel era cálido, como lo habían sido sus palabras de hacía un rato, pero se sentía rechazada. El apasionado profesor no había necesitado que Paulina le insistiera mucho para que volvieran a acostarse, pero en cambio se negaba a amarla a ella con su cuerpo, a pesar de sus promesas de amor eterno.
Con la cabeza apoyada en el pecho de él, que subía y bajaba rítmicamente, reflexionó sobre el rumbo que había tomado su vida. Se preguntó si Beatriz habría pasado muchas noches deseando la presencia de Dante a su lado y teniendo que conformarse con que la adorara a distancia.
«Julia».
Se sobresaltó al oír su nombre. Gabriel murmuró algo más y la sujetó con fuerza.
Ella derramó una lágrima.
Sabía que él la amaba, pero comprobarlo siempre la emocionaba. Gabriel estaba tratando de liberarse de su pasado con Paulina y otras mujeres y Julia estaba pagando el precio. Aunque tal vez no fuera algo muy distinto del precio que él había tenido que pagar por la vergüenza de ella tras su ruptura con Simon.
Cuando volvió a murmurar, inquieto, Julia le susurró al oído:
—Estoy aquí.
Dándole un suave beso en el tatuaje, cerró los ojos.